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domingo, julio 22, 2012

Tertulia 7.º Cuando pasa el toro


Escrito por ELCHOFRE   
lunes, 15 de noviembre de 2010

Piensan en las naciones donde desconocen el toreo, que es brutal sal­vajada.   Sin embargo en nuestro suelo es una de las bellas artes.
Tiene arte intrínseco; además heredó de la época de sus orígenes un señorío, una belleza en su escenario y atuendos, una luminosidad profunda y propia que ningún otro festejo posee.
Se encabezan estas líneas con el mismo tí­tulo que ha dado Benítez Carrasco, gloria de nuestra poesía, a su libro de versos sobre mo­tivos taurinos: "Cuando pasa el toro" y lo hago así por creer, como el poeta, que ese es el momento grande, el momento en que surge toda aquella belleza..
Si el toro no pasa, no hay nada que hacer. Pero cuando acomete y en cada una de sus arrancadas quiere destrozar cuanto tiene ante sí, el torero en un trance tan difícil y trágico, crea su obra.

Efímera, sí, momentánea; pero tan pro­fundamente artística y personal como pueda serlo un Velázquez, un Greco o un Goya, pues produce sensación estética y además es arte creado frente a un implacable enemigo que no se rinde hasta que la muerte le inmoviliza.
Por esto los aficionados somos fanáticos y no faltamos a presenciar las corridas, con la ambición de ser testigos de aquello que, a veces, es verdadero y sin mixtificación.

Pero es el caso que algunas veces el toro no pasa, y no siempre es por culpa suya. No, es por falta de bravura, es porque el torero  no quiere que pase.

Como en el toreo, todo es matemático. Todo responde a realas fijas y en él no existe la «ilógica». El fenómeno a que acabo de refe­rirme tiene una razón o fundamento de ciencia —el toreo también es ciencia— que es la que quieren exponer estas líneas.

Todos los toros, salvo rarísimos casos, sa­len del chiquero acometiendo a lo que se les pone enfrente. La forma como después conti­núen embistiendo depende de como se les to­ree.
Habrán podido observar que a los buenos toreros, a los maestros de la torería, les embis­ten mejor los toros que a los principiantes. Esto es así porque al toro hay que enseñarlo a embestir durante la lidia, y 'cuanto mejores sean los maestros encargados de esta ense­ñanza, más pronto y mejor aprenderán.

El macho, hasta que no sale al ruedo, se conserva virgen de lidia, por cuanto que ja­más se le ha toreado —antes no se le puede torear si no es a caballo— y ese toro, una vez que está en la plaza, será lo que el torero quiera que sea. Cuando en la plaza hay un torero, el animal saca la casta que tenéa, embiste y repite, y termina siempre por ser bravo.

El secreto está en aguantar, en tirar despacio de él, y no quitarle el engaño de la cara, mientras está embistiendo, e   irle ligando un pase con otro. Estos son los toreros que hacen "el prodigio de que hasta los mansos  sean buenos".

Todos los que visten de luces —desde el matador al más humilde peón de briega— lle­ban esa responsabilidad. La desafortunada ac­tuación de cualquiera de ellos puede hacer que se malogre el estilo y forma de pelear del toro e incluso que se convierta en ilidiable.
Esto lo conocen perfectamente todos los foreros —que saben bastante más que los que nos sentamos a verlos «desde la barrera» —lo malo está en que algunas veces hacen un uso ilí­cito de este conocimiento, y lo emplean para ha­bernos creer que tienen delante un toro que no pasa y que no se puede torear; porque, natu­ralmente, es más cómodo pegarle cuatro mantazos por la cara y sobre la marcha largarles un golletazo.

El espectador, que es buen aficionado, dis­tingue perfectamente cuando el toro es, por su propia naturaleza o porque está resabiado, di­fícil de lidiar, y así mismo se da cuenta cuando son los toreros los que han conseguido, con su forma de torearlo desde el principio, que el toro aprenda a frenar su viaje y a no pasar.
A las personas que van poco a los toros —por ejemplo nada más que a las corridas de feria— les parece que todos los toros son iguales. Esto es una tremenda injusticia para el torero, pues hay veces que a toros que son di­ficilísimos, porque buscan al hombre en cada embestida, están más con éste que con el enga­ño, olfatean siempre al bulto, se quedan deba­jo en la mitad de la suerte y mil peligros más, y se les está haciendo faena de muchísimo méri­to, lo está poniendo todo el torero ante la indiferencia de la mayor parte del público, de «esa masa que da orejas, rabos y patas cuando se le antoja.

