Escrito
por ELCHOFRE
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lunes,
14 de marzo de 2011
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No es frecuente elegir como tema de conversación
taurina la figura del médico de las plazas de toros y no por ello deja de ser
uno de los primordiales e indispensables elementos de la corrida.
Allí, en su lugar estratégico, están los doctores
presenciando el espectáculo. Están inadvertidos, acaso ni ellos mismos
sospechan, o por mejor decir se detienen a pensar, que si la fatalidad
provoca el percance de la cogida, automáticamente saltarán a ocupar el puesto
de la máxima expectación. Expectación que será tanto más grande cuanto mayor
sea la fama y más mimado esté el diestro cogido.
Los médicos de las plazas de toros son, casi todos,
grandes aficionados. Si no lo eran cuando pretendieron el cargo, que es lo
más probable, llegan a serlo como consecuencia de tantas corridas vistas, por
lo general entre barreras y muy cerca de los profesionales del toreo que son
los que entienden bien de estas cosas.
Este complejo conocimiento del toreo, con todas sus
incidencias, suertes y secretos, constituye un requisito necesario para
estos profesionales de la cirugía.
El médico buen aficionado, en el preciso
momento de producirse la cogida diagnostica la cornada y las posibles
lesiones; pues conoce bien en qué instante del lance ha sido alcanzado el
torero y hasta el por qué del suceso.
Esto es primordial y más de un torero a ello le debe
la vida, ya que en semejantes ocasiones la actuación médica tiene que ser
rapidísima, no hay tiempo para perderlo en exploraciones que pueden ser
funestas.
Pudiéramos decir, con permiso de los doctores, que
éstos ven en cada caso los movimientos del pitón dentro del cuerpo humano,
como si éste fuera de cristal transparente.
Ven los destrozos que provocan porque saben cual fue
la causa de la cogida. Conocen la manera de hacer del toro mejor que los
mismos toreros.
Saben cuando hay y cuando no hay cornada. Si ésta
es más o menos profunda, según en el tercio de la lidia en que ocurra, el
momento del pase, en qué sitio o parte del anillo sucede, las condiciones
particularísimas del toro, la posición del torero al tiempo de surgir el
percance, la natural configuración de la cornamenta, la forma de pelear que
ha venido desarrollando el toro y miles de circunstancias más que no es
posible seguir enumerando.
He comprobado, más de una vez, que en ciertas
ocasiones en que parecía que no había pasado nada, ni aún siquiera había sido
derribado el torero, el médico corrió a su puesto en la enfermería y momentos
después llevaban al torero con una grave cornada.
Considero admirable al médico de los toreros, por
supuesto que admirable lo es siempre la dedicación de estos hombres
benefactores de la humanidad, pero aquellos actúan en unas condiciones y
circunstancias ciertamente difíciles, y la fiera de las quince mil cabezas
ven que el médico tiene entre sus manos al ídolo de su predilección.
La cogida se produce siempre por mero accidente. Los
toreros dicen muchas veces, más o menos en serio, «que el toro se ha
equivocado». Si éste hablara diría que fue el torero quien se equivocó.
El aficionado, que está en mejores condiciones para
opinar, pues los ve desde la barrera, llega a la conclusión de que, en la
inmensa mayoría de los casos, la cogida ocurre porque el torero se asusta y
quiere corregir la cosa cuando ya no es posible.
Los toreros (no me refiero a los aprendices de
torero, por mucho que cobren) no se sitúan en lugar ni de forma en que les
puedan dar la cornada. Estos saben tirar del toro y además no se lo pasan por
delante, nada más que cuando saben que pueden hacerlo.
Me dirán: que a los buenos toreros no los cogerán
nunca. No señor; a los buenos toreros los han cogido y hasta los han matado,
precisamente por ser buenos toreros. Pues su cualidad, de máximas figuras,
les obliga a sacarle faena a casi todos los toros (aunque la masa no advierta
que muchos son toros dificilísimos). Su categoría les obliga, también, a no
huir en ese inopinado y grave momento (resbalón del toro, cabezada
inesperada, o vicio oculto hasta el momento...).
A estas figuras se les exige más y ellos aguantan
más porque ostentan la primacía de su oficio con toda su responsabilidad. Los
que flaquean en esas, muy contadas, graves situaciones no llegan jamás al
pináculo, y si lo hacen después de haber llegado, lo pierden.
Manolete murió porque no quiso «aliviarse» un
poquito —cosa que poquísimos espectadores hubieran percibido— al entrar a
matar a un toro muy difícil.
Ya le había hecho lo más que se le pudiera hacer a
un toro que fuera boyante; sólo faltaba matarlo bien, entrando «bien», y él
lo quiso hacer concienzudamente.
Aquello tenía un precio, y él lo pagó —en la
plenitud de su juventud, gloria y dineros— para seguir siendo siempre la
primera figura del toreo.
El sitio que dejó Manolete no lo ha ocupado nadie
hasta la fecha. Por esto cogen a los buenos toreros... igual que mueren los
militares heroicos.
A los otros toreros los cogen, casi siempre: por
dudar, por enmendarse, por perderle la cara al toro... en una palabra porque
se asustan.
Fuente autorizada por http//:www.elchofre.com |
La LIBERTAD, supone un compromiso con la VERDAD, que cual valor supremo debe presidir todos nuestros actos. El REY de la fiesta, el TORO, exige que se predique de él con LIBERTAD.
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Pensar que la cirugia taurina no es una especialidad medica.
ResponderEliminarEl sacrificio y dedicación de los medicos de las plazas de toros,que con su conocimiento salvan a los heridos por asta de toro,no tienen el reconocimiento que se merecen.
P.D.S.