Escrito
por ELCHOFRE
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sábado,
23 de octubre de 2010
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Para la ejecución de la moderna forma de torear, es
preciso un tipo especial de toro -no me refiero a que sea pequeño y joven-
con unas características muy particulares.
Este toro existe y es el que se lidia la mayor
parte de las veces. Si es que ha surgido por casualidad, por degeneración de
la raza, o es que ha sido logrado mediante un sistema de cruzas de sangre, es
cosa de la que no nos ocuparemos.
Lo cierto es que hacía falta un toro blando y
suave, tanto en su físico como en su temperamento, para dar satisfacción
al público que pide ese toreo tan lánguido que hoy se practica.
Este es el toro que hoy se lidia generalmente, sus
características son: conserva la bravura -bajo cierto aspecto más acusada y
pura que la de los toros de antaño- pues muy bravo tiene que ser el toro que
entra tres o cuatro veces al caballo «acorazado» donde le pegan a placer, sin
que el animal tenga la compensación de derribar o vencer.
También se ha conseguido que la res tenga una
cornamenta natural, pequeña y recogida, cosa absolutamente necesaria
para que el torero pueda pasárselo tan cerca como se le exige.
Pero el toro actual ha perdido completamente mente
el nervio y la codicia. Por
ello es posible que se les cite tan en corto — a veces a menos de medio
metro — y que se les haga esa clase de toreo, rayano en lo cómico, sin
mirar al toro, dándole casi siempre la espalda y actuando el torero como si
allí no hubiera ningún toro.
Cuando el toro tiene nervio y codicia no da lugar a
que se le acerquen tanto, se
arranca desde los cuatro o cinco metros. Se revuelve tan rápido que de
ninguna manera permite la ejecución de la mayoría de los pases modernos,
pues su propia codicia le hace derrotar en el preciso instante en que percibe
que se le va de su alcance el engaño.
Tampoco se dejan dar esos toquecitos con la muleta
para dejarlos frenados y salir el lidiador corriendo, ante la misma cara de
la res, colocándose muy lejos, como si fueran a practicar la manoseada
farsa del pase natural aguantando.
El toro con casta, nervio y codicia no se deja hacer
ninguna de estas tonterías.
A este toro hay que dominarlo primero, doblándose con él. Hay que lidiarlo y
ponerlo en suerte, en el terreno conveniente y después torearlo.
Entiéndase bien: torearlo, es decir, citarla a la
distancia media —ni corta ni larga — que es la difícil. Embarcarlo en el engaño, tirar de
él, pasárselo por delante templado, parando, mandando y, por último,
dejarlo en suerte para practicar el siguiente pase, sin que haya necesidad —
como hoy ocurre casi siempre — de que sea el torero el que vuelva a buscar
el sitio.
Además, a estos toros de casta buena, hay que
hacerles la clase de faena, con los pases precisos que a cada uno de ellos y
en cada momento sean necesarios, no los que el torero se haya traído
pensados o estudiados desde el hotel, pues de lo contrario se exponen a
no poderlos matar en toda la tarde.
Pero si todo este problema se da resuelto a los
actuales «fenómenos», soltándoles un bicho que no tiene ningún
temperamento —o lo han enfermado o tarado maliciosamente— ¿para qué necesitan
los «diestros» saber ya nada de eso?
Se dice que ahora la mayoría de los ganaderos no se
preocupan de tentar sus reses. Esto es totalmente falso. La tienta es el
único medio que tiene el ganadero para conocer lo que el toro puede hacer
luego en el ruedo, y sin la tienta no hay manera de saber qué vacas se
deben cruzar con los sementales para conseguir una reata digna de la divisa
que llevan.
Aquí, en la tienta, es donde empiezan los
sacrificios para el ganadero y los gastos que tanto elevan el precio de los
toros. Hay que desechar muchos becerros, porque no entran al caballo,
y de los que no se desechan y pasan al cerrado —hasta que llegan a la edad de
toro— se diezman por enfermedades, riñas entre ellos y mil causas más.
En resumen, por cada res, de cinco años cumplidos,
que salta a la arena se han eliminado o perdido lo menos tres. Esto y los
demás innumerables gastos que tiene la ganadería, explica fácilmente que las
corridas de toros, de tronío, que hace veinticinco años costaban quince mil
pesetas, valgan hoy de 140.000 a 150.000.
¡Ya está bien! 25.000 pesetas por un toro, cuya
lidia no dura más de veinte minutos, es decir: cada minuto de lidia cuesta
1.250 pesetas...
Por su parte el tipo medio del torero actual, no
está capacitado nada más que para hacer el «Tancredo» y tres o cuatro
filigranas estrambóticas, escondido detrás de la oreja del toro. Aunque sepa
que existe una cosa llamada lidia del toro, para ponerle en condiciones de
hacerle faena artística, no la práctica.
Eso de lidiar ya no se ve, porque como a la gente
no le gusta nada más que la filigrana, los toreros jóvenes —acostumbrados al
torete suave de carril— no lo han practicado y por tanto no saben lidiar.
De aquí resulta que cuando, alguna vez, sale ese
toro —desde luego bravo y noble— con ciertas características,
corregibles mediante una lidia inteligente, nos quedamos sin ver nada; pues el espada cree, o nos lo hace
creer, que no se le puede torear de ninguna manera y lo pasaporta de
cualquier forma.
