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lunes, julio 25, 2011

ALFONSO NAVALÓN GRANDE

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Andrés Sánchez, el amo de la feria...El salmantino cortó dos orejas en faena de altos vuelos
Alfonso Navalón 19/09/98
El pobrecito Andrés, el poquita cosa, el 'protegido' de su tío el magnate de los aviones, llevaba perdidos los mejores años de su carrera en manos de apoderados inútiles que lo dejaban sentado casi toda la temporada. Le daban contratos desesperados, corridas terroríficas de moruchos deslucidos.
Una y otra vez, a estrellarse en Madrid con toros de imposible lucimiento. Este último año, un apoderado de campanillas y a la hora de la verdad Victoriano Valencia no le ha dado ni un contrato decente. Después de ser el triunfador de la pasada feria, no ha toreado ni en una sola plaza de la provincia. Cuatro actuaciones en cosos de poca monta y con ganado sin garantías. No me extraña que al darle de limosna una sola corrida en esta feria, el chaval, sin ilusión ni esperanza, pensara retirarse del toreo si las cosas no le rodaban bien.
Todo lo tenía en contra y para mayor penitencia arrastra una temporada de pinchaúvas, estropeando todo lo que hacía con la muleta al matar deplorablemente. Así llegó a la tarde de cara o cruz. Se fue detrás de la espada como un tigre después de haber perdido la oreja en su primero. Cortó dos orejas en una faena importante de torero de altos vuelos. Ayer volcó otra vez el corazón para sacarle a cada toro más de lo que llevaba dentro. Dos faenas importantes porque no era fácil estar delante de ninguno.
El tercero, manso y huidizo, aquerenciado en el cinco, llegó a la muleta pegando arreones peligrosos hasta arrancársela de un derrote. Andrés la recuperó en el aire. Aguantó, consintió, a fuerza de mando y dominio, someterlo en los medios, con una seguridad y un buen corte de torero impropios de quien sólo ha hecho tentaderos y algún festivalito. Lo del sexto tuvo todavía más mérito. Un torero como Ponce se había ido de vacío y El Cordobés con un enemigo soso y parado acabó en silencio después de cuatro pinchazos a la masa inmóvil.
La tarde estaba ya perdida y el público bastante harto. El toro del salmantino se había ido de salida a chiqueros, había manseado en varas y llegó a la muleta descompuestillo y tardeando. Le costaba mucho tomar la franela y a fuerza de consentirlo y templarlo, cuando ya no esperaba el público nada, sacó cuatro naturales superiores, sonó la música y se levantó la gente.
El resto fue la torería y la seguridad propia del que está toreando todos los días y no la desesperación del que se lo juega todo en la última oportunidad. Otra vez la estocada entrando por derecho. Y la salida en hombros que lo consagra por méritos propios como el triunfador indiscutible de una feria donde el público estaba entregado a José Tomás y rabiando por no poder resucitar a Pepito Arroyo.
A propósito de Pepito, resulta pueril ese esfuerzo de la llamada competencia por hacernos creer que sigue siendo una gran figura y lo único de buen torero con los desmochados de Garcigrande lo hizo el moribundo cascarrabias, que tuvo que recurrir a la ordinariez de las manoletinas y ni con ésas fue capaz de cortarle una oreja a un toro que salió entregándole las dos.
Por ésta y otras tonterías de bulto tendré que dedicarle una coletilla final al suplemento de 'La Gaceta' que en esta feria han vuelto a dejársela ir sin dar una a derechas, salvo aisladas y honrosas excepciones. Lo de Ponce ya está dicho. Lo de El Cordobés hay que resaltarlo porque ha sabido romper ese sello de torero pueblerino para torear con el capote y la muleta con mejores trazas que muchos elegantes exquisitos. A este torero lo desborda la raza, la entrega y aparte de sus espectacularidades tiene un fondo de torero serio más importante de lo que algunos piensan.
