Escrito
por ELCHOFRE
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domingo,
31 de octubre de 2010
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Tratar en
estos tiempos de la suerte de varas es tanto como hablar de los torneos entre
caballeros medievales. Sin embargo, de ella nació el toreo, todos sabemos que
los orígenes de nuestra Fiesta Nacional fue el toreo a la jineta y aunque no
fuera nada más que por interés histórico merecería la pena ocuparse de ella.
Pero es lo
cierto que aun en los tiempos actuales, pese a lo adulterada y envilecida
que está, sigue siendo fundamental y necesaria siempre que salga un toro.
Desaparecidos
los caballeros montados que alanceaban toros, a cuyo servicio actuaban los
hombres a pie, con la denominación de «chulos», continuó la fiesta de toros,
con sus tercios, suertes y desarrollo muy semejantes a los de ahora,
precisamente porque habían descollado las proezas de aquellos hombres a pie y
su trabajo resultaba un festejo interesante.
No
obstante, desde el primer momento se impuso la necesidad de sangrar al toro al
principio de su lidia, sin cuya sangría es imposible, o muy difícil, hacerle
venir a menos y obligarle a que cuadre para estoquearlo, suerte suprema y
objeto único del toreo.
Aquella
faena solo era posible realizarla, desde lo alto de un caballo, y además
requería una maestría y un arte poco comunes, según se practicaba entonces. Por
esto jugaba un papel tan importante el picador y por ello durante muchos años
fue su figura la más interesante.
El picador
frente al toro tenía que ser un gran jinete y un gran maestro de la equitación. Además de actuar en los ruedos se ocupaban de la
doma, de aquí el nombre de picadores que reciben los que se dedican a trabajos
de desbravar y domar caballos.
Montando un
caballo y con sus recursos de buenos jinetes tenían que picar a los toros -que entonces no tenían la bravura y casta depurada a
que se ha llegado mediante la selección ganadera de nuestros tiempos- y de las
manos del picador salía el toro no sólo sangrando, sino que aquellos
varilargueros, con su pica, ahormaban cabezas y corregían la forma de embestir;
pues corrían la mano con la garrocha, le picaban en el sitio conveniente y con
la dureza que en cada caso correspondía. Todo esto sin descuidar a su
montura de cuyo derribo dependía mucho la vida del picador.
Era una
suerte del toreo verdaderamente vistosa, gallarda y hombruna. El hecho de
derribar el toro al caballo era puramente accidental, generalmente
ejecutaban el lance con tal perfección, que el toro salía limpiamente por el
pecho y lado izquierdo del caballo sin rozarle ni un pelo. El picador
aguantaba con la vara, y con las ayudas, espuela y riendas, hacía moverse al
caballo para dar salida al toro.
Esta buena
manera de ejecutar la suerte de varas llegó a degenerar y se inicia otra época
en la que se picaba aprovechando el encontronazo entre toro y caballo, a lo
que resultara. Se recurre a que parte de su poder lo gastara el toro
romaneando caballos.
Naturalmente,
en esta forma de picar lo que sobresalía era un espectáculo sangriento y
lastimoso. Desde luego, fuerte e
impresionante para el espectador y, sobre todo, peligroso para los toreros que
tenían que quitar al toro del caballo cuando aquel estaba enfangado en sangre,
enardecido y alocado. Salían excitados por el olor de la sangre, cegados por la
que les había estado cayendo en la cara, y en estas condiciones toreaban
primorosamente con el capote aquellos verdaderos artistas que fueron Belmente,
Chicuelo, Gitanillo de Triana.., siempre con el gravísimo peligro de caballos
galopando, heridos y sin jinete, y moviéndose entre jamelgos muertos.
Aquella
manera de desarrollarse el primer tercio de la lidia sería imposible de
sostener hoy. Había veces que en una corrida morían quince o veinte caballos.
¿Cuánto costaría esto ahora?.
Además, hay
que reconocer que en el tiempo que me refiero, los toros, la mayor parte de
las veces, se quedaban sin picar porque no les daba lugar a los picadores
—ya medianos jinetes— a enganchar al toro, y se daba el caso de que, alguna
vez, después de haber matado el toro a dos o tres caballos aún no le habían
partido el pellejo con la puya.
