EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

sábado, diciembre 29, 2018

LA TAUROMAQUIA DE ANTONIO ORDÓÑEZ : (Capítulo IV)

" (...) pase regular es todo el que se da con la izquierda; por consiguiente, el pase natural solamente puede ser dado con la mano más cercana al corazón (....) en la faena clásica no hay mano izquierda y mano derecha, sino mano de torear y mano de matar."

EL PASE NATURAL
NO hay punto en que discrepen tanto las tauromaquias como en la terminología de los pases regular y natural. Para muchos es el mismo. Para otros tantos son conceptos absolutamente diferentes. Unos —como «Pepe-Hillo» - dicen que se ha de dar con la izquierda; otros —como «Paquiro»— admiten que se pueda hacer con la mano de la espada, lo cual «aun cuando no está mal visto, no es tan airoso”. Y de aquí en adelante, la polémica se enciende, los tratadistas se dividen, y como la anfibología es tan evidente como personales las interpretaciones, se mantiene el desacuerdo al llegar a Cossio y Corrochano, a los que citamos como ejemplo de críticos que han estudiado a fondo el toreo de ayer, vivieron el de José y Juan y han publicado sus doctorales escritos en nuestros días, después de Domingo Ortega y «Manolete».

Pero como las dimensiones de este borrador de Tauromaquia no fueron concebidas para hacer crítica de críticos, sino para exponer con lisura cómo practicó el toreo Antonio Ordóñez, diré brevemente que me sumo a la escuela, cuyo último representante, es don Gregorio Corrochano, y que, para mí, pase regular es todo el que se da con la izquierda; por consiguiente, el pase natural solamente puede ser dado con la mano más cercana al corazón. ¡Como que hay que ponerlo entero en el lance!
Ved la foto, en la que todas las premisas del arte están cumplidas con rara perfección y nítida claridad. Parece que Antonio se haya vuelto antes al tendido- como  hacía en algunas tardes inspiradas- para preguntar «Vamos a ver si es así»-¡Claro que es así ¡
El torero ha ido al toro de frente, dejándose ver, con la flámula en la mano de torear —porque en la faena clásica no hay mano izquierda y mano derecha, sino mano de torear y mano de matar— y dando el pecho. La muleta cuadrada, a su caída, hacia  el terreno de afuera y cogida por el centro del palo. La distancia, la que exijan las condiciones de bravura y ligereza del toro; la que aguante el corazón del torero; en esto no hay más medida exacta ni más criterio que el conocimiento del toro que —a esta altura de la faena— debe tener su lidiador; no debe ser tan corta distancia que el toro se ahogue; ni tan larga que pierda el celo y quede suelto; la verdadera dimensión —la distancia torera— es la resultante de una ecuación cuyas dos incógnitas son la bravura del toro y la guapeza del torero para aguantarla.

Hay toros que se arrancan como un huracán de codicia. Otros —la mayoría de los que vemos lidiar- llegan a este trance escaso de pies y fuerza, poco boyantes; a estos hay que adelantarles en el cite la pierna contraria, siempre la derecha en el natural clásico, movimiento con que el torero llama la atención al toro, lo provoca y —al mismo tiempo— le coloca centrado con él; es decir, el tronco del torero, el que ha de cimbrearse al encauzar la embestida, queda «en el centro» del compás abierto de las piernas y puede girar como eje para cargar la suerte erguido con holgura, con mando, sin retorcimiento.

Mientras tanto, la espada —que siempre lleva la mano de matar— debe apenas reposar sobre la cadera de ese lado. No debe intervenir ni ayudar en el logro del pase para que éste no pierda pureza. Y la muleta —que aquí está aún un poco atrasada en relación con el cuerpo— irá adelantando, poco a poco para atraer la mirada del animal, como para hacer el quite a la pierna derecha, que es último elemento móvil del cuerpo torero que el toro advirtió. Todo está a punto para provocar la embestida y trazar el pase más bello y fundamental de cuantos pueden esculpirse sobre la arena.

Para los pueblos mediterráneos —más sutiles— tiene un encanto mucho mayor la lucha entre la fuerza bruta y la inteligencia; los refinados romanos hacen lidiar a los gladiadores, pero Ies dotan de distintas armas; al más fuerte lo cubren con gran casco y coraza defensiva y le dan como arma una aguzada y corta espada; al más ágil le hacen pelear con una red en la mano izquierda, un tridente en la derecha, y sin otra protección.
Así, el torero y el toro. Como moderna versión de una noble y cruel tradición clásica, ahí está Antonio Ordóñez, tendiendo al toro la muleta, engañosa red, donde queda prendida la bravura, hasta llevar el desigual combate a un final de muerte y triunfo.

