Escrito por: ELCHOFRE
Miércoles, 13 de octubre de 2010
¿Qué les ocurre a las corridas de
toros?
Las siguientes líneas descartan toda
polémica y censura, no tienen intención de causar molestia ni ofender
susceptibilidades, solo aspiran a exponer realidades que, aun conocidas por
la mayoría, merecen ser tenidas en consideración y comentadas por el
espectador, ya que éste es el que con su paso por la taquilla hace posible el
mantenimiento de todo el tinglado taurino.
¿Qué les pasa a las corridas de
toros?— ¿Son ahora mejores o peores que antes?—Esta cuestión es muy
discutida, pues son tan numerosos los aspectos bajo los cuales se puede
tratar, que llega uno a perderse y nunca encuentra el punto final ni la
conclusión concreta.
La fiesta de los toros ha
evolucionado. Esto es todo. Con esta evolución se ha llegado a un
mejoramiento, en ciertos aspectos —por ejemplo en el que algunos llaman
humano— pero desde otro punto de vista, la evolución ha producido una
verdadera caída de lo más fundamental que tenía este espectáculo, pues
se ha perdido completamente la emoción.
Eso que el aficionado moderno llama
arte, y que no es otra cosa que preciosismo, ha progresado mucho: Ya
no se pegan «mantazos» con el capote ni con la muleta, sobre el suelo o sobre
los lomos de los toros. Hoy se compone la figura con insuperable estética y
gran satisfacción de espectadores femeninos.
Pero no por ello vayamos a decir, como
se oye con frecuencia, que hasta los tiempos actuales no se ha conocido
verdadero y depurado arte en el toreo.
Se nos ocurre preguntar: ¿Qué era
lo que Juan Belmonte, y después muchos más, les hacían a los toros de mínima
edad de cinco años y peso frecuentemente superior a los trescientos kilos en
canal, tan poco y mal picados porque su ferocidad y ausencia del peto lo
impedían?.
Era arte, arte purísimo y
emocional por su tremendo peligro que, muchas veces, nos hacia mirar para
otro sitio aterrados por un presentimiento de tragedia.
Eran dos factores que siempre
concurrían en los pasados tiempos cuando salían «toros»; Peligro junto al
arte, y arte para vencer el peligro. ¡Qué gran valía, qué calidad tiene
el arte en esas circunstancias!
Se escucha de muchos aficionados, no
jóvenes por cierto, que esa era la barbarie inhumana que debía desaparecer.
Creo errónea tal apreciación.
Argumentos para rebatirla hay muchísimos y se tratarán con oportunidad, al
considerar cada uno de los numerosos puntos que el tema taurino ofrece. Pero
quede sentado desde este momento, que los aficionados, capaces de sentir la
fina belleza de la Fiesta Nacional, jamás fueron a las corridas por el placer
de asistir a un suceso sangriento.
Las corridas de toros nunca han sido
carnicería ni matanza. Esto nos lo prueba la estadística y la gran
supervivencia de colosos lidiadores, retirados tras haber estoqueado miles
de reses bravas. Porque en esa lid el arte siempre se antepuso y venció
al riesgo.
Siendo la evolución una realidad
inevitable contra la que no se puede ir, en ningún orden de cosas, hay que
reconocerla, sin la inútil pretensión de querer torcer la acción del correr
de los tiempos, ni intentar el imposible de volver atrás.
El toreo está según la natural
evolución de sus factores económicos lo han situado, y así hay que admitirlo.
Sin embargo, aceptada
esta realidad, deben ser conocidas y evitadas ciertas maniobras que se basan
en la buena fe del espectador, y que, desde luego, llegarán a la completa
aniquilación de este festejo.
Mucho se discute acerca de si
hoy se torea mejor o peor que antes.
Debemos centrar esta cuestión
con serenidad, desechar la pasión y considerar que tal disparidad de
criterios, es consecuencia de las diferencias de edades entre los
interlocutores.