Los
caballos que se utilizaban, en esta época decadente de la suerte de varas, eran
malísimos, apenas se podían tener en pie. Es lógico que entonces se llevaran a
la plaza de toros los caballos inútiles, ya por muy viejos, ya por tener vicios
o defectos incorregibles que les hacían inservibles para otros trabajos, pues
en resumidas cuentas lo más seguro era que los mataran.
Esa época
decadente debe su aparición a la falta de picadores capaces de sostener la
maestría de sus antecesores. La
impericia del varilarguero fue la causa de una continua y brutal matanza de
caballos, que trajo como consecuencia la de no poner a su disposición
nada más que jamelgos cadavéricos.
Fue un
círculo viciosos la mala forma de picar originó la necesidad de utilizar
caballos pésimos —inútiles para una suerte en la que tanto es menester la
fuerza y el vigor y al no contar el jinete con una montura, dotada de las
¡imprescindibles facultades, le resultaba imposible, o dificilísimo, el
practicar la suerte con eficacia y decoro.
Así es como
se produjo la decadencia de este tercio de la corrida, tan arrogante como
imprescindible, y pasó a la historia para no ser más una realidad.
La evolución
económica, en su siempre progresiva carrera ascendente de precios, hizo que el
costo ínfimo, despreciable, de un jaco viejo y agotado, se convirtiera en una
cantidad estimable; y ya no resultaba financiero el despilfarro de que un solo
toro matara dos o tres caballos.
Hubo un
tiempo en que, muertos todos los caballos de la cuadra, tuvieron, en más de una
ocasión, que salir a la calle y comprar caballos a los cocheros de vehículos
de alquiler. A esto no se le daba mayor
importancia, total eran cuatro perras y había que salir del grave aprieto que
suponía una plaza llena de «hombres» pidiendo caballos violentamente.
Era el
espectáculo que apasionaba a los españoles, entonces no se conocía ese otro más
enardecedor e «importado» de los dos puntos que se disputan los equipos de
fútbol en los partidos de Liga.
En aquellas
plazas de toros lo más que cabían eran ocho o nueve mil personas, pero eran
de tal calibre que, si no se les daban las fiestas de toros con la debida
calidad, arrollaban con más violencia que una erupción volcánica.
Seguramente
es que les faltaba esa educación deportiva que adorna á loa 160.000 que hoy
asisten al interesante deporte, casi regalado, qué se practica; también casi
de balde, por los profesionales de la pelota.
Lo cierto
es, volviendo al tema, que la suerte de varas se contaminó de una afección
cancerosa, y como esta suerte, sin duda alguna, era la médula de la Fiesta
Nacional, esa progresiva enfermedad invadió a todo el conjunto y hoy está
enfermizo, decadente y próximo a expirar.
En siete de
febrero de 1928, se dictó una Real Orden, disponiendo que a contar del día ocho
de abril de aquel año, sería obligatorio el uso de petos defensivos, para
proteger a los caballos, en las corridas de toros y novillos que tuvieran lugar
en las plazas consideradas como de primera categoría; en las demás era
potestativo y más tarde, al año siguiente 1929, este uso se hizo obligatorio
con carácter general.
Entonces
fue cuando empezó a corroer la carcoma que consumirá a las corridas, pues de todo el mal que afecta al primer tercio de
la lidia nace el imponderable mal de que adolece el festejo.
En efecto:
aquella medida gubernamental del 1928, estaba inspirada en un sentimiento
compasivo hacia el noble cuadrúpedo; el sentir del legislador fue el de salvar
al caballo, pero velando, al mismo tiempo, por la integridad e intereses de la
lidia. Se ocupó, muy minuciosamente, de que esa medida protectora del
caballo, estuviese perfectamente reglamentada, y así vemos que la Real Orden
de 9 de abril de 1930 del Ministerio de la Gobernación, estableció unas
características a las que obligatoriamente han de ajustarse los petos que se
utilicen.
Esas
características, literalmente copiadas: son: «Su parte exterior, de paño
fuerte, color gris, y la parte interior, de lonas de algodón, es de una sola
pieza; está dotado de un faldoncillo encuatado del largo aproximado de una
cuarta, para proteger también la bragada del caballo, y su terminación esta
guarnecida por ribetes de cuero».
De este
peto, que el legislador impuso, al que vemos en las plazas de toros, hay la
misma diferencia que la existente entre la pulga y el elefante.
