Ocurre en el toreo como en casi todas las
actividades humanas, principalmente las artísticas. Unos fundamentan sus
éxitos en una labor sincera, honrada y veraz, otros, por el contrario viven
del engaño.
Hay pintores cuyo principal crítico o censor es su
propia conciencia. Sus cuadros tienen que estar encajados, perfectos en
dibujo, tono, color, volumen, realismo...; si no logran ese grado máximo en
excelencia, los borran, los rompen y jamás los enseñan. Los otros sólo buscan
el efectismo, el triunfo fácil basado en la sorpresa y engaño de las
mayorías, son mercenarios, carecen de vocación pura, representan la negación
del arte.
Siempre he sentido admiración por la persona capaz
para dedicarse a la profesión de torero. Es innegable que están superdotados,
su corazón y equilibrado sistema nervioso son maravillosos, y poseen pleno
dominio de su inteligencia y voluntad. Esto, y no otra cosa, es el valor.
Niego rotundamente que haya ni un solo torero que no
advierta la gravedad y riesgo que entraña su trabajo. No existe el torero
inconsciente.
Todos saben, y a medida que más corridas
torean lo saben mejor, que la más pequeña equivocación puede ser fatal. De
aquí el mérito que representan los toreros que llevan toreadas centenares
de corridas y habiendo sufrido más de una vez la cornada, siguen saliendo a
los ruedos.
Sin embargo y acaso como medio, natural y humano, de
disminuir ese grave riesgo sin aminorar el éxito, los trucos, las ventajas y
los camelos se prodigan demasiado.
Desde luego el torero siempre tiene ventaja o
superioridad respecto del toro, de lo contrario sería imposible torear. Es
decir, que tal ventaja en su justo significado, no sólo es lícita si no
necesaria.
Al toro se le puede torear por varías
circunstancias que, siempre y de manera necesaria, se dan en esta clase de
fieras.
Se le puede torear por su bravura, es fiero por
naturaleza y acomete por valentía; es el más esforzado y arrogante animal de
toda la creación. No se asusta de nada y sólo deja de pelear, siempre cara a
cara, cuando la muerte le hace doblar.
Como dato anecdótico: Una mañana, en la estación de
Barcelona, un toro, que había escapado del cajón al romperse éste cuando lo
desembarcaban, se arrancó y atacó frente a frente a la locomotora del tren
expreso que en aquellos momentos entraba en agujas.
Puede torearse al toro porque siempre, de manera
indefectible y fatal, acomete a los objetos que se mueven. Entre una cosa o
persona quieta y otra en movimiento, necesariamente, persigue y quiere
alcanzar aquello que, por instinto, presiente que se le escapa.
Además, la constitución de su organismo y sistema
óptico, es otro de los factores que de manera decisiva hacen posible el
toreo.
Pero ocurre que del uso abusivo de estos principios
básicos, sale eso que deja de ser ventaja o superioridad, natural y
admirable, para convertirse en «truco», «camelo» y «engaño» intolerables.
Más de cuatro cosas, que parecen de mucho mérito,
se les pueden hacer a los toros, porque llegan al último tercio completamente
agotados y malheridos por los picadores —hay veces que están en lento período
agónico desde que salen del caballo— que como son bravos no dejan de
embestir, aunque tarden en la arrancada, lo hagan sin energía y a fuerza de
obligarles.
Por esto, el toreo cruzado, o citando desde el pitón
contrario, que tanta importancia y valor tiene para hacer embestir al toro
tardo y reservón pero que conserva fuerza y vitalidad, casi siempre es un
puro camelo, pues el toro es ya una pobrecita babosa que no puede tirar ni de
su rabo.
El toreo citando muy de cerca, pero dejando la
muleta situada frente a la cara del animal, generalmente es truculento, pues
fija la atención del toro en el trapo que tiene delante, no se da cuenta de
que el hombre, pasito a pasito, se le va acercando hasta colocarse en una
zona en la cual el bicho ya no lo ve; y así es como pueden darle con el codo
en la cepa del cuerno para hacerle arrancarse y demás cosas tan aparentes.
Hay veces que también parece que el torero está muy
cerca del toro, porque lo que hace es quedarse detrás de la oreja del toro y
alargando el brazo pone el engaño en el hocico del enemigo. En estas
condiciones no sólo deja de estar cerca, sino que está tan retirado como si
se hubiera quedado en el hotel.
El toreo con las manos demasiado bajas, producto de
las modernas escuelas, es siempre una aran ventaja para el lidiador; ya que
los toros bravos de buena casta, cuando embisten lo nacen humillando mucho,
con la cara muy baja —cosa lógica, pues pretenden alcanzar con el pitón— y,
naturalmente, en esas circunstancias si se ponen las manos y por tanto, el
engaño muy bajos, resulta que durante todo el viaje, el toro sólo puede ver
el trapo rojo o la arena, de esta manera pasa por delante del torero, sin
darse la menor cuenta de lo que tiene encima. Dicho sea todo, en honor a la
verdad, que el torero tiene que «aguantar el tiro» estándose muy quieto, y
que cuando intenta enmendarse es cuando muchas veces viene la cogida.
Ocurre con frecuencia que a ciertos toros de
sentido, que se defienden mucho y no quieren pasar no hay más remedio que
torearlos a favor de la querencia —sitio en que se creen más seguros estos
toros casi siempre cobardes— esto es labor de gran lidiador y de mucha
valía, porque es darle ventaja al toro difícil. Pero también se abusa mucho
del toreo a favor de la querencia con toros que son claros boyantes y
embisten, derecho, en este caso, muy corriente, no se debe admitir, pues es
un alivio que, por lo menos, resta mérito a la faena.
No digamos nada del toreo con ayuda de peones, con
un toro claro, y de modo y manera que no se pueda descubrir la influencia
que está ejerciendo, en cada pase, la colocación, aparentemente casual de los
peones. Colocados éstos a derecha e izquierda del matador y muy distantes del
torero, para que el público, atento al espada, no los advierta; resulta que
son ellos los que le están dando todos los pases al toro. Esto será necesario
cuando el toro sea peligroso, y en esas circunstancias debe hacerse; pero
cuando el toro es pastueño, de embestida franca, el maestro que no se queda
solo en el ruedo y se lo lleva al platillo para torearlo él, lleva mucho en
su contra y la faena carecerá de toda importancia.
Los pases en el estribo y esos «aterradores» pases
con las dos rodillas en tierra, casi siempre son truculentos. Sobre todo, que
de rodillas lo único que se hace bien es rezar. El toreo de calidad se hace
en pie y mirando al toro.
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La LIBERTAD, supone un compromiso con la VERDAD, que cual valor supremo debe presidir todos nuestros actos. El REY de la fiesta, el TORO, exige que se predique de él con LIBERTAD.
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El toro,con con sus dificultades y peligros,da la medida de cada torero y debería salir en plenitud para todos.Cuando salen toros que toman embebidos los engaños,aran la arena en sus largas embestidas.La nobleza del toro debería hacer aflorar filigranas,suertes ejecutadas con gusto,armonía,ligazón y arte.
ResponderEliminarPero lo que vemos con frecuencia es,el toreo superficial,deslavazado y ventajista,que disgusta al aficionado.Lamentablemente para la fiesta,hay un sector del público con talante triunfalista a el que lo trae absolutamente sin cuidado la ilusión de la lidia y arte del toreo clásico.
Por ello hay un mínimo de exigencia.
Desde Surco.