Aquí es donde debe surgir la indignación y la
intransigencia del espectador.
Ese animal que tanto trabajo y dinero cuesta, no debe ser eliminado
injustamente en menos de cuatro o cinco minutos y alevosamente asesinado
sin intentar sacarle ningún partido.
Son poquísimos los toros de buena ganadería —quizá
el uno por ciento— a los cuales no se le puede sacar faena. Pero los
actuales toreros no se molestan en agotar los innumerables recursos que el
arte del toreo posee para ello. No son muy amantes de su oficio.
En cambio el toro, como actúa siempre a virtud de su
indefectible instinto animal, jamás falla en su modo de pelear. Por
esto resulta bastante más interesante, para los aficionados que han visto
muchas corridas, el contemplar la faena inteligente en la que se va
dominando y corrigiendo al toro, hasta que haga lo que el espada se había
propuesto.
Es interesante porque el toro responde con
exactitud, mejora o empeora, según lo que le está haciendo el torero.
Si el público mirase un poco más al toro y algo menos al torero; es decir, en
vez de fijar la vista en la bonita figura de éste, la fijara en su mano,
en sus pies, en su muleta y en la cabeza del bicho, no cabe duda de que
llegarían a comprender las excelencias del toreo y a saber juzgar con
justicia los acontecimientos.
Que el toreo de ahora es muy bonito, no puede
negarse, pero en esta fiesta hay cosas que son de mejor calidad que lo
vistoso y estas cosas son las que dejan en el ánimo del aficionado una
huella que jamás se borra.
Siempre se recuerdan los pases naturales ligados al
de pecho, cuando tuvo que empezar el torero por vencer, lidiando, la pujanza
y violencia del toro, que se arrancaba arrollando cuanto tenía delante.
Han existido toreros, alguno queda, que este
problema de preparación lo hacían poniéndole mucho arte y componiendo la
figura desde un principio. Pero de esto a los actuales estilistas, con
torillos prefabricados, hay un abismo.
Si, señores: El toreo moderno requiere un toro
especial, un toro cómodo y bueno que lo ponga él todo; y sin embargo, no
obstante ser este tipo de toro, tranquilote y suavón, el que sale casi todas
las veces, también la mayor parte de las veces se van al desolladero sin
que les hayan hecho otra cosa que torearlos con la mano derecha y a base de
muletazos de relumbrón y floritura.
El moderno repertorio de los artistas del toreo es
muy corto y muy pobre. La culpa la tiene el público que sólo ovaciona y da
orejas cuando se ejecutan manoletinas, arruzinas, pedresinas... Esto
es porque desconocen o han olvidado que la importancia del toreo está en la
mano izquierda.
Para refrescar ideas deben recordar que la muleta en
la mano derecha aumenta el tamaño por la ayuda del estoque; cosa que no puede
ocurrir cuando se agarra con la izquierda.
Ya con la muleta en la izquierda, el pase natural es
la suerte fundamental del toreo.
Puede que algún aficionado joven no comprenda y pregunte la razón de ser
tanta su importancia; ello es así porque: En este pase se cita al toro con
el engaño, trapo rojo, caído naturalmente y tiene un tamaño pequeño. Este
pase no se puede intentar nada más que cuando el bicho conserva fuerza y su
viaje es largo. Se cita, para darlo, colocándose el torero frente al toro en
línea recta con él; al arrancarse se le engancha en la muleta, se carga la
suerte adelantando la pierna izquierda y se corre la mano, quebrando o
rompiendo aquella línea recta, que formaban toro y torero, hasta hacerle
describir a este un cuarto de circunferencia.
El pase natural -(uno sólo, pues los otros
naturales que se dan seguidamente del primero, llamados ligados, en los que
el toro seguirá detrás del engaño sin ver ya nada más que la muleta y girando
como el burro de la noria son de menos importancia)- cuando el que se le
liga inmediatamente es el de pecho, constituye lo que se llama «Oro de
Ley».
Porque en este pase de pecho el torero, clavado su
pie izquierdo y adelantando el otro se pasa al toro por debajo del pecho y le
obliga a desandar, en sentido inverso, el camino que recorrió durante el
pase natural.
Antes de ahora, cuando un torero se decidía a dar
estas maravillas de pases, los buenos aficionados, al verlo cuadrarse ante la
res con la muleta naturalmente caída, ya le estaban, ovacionando.
Hoy vemos practicar la suerte por bastantes toreros,
y quizás mejor que nunca, pero la gente moderna no da orejas nada más que
cuando hay revolotinas y pases truculentos.
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La LIBERTAD, supone un compromiso con la VERDAD, que cual valor supremo debe presidir todos nuestros actos. El REY de la fiesta, el TORO, exige que se predique de él con LIBERTAD.
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De interés el artículo,un acierto la públicación.Felicitaciones señor; Paccini Bustos.
ResponderEliminarLas figuras se anuncian(imponen)con toros de los hierros considerados nobles y esta comodidad empobrece a la fiesta.Le da ribetes circenses.
La decadencia de la fiesta va de la mano con la de la "afición".De nada sirve ver amontonar pases en faenas que no dicen nada.
Desde Surco.