Los aficionados antiguos, vieron el
toreo de su época y están viendo el de la actual, bastantes diferentes
entre sí.
Pero téngase presente que cuando iban
a las corridas del Guerra, Machaco, los Bombas, los Gallos... aquéllos
aficionados, viejos hoy, eran muchachos jóvenes, estaban en una edad en que
todo resulta nuevo y todo agrada.
Era en la edad que se es hijo de
familia. Generalmente aún no habían tenido que luchar en la vida con
sinsabores ni desengaños. Su espíritu y su vida eran de color rosa y con
esta tonalidad lo veían todo. De aquí que cualquier tiempo pasado sea
mejor.
Los aficionados jóvenes no han
visto nada más que el toreo de la época actual, que no se parece en nada a la
anterior. Naturalmente, no tienen base para opinar de lo que no han visto.
Sin embargo, los viejos se aferran a
su idea de que antes se toreaba mejor, y los jóvenes afirman que lo de hoy
es lo bueno y lo antiguo un mamarracho.
Es que a todas las personas lo que más
le gusta son las cosas de su juventud: sus modas fueron más bonitas, sus
manjares más exquisitos, sus políticos mejores... y todo mejor.
En torno a la cuestión sobre el toreo
el criterio de los prudentes y desapasionados es:
Hoy, los toreros se pasan el toro más
cerca, los pases se ejecutan con más vistosidad, las faenas son más largas y
tienen más belleza plástica.
Antes se atendía a un problema de
fondo, hoy sólo preocupa la forma. El problema de fondo era hacer lo
necesario, largo o corto, para matar de modo perfecto. Todo se supeditaba
a ese momento culminante, esperado con interés por el aficionado. Esta
era la razón de ser de todas las suertes del toreo. Por ello el capote, la
puya, las banderillas y la muleta, no eran, ni más ni menos, que los
útiles indispensables para conseguir reducir al toro y ponerlo en
condiciones de poderlo matar.
Se prestaba menos atención a lo
vistoso y florido, porgue lo fundamental y lo que absorbía toda la
preocupación era: la fuerza, la pujanza y la peligrosidad que tenían los
toros y que necesariamente debía ser vencida por el torero en «buena lid». Esto
es lo que apreciaban, atendían y sabían premiar los públicos de entonces.
Ahora el público gusta más de la
filigrana, su mayor atención y contento lo conceden a que se les den a los
toros muchos y muy variados pases. Al problema aquél de fondo se le da poca
importancia. No interesa que sea a fuerza de lidiar como se reduzca al toro. Se
permite que sean los picadores los que se encarguen de «aplastar» a los
pequeños toros que salen casi siempre.
Se premian espléndidamente las
faenas de muleta largas y artísticas, aunque después se haya despachado y
degollado al toro de mala manera. Ha sido un cambio de gustos y criterios,
por parte, de la mayoría del público.
No cabe duda de que es más
bonito presenciar faenas en las que el torero dé treinta o cuarenta
muletazos con belleza y variedad, aunque sean inoportunos, con desorden, sin
ligazón, y, no sólo ineficaces sino hasta perjudiciales.
Esto sería incomparablemente superior
a todo lo antiguo, si no se lo hicieran, la mayor parte de los toreros modernos,
a un toro que cuando llega a sus manos ya está medio muerto.
En fin, parece ser lo cierto que hoy
se torea de salón mejor que antes.
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La LIBERTAD, supone un compromiso con la VERDAD, que cual valor supremo debe presidir todos nuestros actos. El REY de la fiesta, el TORO, exige que se predique de él con LIBERTAD.
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De contenido interesante la primera parte de la tertulia.
ResponderEliminarLa falencia actual es la emoción que da el toro auténtico y la gallardía indómita de un torero que le ejecute el toreo como debe ser.Lo más frecuente es la mofa con un animal moribundo y los medios pases y terminan matándolo citando fuera de cacho y saliéndose de la suerte.
La grandeza del toreo está marcada por el signo de la exigencia.
A la espera de la segunda parte.
E.M.S.