¡Viva
la fiesta!
JOAQUIN
VIDAL - Madrid - 03/06/1987
Todos de acuerdo, de súbito, y todos contentos. A la tarde
191 de la feria, coincidieron por fin público, afición, toros, toreros, y
aquello fue un espectáculo memorable. Embestían con casta los toros, los
toreros se superaban en la interpretación de su arte y la afición madrileña
estallaba en júbilo. "¡Viva la fiestaaa.'", atronó la andanada, sí,
la misma de las protestas en corridas de trapisonda, y el tendido siete, que
cierra filas cuando surge el fraude, respondía al grito, ivivaaa.l, y ole los
toreros buenos y los toros bravos.
No había ira, ni ganas de reventar el espectáculo, ni afán
de protagonismo, ni nada de todos esos sambenitos que los taurinos quieren
colgarle a la afición de Madrid para justificar sus atropellos. Había lo que de
verdad es la afición de Madrid: un volcán de aplausos, de piropos, de alegría
de vivir, cuando la lidia se produce en su más estricta y gloriosa
autenticidad, en liza el toro serio y encastado, el diestro pundonoroso y
valiente.
Allí estaba el toro de Madrid, que es, sencillamente, el
toro de trapío, que hasta puede ser terciado, como los de ayer. Toro re matado,
con las proporciones y la seriedad propias de sus años y del tipo
característico de la ganadería, con la casta que es el atributo fundamental de
su especie Luego será bravo o manso, boyante o complicado, como ayer, que hubo
de todo. Pero si tiene trapío y casta, ahí hay toro, y la afición lo aplaude, y
cuanto ocurra durante la lidia adquiere un mérito singular.
La divisa de Felipe Bartolomé alcanzó un gran éxito con
estos toros, de los que fueron extraordinarios los dos primeros. El que abrió
plaza era la representación más pura de la casta Santa Coloma: cárdeno de capa,
terciado de lámina, engatillado de pitones, muy serio y tremendamente codicioso
y noble. Julio Robles lo toreó sin complicarse la existencia: porque se le
revolvió en un natural, no utilizó la izquierda; porque la embestida iba
fuerte, se aliviaba con el pico.
El segundo era chico pero también era una máquina de
embestir. Desde donde lo citara Ortega Cano, allá acudía, alegre, fijo al
engaño,y lo perseguía engolosinado, hasta donde el torero lo quisiera llevar.
Ortega Cano se esforzó en depurar su toreo, ligaba los pases, abrochaba las
tandas cerrando en, torno el de pecho, acabó con unos ayudados por alto de
filigrana. Todo lo hizo sin mácula y, efectivamente, la faena constituyó un
compendio de perfección técnica; pero se quedó en los umbrales de la faena
soñada, mientras el toro había sido de ensueño.
Más importante fue aún la faena de Ortega Cano al quinto,
un toro complicado. Desbordante de valor y torería, Ortega Cano construyó un
muleteo de altas calidades, y toreó ceñidísimo, vibrante, ahora inspirado de
verdad, porque no hacía ostentación de los artificios del arte sino que toreaba
para él mismo, gozándose del poderío y del riesgo que ponía a contribución para
dominar al toro.
La tarde ya era entonces un clamor y venía de antes, de la
competencia que entablaron en quites Julio Robles y Ortega Cano. En el cuarto
se midieron por chicuelinas los dos: suaves y de manos bajas Ortega,
emocionantes las de Robles, tomando al toro de muy largo.
Arrollador Robles
De ahí en adelante la actuación de Robles fue arrolladora:
empezó la faena de muleta con un afarolado y derechazos de rodillas, y el
público siguió prácticamente en pie todo lo demás, los redondos largos, ligados
y mandones, los naturales, los de pecho. El toro iba y venía sometido al mando
de aquella muleta poderosa y aún más al arrojo impresionante del diestro, que
confía los pases, sin importarle el roce de los pitones en los alamares.
Aquello fue el delirio.
Y aún hubo otro estilo de toreo hondo, purísimo, en
Sánchez Puerto, que vivió el drama profundo de la imposibilidad de triunfar
cuando un triunfo era ayer su vida. Dibujó la verónica clásica y la modalidad
del delantal, instrumentó medias verónicas belmontinas y, con la muleta, cargó
la suerte sin una sola concesión ni al alivio ni a la galería. Pero los toros
se le aplomaban, unas veces no embestían, otras se le paraban a mitad del pase.
Sánchez Puerto aún consiguió redondos y naturales, trincherazos y ayudados a
dos manos; y cuando en el sexto ya el toro se negó rotundamente a embestir, lo
provocó metido entre los pitones, jugándose a la última carta de la cornada el
derecho a ser torero mañana también y siempre.
A hombros levantaron a Ortega Cano, y al mayoral, y el
público no se cansaba de aplaudir, ni quería irse de allí, nunca. Y el gnito
"¡Viva la fiesta!" volvía a rubricar el júbilo de una tarde memorable
donde toros, toreros, público, por fin, estuvieron todos de acuerdo.
Comentario
de Germán Urrutia Campos "Perico": "La fiesta en toda su dimensión,el resto es cuento.
Los de Felipe Bartolomé descubrían a los malos toreros.Cuando se torea con
verdad,no hay afición desagradecida." 07- 01 2011.
Con toro auténtico y faena como debe ser,la emoción es dueña del espectáculo y el aficionado vibra de entusiasmo.
ResponderEliminarCon el toro auténtico lo que espera ansioso el buen aficionado de un buen torero es:
dejarse ver en el cite,traerlo toreado al toro,cargarle la suerte,ligarle los pases en su terreno y matarlo de ley.
Torear fuera de cacho,meter pico,echarlo hacia fuera,perder terreno y irse al rabo,es lo que vemos con frecuencia. Y eso no espera el buen aficionado.
Surco Taurino.