Los cursis que presumen de buenos aficionados, consideran una obligación descalificarlo, para darse pisto de exigentes y entendidos. El chaval los está dejando en ridículo constantemente. Es bastante mejor torero de lo que dicen los críticos y no está lejos el día que traiga a las figuras por la calle de la amargura. Tiempo al tiempo.
La mala suerte nos quitó a un Sánchez de figura. Era el elegido. Ahora sale otro Sánchez con el que nadie contaba. ¿Estarán borrachos? Los desvaríos de la 'competencia' He hablado pocas veces con Enrique Ponce. Me figuro que le dará algo de vergüenza ser figura del toreo al lado de dos cantamañanas como Pepito Arroyo y Fran Rivera.
Con semejante competencia, anda como Pedro por su casa. Semejante vergüenza siente servidor cada vez que esparramo la vista por las páginas del antiperiodismo de la supuesta competencia. Ser el mejor crítico de Salamanca ante semejantes 'rivales' es como echarse a la bartola debajo de un fresno y rascarse la barriga hasta que el vaquero te avise que hay amenaza de tormentas por el oeste.
Después de tantos años dándole un repaso antológico, esperaba que esta feria se apretaran los machos y nos dieran algo de guerra. Los de 'La Gaceta' llevan no sé cuántas reuniones preparando su estrategia para borrarnos del mapa. Y ni adrede pueden hacerlo peor. No me extraña que el admirable Íñigo esté hasta la bragueta de aguantar a sus huestes tan numerosas como inútiles.
Un periodista de raza como Íñigo tiene que llevarse unos berrinches de muerte cada mañana cuando compare los abortos de su nutrido batallón, frente a las improvisaciones de TRIBUNA, que hacemos un suplemento con muchas más páginas y entre cuatro amiguetes que sólo nos vemos a paso de banderillas el rato de escribir la crónica.
Lo malo de los taurinos de 'La Gaceta' es que sólo nos temen a nosotros y miran por encima del hombro a los de 'El Adelanto' y mira por cuánto los de la Gran Vía, sin pretensiones estelares lo están haciendo mucho mejor que ellos. Los de 'El Adelanto' se ajustan más a lo que ha pasado en la plaza que el nutrido batallón de los de la avenida de Los Cipreses.
Lo malo de los prepotentes asalariados del periódico 'líder' es que andan obsesionados con hacernos la contra. Y no dan una. Por ejemplo, como sospechaban que un servidor es tan tonto que iba a poner mal los toros de El Capea, saliendo como salieron, se han pasado de darle coba y han hecho el ridículo.
No quiero dar nombres porque son amigos. Pero hace falta estar borrachos o idos para escribir la siguiente tontería: "El sexto ¡una maravilla! de temple, galope, fijeza y recorrido. ¡De indulto!". Si en algo estamos de acuerdo todos es que se tenía que estar delante, como estuvo Ponce. Recordemos la ficha del mentado sexto, a ver dónde coños aparecen los méritos para el ¡indulto!
Un toro que intentó tres veces saltar al callejón (la tercera después de picarlo), que salió espantadizo y huyendo de los capotes, que fue manso en varas y se fue suelto descaradamente y que después de un principio de nobleza y embestida franca se vino abajo en la muleta, quedándose a la espera con media arrancada... Ya me contarán ustedes cómo puede ser toro 'de indulto' el que se espanta de los capotes, se va suelto del caballo y para remate intenta tres veces marcharse de la plaza.
¡Nos habéis tomado por tontos o pensáis que el personal no se fija en lo que hacen los toros en la plaza...! Ya sé que lo habéis hecho por revanchismo, imaginando que servidor iba a poner mal la corrida de El Capea. Pero ya os habréis enterado que la respeté contando todo lo que tuvo de malo y de bueno, sin cargar las tintas, ni gastar esta vez bromas del mono o del orangután.
