EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

lunes, agosto 20, 2012

FÁBULA DEL TORERO TRISTE SECUESTRADO POR LA SEÑORA GORDA.

Homenajeando al Maestro


"Cómo el apoderado de una figura lo maneja imponiéndole hasta la novia"

Alfonso Navalón.
Nacido en el arroyo no sabía si su madre lo abandonó o era esa mujeruca que vivía con otro hombre. Tenía desde niño esa sonrisa amarga y ese gesto de dolor de los desvalidos, de los que muchos días conocen el zarpazo del hambre y van creciendo sin caricias y sin el amor de una mirada tierna. Podía haber sido quinqui, ladrón de coches, camello de papelinas o colarse por las ventanas a desvalijar pisos en vacaciones.
Pero siempre fue un hombre prematuro y cuando supo que en los pitones de los toros había cortijos, coches de lujo, fama y mujeres, sólo pensó en el dinero para salir de la miseria y se propuso con toda su alma ser torero de los que cobran y mandan. Era un niño todavía cuando entró en la Escuela de Tauromaquia y andaba a cara de perro queriéndolo aprender todo, peleándose por ser el primero en ponerse delante de la becerra y el último en dejarla. Llevaba clavada en el alma el ansia de sobrevivir, de no ser un donnadie por la vida y que no lo miraran con lástima o desprecio. El chaval empezó a destacar y un avispado taurino no tardó en formar una cuadrilla de niños-toreros con otros dos compañeritos de la escuela que sorprendían a los públicos por su precocidad, su claro sentido del toreo y sobre todo por sus alardes con las banderillas.
Sindicalista
Por aquel entonces daba sus primeros pasos otro muchacho de la calle que soñó con ser novillero, pero tuvo más claro meterse a sindicalista para manejar el dinero de los novilleros. Era vivaracho, aparentemente humilde y cordial, pero mordía con la boca cerrada y tenía clarísimo que haría fortuna por cualquier camino menos toreando. Era habilidoso, servicial y sabía ganarse las voluntades para ir subiendo escalones. Se hizo con la dirección de una sala de bingo, logrando desbancar a un pobre apoderado, que había puesto el dinero y los permisos, luego entró en la directiva de la Escuela Taurina y al poco tiempo ya tenía un negocio donde vendía los trebejos de torear para todos los chavales. Luego monopolizó la venta de espadas de madera y calamina. Y como era un lince, logró que le dieran el engorroso trabajo de viajar de finca en finca para elegir los becerros que mataban los chavales.
Después fue convenciendo a los ayuntamientos de la Comunidad para darle resuelto el cartel de los festejos patronales. Él ponía a los tres chavales más destacados y los novillos. Y los permisos y el papeleo. Todo muy ajustadito de precio y empezaron a llamarlo también de los pueblos de Ávila, Guadalajara y Toledo. Pronto se convirtió en un pequeño Chopera. Sabía de las ganaderías modestas que vendían a bajo precio y de los que andaban apurados para pagar el pienso de los novillos. Les compraba la camada entera y para sacarlos todavía más baratos les adelantaba un dinerito para pagar las deudas. El negocio empezó a agrandarse y como sabía que en un invierno eran mayores las estrecheces, arrendó una finca para llevar las camadas. Una finca que fue de un torero famoso y luego de un fiscal del supremo que firmaba las penas de muerte a destajo cuando llegó la depuración franquista de los rojos encarcelados. Y así hizo fortuna con 'escrúpulos' de conciencia.
La mujer y los niños
Cuando los tres chavales de la Escuela empezaron a ser figuras de los espectáculos menores decidió explotarlos por su cuenta. Se las amañó para burlar la prohibición de torear a los menores de edad. Y les daba cariño ¡mucho cariño!, pero se quedaba con el dinero, porque a un torero principiante el dinero le crea vicios y sólo deben pensar en el toro.