PERO vengamos del Coliseo al casticismo garboso de la Plaza….  Cuando el toro embiste y al llegar a jurisdicción, se le para —es decir se destruye su ataque, se le engancha en  la muleta o, como dicen los castizos se le «embarca» para llevarle muy toreado— y se le marca la trayectoria necesaria para la más perfecta ejecución del pase, por alto o por bajo. En las tauromaquias clásicas se aconsejaba llevar toreado al toro en línea recta y apurar la suerte cargándola hasta que el toro volviese y se le pudiera echar por delante con el pase de pecho. Y así parece ser el primer tiempo del pase natural de Antonio Ordóñez, que, con el compás exactamente abierto, corre el brazo templadamente en su longitud. Pero como Antonio es torero de su tiempo, empieza a mandar en el viaje, dándole trayectoria curva, describiendo con la muleta un tercio de círculo antes de buscar el remate.
HE aquí, con nitidez, la técnica del perfecto pase natural. En el centro de la suerte, el tronco del torero se mece —en un juego flexible de cintura— y, a la vez que el brazo alimenta con temple la embestida del toro, el peso del cuerpo torero, que gira, pasa de la pierna derecha a la pierna izquierda, sobre la cual se carga la suerte. Es en este momento, en el centro del pase, cuando el pecho se pone paulatinamente de perfil, paralelo al viaje del toro. Esto quiere decir que todo lo que sea citar de perfil es demérito de la suerte, quede esta idea muy clara; demérito no quiere decir que el citar de perfil para el natural sea cosa deleznable, sino que la suerte no es tan gallarda, ni tan torera, ni tan clásica. En este pase, la muleta, llevada por un brazo que torea suelto, espontáneo, natural, luce su brillante tersura.
Y llegamos al remate de un pase bien dado. Pero antes queremos llamar la atención sobre otro detalle de autenticidad de este natural; que está dado con los terrenos invertidos, dando al toro los adentros, lo cual supone la renuncia del torero a toda licita ventaja. Ahora ya es el pie izquierdo el que recibe el peso del cuerpo del diestro, mientras el derecho se va levantando suavemente a fin de avanzar y quedar de nuevo en posición de torear en el siguiente pase.  Porque —como antes he dicho— Antonio es torero de su tiempo y a veces liga los naturales, haciendo toreo en redondo, hasta cuajar una serie que en cada lance gana perfección y angustia, hasta lograr el clima propicio para que todos —toro, torero y público- desahoguen, aquél su celo, estos su asfixia de placer, en el inmenso y emocionante alivio del pase de pecho.


Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 28 de febrero de 1963. Año XX, Nº 975.

Continuará en la próxima entrega.....


viernes, diciembre 21, 2018

FELIZ NAVIDAD 2018

EL DESJARRETE DE ACHO desea que en esta NAVIDAD la unión reine en el corazón de sus seguidores y amigos; y que la paz alegre sus corazones.
Al empezar el nuevo año, EL DESJARRETE DE ACHO desea que el 2019 sea para todos próspero y feliz; para ganaderos honestos, toreros valientes, empresarios responsables y aficionados que amamos al TORO y la FIESTA, pedimos la mayor suma de venturas.
   

Por una vez el toro salta a la arena anunciando felicidad para todos, y por muy seria que tenga la cara, sin malas intenciones para nadie.

POCHO PACCINI BUSTOS. Lima, 21 de diciembre de 2018

miércoles, diciembre 19, 2018

ACHO 2018: RESUMEN DE UNA PANTOMIMA

Puede parecer pesimista, y nos gustaría relatar otra cosa, pero esta es la triste realidad de la fiesta en esta plaza de toros de Acho.

La denominada “Feria del Toro” de Acho 2018 comenzó con la novillada fuera de abono, festejo que fue de bostezo por los mansos y descastados ejemplares de la ganadería de Checayani. Destacable la actuación del mexicano Arturo Gilio por la voluntad y ganas que debe tener un aspirante, mientras que David Bolsico y Álvaro Passalacqua demostraron su falta de rodaje. Recordar que en las pre feriales de no hace mucho venían a Acho novilleros camino a la alternativa y algunos ya volvían doctorados a la temporada del Cristo Morado. La incompetencia de la empresa, una vez más, nos privó de mejores opciones en cuanto a ganado y novilleros. Algo que preocupa sobremanera es la labor de los lidiadores de las cuadrillas por su falta de oficio, conocimiento de la lidia y colocación en el ruedo.

La primera corrida de toros fue de la ganadería peruana de La Viña y alternaron Juan Carlos Cubas, Diego Silveti y Román. Toros chicos, sospechosos de pitones, flojos, nobles y con recargo en el peso, ya que no reflejaban los kilos que anunciaban las tablillas. Un esperpento de corrida con la incondicional ayuda de la autoridad que premió al peruano Juan Carlos Cubas con la salida a hombros por una faena pueblerina con todas las ventajas a favor del torero: sin temple, ligazón y ni mando.

Toros de El Olivar se lidiaron en la segunda de abono, con un primero y sexto con presuntas sospechas de manipulación y un cuarto cojo de salida. Dos de los toros en el tipo de la ganadería de Juan Bernardo Caicedo. En el tercio de varas solamente recibieron refilonazos. Este día se vivió un bochorno de altura al concederse el indulto al tercer toro de la tarde, lidiado por Álvaro Lorenzo. Un animal que sólo recibió un picotazo y sin recargar, y que finalmente terminó rajándose. La autoridad volvió a dañar el prestigio de la Plaza de Acho, convertida hoy en una plaza de talanqueras. El quinto, que tocó en suerte al peruano Simpson, era de triunfo grande. Noble con un goterón de bravura, se rebozaba y humillaba. Se fue con las orejas puestas. Emilio de Justo mostró detalles de torería ante el peor lote, entre ellos el cojo aprobado por la incompetente autoridad. 