Fue una corrida de mala nota para el ganadero y notable para los toreros. Y todo lo que no sea reconocer esto son ganas de mear fuera del tiesto. Se le puede dar coba a un personaje. Pero sin hacer el ridículo. Si usted es un rendido admirador de Pedro Moya, puede tener mil formas de halagarlo pero si dice que es alto, rubio y con los ojos azules, lo van a tomar a pitorreo. Y hasta al propio Capea, que sabe mejor que nadie cómo ha sido su corrida, se le habrá caído la cara de vergüenza ante esa insensatez de que el sexto era ¡de indulto! ¡Es que sois como niños! No me extraña que a Íñigo se le caigan los palos del sombrajo cada mañana que contempla vuestras paridas.
En otra sección del mismo periódico leo que "para ejemplo de tantos ganaderos que no aciertan a criar un toro de máxima garantía, El Capea ha mandado una corrida de presentación y juego extraordinarios. Que no vengan otros críticos desprestigiando a esta ganadería por ser quien es el dueño"... No sabía que ser mansos declarados hasta llegar a banderillas fuera un "juego extraordinario", pero acuso recibo de eso de "otros críticos" que van a desprestigiarla por ser de El Capea.
Ya veis cómo os habéis pasado de listos. Porque el único crítico que podría hacer eso soy yo y está clarísimo que resalté sus muchas virtudes, en la radio, en el coloquio y en la crónica. Mi deber de crítico es señalar también los defectos de los toros, que siendo graves, no empañan el juego general pero dejan con el culo al aire a los que ignoran estas faltas y exaltan sólo lo bueno.
Una buena corrida para los toreros y lo demás son estúpidas adoraciones y partidismos infantiles que no le harán gracia ni al propio ganadero. Al que a estas alturas no le vais a equivocar con halagos. Como ya falta poco para acabar la feria espero que los de 'El Adelanto' a la chita callando os sigan echando la pata por el hombro.
Porque lo nuestro no tiene mayor importancia. Nosotros, de dormidos andamos a cinco leguas por delante de vosotros. Y es una pena porque con la cantidad de años que lleváis en esto, ya es hora de que hubierais aprendido algo.

Animal de campo
Alfonso Navalón 06/10/98
Ya no sé si soy un animal de campo o un urbano. Llevaba más de un mes sin aparecer por la finca. Todos los días llamaba por teléfono, y todos los días me agarraba un berrinche monumental. El ganado andaba manga por hombro, las vacas se salían casi todos los días a la carretera, cinco novillos siguen perdidos por las innumerables cercas de las Matas de la Alameda, como los jabalíes. Unos días ni siquiera los ven, otros cuando ya los tienen encaminados se les escapan y me figuro que los vecinos estarán por arriba, pidiendo el oro y el moro por los daños, menos mal que en los secadales del agostadero poco perjuicio podrán hacer. Pero no hay manera de meter a la gente en vereda. Todos los días le digo dónde hay que poner una docena de postes con alambre de espino y todos los días me contestan que mañana lo harán, que si no funcionan las motosierras, que si el tractor se ha quedado averiado
El caso es que el vaquero no da golpe. Me llevan los demonios. Juro no pisar el campo hasta que no esté todo en orden. Todavía no han apartado los toros de la última corrida. Todavía hay con ellos cuatro novillos revueltos. Se han muerto dos becerros de los desahijados. No han desparasitado las cuatro vacas flacas, llevan dos días sin echarle tacos y el ganado debe estar desesperado. Por eso se saltan las paredes. Y con esta zozobra me echo a las calles de Salamanca, que sigue siendo una de las ciudades más apacibles del mundo para darse la gran vida. Pero estos días hay que medirse con las salidas. Todavía dura la resaca de la feria y la polvareda que han levantado los coloquios y algunas crónicas. Y no es cosa de andarse parando a cada paso dando explicaciones de esto, de lo otro y de lo de más allá. Los del Guiller son los más alborotados, que si parece mentira, que si es mucho. Y venga explicaciones.
