Homenajeando al Maestro
Alfonso Navalón, Pueblo, mayo de 1981.
El cuarto había salido huyendo de los capotes, y le dio abundantes
coces al peto las cuatro veces que salió huyendo del picador. Descompuesto en
banderillas, cuando Antoñete toma la muleta con el público en contra, el toro
está emplazado en los medios y reculando al ver al torero. Antoñete se va a
los medios, se dobla con él con torerísimoempaque y, sin más, se va lejos,
dejándose ver, y cita al natural. El manso va pegando oleadas y el viejo
torero, serio y sobrio, lo embarca en soberbios naturales, sin ceder ni un
palmo de terreno. No lo entendían, era todo demasiado sencillo y demasiado
grandioso. De pronto estalla el primer olé cerrado y rotundo. Antoñete ha
rematado el último natural abanicando el costillar, y le ha dejado la muleta
en el hocico y la pierna adelantada para echárselo a la hombrera en un pase
de pecho antológico. Ya es suya la plaza. Los ignorantes no protestan. Los
aficionados se mueren de gusto viéndolo. El toro escarba y recula. Otra tanda
de naturales con el medio pecho por delante y la muleta mecida y limpia.
Cambia de mano y abre el compás de los derechazos, y luego el regusto de los
recortes, de las trincheras a dos manos, del desmayo del remate dejando la
muleta muerta debajo del belfo y saliendo airoso sin mirar al toro, seguro
que había quedado allí, fijo y dominado. Estábamos soñando el toreo sentido y
desgranado con pasmosa naturalidad. Yo que Antoñete no hubiera recibido
aquella oreja. Estas cosas no se pueden medir por un pañuelo de más o de
menos que saque el funcionario del palco. Estas faenas sólo se pueden medir
por la huella que dejan en el recuerdo, y la recompensa justa hubiera sido
una flor nada más. Perdona, lector, que después de ver esto no empuerque la
crónica hablando del segundo espada. No sería elegante mezclar la grandeza de
unos muletazos cargados de solemnidad con la vulgaridad de unos trapazos que
hacían reír a la gente.
ADIOS A UN TORERO DE CRISTAL.
Con su marcha se han cerrado las páginas de una torería inolvidable
Antonio
Chenel, genio bohemio del toreo, se ha ido de una forma patética, con un
cigarro entre los dedos y arrastrando dolorosamente una decadencia física que
no podía sobreponerse a su exquisito sentido del toreo. Ha sido el último
artista que me ha emocionado en la plaza, y luego Curro Vázquez, hasta caer
en el desierto de funcionarios y mecánicos del traje de luces. Antonio, golfo
donde los haya y al mismo tiempo ingenuo como un niño, me ha brindado momentos
irrepetibles. Hemos sido dos biografías disparatadas y sin provecho, mientras
se hacían millonarios los chupones mediocres que nos rodeaban. Hemos toreado
juntos un montón de festivales y tentaderos, y nos ha llegado el amanecer
entre el humo y las copas. Y lo he visto gozar y luego llorar una noche en mi
casa cuando se marchaba a América sin saber lo que iba a liquidarse esa
temporada el dictador Chopera, después de salvarle su gran negocio de Las
Ventas. Mientras Curro se 'ponía' millonario haciendo el paseo y poco más en
La Maestranza. Antonio, al final de su vida cayó en manos de un proxeneta que
lo embarcó en la crueldad de vestirlo de luces cuando ya no tenía ni salud.
Antes lo estrelló Chopera en aquella despedida despiadada con seis moruchos
destemplados. Luego ese falso cronista explotador paseó la ruina de su gloria
para exprimir el respeto a su recuerdo con una ignorancia temeraria de lo que
es ponerse delante de un toro. Todos sabíamos que cualquier tarde se le podía
parar el corazón en esa locura senil de arañar unas pesetillas muy amargas.
Nos dolía verlo hundido en ese disparate sin gozar de una mujer que lo adora
y de un hijo-nieto que es el mayor tesoro de su vida. Y así, su gloria de
artista acabó burdamente en el balón de oxígeno de una ambulancia cuando ya
no tenía ni resuello para sostener la muleta. Mientras su explotador decía en
los micrófonos que Antonio era el ser que más adoraba. Y todos sabíamos que
estaba haciendo de sanguijuela y de puntillero. Se nos ha ido un torero de
cristal y con él se han cerrado las páginas de una torería inolvidable
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Maestro,es aquel que deja una huella indeleble en la historia del toreo y su recuerdo perdura a través del tiempo.Así fue Antoñete.
ResponderEliminarDesde Surco.