No ahondaremos, justamente por falta de hondura, en la tercera de feria. Corrida de corte circense y del gusto del público de aluvión por el numerito de las banderillas. Alternaron Padilla, Fandila y Ferrera. Inicialmente anunciada con dos hierros, se acabó de remendar con un tercero.


La denominada corrida del arte, cuarta de abono, se celebró con desechos del Puerto de San Lorenzo, La Ventana del Puerto y un remiendo de Peña de Francia para Morante de la Puebla, Manzanares y el peruano Joaquín Galdós. Los toros llegaron enfundados a los chiqueros de la Plaza de Acho. Un encierro presentado en escalera, descastados y mansos, con cabezas impropias de una plaza de primera y con los más altos precios del orbe taurino. Morante llegó en plan de "conquistador de nuevo cuño" y se quiso ir de rositas sin justificar su presencia y con una actitud impropia de un matador con tantos años de alternativa, lo que ocasionó una respuesta propia de antaño, de la que fuera una entendida afición, y el torero recibió una bronca monumental, despidiéndole entre pitos y gritos de “ladrón”. Manzanares componiendo la figura como de costumbre, empalmando los muletazos (que no es lo mismo que ligar) detrás de la oreja, aliviándose. Mató con la eficacia conocida. El peruano Galdós logró una puerta grande por la localía. El sexto toro era de triunfo importante, dio muchos pases pero le faltó torear con hondura a un toro que metía bien la cabeza. No confirma su larga estadía en España ante el poco progreso taurino demostrado este año en Acho.

Con la quinta corrida culminó la Feria del torete chico, sospechoso de pitones y falto de fuerzas. Esta vez fueron novillotes de Sánchez Arjona para Ponce, El Juli y Roca Rey. Animales impropios de una plaza de primera -por los altos precios que se pagan- con el bochorno que produce el triunfalismo imperante de los espectadores hambrientos de orejas a cualquier precio y donde todo vale.

La empresa tiene que entender que el Toro debe tener mínimo de 4 años, de buena procedencia, con el trapío propio de su encaste, defensas intactas y con poder que asegure un desarrollo adecuado del espectáculo taurino, que además es el más caro de América. Lo que no es de recibo es que la empresa siga presentando novillos adelantados, desechos de cerrado, brochos, faltos de fuerzas, bajos de temperamento, de codicia y si no molestan (entiéndase bobos) mucho mejor. Así fue el torete de la llamada “Feria del Toro” de Acho 2018, que no necesitan ser picados, y que dan lastimosos capítulos de invalidez y mansedumbre.


El buen aficionado ama, respeta y disfruta con desbordada pasión el espectáculo de la fiesta y de la presencia del Toro Auténtico, que es la base de la corrida, todo ello sin intereses secundarios de por medio. Por ello exige y premia lo que pueda hacer el torero con valor y arte. Lo que no es de recibo es la impunidad e indefensión ante el Fraude con el Toro por parte de la empresa, ganaderos, toreros y apoderados, así como los abusos que se dan con el respaldo de la autoridad, la cual debería velar por el aficionado que es el sostén del espectáculo. Y todo ello con el silencio cómplice de la mayoría de la prensa, que abdica de su noble misión informadora y educadora para convertirse en maquinaria publicitaria de este negocio, en el que los perdedores son la FIESTA, el TORO y el AFICIONADO que pasa por taquilla.

Por Pocho Paccini
Aficionado
Ex abonado de la Plaza de Toros de Acho


viernes, diciembre 07, 2018

LA TAUROMAQUIA DE ANTONIO ORDÓÑEZ : ( Capítulo III)

"En las tardes que sentía el toreo tomaba a los toros, los encelaba, les cargaba la suerte y peleaba tan bravamente con ellos que, a la larga,  ganaba la pelea a todos, incluso a matadores con leyenda de toreros largos como de aquí a Lima. Y esto en tal medida que, por no encontrar competidor, acabó por no hallar acicate que espoleara su afición y se fue del toreo dejando en los aficionados una añoranza... como de Lima a aquí."
   
