Victoriano de
la Serna forma parte de los estilistas (término reduccionista) de
la Edad dorada de Plata evolucionan/revolucionan el toreo, la verónica especialmente, porque de la verónica nace todo. Pero la personalidad de
La Serna lo hace único e irrepetible intérprete que atalona en firme el lance y lo enfrontila, con las manos, las dos, muy, muy, bajas, como no ha toreado nadie, con la embestida traída por delante, con el capote yerto, con un aura vaga y onírica. Pepe Ortiz, increíble orfebre mexicano de suertes, recordaba con sentida admiración la mágica tarde del 8 de mayo de en 1932 en que Victoriano de
la Serna atrajo las luces del mundo entero sobre su perfecta figura. Aquella tarde, llamada “de los trajes blancos” porque coinciden en plata y colores claros en Madrid Joaquín Rodríguez “Cagancho”,
La Serna y Chucho Solórzano, la rememora Ortiz con la nitidez de lo imborrable: “Vestía de plata, lo que acentuaba con luz la verticalidad de su figura casi enfrentada con el toro; pero el secreto de su lance estaba en su manera de esperarlo y en lo horizontal, en cómo traía el toro con la capa abierta ante sí, casi tendida, más en una atmósfera de milagro que sobre la arena. Tuvo Victoriano la virtud de eliminar de la verónica todo movimiento superfluo. Ejecutaba el lance muy por delante, moviendo únicamente los brazos, y después ni ellos. En el último tiempo de la verónica, toreaba tan sólo con la cintura”. Victoriano de
la Serna, hombre de carácter volcánico y atronador, envenenó, como se escribió en su momento, el toreo. Robert Ryan eleva a la categoría de mito aquella tarde de primavera: “Hay hitos en el toreo por verónicas, lances que perduran con fuerza de mito, contados literalmente: las cuatro que en Madrid consagraron a Victoriano de
la Serna; cuatro que en cuanto al asombro que causaron tienen por parangón único, en la misma plaza, las cinco sin enmendarse de Belmonte en
1913”.
La Serna le imprime sello a la verónica propio al enfrontilar el lance que habían labrado con fuerza los monumentales Cagancho y Gitanillo de Triana (Curro Puya), dos fuera de serie del capote del lado trianero de Sevilla, de la orilla barroca del Guadalquivir que vive enfrente del sevillanismo alado de Chicuelo. Y cuando
La Serna torea con el medio pecho ofrecido como ellos, la suerte cargada, la verónica ligada –sin ligazón, aislada, no se concibe-, nada envidia a los agitanados primos que provocaron a los poetas y a las musas. La verónica es a su vez otra musa, que inspira a trovadores y escribas del toreo. A todos los grandes del lance, los encadena el temple, les une el tiempo parado, el tiempo que detienen, la lentitud frente a los trenes que se les vienen como aquellos
toros fieros de los años 30. La virtud clave, el nudo gordiano, se concreta en que siempre traen el toro muy toreado por delante, muy enganchado, embebido y sometido el viaje, gobernado; no son artistas del lance hecho, de la composición postural ante el espejo
En esos dieciséis años (1920-1936) se concentran los máximos estetas y revolucionarios, o continuadores, o apóstoles de la revolución de Juan, del toreo de capa. No crean nada, pero ahondan y profundizan en los preceptos belmontinos. Y los desarrollan. Según Pepe Alameda, hay toreros que son intérpretes (los llama heterodoxos, y a Victoriano de la Serna le dedica un capítulo entero, por su toreo “intransitivo”, precisamente en su libro del mismo nombre: “Los heterodoxos del toreo”) y hay toreros que inventan el toreo (los llama arquitectos). “Ojo, las invenciones no se limitan a la creación de las nuevas suertes. Sin despreciar a estos maestros, los inventores más notables del toreo son aquellos que profundizan o cambian la ejecución de las suertes” (Carlos Arévalo). La Serna se encuadra en los notables de la historia.
Mas Victoriano de
la Serna también creó: el pase lasernista o pase de la bandera, el pase de las flores, bautizado así por el cuadro de Ruano Llopis que refleja un ramo cayendo, y la lasernina, antecedente inmediato de la manoletina pero sin agarrar la muleta por detrás. El pase de las flores que, por cierto, lo interpretaba el genio sepulvedano como broche y no apertura de serie, confundido tantas veces con la capeína en las ondas enredadas de las televisiones. Tampoco es al paso aunque haya que ganárselo al muletazo de salida para ligarle el cambio por la espalda reuniendo las zapatillas luego. Pero la “creación” con que se ganó la eternidad se concentra en la verónica. A sus siete hijos les repetía, con sorna y exageración, porque fue mucho más que eso, que cuatro lances le habían dado para levantarse toda la vida a las doce del mediodía, comprar una finca y formar una familia. Odiaba a Domingo Ortega porque representaba el domino y el poder diarios frente a sus inspiradas y alternas obras (en una mano a mano en Valencia decantado hacia el Paleto de Borox, le avisó: “Mañana los periódicos hablarán de mí y no de ti, cebollero”; y se dejó un toro vivo. Los diarios del día siguiente titularon con
La Serna, y debajo añadían: “Domingo Ortega corta cinco orejas”), cuajó una amistad profunda, y epistolar, con Fernando Domínguez (“torear es hundirse con los toros, no elevarse”) y admiró desde su retiro a Pepe Luis Vázquez, Sócrates de San Bernardo.
La Guerra Civil quebró su carrera como la de tantos otros; se despidió en Madrid en 1944 cortando una oreja al lado de El Estudiante y Joaquín Albaicín. Y definitivamente se despidió de la vida en 1981. Ni la muerte admitió como un vulgar trámite. Como aquella tarde en que la afición madrileña tomó partido por los toreros mexicanos con el convenio en juego, y al grito de “¡viva España y los toreros españoles!”, se inmoló entre los pitones, lenguas de fuego que en el 81 estallaron arrastrando un eco posterior de silencio y la letra pequeña de su pasodoble: “Victoriano de
la Serna, por tu arte, ningún torero podrá igualarte...”
Nota: la figura de Victoriano de
la Serna reivindica la época más gloriosa de
la Historia del Toreo. En ninguna otra se toreó a la verónica con las manos tan bajas. Cuando Juan Belmonte regresó en 1934 se encontró otro lance al que había dejado; el toreo pulido y evolucionado sobre sus propias leyes.
ZABALA DE LA SERNA (Cuadernos de Tauromaquia) 26/01/2009
Una frase de Néstor Luján, que sentía horror ante la vulgaridad.Esa forma de imprimirle a la verónica que dio Victoriano de la Serna con sello propio y su toreo de muleta lo dice todo.
ResponderEliminarQue estupor sentiría Luján hoy en día con lo que soportamos en las llamadas figuras y toros.
Destajeros de derechazos y algunos naturales-máximo dos o tres por serie-y a matar con alivio y ventaja exagerada.
E.U.S.