Además el
legislador, que siempre ordena sabiamente, dispuso en aquella Real Orden del
1928, en el párrafo segundo del artículo 6°, que por los representantes de la
Autoridad se adoptarían las medidas de vigilancia necesarias para evitar
sustituciones de los petos —siempre guardados bajo llave en poder de la
Autoridad— exigiéndose, en su caso, responsabilidades a la empresa del servicio
de caballos.
Aun queda
otro precepto muy interesante en el artículo 8.° de esta Real Orden, que dice: «Si
el empleo de los petos produjese resabios en los caballos, se estudiará y
acordará la limitación del número de corridas en que pueda tomar parte un mismo
caballo».
Desde luego
que aquel legislador entendía de estas cosas de toros y por ello presentía
el alcance, trapisondas y uso indebido a que podía dar lugar la utilización de
los petos.
Pese a
tanta precaución, surgió el embrollo y casi desde el principio de emplear el
peto, se ha venido aprovechando, por los ventajistas,
para conseguir dañar bárbaramente al toro.
El peto
dejó de ser una medida protectora para el caballo y se convirtió en una
terrible arma contra el toro; a virtud de la cual, aparapetados todos
—picador, toreros, mozos de plaza— detrás de aquel carro blindado, se le
causa al toro una espantosa carnicería y, allí mismo, en aquel momento se le
aniquila.
Es preciso y urgentísimo que el peto reglamentario se reponga
inexorablemente. Tiene que cumplirse con todo rigor lo que manda la Ley en la,
tan repetida, Real Orden de siete de febrero de 1928. De no hacerse así esto se
terminará.
La suerte de varas es uno de los momentos más bellos de la lidia,ya que es la prueba definitiva de la bravura y poder del toro y se debe hacer equilibrando el castigo.
ResponderEliminarEs la garantía que precisa el buen desarrollo de los tercios posteriores,todos los cuales dependen del de varas y cuando es bien realizada,hay emoción y vibra el aficionado en el tendido.
Desgraciadamente la emoción y vistosidad,no viene acompañada de una buena ejecución.
Lo que vemos es picar trasero,tapar la salida y con la finalidad de la faena de muleta solamente,que es a lo que propenden los malos toreros y como directores de lidia dejan hacer,sin duda porque a toro ahormado,pero vivaz,y toro de embestida defectuosa pero moribundo,prefieren el segundo.En cambiar esta forma mala de picar,se juega una parte importante de la lidia y los que deben hacerlo,no lo hacen.
La autoridad no ejerce como debe ser,así acabaría con estas tropelías.
La figura del aficionado va desapareciendo,a lo que se suma un sector del público indocumentado que no es capaz de realizar un examen de la lidia desde el prisma del buen aficionado.Son los que propician estos atropellos y con su actitud pasiva le quitan autenticidad a este tercio.Hoy en día con un mínimo que cumple el toro en varas,piden el indulto,de seguir así estamos a las puertas de su desaparición.
Desde Surco.
Completamente de acuerdo. La tendencia y sueño de algunos ganaduros es que sus toretes no se los pique. Porque llegarían muertos a la faena de muleta. Es más algunos ya quieren prescindir de esta suerte y hacer del toreo de muleta el eje de la lidia.
ResponderEliminarEn suma, degeneración total. Si esto no se corrige ahora, el costo será irreversible .
Pocho
Cada vez es más difícil la recuperación del tercio de varas,con toda la carga emotiva que genera la belleza de su buena ejecución.Los toreros actuales demuestran poco interés en el y pocos son los que saben poner en suerte al toro,la mayoría lo colocan al relance y en distancia corta,para recibir un picotazo y la segunda entrada es una parodia.
ResponderEliminarLa figura del aficionado está desapareciendo,los que van a la plaza no saben la importancia de este tercio y por ello hay una mínima exigencia y este es un grave problema de la fiesta,la falta de formación de la gente,por lo menos piden el indulto.Así va camino a su desaparición.
Un mal ejemplo,lo dió el ganadero de Nuñez del Cuvillo,al comentar el indulto de su toro en Algeciras,sin picar lo indultaron,no considera importante la suerte de varas,a él le vale lo que da el toro en la muleta.Indultos así son una lacra para la fiesta.
Mención aparte,merecen esos sinverguenzas de la prensa taurina, que apoyan todo esto con su silencio. Hoy sólo en Francia y pocas plazas de España se puede ver este tercio fundamental de la lidia,en toda su belleza y emoción.
E.A.V.