EL TOREO POR BAJO 
HEMOS llegado al tercio final, el que, por evolución del sentido del toreo, es fundamento y compendio del mismo. La faena de muleta. Por ella se mide en la actualidad la valía real de un torero. Cuando he visto a Antonio a lo largo de muchas temporadas, hacer faena a más toros que sus compañeros, me ha asaltado muchas veces una pregunta que, lo confieso, peca de ingenuidad:
—Pero, si parece tan sencillo como él dice ¿por qué no lo hacen todos? 
Y la respuesta no puede ser más simple. Porque no tienen la dimensión torera de Antonio. Dicho en otras palabras; porque no saben. A veces estuve tentado a creer que el secreto estaba en la depuración y elegancia del estilo torero del diestro; pero toreros depurados y estilistas los hemos conocido y los conocemos en la actualidad; especialistas de un lance o de un pase determinado, que practican con tan rara perfección que se hallan a un paso del amaneramiento, y que, precisamente en esta exquisitez, tienen su mayor limitación. Lo que Antonio Ordóñez ha hecho —en las tardes que sentía el toreo— ha sido tomar los toros en tal terreno, encelarlos, cargarles la suerte y pelear tan bravamente con ellos que, a la larga, ha ganado la pelea a todos, incluso a matadores con leyenda de toreros largos como de aquí a Lima. Y esto en tal medida que, por no encontrar competidor, acabó por no hallar acicate que espoleara su afición y se fue del toreo dejando en los aficionados una añoranza... como de Lima a aquí.
Para estos aficionados —y para aquellos otros que opinan que el presente, sin el pasado, es agua en charco— traemos este pase de Antonio Ordóñez en una faena por bajo, cómo se deben tomar los toros broncos o huidos, fluencia en el río caudaloso, ancho y hondo del toreo eterno que representó hace cincuenta años Joselito.
A un toro áspero, de sentido defensivo, no se le puede torear má s que de este modo, tomándolo muy cerca, flexionadas las piernas para que la del lado que torea recoja al toro, echando la muleta abajo para hacerle humillar, pero templando mucho y con dureza para obligar al toro a doblarse. Sacar despues la muleta por debajo de la cara y avanzar en flexión la pierna contraria —momento qne recoge la foto— como metiéndose en el toro, como avanzando a buscar el centro del arco que forma el dominado animal. Y cuando éste se rehace y vuelve en busca de la muleta —cuya vista nunca ha acabado de perder, por arte del diestro—, erguir la figura y ligar el siguiente pase con el mismo dominio, con la misma poderosa gracia, con la misma invencible casta. Esa sí que es la emoción del toreo» que no es bonito —porque en toreo lo bonito es casi sinónimo de malo—, sino hermoso, plásticamente bello, dinámicamente esplendido.

Hay más vida en la inmovilidad de esta foto que en cientos de faenas que hemos visto orejeadas a favor de la casualidad. Y , por encima de todo, lo que de ella se desprende es el dominio. Después de verla se comprende mejor aquella definición, que siempre tengo cierta, de que el toreo es el arte de dominar los toros.
ASÍ,de rodillas, sigue la faena por bajo. Mejor dicho, con una rodilla apenas ingrávidamente apoyada en tierra. Tiene muchos detractores este tipo de toreo, porque dicen que no se templa y no se manda con él. Estos se refieren a los lances con las dos rodillas, que ni son ni han sido toreo nunca. Pero hay veces en que apoyarse en las piernas flexionadas es necesario, no solo para matizar y enriquecer una faena, sino para hacerla más eficaz y artística. Para hacerla, también más emocionante, no con esa emoción sin clase que es el susto a palo seco, sino con la renuncia del diestro a la ventaja de estar de pie para aumentar el riesgo y aumentar también el arte que emplea para vencerlo. He aquí un lance perfecto, que viene a demostrar al gentío, que se agolpa en los tendidos, que la muleta no solamente tiene una misión ornamental y decorativa, sino que —por encima de esto— es instrumento de eficacia antes que de lucimiento. Cuando eficacia- y belleza se reúnen es que hemos llegado a ver una de las cimas de la tauromaquia