Dio la vuelta a España con el cartel infantil y los hizo debutar con picadores en cuanto tuvieron la edad reglamentaria. Y se los llevó a vivir a la finca para darles mucho cariño, comida, vacas para entrenarse y ningún dinero, porque el dinero es malo para ser torero. Había dejado ya sus cargos sindicalistas y cada día observaba minuciosamente los progresos de cada uno. Medía sobre todo las posibilidades de ser figura. No paraba de viajar buscando contratos. En la finca se quedaban viviendo los tres chavales con la mujer del apoderado, una hembra opulenta. Decían las malas lenguas que andaba holgona porque el marido no la atendía y, porque aparte de pasarse la vida viajando, era pichicorto y lechivano.
Llevaban ya bastantes años casados y la mujerona seguía machorra. Así que movida por la curiosidad, o por vicio insatisfecho, fue desvirgando uno por uno a los tres adolescentes torerillos que gozosamente la recompensaban de tantos años de privaciones. Lo cierto es que la buena señora se pasaba mucho más tiempo en la cama que en la cocina, circunstancia muy lógica habida cuenta los años de privaciones que venía padeciendo.
Pasó el tiempo y cuando los chavales demostraron sus posibilidades, el apoderado decidió desechar a los dos más mediocres y quedarse (con un contrato inapelable) con el huerfanito nacido en el arroyo, el de la mirada triste y el gesto agrio, que al parecer, también era el de más agrado de la opulenta esposa.
Creada así la sociedad familiar, el apoderado seguía viajando para elegir el ganado de las corridas y buscarle contratos al torero de la triste sonrisa, mientras el chaval se quedaba como rey de la casa, atendiendo las apremiantes necesidades de la señora. Aceptada esta forma de convivencia todo marchaba sobre ruedas. El dinero empezaba a llegar a manos llenas, el torerito ya no era un chaval del arroyo y pronto se dio el capricho de comprar ropita de marca, tener coche y caballos y su cartel en los ruedos empezó a subir como la espuma. Ya no tenía más familia ni más horizontes que la de aquella especie de pájaro martín pescador de contratos y millones que de ser un zascandil pasó a tener prestigio como apoderado de una figura.
Era admirable su poder sobre el chavalillo que aprendía todas sus enseñanzas, corregía defectos y en el ruedo seguía fielmente las órdenes que le daba desde el burladero. Hasta cuando momentos antes del paseíllo, lo llamaba aparte con una advertencia tremenda: «Esta tarde hay que dejarse matar, que nos lo jugamos todo». Y a fuerza de jugársela y a la reconocida habilidad de su protector, llegaron los millones, las fincas y los primeros caprichos de ricos. Los tres eran felices porque ya tenían en la mano la fortuna soñada. Y con los primeros millones también llegaron los hijos. Después de diez años de matrimonio estéril, nacieron dos niños con el mismo gesto, la misma mirada y los mismos andares del torerito triste.
A los veinte años ya estaba en los carteles de lujo, se decía que era millonario y se había convertido en padre, todo de golpe. Aunque sus hijos figuraran a nombre del cabeza de familia. Los niñitos fueron creciendo a la par que la fama de su padre clandestino. Y cuando les hicieron los primeros trajecitos a medida la opulenta señora tuvo el morboso detalle de ponerle a las chaquetitas los forros morados.
'La sociedad'
Pero aquel martín pescador que descubrió su vocación financiera cuando se hizo sindicalista en vez de torero, quiso proteger el futuro de su mina particular para evitar que cualquier lagarta se llevara el fruto de su trabajo. Así que se fueron al notario y crearon una sociedad limitada de tres. Tres partes iguales. Una para el torero y dos para el matrimonio.
Así no repetiría la ingratitud de muchos que en cuanto toman la alternativa dejan plantado al apoderado de toda la vida y se echan en brazos de un empresario con una exclusiva. Y el torero de la sonrisa triste queda secuestrado por el amor de esos dos hijos, a los que llama hermanitos ante el público, a los que quiere con toda su alma. Y se pasa las horas jugando con ellos. Pero no son suyos. Si mañana rompiera con este contrato leonino tendría que irse con la tercera parte de lo que es suyo y no volver a ver a esos dos hijos que legalmente son de su apoderado. Y cuando se lía el capote de paseo antes de tragarse los miedos, piensa que de los seis millones que gana una tarde cualquiera, sólo dos serán supuestamente suyos. Cuatro son de la opulenta señora y su marido. No ha visto nunca la cuenta de un banco. Se han comprado fincas y ganaderías. Se ha ganado una espuerta de millones. Pero nada es suyo.
