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miércoles, julio 11, 2012

Tertulia 4º. El toreo moderno necesita un toro especial.




Escrito por ELCHOFRE   
sábado, 23 de octubre de 2010
Para la ejecución de la moderna for­ma de torear, es preciso un tipo especial de toro -no me refiero a que sea pequeño y joven- con unas ca­racterísticas muy particulares.
Este toro existe y es el que se lidia la ma­yor parte de las veces. Si es que ha surgido por casualidad, por degeneración de la raza, o es que ha sido logrado mediante un sistema de cruzas de sangre, es cosa de la que no nos ocu­paremos.
Lo cierto es que hacía falta un toro blando y suave, tanto en su físico como en su temperamento, para dar satisfacción al público que pide ese toreo tan lánguido que hoy se prac­tica.
Este es el toro que hoy se lidia general­mente, sus características son: conserva la bravura -bajo cierto aspecto más acusada y pura que la de los toros de antaño- pues muy bravo tiene que ser el toro que entra tres o cuatro veces al caballo «acorazado» donde le pegan a placer, sin que el animal tenga la com­pensación de derribar o vencer.
También se ha conseguido que la res tenga una cornamenta natural, pequeña y recogida, cosa absolutamente necesaria para que el torero pueda pasárselo tan cerca como se le exige.
Pero el toro actual ha perdido completamente mente el nervio y la codicia. Por ello es posi­ble que se les cite tan en corto — a veces a me­nos de medio metro — y que se les haga esa clase de toreo, rayano en lo cómico, sin mirar al toro, dándole casi siempre la espalda y ac­tuando el torero como si allí no hubiera nin­gún toro.
Cuando el toro tiene nervio y codicia no da lugar a que se le acerquen tanto, se arranca desde los cuatro o cinco metros. Se revuelve tan rápido que de ninguna manera permite la ejecución de la mayoría de los pases modernos, pues su propia codicia le hace derrotar en el preciso instante en que percibe que se le va de su alcance el engaño.
Tampoco se dejan dar esos toquecitos con la muleta para dejarlos frenados y salir el li­diador corriendo, ante la misma cara de la res, colocándose muy lejos, como si fueran a prac­ticar la manoseada farsa del pase natural aguantando.
El toro con casta, nervio y codicia no se deja hacer ninguna de estas tonterías. A este toro hay que dominarlo primero, doblándose con él. Hay que lidiarlo y ponerlo en suerte, en el terreno conveniente y después torearlo.
Entiéndase bien: torearlo, es decir, citarla a la distancia media —ni corta ni larga — que es la difícil. Embarcarlo en el engaño, tirar de él, pasárselo por delante templado, parando, mandando y, por último, dejarlo en suerte para practicar el siguiente pase, sin que haya necesidad — como hoy ocurre casi siempre — de que sea el torero el que vuelva a buscar el sitio.
Además, a estos toros de casta buena, hay que hacerles la clase de faena, con los pases precisos que a cada uno de ellos y en cada momento sean necesarios, no los que el torero se haya traído pensados o estudiados desde el hotel, pues de lo contrario se exponen a no poderlos matar en toda la tarde.
Pero si todo este problema se da resuelto a los actuales «fenómenos», soltándoles un bi­cho que no tiene ningún temperamento —o lo han enfermado o tarado maliciosamente— ¿para qué necesitan los «diestros» saber ya nada de eso?
Se dice que ahora la mayoría de los gana­deros no se preocupan de tentar sus reses. Esto es totalmente falso. La tienta es el único me­dio que tiene el ganadero para conocer lo que el toro puede hacer luego en el ruedo, y sin la tienta no hay manera de saber qué vacas se deben cruzar con los sementales para conse­guir una reata digna de la divisa que llevan.
Aquí, en la tienta, es donde empiezan los sacrificios para el ganadero y los gastos que tanto elevan el precio de los toros. Hay que desechar muchos becerros, porque no entran al caballo, y de los que no se desechan y pasan al cerrado —hasta que llegan a la edad de toro— se diezman por enfermedades, riñas entre ellos y mil causas más.
En resumen, por cada res, de cinco años cumplidos, que salta a la arena se han eliminado o perdido lo menos tres. Esto y los demás innumerables gastos que tiene la ganadería, explica fácilmente que las corridas de toros, de tronío, que hace veinticinco años costaban quince mil pesetas, valgan hoy de 140.000 a 150.000.
¡Ya está bien! 25.000 pesetas por un toro, cuya lidia no dura más de veinte minutos, es decir: cada minuto de lidia cuesta 1.250 pese­tas...
Por su parte el tipo medio del torero ac­tual, no está capacitado nada más que para hacer el «Tancredo» y tres o cuatro filigranas estrambóticas, escondido detrás de la oreja del toro. Aunque sepa que existe una cosa llama­da lidia del toro, para ponerle en condiciones de hacerle faena artística, no la práctica.
Eso de lidiar ya no se ve, porque  como  a la gente no le gusta nada más que la filigrana, los toreros jóvenes —acostumbrados al torete suave de carril— no lo han practicado y por tanto no saben lidiar.