INVITAMOS a estudiar con detenimiento esta serie de pases por bajo y detenernos en una observación tan elemental como difícil. Y es que —en todos ellos— el toro siempre tiene ante sus ojos la muleta desplegada como una bandera. ¿Por habilidad del fotógrafo? Evidentemente, no. No puede ser habilidad, ni casualidad, el que en todas las posiciones, desde todos los ángulos de encuadre, se registre este impecable acoplamiento del toro al engaño, esa holgura de movimientos qué indica a las claras el dominio, ese desahogo de terrenos —en que «el toro sería libre de ir y venir si no lo atenazase férreamente el poder torero del brazo que sostiene la muleta— en que está, más que en el tremendismo, el mayor peligro. Porque el toro «puede ver» si por falta de temple deja de perseguir el engaño. ¿Y por qué de rodillas?, vuelven a preguntar esos aficionados que en cuanto ven al torero en esa actitud creen que les escamotea el arte de verdad. Pues torea de rodillas, simplemente, porque en esa postura humilla más al toro bronco y huido; porque así puede dominar sin encorvarse, en una postura de magistral serenidad, más plástica, más bella. Pero ya vamos a complacer a los que tienen ideas fijas. Y podremos ver cómo, sin descomponer la línea, con temple, el torero se levanta al mismo ritmo que torea.
SIGUE el castigo por bajo. El toro —que ha empezado arrancando muy descompuesto —es un mar de áspera bravura, pero la pierna en él ángulo recto y la muleta son los diques que la técnica pone a ese oleaje. El castigo, sin embargo, no se puede prolongar. Antaño, sí. Cuentan los viejos aficionados—y no hay motivo serio que nos permita dudarlo—que la dureza del toro de ayer obligaba a darle leña desde que salía del chiquero. Pero con el toro disminuido de hoy, bastan tres o cuatro pases que lo doblen bien para que se entregue, jadeantes los ijares, la lengua fuera, el morro desbordante de espuma.
Y como castigar por castigar no tiene sentido, el torero busca, siempre ligando los pases, sin descomponerse, mandando, la línea vertical. El toro ha quedado mermado en su poderío y habrá ganado en igualdad la embestida; habrá aprendido —como se dice ahora— a embestir, por el milagro de una muleta bien templada.
VAMOS hacia el remate de la serie. Paso adelante con la pierna contraría —avanza ahora la izquierda, porque se torea por el lado derecho del toro— a fin de ganarle terreno, de doblarlo por última vez. El animal queda en tal forzada postura, que se ve forzado a levantar las patas traseras y girar sobre las manos para recobrar su posición normal. Un alarde de dominio del matador.
Pero al que vamos a poner reparos. Y es que, hasta ahora, la faena por bajo emocionante, dominadora, eficaz, torera— ha sido derechista. Yo no voy a negar la valía del toreo con la derecha — ¡líbreme Dios!—, pero creo que las suertes de muleta tienen su función lógica en la mano izquierda. El toreo con la derecha puede ser muy bello y hasta necesario  aunque «Paquiro» diga de él que es indicio de miedo, y el viejo Domínguez le llame «toreo de Mary Juye»—, pero no se puede basar en él una faena importante.
¡Esa izquierda, Antonio! ¡A ver esa izquierda!
UNA vuelta airosa, un cambio de mano y un remate sensacional... con la izquierda. ¿Es así?
Y el toro hecho un ovillo y siempre con la cara frente a la muleta que ahora —sin trampa ni cartón—torea a su caída natural.
El ciclón que el toro era al empezar la faena templa ahora sus acometidas. Que —como dicen los clásicos— eltoro no se quebranta tanto porque pase, sino porque pasa obligado a pasar como quiere elmaestro y hasta donde quiere, que es el punto en que se marca el remate.
Lo demás, eso de que el toro vaya a su aire y el torero le acompañe, son retozos del animal que va suelto. Lo que realmente tiene fuerza y castiga es llevarlo toreado, es decir, mandado. Es no dejarle que huya, ni se vuelva por el lado contrario, ni enhebre la muleta, sino embarcarle en la franela, tirar de él  y obligarle a seguir y volverse en el sitio donde el matador —como aquí Antonio Ordóñez— quiere que siga y vuelva.
CINCO o seis pases han bastado para este principio de faena. Tras el remate no queda ya más que irse. No por enmienda, sino para buscar terreno propicio al cite y dejar que el jadeo del animal se serene un poco. Por muy duro que el toro sea, siempre hay que cuidarle; mejor dicho, cuidar la lidia para que no se desluzca y aplebeye.