Otros dicen que muy bien que a esta gente hay que tenerla a raya, que ya estamos hartos de señoritos déspotas. Así que el deseado descanso de los trajines de la feria no acaba de llegar. Salgo alguna noche a cenar de tapadillo, a sitios discretos y dos noches sentí la tentación de salir de copas, por ejemplo, a ver el nuevo 'Garamond' y da la casualidad de que una de esas noches estaban por allí todos los invitados de una boda de rumbo, 'la jett' salmantina.
En medio del barullo me llevo la sorpresa de la reconciliación de un amigo íntimo del difunto Juan Mari Pérez Tabernero, que llevaba muchos años sin hablarme y vino espontáneamente a darme las gracias por la crónica de la corrida de Montalvo; ¡Mal vamos! En esta feria hice las paces con tres o cuatro enemigos 'de toda la vida', a este paso me voy a convertir en una persona normal, que es algo aburridísimo. El día que me quede sin enemigos voy a morirme de aburrimiento.
Menos mal que Tito Leopoldo ha vuelto a mirarme con malos ojos. Después de casi un año de excelentes relaciones se ha mostrado indignadísimo por lo que escribí de un supuesto amigo suyo. Algunos todavía no se han dado cuenta de la clase de amigos que tienen. Porque una cosa es el peloteo y otra la amistad. Los verdaderos amigos apenas llegan a la docena. Y sólo se conocen cuando llegan las cosas mal dadas. 'Amicus certus in re incerta' es una frase de los sabios latinos que sigue en pie. Y para bien o para mal se demuestra cada día. Ésta ha sido la feria de los cuentos, chismes y bulos. Menos mal que en el barullo de la discoteca compruebo la jubilosa renovación de mis lectores y partidarios. En los coloquios el noventa por ciento eran jóvenes. Normalmente los cronistas de toros escriben y hablan para maduros y pensionistas.
Ahora lo mío es como la letra del 'Cara al sol' porque vuelve a reír la primavera junto a este pobre vejestorio. Ni a Cristo le pasó nada semejante cuando predicaba el evangelio. El caso es que ya he vuelto al campo. En un día se ha puesto casi todo en orden. Hemos apartado la corrida. He recuperado doce vacas perdidas, y el ganado come a sus horas. Al volver a casa me di cuenta de la carga de agua que llevaba encima. Me seco a la lumbre de la chimenea. Me chirrían todos los huesos. Ceno deprisa y milagrosamente a las diez de la noche estoy en la cama. Echo de menos la cazuela de leche migada. Mañana no faltará. He vuelto, por unos días, a ser un animal de campo. Me hacía mucha falta. ¡Ah!, Agustín el de 'El Ercilla' se ha salido de madre en una 'carta al director', mañana le contestaré

Un animal doméstico
Alfonso Navalón 13/05/99
Mi amigo Fernando, el notario del pelo blanco, anda loco por que le cuente la historia de una noche en el tren con una recién casada, que iba enfrente de mí en el mismo apartamento. Y a oscuras. Y yo le voy dando largas cada vez que nos encontramos en 'El Florida' a echar un cigarro de picadura de 'Gener'.
Le doy largas porque me da apuro escribir sobre estas verdulerías ahora que me he convertido en una especie de marido ejemplar. Por otra parte, me da vergüenza reconocer que llevo una vida recatada, casera y más propia de un católico de derechas que de una persona normal como siempre fui, hasta que esta mujer, por no sé qué extraño milagro, me ha convertido en un ser asquerosamente decente, monógamo y fiel.
Y me paso en casa junto a ella las semanas enteras sin echar de menos todos aquellos lances que llenaron mi vida de sobresaltos y aventuras. Las pocas veces que 'subo' a Salamanca atravesando el Tormes, todo ese ramillete de mujeres deseables a las que invariablemente les echaba los tejos en cuanto las tenía a tiro, se asombran ahora de mi comedimiento y de que no se me escapen las manos para pulsar sus caderas o deslizar ladinamente la yema de los dedos por la gloriosa ascensión de sus muslos. Dicen que en la vida de los grandes libertinos siempre llega una mujer que las venga a todas. A mí debe haberme llegado esa hora. Carmen me ha convertido en un animal doméstico. Y lo que más me jode es que aparte de no echar de menos lo otro, encima me siento a gusto.
