Es cierto, y conviene insistir en esta cuestión, que
el toro experimenta muchas variaciones durante la lidia.
Los hay que salen
cobardones y luego se crecen con el castigo; por el contrario,
algunos parecen muy valientes de salida pero al sentir el hierro se vienen
abajo y comienzan a defenderse, a gazapear.
Es relativamente frecuente que a bichos bravísimos
cueste mucho trabajo hacerles entrar la primera vez al caballo. Esto ocurría mucho cuando aún no se
utilizaban los petos, seguramente porque recordaban el color del pelo del
caballo de su mayoral, recordaran que en aquellos casos acostumbraba el
matador a ordenar que se cambiara el caballo por otro de distinto pelo, y
esos toros, tardos en su primera arrancada al caballo, terminaban
tomando cuatro o cinco varas y tumbaban para el arrastre cuatro o cinco
caballos.
Otros toros acusan algún defecto y tendencia, o son
peligrosos porque pegan más con un pitón que con el otro —costumbre
adquirida en sus reyertas en la dehesa— y por ese lado es expuesto
torearlos.
Los hay que, de una manera instintiva, después de
arrancar, cuando llegan a la reunión con el torero, se frenan —porque
presienten la presencia del hombre— y derrotan.
En fin, dificultades, más o menos posibles de
vencer, presentan casi todos los toros —aunque pasen inadvertidas para la mayoría— pero
observamos, sobre todo en las buenas corridas, que a medida que avanza la
lidia van desapareciendo esas dificultades y los toros se van corrigiendo. Esto
no sucede por casualidad, sino que es obra de los toreros.
Por ejemplo al toro que se vence por un pitón y
busca por ese lado, hay muchos buenos toreros que acostumbran a hacerles
pasar varías veces seguidas por el lado contrarío, lo encelan por ese lado.
Así, cuando luego les hacen pasar por, aquel cuyo pitón ofrecía peligro,
resulta que ya se les ha corregido el defecto porque el torero ha hecho
que se les olvide.
El toro que se queda en la mitad de la suerte,
también tiene su lidia o manera de evitarlo: unos toreros les hacen
arrancarse de lejos y con fuerza, para que no puedan frenarse con
facilidad; otros no les dejan parar, para que no se emplacen; otros
les torean dándole la salida hacia el centro del anillo y el animal
tiene ante sí más campo abierto y libre.
Para cada caso existen muchos recursos o maneras. Pero
todo es arriesgado, requiere conocimiento y valor en el torero. Es lo que
clásicamente se conoce con el nombre de «lidiar», cosa que hoy se
hace por muy pocos toreros. Lo corriente es que si el toro no es de
«carril», para empezar desde el primer momento componiendo la figura, se le
den los consabidos cuatro trapazos y un sartenazo para que lo arrastren
pronto.
Pero cuando el artista es además maestro, torea todo
lo que le echan: primero
lidiando y fregando, y después, cuando ya ha corregido y atemperado al toro
—casi siempre bastan seis o siete muletazos— es cuando hacen la faena
artística.
Ese toro que parece totalmente imposible de
corregir, se le haga lo que se le haga, no suele ser así por su propia
naturaleza, es por consecuencia de la mala lidia que se le ha dado, si no
por el matador, sí por los subalternos.
Los colosos del toreo siempre han cuidado mucho la
forma de llevar la lidia; esto es, «cuidar del toro». ¿Quién no
recuerda a Cayetano Ordóñez? En sus toros, los peones no podían ni rascarse
si él no lo mandaba.
Y es que a los peones no se les debe dejar que sean
ellos quienes toreen, su labor es secundaria, de aquí la denominación de
«subalternos». Pero resulta cómodo para el espada que aquellos se lo
hagan todo. Que sean sus peones los que le den al toro los cuarenta
capotazos —y no comprenden que cada arrancada que gaste la res
embistiendo a un peón después le faltará a él en su faena— y sobre todo
que como el peón no torea tirando del toro, ni pasándoselo, ni corriéndole la
mano —sino que lo hace por la cara y enseñándole siempre el sitio por donde
se va el torero— lo que resulta es que vician al toro a embestir mal y a
buscar la salida.
Porque todo esto trae malas consecuencias para el
matador, y porque éste es el maestro —que como tal cobra— los peones no deben
actuar nada más que en su cometido estricto.
El Reglamento vigente dice, en su artículo 78; «los
peones tienen por misión: correr los toros, pararlos y ponerlos en suerte, y
para ello no puede haber en el redondel mas de tres peones con los matadores,
debiendo permanecer en el callejea los demás individuos de las cuadrillas».
De como deben torear los peones trata el artículo
79, que dice: «Los peones deberán torear cogiendo el capote con una sola
mano; y cuidarán de correr los toros por derecho; quedando terminantemente
prohibido recortarlos, empaparlos en el capote para que “choquen contra la
barrera y hacerlos derrotar deliberadamente, en ésta o en los burladeros,
con intención de que pierdan su pujanza, se lastime o inutilicen. Por
excepción, únicamente podrán torear a dos manos, cuando el matador, por la
condición del toro, así lo ordene”.
Una vez más tenemos que concluir que en el toreo,
como en casi todas las cosas de la vida, todo está legislado. Lo único que
hace falta es que se cumpla la Ley.
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La LIBERTAD, supone un compromiso con la VERDAD, que cual valor supremo debe presidir todos nuestros actos. El REY de la fiesta, el TORO, exige que se predique de él con LIBERTAD.
EL EJE DE LA LIDIA
jueves, julio 26, 2012
Tertulia 8.º Los subalternos en el toreo
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Pocos toreros - llamados figuras - hay actualmente que conjugen estas virtudes esenciales en tauromaquia.Ahora al toro lo sacan del caballo los peones y algunos le dictan del burladero la faena a la "figura" de turno.Si no hay la lidia como debe ser,mal vamos.
ResponderEliminarEl buen aficionado se fija en todos los detalles de la lidia,es algo que no hace la mayoría del público.
E.A.V.