Con Antonio Ordóñez no hay cuidado. Ha salido de la dureza de estos pases iniciarles —los más difíciles, porque son los que acoplan toro y torero y marcan rumbo a la faena— con la ropa intacta, con el gesto holgado, sin despeinarse, sin una mancha. En el garbo con que el matador se va del toro, en la sandunga con que le anda, en el aspecto dócil del animal que sigue claramente dominado a la muleta, está resumido ese acoplamiento de bravura y arte que hace posible la espléndida y milagrosa realidad del toreo.

El tendido estalla en júbilo. Antonio va a citar para una nueva y ligada serie, adentrado ya en la verdad de la faena. La muleta —compañía y arma, torera hasta en el adorno—siempre ante los ojos del toro, mientras una gran ovación estalla en la Plaza.

EL AYUDADO POR ALTO
OTRA de las formas clásicas de tomar los toros al principio de la faena es por medio de ayudados; es decir, pases en que los dos brazos torean conjuntamente. En la faena por bajo —que hemos visto hacer a Antonio Ordóñez únicamente sobre la mano derecha—se usaba antaño el ayudado; era la consecuencia lógica de ir al toro como se debe ir, con la muleta en la izquierda y la espada en la derecha; con el mayor poderío y menor extensión que impone el doble juego de los brazos, se doblaba con más fuerza al toro o se le recogía mejor si tenía tendencia a huir. Pero este estilo — emocionante y bello— ha sido postergado, y hoy se torea por bajo a una mano, con lo que si se gana en plástica se pierde en eficacia.
Claro es que la eficacia —con los toros que hoy se lidian— está en riesgo de ser demasía en cuanto se pegue duro unas cuantas veces. Seguramente por eso Antonio Ordóñez no incorporó a su toreo, como norma general, el ayudado por bajo. Pero sí, como un bello preludio de faena, el ayudado por alto, en el que logra una plástica admirable.
MÁS el diestro no se conforma con esto. No se trata de dar un pase por el que digan: «¡Es Belmonte resucitado!», sino de torear, es decir, de marcar al toro una trayectoria pensada y obligarle a seguirla y a volverse para ligarle el siguiente pase. Es lo contrario del «parón», que muchos llaman despectivamente «poste». El ayudado, tal como lo Interpreta Antonio Ordóñez, marca con claridad la trayectoria curva de la embestida de la res, que sigue el viaje empapada en trapo. Obsérvese la actitud general del diestro: el cite se ha hecho de frente, adelantando la pierna contraria, en este caso la izquierda. Cuando el toro embiste, se gira, cargando la suerte sobre la pierna derecha, mientras los brazos, al unirse con di esfuerzo, realizan uno y otro inversa función, pues mientras el izquierdo torea como en el pase de pecho, el derecho marcha en su suerte natural; si la muleta estuviese en la mano derecha, el viaje del toro se podría prolongar mucho más, alejando el peligro; al estar en la izquierda, este brazo —que cruza torero por delante del pecho— acorta y ciñe la suerte, con la que esta resulta, cuando está bien rematada, mucho más emocionante, mucho más eficaz y mucho más arriesgada.
PERO hasta a la eficacia hay que poner un límite, ya que —como he dicho— son raros los toros que hoy aguantan mucho castigo sin aplomarse y quedar sin faena; por eso sigue Antonio Ordóñez esta bella serie de ayudados, pero con más suavidad, con menos dureza; la muleta ya no obliga al toro a seguir una trayectoria curva, impuesta, con imperio de temple y mando, sino que acompaña al viaje alegre y natural del toro para desahogarlo, para dejarle ver horizonte y probar su celo y bravura. Que en esto está el mérito de una gran faena; en alternar las suertes de tanteo, castigo y adorno en tal forma que —ofreciendo al espectador una obra sin fisura, ligada, continua y bella— se obtenga la máxima seguridad para el lidiador, no sólo en lo que se refiere al riesgo de ser cogido, sino a la posibilidad de continuar la perfección de su faena; por eso, la muleta, a la que antes hemos visto baja y ceñida, elevada apenas para barrer con su vuelo los lomos de la res, vuela más alegre aquí para animar al toro a que corra y ver si tiene pies y celo bastantes para el momento fundamental de la faena, que ya no admite espera.
EL toro -buena casta y bien templada por la muleta torera ha vuelto. Y Antonio ha rematado su serie con un último pase de largura extraordinaria en todo el cual el animal ha ido prendido del engaño, se eleva en el momento final del espléndido remate, y los ojos del toro se vuelven atrás para buscar esa llama roja que le burla cuando él la creyó presa segura. La muleta, que una vez pasada la cabeza vuelve a descender para recobrar su posición natural saldrá limpiamente por la penca del rabo. Y cuando el toro se vuelva, codicioso, jadeante, tomándose un respiro para seguir la desigual pelea, encontrará al torero —menos fuerte, pero más rápido, más ágil, más inteligente— con la muleta en la izquierda para citar al toreo fundamental. He aquí la mejor demostración de que la faena debe ser un todo armónico sin parches ni enmiendas, sin movimientos inútiles ni cambios de mano caprichosos. En buena teoría, la muleta no debe moverse más que en función del toreo que realiza. Por eso es tan clásico este pase ayudado; no solamente por su emocionante plástica, sino porque, lógicamente, sin forzar nada, torero y toro quedan emplazados —cuando éste gira para buscar enemigo— para el pase natural.
ANTES de entrar en la glosa del natural —básico en el toreo, fundamental en toda faena de muleta digna de este nombre—, quiero detenerme ante otra versión que Antonio da del pase ayudado por alto, porque es totalmente diferente a las anteriores y tiene variedad de matices muy toreros. No me refiero con esto a que el diestro esté descalzo — necesidad impuesta, sin duda, por el estado resbalad izo del albero—, sino que torea, aunque de perfil, con los pies juntos y metidos en la montera.
Ya he dicho en algún momento anterior que, como norma general, no soy partidario del toreo a pies juntos pero lo acepto y aplaudo cuando toda la suerte, desde el cite al remate, se hace con absoluta inmovilidad de pies; así no se manda, indudablemente, por falta de base de sustentación, pero se da muestra de gallardía; y en este caso concreto, se adereza el gesto gallardo con los granitos de sal que tiene ese gitano poner los pies en la montera, en demostración de inmo bilidad absoluta. La muleta se eleva en un pase de telón. Deja libre paso al toro de pies ligeros; no es momento de dominio sino de adorno, plena, graciosamente conseguido, acreedor de innúmeros «olés» flamencos.
Fuente: 
Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 14 de febrero de 1963. Año XX, Nº 973.
Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 21 de febrero de 1963. Año XX, Nº 974.

Continuará en las próximas entradas....

sábado, diciembre 01, 2018

FUERZA PEDRITO

Amigo Pedrito, en estos momentos de dolor recibe nuestras condolencias y mucha fortaleza. Que la tierra le sea leve a tu  amada Giséle y  que ya D.E.P.
Pocho y Citlalli

viernes, noviembre 09, 2018

LA TAUROMAQUIA DE ANTONIO ORDÓÑEZ : ( Capítulo II )

¿Qué es torear para Antonio Ordóñez? : ESTÉTICA (el sentimiento espiritual del torero)  y  TÉCNICA (el dominio absoluto sobre el toro).Torero de arrolladora personalidad, de excepcional lucidez para sentir, interpretar y esclarecer las normas clásicas, centenarias, de un arte inmutable en su esencia.