De aquí resulta que cuando, alguna vez, sale ese toro —desde luego bravo y noble— con  ciertas características, corregibles mediante una lidia inteligente, nos quedamos sin ver nada; pues el espada cree, o nos lo hace creer, que no se le puede torear de ninguna manera y lo pasaporta de cualquier forma.
Aquí es donde debe surgir la indignación y la intransigencia del espectador. Ese animal que tanto trabajo y dinero cuesta, no debe ser eliminado injustamente en menos de cuatro o cinco minutos y alevosamente asesinado sin intentar sacarle ningún partido.
Son poquísimos los toros de buena gana­dería —quizá el uno por ciento— a los cuales no se le puede sacar faena. Pero los actuales toreros no se molestan en agotar los innume­rables recursos que el arte del toreo posee para ello. No son muy amantes de su oficio.
En cambio el toro, como actúa siempre a virtud de su indefectible instinto animal, jamás falla en su modo de pelear. Por esto resulta bastante más interesante, para los aficionados que han visto muchas corridas, el contemplar la faena inteligente en la que se va dominando y corrigiendo al toro, hasta que haga lo que el espada se había propuesto.
Es interesante porque el toro responde con exactitud, mejora o empeora, según lo que le  está haciendo el torero. Si el público mirase un poco más al toro y algo menos al torero; es decir, en vez de fijar la vista en la bonita fi­gura de éste, la fijara en su mano, en sus pies, en su muleta y en la cabeza del bicho, no cabe duda de que llegarían a comprender las exce­lencias del toreo y a saber juzgar con justicia los acontecimientos.
Que el toreo de ahora es muy bonito, no puede negarse, pero en esta fiesta hay cosas que son de mejor calidad que lo vistoso y estas cosas son las que dejan en el ánimo del afi­cionado una huella que jamás se borra.
Siempre se recuerdan los pases naturales ligados al de pecho, cuando tuvo que empezar el torero por vencer, lidiando, la pujanza y violencia del toro, que se arrancaba arrollando cuanto tenía delante.
Han existido toreros, alguno queda, que este problema de preparación lo hacían poniéndole mucho arte y componiendo la figura desde un principio. Pero de esto a los actuales estilistas, con torillos prefabricados, hay un abismo.
Si, señores: El toreo moderno requiere un toro especial, un toro cómodo y bueno que lo ponga él todo; y sin embargo, no obstante ser este tipo de toro, tranquilote y suavón, el que sale casi todas las veces, también la mayor parte de las veces se van al desolladero sin que les hayan hecho otra cosa que torearlos con la mano derecha y a base de muletazos de relumbrón y floritura.
El moderno repertorio de los artistas del toreo es muy corto y muy pobre. La culpa la tiene el público que sólo ovaciona y da orejas cuando se ejecutan manoletinas, arruzinas, pedresinas... Esto es porque desconocen o han olvidado que la importancia del toreo está en la mano izquierda.
Para refrescar ideas deben recordar que la muleta en la mano derecha aumenta el tamaño por la ayuda del estoque; cosa que no puede ocurrir cuando se agarra con la izquierda.
Ya con la muleta en la izquierda, el pase natural es la suerte fundamental del toreo. Puede que algún aficionado joven no compren­da y pregunte la razón de ser tanta su impor­tancia; ello es así porque: En este pase se cita al toro con el engaño, trapo rojo, caído natu­ralmente y tiene un tamaño pequeño. Este pase no se puede intentar nada más que cuan­do el bicho conserva fuerza y su viaje es largo. Se cita, para darlo, colocándose el torero frente al toro en línea recta con él; al arrancarse se le engancha en la muleta, se carga la suerte ade­lantando la pierna izquierda y se corre la ma­no, quebrando o rompiendo aquella línea recta, que formaban toro y torero, hasta hacerle describir a este un cuarto de circunferencia.
El pase natural  -(uno sólo, pues los otros naturales que se dan seguidamente del primero, llamados ligados, en los que el toro seguirá detrás del engaño sin ver ya nada más que la muleta y girando como el burro de la noria son de menos importancia)- cuando el que se le liga inmediatamente es el de pecho, consti­tuye lo que se llama «Oro de Ley».
Porque en este pase de pecho el torero, cla­vado su pie izquierdo y adelantando el otro se pasa al toro por debajo del pecho y le obli­ga a desandar, en sentido inverso, el camino que recorrió durante el pase natural.
Antes de ahora, cuando un torero se deci­día a dar estas maravillas de pases, los buenos aficionados, al verlo cuadrarse ante la res con la muleta naturalmente caída, ya le estaban, ovacionando.
Hoy vemos practicar la suerte por bastantes toreros, y quizás mejor que nunca, pero la gente moderna no da orejas nada más que cuando hay revolotinas y pases truculentos.
Se paga mejor la chatarra que la joya.

Fuente autorizada por  http//:www.elchofre.com

1 comentario:

  1. De interés el artículo,un acierto la públicación.Felicitaciones señor; Paccini Bustos.
    Las figuras se anuncian(imponen)con toros de los hierros considerados nobles y esta comodidad empobrece a la fiesta.Le da ribetes circenses.
    La decadencia de la fiesta va de la mano con la de la "afición".De nada sirve ver amontonar pases en faenas que no dicen nada.
     
    Desde Surco.

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