EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

sábado, marzo 27, 2021

Cuentos del Viejo Mayoral : “Siempre hay un peor”

"Una vez en el Perú...y en la ganadería de «Huando» para más señas, uno de los vaqueros, a quien, por no saber su nombre llamaremos Alifonsose empeñó en que el toro 73 tenía que ser un criminal de por fuerza, en vista del aire de su cara..."


En apoyo de una atrevida teoría filosófica, que acaba de explayarme, dijo con toda naturalidad:

—Una vez en el Perú..

Yo salté como granizo en albarda.

—Pero... ¿tú has estado allí?

—Para lo que iba a decir, no es necesario. Sin conocer el susodicho país puedo saber alguna cosa que haya pasado en él... Tú no has ido a China y no ostante sabes que los chinos comen el arroz con palillos.

—Tienes toda la razón.

—¡Vaya! Del lobo, un pelo. 

— Perdona; es que me ha cogido de sorpresa el hecho de que de pronto, te refirieses a una nación que está muy a trasmano.

—¡Y tanto! Como que, de lejos, debe quedar como de aquí a Lima.

—Una cosa así.

La teoría en cuestión era la siguiente, en pocas palabras. El mundo es una larga escalera, en la cual se colocan las gentes por su categoría social, de tal manera que las personas que ocupan cada escalón son poco más o menos de igual talento, educación, cultura, modos, maneras y circunstancias, con variaciones pequeñísimas, en general, de unos a otros. En estas condiciones, alguien sale un día diciendo, sin gran justificación, que Fulanito es muy amable, y si la frase hace fortuna, corre cual reguero de pólvora y queda ya consagrada como artículo de fe, sin que se sepa quien la inventó. Pero a veces ocurre lo contrario: que alguien se empeña en decir, con escaso fundamento, que Mengano es muy listo, y por más que lo repita y lo intente demostrar, nadie se lo cree, en vista de lo cual hace aquel el más espantoso de los ridículos, pues esta vez si que se sabe quién fue el inventor del infundio... Como supongo que el bondadoso lector hace penitencia con la lectura de estos cuentos, estoy seguro de que ahora mismo piensa que el mayoral trasladó en seguida estas ideas al terreno taurino...,y así fue en efecto. Dijo que hay quien descubre que el toro número 22 es muy fino, y todos lo aceptan y lo propalan; y en cambio, otra persona competente asegura que el castaño tiene cara de mansote, y nadie se lo cree, por mucho que insista el descubridor del defecto en el comentario. Precisamente al llegar a este punto de su exposición, fue cuando dijo: 

—Una vez en el Perú...y en la ganadería de «Huando» para más señas, uno de los vaqueros, a quien, por no saber su nombre llamaremos Alifonsose empeñó en que el toro 73 tenía que ser un criminal de por fuerza, en vista del aire de su cara. 

Y el caso es que el toro en cuestión era corriente y moliente: negro zaino, terciado, bien puesto de cabeza, ni muy fino ni ligeramente basto, ni alto de agujas ni corto de manos,ni bonito ni feo, ni gordo ni flaco.

Al mayoral de la ganadería se lo llevaban los demonios cada vez que oía al Alifonso insultar al toro sin motivo.

—Pero ven acá, cabeza de chorlito.

¿Qué te ha hecho el 73?

—Todavía, nada; pero el día que logre engancharme no me salva ni la paz de la caridad.

Don Fernando Graña, dueño de la vacada, le decía a menudo: 

—¿Sigues teniendo ojeriza al 73? 

—Sí, señor, no puedo remediarlo. 

—¿Qué has visto en el toro?

—Principalmente su mirada de asesino y su caráztertraicionero. Muchas veces va con la vista baja, como los cerdos, pero mirando de reojo... No se fíe usted de él, señorito. Algún día dará que sentir.

Otras veces, yendo de mudanza, "Alifonso"advertía a algún compañero con gesto temeroso:

—Fulano! Échate a un lao!  ¿No ves que se está encarando contigo el 73?