Cualquier día de éstos tendré que ir al médico, porque entre lo de Carmen y lo del nieto estoy siendo el hazmerreír de todos mis amigos. Lo del nieto es que ya ni me atrevo a contarlo, porque me ha puesto más tonto que a una burra primeriza con el buche.
Fernando, el notario, me sonsaca para que le cuente lo del tren, que es de las cosas más apasionantes que le puede pasar a cualquiera y más a mí, que por aquel entonces estaba recién llegado a Madrid y andaba descubriendo el mundo a bozal quitado. No sé si iba a Andalucía o a Valencia para dar una de las primeras conferencias, cuando mi fama como crítico empezaba a despertar la curiosidad de las gentes.
Como andaba escaso de cuartos, me fui en un exprés de madrugada para ahorrarme la fonda. Era pleno invierno y tenía que atravesar las heladas llanuras de La Mancha. Ya sabéis cómo eran los trenes de entonces, y que el frío de aquella época no es como el de ahora. Entonces, recuerdo, que los adoquines de las calles de Albacete se levantaban con los hielos. Y como el frío nos empuja al calor, en aquel apartamento de gutapercha íbamos como piojos en costura, pegaditos los unos a los otros.
Así que, echamos el cierre para que no entraran más y apagamos las luces para dormir lo que buenamente pudiéramos con el traqueteo de las juntas de los raíles, con el que era bastante fácil coger el sueño. Yo llevaba entonces una capa de paño de Béjar color ala de mosca con el broche de filigrana de plata hecho de encargo en los talleres de la joyería de Vasconcellos, de Ciudad Rodrigo.
La capa la heredé de mi padre que la lucía mucho mejor que yo, porque además llevaba sombrero. Yo no tenía edad para llevar sombrero y ponerse una capa sin sombrero es una catetez, pero como no tenía dinero para comprarme un abrigo inglés azul como el de mi amigo Miguel Altares, le daba aire a la capa de mi padre por las calles de Madrid, tan guapamente. Además, la capa tenía las vueltas de terciopelo. Una banda roja y otra verde, que casualmente serían luego los colores de la divisa de mi ganadería.
Ya veis que llevo un rato enredando para no contaros la historia de la recién casada. Más que nada porque conociendo a Carmen se puede coger un rebote y estar de morro ocho días. O echarme de casa. Y luego, por lo del niño. Un abuelo tiene que tener ya algo de formalidad.

Carmen, 'La Cartonera'
Alfonso Navalón 07/09/99
Una vez caí por casualidad en Palencia a dar los coloquios de Feria. Un compromiso para salir del paso. Pero me enamoré de la ciudad y sus gentes, del encanto provinciano y de esa riqueza artística prácticamente desconocida, hasta que este año han llevado 'Las Edades del Hombre' para que el gran público vaya enterándose de lo que es aquello. Mis coloquios eran una fiesta.
Primero, en el hermoso salón del Casino, luego, en el desaparecido hotel Jorge Manrique, después en el Castilla La Vieja y los últimos años en el auditorio de la casa de Cultura, pasando por el hotel Rey Don Sancho. Pero cuando llegó Chopera de empresario me puso el veto. La Diputación lo aceptó y llevaba tres años sin volver.
Ahora he tenido una reaparición tan emocionante como sencilla. Me han hecho volver los aficionados. Una noche, dando los coloquios en el hotel Indauchu durante la pasada Feria de Bilbao se me presentaron dos jóvenes, propietarios del bar 'El Coso' para contratarme la Feria de San Antolín, unos días después.
Me maravilló el gesto y más todavía que siendo unos modestos empresarios se atrevieran a correr el riesgo de financiarlos. A los pocos días me llamaron con todo resuelto. Habían recogido dinero suficiente entre los aficionados y resuelta la estancia en el hotel Los Jardinillos. Así que me planté en Palencia el mismo día que empezaba la Feria, pensando que la primera noche íbamos a estar allí cuatro gatos.