Es necesario observar mucho al toro, desde  que sale, si se quiere ser justo con el torero.

Tengamos presente que  el arte  de torear es dificilísimo. Eso de hacerle a todos los toros y a cada uno el toreo, según sus características exijan, es una facultad que sólo poseyeron los elegidos.

Hoy se torea mucho, insisto en que la for­ma de embestir el toro se ha mejorado por la selección y cuidados del ganadero, pero esto no le puede quitar mérito al torero actual, y prescindiendo, en este momento, de  que la res tenga más o menos peligrosidad, lo cierto es que hoy todos los toreros torean más, con más belleza en las suertes y les dan muchos más pases a los toros.
Si hojeamos la gran cantidad de trata­dos de tauromaquia, escritos en la antigüedad por los maestros de antaño, Pepe-Hillo, Paquiro, Montes, Fuentes..., vemos que todos ellos son una especie de doctrina, redactada por célebres toreros retirados y escrita por sus literatos contemporáneos, con las que preten­día enseñar a los futuros toreros.

Allí se daban consejos emanados de la experiencia vivida, y en todas ellas observamos que, el concepto que entonces se tenía del toreo era pura y exclusivamente defensivo.
En todos aquellos manuales prácticos se estudian las suertes como si no fueran nada más que recursos para defenderse del toro. Allí se habla de los terrenos del toro y de los del torero, de no invadirlos, de permitirse arrojar el engaño y huir, etc... todo, en fin, cual si de un campo de batalla se tratara.

No lo hemos vivido, pero se puede presu­mir que aquello sería una guerra, con imperio de la violencia y, posiblemente bastante lleno de convencionalismo y exageración.
De aquello, que vagamente adivinamos, a lo de ahora hay gran diferencia. Me refiero a lo bueno de los últimos años, hablo pensando en Joselito, Belmonte, Manolete... (aquí no hay más remedio que citar nombres), es decir, desde 1913 a 1947.

Es lógico que así haya sucedido y muy natural que sobre los trágicos ensayos practi­cados por aquellos «machos» del toreo, se haya construido —durante siglos— una técnica ex­perimentada del toreo, basada en el conocimien­to de las características del toro (al principio desconocidas), y que, ya en posesión de tan indispensable base, se haya podido llegar a un perfeccionamiento de lo artístico y belleza plástica, que hoy es superior a la de los demás  tiempos.
Sí. Ahora las corridas son más artísticas; más bonitos los lances y muletazos. Los to­reros modernos se quedan más quietos cuando pasa el toro, se les torea más cerca y durante más rato.

Es la perfección que se produce por la re­petida experiencia, pero no despreciemos a los que construyeron los cimientos de este sober­bio y colosal castillo que guarda a la Fiesta original y propia de nuestra Raza Española.

Tampoco descuidemos esta fortaleza, es­pejo de los españoles, no dejemos que el tiem­po demoledor destruya sus sillares, ni que la ambición robe sus meteriales —como ha ocu­rrido con los auténticos Castillos y Baluartes que tan densamente poblaban el suelo hispá­nico— para con ellos construir edificaciones extranjeras.


Fuente autorizada por  http//:www.elchofre.com

1 comentario:

  1. Una buena forma de defender la fiesta es orientando al nuevo aficionado.Felicitaciones.
    Ayer para ser figura había que estár por encima de los toros "malos".Las grandes faenas se logran cuando el torero supera las dificultades que presenta el toro y no con los toros de carril o moribundos.Eso de que cada toro tiene su lidia es una gran verdad.Ahora la misma faena vale para todos los toros,ahora dan muletazos empleando el alivio del pico,pegan distanciados unos derechazos mal hechos rematándolos hacia afuera, y oyen unos olés de clamor,para terminar matando saliéndose de la suerte y el público festivalero pide la oreja.
     
    Desde Surco.

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