 Todo esto me lo contó un picador, cuyo nombre lo tengo en la punta de la lengua, el cual, pro haber hecho la América con distintos maestros, se sabía aquello palmo a palmo. Y lo curiosos es que, a pesar de estar nosotros a millones de leguas de ellos, las costumbres del personal que maneja el ganado de casta, y las de los propios animales, son muy parecidas a las de por aquí. Parece ser que en la mentada ganadería había un semental que estaba muy atropellado, por lo cual, al final de la cubrición, agregaron al lote en el que él padreaba un utrero adelantado para que repase bien  a las vacas. Al cabo de un mes o dos le quitaron y volvió a su partida. La gente de la casa, muy sobre aviso, hizo la junta y aunque se oían sordos gruñidos de mal humor, el asunto no pasó a mayores, y al oscurecer se volvieron los vaqueros a sus acomodos, convencidos definitivamente de que la paz reinaba en Varsovia, según dicho no sé de quién.

Al día siguiente, todavía de noche,según su costumbre, debió llegar el «aguatero» a la finca que está a la linde de la que ocupaban los toros. Era un viejito, como allí dicen, poquita cosa, torpe de oído y corto de vista. Para el oficio que desempeñaba no se requería más. Seguramente en tiempos había sido vaquero, y ahora tenía a su cargo ese menester de tan poca enjundia, pues el aguatero se limitaba a recorrer con su azadón las caceras de riego (muchas de las praderas que disfruta la ganadería de «Huando» son de regadío), destrancar lo que está encenagao,a fin de hacer alguna represita o ver el modo de reforzar las parés de la reguera, pues ya se sabe que el ganaocon su patajeo, todo lo echa a perder.

!Qué ajeno estaría el buen hombre de que aquel día, que no acababa de romper, iba a ser el último de su vida!

El primer vaquero que llegó después a la finca en cuestión se quedó horrorizaoal ver al pobre viejo, no sólo muerto, sino materialmente cosido a cornadas. No lejos de él bramaba enfurecido el toro causante de la desgracia, el cual, acosado y herido por sus compañeros, después de una gresca que duraría toda la noche, dio un pechugón a la tapia y se coló a la finca en donde no tenía que haber res ninguna, cosa que bien sabía el aguatero. Incluso no considerándose allí el toro muy seguro se había aquerenciao junto al portillo. El viejecillo entraría por él tan descuidao como si tal cosa. Ni vio al toro ni le oyó seguramente por su falta de vista y oído. Cuando quiso darse cuenta ya estaba en la eternidá implorando el perdón divino.

Afortunadamente el buen hombre no dejaba a nadie tras de sí. Su familia empezaba - y - acababa con él. Como era una gran persona, y estas muertes violentas son mucho más sentidas, tuvo en su entierro un acompañamiento como nunca hubiera podido soñar. Toda la familia de los amos; toda la servidumbre de la casa; todos los que habitaban en cinco leguas a la redonda le vieron dar tierra y rezaron por él.

A la salida del camposanto el ganadero y sus vaqueros seguían hablando del caso. Alifonso, que había estado comedido en palabras hasta entonces, echó al fin cuarto a espadas:

—Y menos mal que le cogió el 59…

¡Que si llega a ser el 73!

El amo le contestó:

—¡Ya estás de nuevo con tus tonterías! Más que matarle y dejarle convertido en verdadero guiñapo…, ¿qué le podía haber hecho?

—¡Ah! ¡Quién sabe! Siempre hay un peor, y ese toro va a hacer una que sea soná...  

—¡Calma¡ Ahora mismo voy a contestar esa pregunta que estás deseando hacerme.... El 73, cuando le llegó su hora, se lidió no sé dónde y lo mató no sé quién. Fue un toro corrientísimo. No se distinguió por nada ni en pro ni en contra. No levantó a nadie los pies del suelo; ni siquiera dio un achuchón. No fue ni bueno ni malo, ni noble ni plebeyo. Un toro completamente anodino, como dice el señorito Ricardo, que por algo escribe los papeles.

—¿Qué dijo el vaquero?

—No sé; pero no dejaría de seguir jalando. Diría que al toro no le dieron lugar para sacar sus istintos criminales; que gracias a sus alvertencias los toreros le habían tomao con precauciones; que el animal aquel día no estaba en caja…¡Cualquier cosa! Menos dar su brazo a torcer, porque aquel muchacho debía tener la cabeza tan dura como uno de los bolos de La Lonja.

 

                                                                                                            Luis Fernández Salcedo.

Fuente:El Ruedo. Semanario gráfico de los toros. Madrid, 9 de enero de 1964. Año XX. Número 1020.