Resulta que otro 'navalonista' como Julián Iglesias aportó los carteles de su imprenta con una foto de hace 20 años. Y media hora antes de empezar ya estaba la sala abarrotada. Pocas veces he cubierto unos coloquios de Feria tan a gusto y con un auditorio tan fiel.
Cómo sería la cosa que el día de la desastrosa mansada de El Capea se presentó en la sala un individuo dispuesto a reventar el coloquio. Y lo pusieron de patitas en la calle. Luego resultó que era el que le servía la paja a El Capea y había querido hacer 'méritos' ante su cliente. Pero esto no hace al caso.
Estando la primera tarde en la plaza, vinieron a buscarme las hijas del inolvidable doctor Dacio Crespo para cenar esa misma noche un bogavante y unas almejas, que acababa de traer desde Santander el economista Bernardo Salazar. Y al terminar el coloquio nos fuimos de copas como en los viejos tiempos, y en los bares de moda me seguían saludando como si no hubiera pasado tanto tiempo.
Una mañana, paseando por la apacible frescura de la porticada calle Mayor subía una viejecita harapienta empujando un carrito lleno de cartones. Da cierto escalofrío encontrarse en medio del esplendor de las fiestas a una pobre mujer desharrapada, sola y aparentemente desvalida. Una soledad miserable en medio del derroche fiestero, produce cierto desasosiego. Me cuentan que vive sola en una casucha inmunda y que todas las mañanas recorre la ciudad recogiendo cartones para venderlos. La llaman por eso Carmen La Cartonera.
Pero resulta que esa mendiga tiene más dinero que la mayoría de las palentinas que lucen sus joyas en la señorial terraza del Casino. A 'La Cartonera' le acaban de pagar ¡trescientos millones! por unos terrenos que tenía cerca de la plaza de toros. Y se comenta que antes tendría ahorrados más de cien con sus misteriosos manejos financieros.
Ver a una mendiga empujando un carrito y pensar que tiene ese montón de millones, es como para pararse a pensar si es digna de lástima o ha llegado a la sabiduría infinita de haber despreciado la fugacidad de los placeres de esta vida. El caso es que me apresuro a llamar por teléfono a Paquito Cañamero. Hace tiempo que le ando buscando una novia rica para que no tenga que soportar las ordinarieces de los taurinos, y vivir del precario sueldo de la información taurina.
¡Pacooo, acabo de encontrar a la mujer de tu vida! Veremos qué decide ahora el colega.

El sabor de las bellotas
Alfonso Navalón 08/12/98
Este largo puente de la Constitución ha servido para reconciliarme con la dureza de la vida del campo. Ayer eran las cinco de la tarde cuando llegaba a comer. Ayer, de pronto, me di cuenta que tenía las dos manos ensangrentadas de los desgarrones de las púas del alambre de espino.
Me di cuenta que en esta mañana heladora de diciembre no se estaba mal en la solanera que cortaba el aire cierzo y de pronto me estorbaba el jersey y empezaron a caerme chorretones de sudor por el pescuezo. Entonces comprendí que estaba trabajando como no recordaba hacerlo hace mucho tiempo.
Llega una etapa de la vida que empiezas a volverte comodón y si encima surge el trajín de las ferias, te acostumbras a la vida muelle de los grandes hoteles, el sibaritismo de los baños del mar y el refinamiento de las comidas en los restoranes postineros, cuando vuelves al campo no se te mete un oficio en las manos y te vuelves gruñón, sacándole defectos a lo que encuentras mal hecho.
Pero te falta ya el arranque de "mientras lo mando, lo hago". Luego resulta que hoy por ti y mañana por mí, las cosas se quedan sin hacer. Haces una lista de lo que deben hacer esta semana y se la colocas en el panel que hay junto al teléfono.