LA LARGA CAMBIADA
¿Que se ha hecho del toreo a una mano? Alguien llegó a decir que si en la época moderna surgiese un torero que practicase las suertes variadas y bellas del antiguo toreo de capa, no hubiera hallado ni toro ni público que las comprendiese. Aquí está Antonio Ordóñez para desmentir la rotunda afirmación. Antonio, juvenil, cuadrado en la rectitud del toro, con el capote ante sí, cogido a una mano para dar una larga. ¿Natural? ¿Cambiada? Lo explicaré, porque a los espectadores de hoy hay que explicarles muchas cosas, y Ordóñez es buen profesor. Si el espada —cuando el toro se arranque— sigue cuadrado, mueve el brazo derecho en su viaje natural y da salida al toro por los adentros, la larga es natural, porque el cuerpo del torero no se mueve y se cita con el capote en la mano derecha para torear por el lado derecho del toro.
Sipor el contrario, el cuerpo gira y el brazo que torea es el opuesto al del lado por el que pasa el toro, la larga es cambiada. Veamos a Antonio. Ha citado de frente —como en la foto anterior—, pero con el capote en la izquierda. Al entrar el toro en jurisdicción ha girado y con el brazo izquierdo cambia los terrenos y, sin perder el suyo, señala la salida al toro por el lado derecho, por los adentros» por el costado derecho de la res. Esta es la larga cambiada. Una bellísima suerte para correr los toros cuando están muy levantados. ¡Labor de subalternos!, dicen algunos toreros de hoy. ¿De subalternos? Que se lo pregunten al «Guerra», que fue el fenómeno de su tiempo. Sin ir tan lejos: que lo pregunten a quienes vieron y vivieron el momento de la foto.
Tal vez este otro lance no necesita tanta explicación, porque la larga cambiada afarolada de rodillas es suerte que se practica con frecuencia y está en uso. Pero definiremos. Larga: porque el capote es corrido en toda su extensión y a una mano. Cambiada: puesto que el capote en la mano derecha lleva y da salida al toro por el lado izquierdo. Afarolada: porque el camino no se consigue con un giro del cuerpo —como en la foto anterior—, sino pasando el brazo por encima de la cabeza. De rodillas: a la vista salta. Aunque esto de torear de rodillas, si tiene mucho mérito cuando la suerte sale limpia y bella, quita muchas posibilidades estéticas al toreo..., aunque Marcial Lalanda, solía decir que si se ponía de rodillas siempre que le entraban unas ganas locas de huir, para no hacerlo. Volviendo a la larga de rodillas: la hemos visto como un gran barullo infinitas veces. La hemos visto con esta rara precisión geométrica —templando el vuelo del borde del capote— muy pocas. A casi nadie.

AL COSTADO POR DETRÁS
Citar al toro con un brazo cruzado por la espalda y el otro extendido, mostrando el capote por detrás del cuerpo, es gallarda manera de citar. Pero un gran capeador da más belleza a la suerte si el primer lance —en el quite— lo engendra como verónica o farol para poner el capote a la espalda. Antonio Ordóñez, en la foto, inicia el lance como verónica; casa al fin de la misma la mano Izquierda suelta el capote —que sigue su vuelo natural— y pasa por la espalda a recogerlo nuevamente por la esclavina y ligar el nuevo lance, éste ya al costado por detrás.

Esta suerte tiene en el rondeño una peculiar y exacta interpretación, dentro ya del toreo de perfil. Torea con los pies juntos y sobre las puntas de los mismo, atiende más a la belleza del momento que al dominio del toro en la suerte; y sin embargo, véase cómo el toro va toreado, siguiendo la onda del vuelo del capote hasta la terminación de la suerte; con lo que Antonio habrá conseguido el milagro de dar este arriesgado lance, apenas con base de sustentación y sin tener necesidad de enmendarse para buscar mejor terreno en el capotazo siguiente.

LA CHICUELINA
Ya hemos dicho que Antonio Ordóñez ha sido — ¿es? — un torero con personalidad definida. Una de las manifestaciones de esta personalidad fue el haber sabido interpretar todas las suertes clásicas y no haber incorporado a su toreo ningún lance extraño, ninguna —o casi ninguna— «ina». Le vemos, sin embargo, en la chicuelina, la graciosa y sevillanísima variante de la navarra. El diestro ha citado como para la verónica, con el capote un tanto ceñido; deja que el vuelo del engaño haga pasar al toro mientras, pausadamente, con los dos pies pisando fuerte, gira en sentido contrario, para
repetir la suerte. Lance de adorno, tangencial —como el molinete—, pero que cuando se da así, cuando el toro pasa —y no cuando pasa el torero— tiene una positiva elegancia.
EL GALLEO A LA MARIPOSA
Antonio Ordóñez es torero tan clásico como variado; intenso, pero largo. Escapa a esa regla inexacta —que algunos toman por axioma— de que la intensidad acorta el toreo. Y Antonio, que da la verónica como ningún contemporáneo suyo la ha dado, no elude cuanto en el tercio inicial sea eficaz o, simplemente, bello. A veces, no con la frecuencia que hubiéramos querido, ampliaba su repertorio habitual con la esencia de suertes que fueron y ya no son; por ejemplo, los galleos. ¿Qué son los galleos?, oigo preguntar a los nuevos aficionados. Pues... eran. Eran suertes que se ejecutaban andando con el capote delante del toro —sin que éste pasara— y adornándose en su ejecución. El más moderno de ellos fue el de la mariposa, actualizado y perfeccionado por Marcial Lalanda, y que Antonio Ordóñez ejecuta en este momento de la lidia. Es la más bella de cuantas suertes se pueden ejecutar al toro por la cara; con el capote a la espalda, aleteante como las alas de mariposa, la cabeza del toro pendulea en una alternativa embestida, que el torero elude andando con gracia hacia atrás, y rematando con una alegría, una airosa vueltecilla, un desplante; eso que no es «na» y que arma un terremoto en el tendido.