Ni siquiera tiene derecho a reclamar, porque es una minoría y los otros dos tienen derecho a administrar. Y si se pone chulo, le harán las cuentas del gran capitán. Le podrán dar una tercera parte de cada finca, de cada casa. Una esquina. Pero por cada vaca suya, las de su 'familia' paren dos. Quizá ganaría mucho rompiendo con todo y empezando a cero desde mañana. Pero perdería a sus hijos. Esos niños que son su vivo retrato pero sobre los que no tiene ningún derecho. Y sigue ahí, como un secuestrado de lujo al que manejan como un monigote.
Sólo fue capaz de sublevarse una vez en su vida. Cuando se escapó ocho días a Italia con aquella chavala guapa vísperas de una corrida de mucho compromiso. Estaba ya harto de tener siempre a su lado alguien vigilándolo. Nunca pudo hablar con nadie si no estaba delante el apoderado o alguna persona de su confianza para tenerlo informado de todo. Nunca lo dejaron conocer otra mujer que no fuera la del apoderado que se puso gorda y tetuda, pero lo tenía marcado siempre como una perra en celo.
En las habitaciones de los otros toreros veía siempre el tumulto de mujeres guapas disputándoselos. Por las noches sentía a sus jóvenes compañeros en todo el fragor de las batallas del amor, pero en la cabecera de su cama estaba siempre la mujer del apoderado. El marido podía fallar en algún viaje, pero ella estaba siempre como una sombra pegada al traje de luces. Y cuando llegaron las cornadas, seguía allí implacable. Lo seguía a Francia y América. Era el único español que no se había acostado jamás con las mises del café, o las bellezas de Cali, o las mulatas de Cartagena de Indias. Una noche en Quito le dijo a la hija de un ganadero que quería irse a cenar con su pandilla de jóvenes. Y cuando ya salían todos por la puerta del hotel, apareció la opulenta señora llamándolo secamente. Y el nuevo millonario y gran triunfador de muchas tardes, volvió a ser el niño desvalido del arroyo que regresó sumiso a la tiranía de la hembra. Ahora en vez de deseos, sólo sentía agobio y malhumor cuando la veía entrar en su habitación. Así que se convirtió en un furtivo del amor robado a salto de mata, valiéndose de cómplices ocasionales, porque ni el mozo de espadas ni los banderilleros se atrevían a nada que pudiera molestar a la señora, sin peligro de quedar despedidos en el acto. Ni una novia ni una ilusión, ni un romance. Sólo la gorda seguía encadenándolo por el amor de sus hijos.
La fuga a Italia
Un día conoció a aquella criatura deliciosa que lo seguía por las plazas y que alguna vez logró burlar la vigilancia para que él sintiera la emoción de un amor nuevo. Pidió prestado un teléfono móvil que mantenía oculto y cuando se iba al más apartado encinar de la finca hablaba con ella horas y horas hasta que el deseo de quererla sin trabas le hizo planear cuidadosamente la fuga a Italia, mientras ella sacaba los billetes de avión y las reservas de hotel. Y desapareció con lo puesto sin dejar rastro. Volvió loco de gozo y de miedo la víspera de la gran corrida, donde mataba seis toros en solitario, sin saber qué clase de venganza le había preparado el apoderado.
Siempre que llegaba una tarde de compromiso, el apoderado tenía preparados tres o cuatro camiones de toros justitos de presencia, arreglados de pitones, para marear a los veterinarios y que al final aprobaran los que le convenían. Esta vez los empresarios se sorprendieron que sólo llevara seis de los cuales rechazaron cuatro. Inexplicablemente no tenían preparados más toros y hubo que sacar los sobreros corraleados. Toros sin garantías, de ganaderías malditas y sin tiempo ya para afeitarlos. Le había preparado la humillación de un fracaso sonado ante su público más fiel. Pero el torero venía con la ilusión de una pasión desconocida y se acordó de los años duros de la Escuela. Por primera vez en muchos años dejó la técnica mecánica de torear rutinariamente para cortar orejas y seguir en candelero.