Cuando vuelva lo quiero ver todo hecho, pero cuando vuelves, todo sigue lo mismo o han preparado una chapuza para salir del paso. Y te vuelves a la vida cómoda de Salamanca para no llevarte más berrinches por aquello de que ojos que no ven... Hace tiempo que las vacas podían estar una semana a lo grande, aprovechando las bellotas del cercado de Las Matas, pero el cercado anda manga por hombro, se me saltan para los prados de mi pariente Gildo Grande y no quiero ya más disgustos.
La última vez le puse los postes más espesos para que fueran tensando los alambres, pero ayer todo andaba poco más o menos. Me llevé por delante al vaquero y cogí unos alicates para enderezar la cerca. A las tres horas de brega ya no quedaba ni un hueco por donde puedan meter la cabeza ni las más golosas.
Pero cuando volvíamos me paré a tapar un portillo del prado de Navagrande, que lleva tirado desde la víspera de Los Santos, con tan mala suerte que me tiré una piedra gorda y casi me revienta un dedo. Ahora estoy pasando el calvario para escribir esta crónica de urgencia y cada vez que me descuido y aprieto las teclas con el dedo herido, veo las estrellas y me cago en el obispo y en la madre que parió al puto portillo.
Pasadas las cuatro y media se acabó la tarea y ya no volverán a tirarse las vacas. Pero a esas horas estaba reseco de la sed y muerto de hambre. No sé cuántos años hacía que no recogía bellotas del suelo. Bellotas dulces de 'El Berrocal' que me sabían a gloria cuando andaba con mi bisabuelo Xicote ayudándole a guardar las lindes cuando las fincas no estaban cercadas.
Un sabor olvidado que me llevó a los tiempos en que nos juntábamos los muchachos en el campo y hacíamos lumbre para echarlas en una lata a la que hacíamos agujeros con una punta y nos sabían tan ricas como aquel cucurucho de castañas que nos costaba una peseta cuando íbamos los martes a Ciudad Rodrigo.
Ayer volví a sentir el orgullo del trabajo y al llegar a casa me supieron a gloria unas patatas viudas y un filetón de la becerra brava que metemos en el arcón hecha raciones porque no hay carne más sabrosa que la de las vacas bravas que huele a tomillo y trébol maduro. Me he bebido media botella de buen vino y al terminar me repanchingué en en sillón al amor de la lumbre y la televisión sonaba sola porque me quedé dormido como un tronco.
La ciudad tomada
Alfonso Navalón 04/12/97
Los lunes, además del aporte montaraz de los que vienen al mercado, es el día más tonto de Salamanca. Ni sabes dónde ir, ni encuentras a nadie y cada vez escasean más las mujeres que quieran salir a cenar ese día para luego encontrarse las discotecas cerradas.
Pero mira por cuánto, el pasado fue un lunes divertido y aleccionador. Nuestra capital cultural del imperio se convirtió de pronto en un campo de entrenamiento de las fuerzas de seguridad que han desplegado todo un ejercicio táctico de cómo proteger a los jefes de Estado sin actitudes sigilosas ni disimulos que evitaran ver a Salamanca como una ciudad en estado de sitio, o recordar las lejanas medidas cautelares en los llamados períodos 'de excepción'.
No quiero perderme este espectáculo de ocupación de calles, desalojo de coches, vallas protectoras, policías por los tejados (dicen que también por las alcantarillas) y el helicóptero sobrevolando las torres góticas, románicas y platerescas de nuestro conjunto histórico artístico. Recuerdo, siendo todavía estudiante, la última visita del invicto caudillo Franco a nuestra ciudad como un juego de niños al lado de los del lunes.
Claro que en tiempos de Franco no cabía la posibilidad de que a ningún terrorista se le ocurriera descerrajarle un tiro detrás de los visillos de un balcón de la plaza. Aquellas fuerzas de seguridad y aquella policía tenían tan alto sentido previsor que para ahorrar estos despliegues, tantas dietas, desplazamientos, y estos elevados costos, metían en la cárcel a los sospechosos de desafección al régimen. Y en paz: Más sencillo y más barato. Y eso que entonces, la policía y los grises tenían que hacerlo todo a mano y a ojo. Sólo tenían ficheros y confidentes. Ahora tienen ordenadores y radioteléfono. ¡Así cualquiera!
