Páginas

sábado, julio 07, 2012

Tertulia 3º. Por afición, no por negocio, pueden criarse toros de lidia.



Escrito por ELCHOFRE   
miércoles, 20 de octubre de 2010

Tertulia 3º. Por afición, no por negocio, pueden criarse toros de lidia.

Resulta inevitable que siempre que se trata de cuestiones taurinas sea ne­cesario emplear la palabra «afición», cuyo estricto significado es: tendencia o inclinación.
Por afición se va a presenciar las corridas, para extraer, hasta de los más insignificantes detalles, una sensación que sólo los buenos aficionados son capaces de comprender.
Observar a ese tipo de espectador que desde que se abre la puerta del chiquero no aparta su mirada del toro. Le sigue atentamente hasta en el arrastre. No hace jamás el menor comentario y, entre toro y toro tampoco habla, sigue pensando en lo que ha visto. Desde luego verlo todo en los toros es muy difícil.
Por afición algunos muchachos se dedican a la arriesgada profesión de torero.
Cierto que algunos buscaban dinero y va­nagloria. Estos son los que, con ejemplar pru­dencia, se retiran con 23 o 24 años y su pre­ciosa carga de billetes ganados a fuerza de pa­sar miedo, que a ningún torero le ha faltado. Hacen muy bien.
Pero que no se ofendan si decimos que merecen más admiración los que, como Lagar­tijo, el Guerra, Frascuelo, Juan Belmonte, Domingo Ortega y muchos más, nunca encon­traban el momento de retirarse, y la causa de ello era que no se resignaban a dejar el sitio.
Esto era afición y amor propio —vergüenza torera— y no digamos nada de  los   que, como el Espartero, Joselito, Manolete (éste en plena era del mercantilismo) y otros... pagaron con la vida antes que ceder su primacía. Por ello fueron y seguirán siendo, cada uno de su época, la figura máxima.
También es la afición la  que lleva a cier­tos señores a emprender el catastrófico papel de empresario. Sabemos que algunos lo hacen sólo por negociar, pero en el error llevan su penitencia; porque, tarde o temprano, ese ne­gocio, generalmente, es ruinoso.
Por último, para ser ganadero, criador de reses bravas, es para lo que más afición se necesita. Se dice con exactitud que el toro «cho­rrea billetes» desde que sale de la vaca.
No se puede ser ganadero sin haber llega­do antes al pináculo del agricultor. Es este el más caro de todos los deportes y no se puede pensar en otra renumeración que, no sea aque­lla incomparable satisfacción de ver como su toro toma una, y otra vara y, finalmente le dan la vuelta al ruedo arrastrado por las mulillas.
El toro hispánico, con esas características que sólo él posee, y le hacen ser adecuado para la lidia, no existe nada más que en España, o en aquellos sitios a donde se enviaron semen­tales para su reproducción. Son un producto exclusivo de esta tierra, fruto del esfuerzo de ­siglos, realizado por una inextinguible afición transmitida de padres a hijos entre los clásicos ganaderos.
¿Costoso?: es costosísimo; pero es el lujo y orgullo de la aristocracia del agro español. Así pues no es posible pensar en esta actividad como negocio, por muy caras que en ciertas ocasiones se hayan llegado a vender las corri­das.
Comprobación de tal verdad la tenemos en el incesante tráfico de compraventa de las ganaderías enteras que, cada año pasan a nue­vas manos para, en el siguiente, volver a ser revendidas. Continuamente cambian de nom­bre. Ya no se sabe de donde proceden las reses, ni de qué raza o de qué casta son oriundas. Es así porque no se pueden costear.
Únicamente esos prócer de la ganadería brava: Miura, que se presentó en Madrid en 1849. Pablo Romero en el 1888 y otros, muy pocos más, son los que aún se mantienen, criando toros de lidia y conservando ese pres­tigioso tipo de res que, sin temor a errar, po­demos conceptuar de perfecto.
Los demás no pueden mantenerse, acaso porque les falte ese espíritu de sacrificio que no se puede poseer cuando se carece de afición. No pueden soportar la terrible carga de gastos, contribuciones, impuestos, jornales, precio del grano y pastos —cuando no son propietarios de la dehesa— y mil atenciones más que exige la cría y selección. Un toro bravo es muy caro, porque cuesta mucho llevarlo a que cumpla la edad de cuatreño.
Los ganaderos que crían sus toros con la semilla que ellos mismos han conseguido, tras muchas   adquisiciones,   trabajos   y   desvelos hasta   lograr   su tipo  característico  de toro, son celosísimos en la presentación de sus corridas.
Cuidan hasta la  exageración de  que sus toros, cuando salgan a la plaza, peleen con genio y con nobleza. Es decir, el único tirano que debe esclavizar al ganadero, es el prestigio de su hierro.
Como son, o deben ser, independientes y están emancipados en lo económico, los que de tal cosa pueden alardear, se pueden costear el lujo de no vender corridas, cuando sea el trato bajo condiciones que afecten a la, intachable honorabilidad de prestigioso criador de toros bravos. No consienten que al toro, criado por él con tanto celo, se le esquilme  en las facul­tades ni en las defensas. No venderá becerro como novillo, ni novillo como toro...
Así vemos, incluso en los tiempos presen­tes, que hay muchos ganaderos que envían al matadero hermosas corridas de toros. Se apuntillan allí magníficos toros, tanto por su selección como por su presentación, lámina y kilos... y todo, por el sólo delito de reunir las condiciones óptimas de la corrida de tronío. Todo por ser demasiados buenos para que los corran en día de gala los príncipes de la tore­ría. Por esto, sólo por esto, es por lo que se que­dan sin pisar el ruedo y mueren en el mismo infamante lugar en que se apuntillan las reses criadas para carnizarlas.
No es menos doloroso el caso, que con tanta frecuencia presenciamos desde el tendido, de que a toros de «bandera» se les dan unos cuantos telonazos huyéndoles por la cara, para enseguida pegarles un golletazo. Tam­bién porque son demasiado bravos, codiciosos, gordos y bien armados; es decir, porque son una perfección respecto al ganadero que los ha criado.
Se ha visto muchas veces, que al mayoral o conocedor acompañante de la corrida, se le saltaban las lágrimas, cuando, desde el palco de chiqueros, presenciaba la infame lidia que le estaban dando a su bravo toro, al toro que él crió desde becerro con los cuidados que su pureza de sangre y rancio abolengo merecían.
El público debe conocer, y no olvidar, la pasión y el esmero que pone el criador de reses bravas en esa ardua y difícil labor.
Antes, los públicos prestaban mucha aten­ción a estos detalles, tenían mucho cuidado y al arrastrar al toro, le otorgaban su homenaje o su repulsa, según el comportamiento que hubiera tenido.
Hoy son pocos los que se acuerdan de cómo ha sido la pelea del toro y casi siempre lo arrastran sin que nadie le haga caso, ni para bueno ni para malo; en cambio al torero siempre se le manifiesta la opinión que ha merecido su labor, la mayor parte de las veces con un amplísimo margen de benevolencia.

Parece como sí se creyera que el toro es un producto espontáneo de la naturaleza, y es in­justo el olvido al ganadero, sin cuya existencia sería imposible el festejo.

Fuente autorizada por  http//:www.elchofre.com

1 comentario:

  1.  
    La figura del ganadero aficionado va desapareciendo,es algo muy serio lo que hacen y no deberían golpearlos en su dignidad,afición y grandeza.
    Poco hablan de los ganaderos y sus toros,precisamente,lo que más falta hace en este momento.
    M.U.S.

    ResponderEliminar