Esa tarde, vestido de chispero recordó todos los lances antiguos que le enseñaba aquel viejo profesor que había sido banderillero de Marcial Lalanda, y conocía todos los secretos de aquellos quites vistosos que hacían los ídolos de Méjico en los años cuarenta. Y el torero dejó su tristeza de todas las tardes para deslumbrar al público con las tapatías, navarras, serpentinas o las caleseras.
Y el fracaso que le había preparado maquiavélicamente su secuestrador, se convirtió en un triunfo grandioso que lo consagró definitivamente ante un público que le perdonaría todas las tardes malas que vinieron después. Después de la dicha de Italia cuando un marcaje implacable le impidió volver a verla. Desde entonces anda por las plazas desabrido, no quiere música en las faenas. Le molesta todo. Se vuelve a insultar a cualquier espectador que le señale un defecto y va de plaza en plaza como alma en pena, como un tigre enjaulado.
La sobrinilla
Hubo consejo de familia. Sus dos 'socios' no podían arriesgarse a otra escapada como la de Roma y Venecia. A que llegara una extraña a abrirle los ojos y a querer ser la señora. Y trajeron a vivir a la finca a una sobrinilla de la gorda todopoderosa. Su apoderado sabía ya la lección de otro apoderado enriquecido con sucios negocios de la noche en Zaragoza que acaparó a un torero muy taquillero, y para que no se le escapara, le puso en suerte a una hija que tenía casada con un camarero. Un día fingió marcharse de viaje y cuando comprendió que ya estaban en la cama se presentó de improviso, haciéndose la víctima de padre ofendido: «No te da vergüenza, desagradecido, después que me debes todo lo que eres. ¡Hacerle esto a mi hija del alma!». Rápidamente preparó el divorcio y al torero lo convirtió en su yerno. Ahora el apoderado del triste torero del arroyo, ya no se conforma con las 2/3 partes de la 'sociedad' y se ha propuesto casarlo con la sobrinilla chiquitaja y pueblerina, tan distinta a las hermosas hembras de las barreras que darían algo bueno por llevárselo a la cama.
El antiguo intrigante sindicalista considera que al igual que le elige las corriditas afeitadas para seguir explotándolo sin riesgos, también está facultado para imponerle la mujer con la que tendrá la obligación de acostarse de por vida. Para el torero figura de la sonrisa triste y el gesto amargado además de torear por obligación tiene que casarse sin amor para seguir disfrutando de esa tercera parte de todo lo que ha ganado con su miedo y sus cornadas. Tiene que aceptarlo todo para que no le roben esos hijos de su sangre que no son suyos. Y cada tarde, cuando llega al portón de cuadrillas maldice la hora en que lo obligaron a poner los huevos en nido ajeno.
Nota prudentísima:
Todos los personajes de esta historia son tan imaginarios como el viaje en vuelo charter de los restos mortales de Santiago Apóstol desde Palestina a Galicia. Si algún lector malintencionado trata de relacionar esta fábula con cierto taurino bajetillo moreno y algo regordete debe avergonzarse de su perversidad. Pasa simplemente que para hoy tenía preparada la crónica de la muerte gloriosa del toro 'Buenacara', en los Sanjuanes de Coria, pero como todavía no me han mandado las fotos, he tenido que improvisar sobre la marcha este relato, como aquel día que se suspendió una corrida de feria en Salamanca, y para llenar páginas tuve que improvisar aquella 'Fábula de Indívil y Mandonio'. A ver si os enteráis de una vez que a uno le sobran recursos para no defraudar a la afición.


2 comentarios:

  1. Un artículo del gran Alfonso Navalón Grande,que es un derroche de imaginación,ironía, sarcasmo y cargado de sinceridad.
    Le Romo.

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  2. Y el torerillo de la sonrisa triste era???

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