Escrito
por ELCHOFRE
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viernes,
25 de febrero de 2011
Así es como
llaman ahora a las orejas y rabos de los toros y, es la verdad que
se abusa muchísimo de ellos. Se conceden demasiadas orejas, rabos y patas.
Los trofeos
los otorga la omnímoda voluntad delos espectadores. Sobre tal materia no hay
nada previsto en el vigente Reglamento; por consiguiente, cuando el público
pide la oreja hay que concederla, si insiste en la petición se tiene que dar la
otra, y así sucesivamente, el rabo, la pata, la otra, la otra...
Esto es la
cosa más absurda del mundo, cuya existencia, tan exuberante como dañina para la
propia fiesta, se debe solamente a un exceso de benevolencia, desconocimiento y
«patanatería» de la gente.
El origen histórico de esta costumbre es el
siguiente: En un principio, cuando el toreo era una cosa «seria», no se daban
orejas. Eran rarísimas y excepcionales actuaciones, en las cuales el torero
había realizado una labor asombrosa y extraordinaria en los tres tercios de la
lidia, aquel público, tan aficionado y tan conocedor del toreo, le regalaba al
torero el toro (que acababa de matar y allí mismo, en el ruedo, antes de
arrastrarlo le cortaban la oreja y se la entregaban al matador.
Era una
representación simbólica, fehaciente y justificativa, de que, como recompensan
a tan colosal actuación, aquel toro o lo que es lo mismo, su importe (entonces
un puñado de reales) le pertenecía al lidiador.
También era ésta una forma de
recompensa o retribución económica a los toreros que tan cumplidamente habían
acreditado merecerla.
Téngase en cuenta el modo de cobrar y la cuantía que
percibían entonces los toreros, y no se olvide que en los festejos llamados
menores a base de toreros humildes y principiantes, al concluir tenían éstos
que pasar los capotes, para recoger la regalía a voluntad de los espectadores.
Sabido esto, fácilmente se comprende, el absurdo y lo improcedente de que se
concedan dos orejas, rabo y pata o patas. Pues en el supuesto —que ya es
suponer— de que hoy un torero, con un toro, «toro», esté tan divinamente bien
que merezcan la concesión de esa «lluvia de trofeos», es cosa totalmente
opuesta a la tradición y además carece de todo significado.
Es decir que si
el torero está tan extraordinariamente bien —y siempre teniendo en cuenta la
clase de toro que ha toreado— lo más que se le debería conceder es una oreja,
puesto que siendo ésta, simbólica y tradicionalmente, equivalente a la
concesión del toro, el toro no se le podría regalar al torero nada más que una
sola vez.
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Que la
oreja —una sola oreja— no se le puede otorgar nada más que al torero que esté
extraordinariamente, en los tres tercios y en todas las suertes, es algo que el
público no debe olvidar si es que deseamos que los diestros se estimulen y no
cameleen tanto como hasta ahora lo hacen, a sabiendas de que con cuatro
manoletinas y otras tantas pamplinas (todas terminadas en «ina») ya se han
ganado todos los apéndices del bravo animal.
Pero no ocurre así. El público
de hoy es extremadamente generoso y candido, lo da todo. Unas veces por
simpatía, otras por fastidiar a los otros matadores de la terna y otras por el
espejismo de la reputación periodística del «fenómeno coletudo» (apelativo este
poco afortunado ya, pues hoy ni coleta tienen los artistas del ruedo).
No
sabe el público el daño que causa a la Fiesta cuando, con tanta insensatez,
saca su pañuelo injustamente. Pues aquel torero corta las orejas y lo que sea,
el suceso lo difunden rápidamente las agencias informativas, enseguida aparece
en la prensa de toda España, y ahí tenemos a ese espada engañando a quienes no
lo han visto e imponiéndose a los empresarios de las demás plazas de toros.
Además, en el noventa y nueve por ciento de los casos, cuando el torero ha
estado muy bien, es porque la bravura, la casta y la nobleza del toro lo han
permitido.
Por esto, ya que el público actual no puede remediar su manía de cortarle cosas al toro para dárselas al torero, lo justo es que si al torero se le concede una oreja, se le dé al toro una vuelta al ruedo en el arrastre, o dos si son dos las orejas que le han cortado.
Por esto, ya que el público actual no puede remediar su manía de cortarle cosas al toro para dárselas al torero, lo justo es que si al torero se le concede una oreja, se le dé al toro una vuelta al ruedo en el arrastre, o dos si son dos las orejas que le han cortado.
Esto sería
de justicia estricta, pero a los toreros no les gusta que se haga, pues les
resta mérito y, en su afán embaucador, no conformes con los apéndices que les
han «regalado» quieren también que parezca siempre que el toro era un
«barrabás».
Aquí en nuestra plaza hemos presenciado que alguna vez las
cuadrillas se han opuesto violentamente, a que los mozos de las mulas de
arrastre inicien la vuelta al ruedo del toro, ¡es que se aquilata tanto por los
«fenómenos» de ahora!
Protesto, como aficionado, de que se produzca ese
lastimoso, carnicero y hasta repulsivo espectáculo en el que se mutila —a veces
medio se descuartiza— ante el público, al noble animal que, con su bravura y
buen estilo de pelear, ha hecho posible aquel apoteosis torerista.
Considero que, lo que casi siempre ocurre, ese paseo de una carga de
«trofeos» con olvido absoluto del comportamiento del toro, es una tremenda
injusticia que se le hace al ganadero y a su paciente e ignorada labor durante
muchísimos años. Cuando al toro se le cortan muchas orejas y rabos es porque
ha sido muy bravo y muy noble. No debemos o lvidarlo.
Fuente autorizada por http//:www.elchofre.com
Fuente autorizada por http//:www.elchofre.com
Hace algunos años no había el aguacero de trofeos como hoy,ahora las faenas perfileras y ventajistas las culminan con el clásico sartenazo y obtienen trofeo.
ResponderEliminarUn toro de casta,íntegro,con edad y poderoso inquieta a las figuras,con los bobos se las arreglan.
Cada vez es más notoria la ausencia del aficionado,lo que abunda es el público festivalero que si no se cortan orejas cree que no ha visto torear.
La prensa al servicio del taurineo es la que apoya estos desmanes y al verdadero aficionado lo tiene en la mira con una campaña constante;que hoy se torea mejor que nunca,con esa actitud contribuyen a la decadencia de la fiesta.Son de un servilismo vergonzante.
Leromo.