Por eso no me explico este barullo de uniformes y superagentes con el sonotone en la oreja y un pequeño micrófono oculto en la palma de la mano que se acercaban a la boca como si estuvieran dándose inhalaciones con un spray anticatarral. Lo que más me ha sorprendido es la desvergüenza de los chavales. Antes le teníamos respeto y un miedo indescriptible a los hombres armados.
Resulta que harto de guardar régimen decidí ir a comer un cocido a 'El Comercio' y la calle del Pozo Amarillo estaba limpia de coches y unos hombrones como armarios vestidos de azul, patrullando con armamento completísimo. Estas cosas me producen cierto desasosiego y si los toreros asumen el riesgo de su oficio no veo la necesidad de este despliegue espectacular para formar tanto alboroto ante el remoto riesgo que puedan correr unos cuantos políticos, cuyo sacrificio de dar su vida por la patria se supone como algo elemental.
Mira por cuanto se acercan unos chavales a los dos fornidos policías de azul y le dicen que con el día que hace y sin abrigo pasarán mucho frío. Los guardias se ríen y les dicen que esos trajes son antitérmicos. Y los chavales les tocan las guatas de las rodilleras como si fueran un guardameta de la Unión. Luego en la plaza otros chavales piden que les dejen ver las pistolas y otro, más audaz todavía, los invita a que "detengan al padre de éste que se dedica a la droga".
No comprendo cómo en este tipo de actos públicos no vienen los chavales de las escuelas aireando las banderitas, ni la indiferencia del vecindario de nuestra plaza con casi todos los balcones vacíos y sólo algún pequeño grupo de curiosos que trabaja en oficinas se asoman esporádicamente. Dos jefes de Estado, digo yo que deberían despertar más entusiasmo patriótico. Unos leves aplausos aislados en la zona de la calle Concejo que apenas dan motivo para hacer la vistosa foto de los presidentes saludando.
El desfile militar tampoco despierta fervores marciales. A mí de niño los himnos militares me ponían la carne de gallina. He visto todo esto desde un balcón y perdí la curiosidad. Sobre todo cuando no vi al Alcalde Lanzarote salir a los medios para ofrecerle las llaves de oro de la ciudad. Y me dio mucha pena que nuestro presidente resultara tan bajito al lado del francés. Y que no apareciera por ninguna parte Ana Botella.
Menos mal que me di cuenta que tenía que ir a recoger unos pantalones, porque con esto de adelgazar, han tenido que cogerle una pinza porque parecían alforjas. Tomando un café en el Novelty vi a dos pasos a ese curioso ejemplar de Miguel Ángel Rodríguez y me sorprendió que sólo llevara un guardaespaldas. Y además muy bajito.

2 comentarios:

  1. Alfonso Navalón Grande,fue un crítico,que defendió al toro,el gran perjudicado de la fiesta.Denunciando la manipulación protagonizada por los ganaderos presionados por las figuras de turno y sus apoderados.
    Llegó a decir la verdad sobre asunto de forma diáfana y valiente,no abandonó sus principios profesionales.
    Los otros no solo no cuestionan,jalean y no van al grano,poco hablan de los toros,precisamente,lo que más falta hace en este momento.
    Fue un ejemplo que muy pocos han sido capaces de seguir.

    L.R.

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  2. Mucha falta le hace al aficionado y los toreros un crítico como fue A.Navalón.
    Lo hacía evidenciando lo malo a lo bueno.
    En la expresión de sus juicios de lo ocurrido-principal función-orientaba a los equivocados,educaba a los entusiastas y enseñaba a los ignorantes.
    Demostró,que el periodismo taurino está en la crítica que es lo menos parecido a la publicidad taimada.

    A.V.D.S.

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