LOS REMATES
Hemos hablado hasta ahora, casi exclusivamente, del clasicismo de Antonio Ordónez. Vamos a hablar ahora de su sevillanía. Para mí es -sobre todo- la gracia necesaria para irse de la cara del toro de forma bella. Como hace Antonio en esta serie de remates, que presentamos en su Tauromaquia. Remates que no son de adorno, de puro adorno. ¿Hay quién dude de la eficacia de ese capote, diestramente llevado a una mano, ayudado con una flexión de rodilla -siempre en ángulo recto, geometría del buen toreo, para fijar la serie inicial de verónicas?
Pero ese mismo capote —que dibuja a una mano un recorte de hierro para calmarlos nervios de un torito picante— es flor desmayada que levemente adorna una serie de lances, cuando el toro no necesita quebranto.En el momento anterior, el recorte —con su efectividad— era un magnífico exponente del toreo defensivo. Sí, he escrito defensivo, no medroso; son cosas totalmente distintas. Toreo defensivo, porque tiende directamente a quebrantar al toro, a quitarle agresividad. En este lance, la figura erguida, el brazo flamenco, el pliegue reposado del capote nos dicen solamente una cosa: belleza...

preludian el giro gitano, el paso garboso, la gracia sevillanísima con que Dios premia a aquellos buenos toreos que saben hacer toreo, según su sentir y dentro de las regias. Saber estar en el toro necesita un valor incomparable. Saber irse del toro... En eso no hay Tauromaquia que encuentre regla precisa, porque la inspiración no tiene norma fija, no se ajusta a moldes, es una llamarada que vive un leve segundo en la imaginación y se realiza si la imaginación cuenta con reflejos rápidos, instintivos, muy hondos, muy raciales.
Ese irse de Antonio —llevándose el crujido de gozo del tendido, ese crujir que parece el de la corteza del pan caliente— no se ha ensayado, no se ha previsto. Para explicarlo habría que acudir al estudio de la veta de sangre gitana de su estirpe.

LA REVOLERA
Torero grande es aquel que sabe que el toreo, en esencia, es el dominio sobre el toro, pero lo practica como si fuese un arte puro, un alegre divertimiento, una incruenta creación estética. Es aquel en el cual, el arte, se crea por encima de un macizo poder que le sirve de base

Antonio está — ¿estuvo?— en ese difícil punto de equilibrio en que se cuidan todos y cada uno de los detalles de la lidia, pero nunca se despojan de sus más atrayentes fulgores: arte, salero, plasticidad. La demasiada atención a la lidia –falsa excusa tras la que se esconden toreros holgazanes o temerosos— no da derecho a terminar con el toreo de capa. Ni con su rica variedad. Muchos hay que, con el pretexto de que el tercio de varas es puramente puyazo y quite —aun hoy en que ni uno ni otro se practican—, se eximen de echar un capotazo, y no practican más que la verónica del saludo con mediocre monotonía. El capote de Antonio Ordóñez —incluso en el tercio de varas— sabe distinguir entre la plaza y el tentadero. Quede para éste la faena sobriamente aderezada. Y para la plaza, la alegría revoloteante del capote en espléndida y rica variedad de suertes. Como esa revolera —¿quién habrá que pueda describirla? — que hace pasar ante los ojos del toro salpicao, en alegre fuga, todos los colores del arco iris.
este otro remate en revolera —de rodillas, por bajo— que une lo bello a lo eficaz, a lo útil. Todo en la plaza debe responder a una finalidad de dominio, de poder, de buena lidia. Tal vez un principiante, al ver esta foto de Antonio, trataría de imitar el lance. ¿Cuántas veces lo habremos visto? Pero lo que el principiante deberá saber es que el
ponerse de rodillas, el rematar por bajo, el adornarse con la corola florida de una revolera, el espada trata de bajar los humos a un toro que salió levantado y al que las varas no han bajado la cabeza para dejarla ahormada, en su sitio, maduro para una gran faena. Ese era el problema presentado al toreo. ¿Qué opinan los aficionados de la solución?.

EL PROVIDENCIAL QUITE
ya cierro este capítulo sobre el toreo de capa de Antonio Ordóñez, trayendo ante los aficionados un documento del momento en que no hay más dominio que el del corazón: es el momento del quite. Pero cuando lo hace, de verdad, un torero puede tener norma taurina, ser engendrado como una verónica; puede obedecer a la regla inmutable de que para llevar toreado al toro hay que mantener el engaño templadamente frente a su cara; puede seguir «echando línea», cuando aún no se han calmado los gritos de temor en el tendido. Quite torero de Antonio Ordóñez. No la serie de lances de relleno para tapar deficiencias, sino el lance en terreno comprometido, que resulta sereno, airoso, para que el toro se amarre al capote y no tenga tentación de volverse sobre su presa. Porque en id quite lo importante es salvar a un compañero. T para salvarlo hay que estar «allí». Y para estar allí hay que tener intuición del peligro, conocimiento de las suertes, dominio de los terrenos. Después se dirá del capote salvador que ha sido sabio, que ha sido providencial. Sabiduría y Providencia que se funden en un solo conocimiento: el solo Arte del Toreo. Y con este lance —en gallarda misión de hermandad— nos despedimos del capote de Antonio Ordóñez. El más ilustre que yo he conocido, aunque al escribir esto me punce en el alma el recuerdo de la verónica de Francisco Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana». Y, sin ninguna duda, el de más espontaneidad creadora, el de mayor aptitud artística del tiempo presente.

Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 07 de febrero de 1963. Año XX, Nº 972.

CONTINUARÁ
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