Escrito
por ELCHOFRE
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miércoles,
20 de octubre de 2010
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Tertulia 3º. Por afición, no por negocio, pueden criarse toros de lidia.
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Resulta
inevitable que siempre que se trata de cuestiones taurinas sea necesario
emplear la palabra «afición», cuyo estricto significado es: tendencia o
inclinación.
Por afición
se va a presenciar las corridas, para extraer, hasta de los más insignificantes
detalles, una sensación que sólo los buenos aficionados son capaces de
comprender.
Observar a
ese tipo de espectador que desde que se abre la puerta del chiquero no
aparta su mirada del toro. Le sigue atentamente hasta en el arrastre. No
hace jamás el menor comentario y, entre toro y toro tampoco habla, sigue
pensando en lo que ha visto. Desde luego verlo todo en los toros es muy
difícil.
Por afición
algunos muchachos se dedican a la arriesgada profesión de torero.
Cierto que
algunos buscaban dinero y vanagloria. Estos son los que, con ejemplar
prudencia, se retiran con 23 o 24 años y su preciosa carga de billetes
ganados a fuerza de pasar miedo, que a ningún torero le ha faltado. Hacen muy
bien.
Pero que no
se ofendan si decimos que merecen más admiración los que, como Lagartijo,
el Guerra, Frascuelo, Juan Belmonte, Domingo Ortega y muchos más, nunca encontraban
el momento de retirarse, y la causa de ello era que no se resignaban a dejar el
sitio.
Esto era
afición y amor propio —vergüenza torera— y no digamos nada de
los que, como el Espartero, Joselito, Manolete (éste en plena era
del mercantilismo) y otros... pagaron con la vida antes que ceder su primacía. Por
ello fueron y seguirán siendo, cada uno de su época, la figura máxima.
También es
la afición la que lleva a ciertos señores a emprender el catastrófico
papel de empresario. Sabemos
que algunos lo hacen sólo por negociar, pero en el error llevan su
penitencia; porque, tarde o temprano, ese negocio, generalmente, es
ruinoso.
Por último,
para ser ganadero, criador de reses bravas, es para lo que más afición se
necesita. Se dice con exactitud que el toro «chorrea billetes» desde que
sale de la vaca.
No se puede
ser ganadero sin haber llegado antes al pináculo del agricultor. Es este el
más caro de todos los deportes y no se puede pensar en otra renumeración que, no
sea aquella incomparable satisfacción de ver como su toro toma una, y otra
vara y, finalmente le dan la vuelta al ruedo arrastrado por las mulillas.
El toro
hispánico, con esas características que sólo él posee, y le hacen ser adecuado
para la lidia, no existe nada más que en España, o en aquellos sitios a donde
se enviaron sementales para su reproducción. Son un producto exclusivo de esta
tierra, fruto del esfuerzo de siglos, realizado por una inextinguible
afición transmitida de padres a hijos entre los clásicos ganaderos.
¿Costoso?:
es costosísimo; pero es el lujo y orgullo de la aristocracia del agro
español. Así pues no es posible pensar en esta actividad como negocio, por
muy caras que en ciertas ocasiones se hayan llegado a vender las corridas.
Comprobación
de tal verdad la tenemos en el incesante tráfico de compraventa de las
ganaderías enteras que, cada año pasan a nuevas manos para, en el siguiente,
volver a ser revendidas.
Continuamente cambian de nombre. Ya no se sabe de donde proceden las reses,
ni de qué raza o de qué casta son oriundas. Es así porque no se pueden
costear.
Únicamente
esos prócer de la ganadería brava: Miura, que se presentó en Madrid en 1849.
Pablo Romero en el 1888 y otros, muy pocos más, son los que aún se mantienen,
criando toros de lidia y conservando ese prestigioso tipo de res que, sin
temor a errar, podemos conceptuar de perfecto.
Los demás
no pueden mantenerse, acaso porque les falte ese espíritu de sacrificio que
no se puede poseer cuando se carece de afición. No pueden soportar la terrible
carga de gastos, contribuciones, impuestos, jornales, precio del grano y pastos
—cuando no son propietarios de la dehesa— y mil atenciones más que exige la
cría y selección. Un toro bravo es muy caro, porque cuesta mucho llevarlo a que
cumpla la edad de cuatreño.
Los
ganaderos que crían sus toros con la semilla que ellos mismos han conseguido,
tras muchas adquisiciones, trabajos
y desvelos hasta lograr su tipo
característico de toro, son celosísimos en la presentación de sus
corridas.
Cuidan
hasta la exageración de que sus toros, cuando salgan a la plaza,
peleen con genio y con nobleza. Es decir, el único tirano que debe esclavizar
al ganadero, es el prestigio de su hierro.
Como son, o
deben ser, independientes y están emancipados en lo económico, los que de tal
cosa pueden alardear, se pueden costear el lujo de no vender corridas,
cuando sea el trato bajo condiciones que afecten a la, intachable honorabilidad
de prestigioso criador de toros bravos. No consienten que al toro,
criado por él con tanto celo, se le esquilme en las facultades ni en las
defensas. No venderá becerro como novillo, ni novillo como toro...
Así vemos,
incluso en los tiempos presentes, que hay muchos ganaderos que envían al
matadero hermosas corridas de toros. Se apuntillan allí magníficos toros, tanto
por su selección como por su presentación, lámina y kilos... y todo, por el
sólo delito de reunir las condiciones óptimas de la corrida de tronío. Todo
por ser demasiados buenos para que los corran en día de gala los príncipes de
la torería. Por esto, sólo por esto, es por lo que se quedan sin pisar el
ruedo y mueren en el mismo infamante lugar en que se apuntillan las reses
criadas para carnizarlas.
No es menos
doloroso el caso, que con tanta frecuencia presenciamos desde el tendido, de
que a toros de «bandera» se les dan unos cuantos telonazos huyéndoles por la
cara, para enseguida pegarles un golletazo. También porque son demasiado
bravos, codiciosos, gordos y bien armados; es decir, porque son una perfección respecto
al ganadero que los ha criado.
Se ha visto
muchas veces, que al mayoral o conocedor acompañante de la corrida, se le
saltaban las lágrimas, cuando, desde el palco de chiqueros, presenciaba la
infame lidia que le estaban dando a su bravo toro, al toro que él crió
desde becerro con los cuidados que su pureza de sangre y rancio abolengo
merecían.
El público
debe conocer, y no olvidar, la pasión y el esmero que pone el criador de reses
bravas en esa ardua y difícil labor.
Antes, los
públicos prestaban mucha atención a estos detalles, tenían mucho cuidado y al
arrastrar al toro, le otorgaban su homenaje o su repulsa, según el
comportamiento que hubiera tenido.
Hoy son
pocos los que se acuerdan de cómo ha sido la pelea del toro y casi siempre lo
arrastran sin que nadie le haga caso, ni para bueno ni para malo; en cambio
al torero siempre se le manifiesta la opinión que ha merecido su labor, la
mayor parte de las veces con un amplísimo margen de benevolencia.
Parece como sí se creyera que el toro es un producto espontáneo de la
naturaleza, y es injusto el olvido al ganadero, sin cuya existencia sería
imposible el festejo.
Fuente autorizada por http//:www.elchofre.com
La figura del ganadero aficionado va desapareciendo,es algo muy serio lo que hacen y no deberían golpearlos en su dignidad,afición y grandeza.
Poco hablan de los ganaderos y sus toros,precisamente,lo que más falta hace en este momento.
M.U.S.