" (...) pase regular es todo el que se da con la izquierda; por consiguiente, el pase natural solamente puede ser dado con la mano más cercana al corazón (....) en la faena clásica no hay mano izquierda y mano derecha, sino mano de torear y mano de matar."
EL PASE NATURAL
NO hay punto
en que discrepen tanto las tauromaquias como en la terminología de los pases
regular y natural. Para muchos es el mismo. Para otros tantos son conceptos absolutamente
diferentes. Unos —como
«Pepe-Hillo» - dicen que se ha de dar con la izquierda; otros —como «Paquiro»—
admiten que se pueda hacer con la mano de la espada, lo cual «aun cuando no está
mal visto, no es tan airoso”. Y de aquí en adelante, la polémica se enciende, los
tratadistas se dividen, y como la anfibología es tan evidente como personales
las interpretaciones, se mantiene el desacuerdo al llegar a Cossio y
Corrochano, a los que citamos como ejemplo de críticos que han estudiado a
fondo el toreo de ayer, vivieron el de José y Juan y han publicado sus doctorales
escritos en nuestros días, después de Domingo Ortega y «Manolete».
Pero como las
dimensiones de este borrador de Tauromaquia no fueron concebidas para hacer
crítica de críticos, sino para exponer con lisura cómo practicó el toreo Antonio
Ordóñez, diré brevemente que me sumo a la escuela, cuyo último representante, es
don Gregorio Corrochano, y que, para mí, pase regular es todo el que se da con
la izquierda; por consiguiente, el pase natural solamente puede ser dado con la
mano más cercana al corazón. ¡Como que hay que ponerlo entero en el lance!
Ved la foto,
en la que todas las premisas del arte están cumplidas con rara perfección y
nítida claridad. Parece que Antonio se haya vuelto antes al tendido- como hacía en algunas tardes inspiradas- para
preguntar «Vamos a ver si es así»-¡Claro que es así ¡
El torero ha
ido al toro de frente, dejándose ver, con la flámula en la mano de torear —porque
en la faena clásica no hay mano izquierda y mano derecha, sino mano de torear y
mano de matar— y dando el pecho. La muleta cuadrada, a su caída, hacia el terreno de afuera y cogida por el centro del
palo. La distancia, la que exijan las condiciones de bravura y ligereza del toro;
la que aguante el corazón del torero; en esto no hay más medida exacta ni más criterio
que el conocimiento del toro que —a esta altura de la faena— debe tener su lidiador;
no debe ser tan corta distancia que el toro se ahogue; ni tan larga que pierda
el celo y quede suelto; la verdadera dimensión —la distancia torera— es la resultante
de una ecuación cuyas dos incógnitas son la bravura del toro y la guapeza del
torero para aguantarla.
Hay toros que
se arrancan como un huracán de codicia. Otros —la mayoría de los que vemos
lidiar- llegan a este trance escaso de pies y fuerza, poco boyantes; a estos hay
que adelantarles en el cite la pierna contraria, siempre la derecha en el
natural clásico, movimiento con que el torero llama la atención al toro, lo
provoca y —al mismo tiempo— le coloca centrado con él; es decir, el tronco del
torero, el que ha de cimbrearse al encauzar la embestida, queda «en el centro»
del compás abierto de las piernas y puede girar como eje para cargar la suerte
erguido con holgura, con mando, sin retorcimiento.
Mientras tanto, la espada —que siempre lleva la mano
de matar— debe apenas reposar sobre la cadera de ese lado. No debe intervenir
ni ayudar en el logro del pase para que éste no pierda pureza. Y la muleta —que
aquí está aún un poco atrasada en relación con el cuerpo— irá adelantando, poco
a poco para atraer la mirada del animal, como para hacer el quite a la pierna derecha,
que es último elemento móvil del cuerpo torero que el toro advirtió. Todo está
a punto para provocar la embestida y trazar el pase más bello y fundamental de
cuantos pueden esculpirse sobre la arena.
Para los pueblos mediterráneos —más sutiles— tiene
un encanto mucho mayor la lucha entre la fuerza bruta y la inteligencia; los
refinados romanos hacen lidiar a los gladiadores, pero Ies dotan de distintas armas;
al más fuerte lo cubren con gran casco y coraza defensiva y le dan como arma
una aguzada y corta espada; al más ágil le hacen pelear con una red en la mano
izquierda, un tridente en la derecha, y sin otra protección.
Así, el torero y el toro. Como moderna versión de
una noble y cruel tradición clásica, ahí está Antonio Ordóñez, tendiendo al
toro la muleta, engañosa red, donde queda prendida la bravura, hasta llevar el desigual
combate a un final de muerte y triunfo.
PERO vengamos del Coliseo al casticismo garboso de
la Plaza…. Cuando el toro embiste y al llegar a jurisdicción,
se le para —es decir se destruye su ataque, se le engancha en la muleta o, como dicen los castizos se le
«embarca» para llevarle muy toreado— y se le marca la trayectoria necesaria
para la más perfecta ejecución del pase, por alto o por bajo. En las tauromaquias
clásicas se aconsejaba llevar toreado al toro en línea recta y apurar la suerte
cargándola hasta que el toro volviese y se le pudiera echar por delante con el
pase de pecho. Y así parece ser el primer tiempo del pase natural de Antonio
Ordóñez, que, con el compás exactamente abierto, corre el brazo templadamente
en su longitud. Pero como Antonio es torero de su tiempo, empieza a mandar en
el viaje, dándole trayectoria curva, describiendo con la muleta un tercio de
círculo antes de buscar el remate.
HE aquí, con nitidez, la técnica del perfecto pase
natural. En el centro de la suerte, el tronco del torero se mece —en un juego
flexible de cintura— y, a la vez que el brazo alimenta con temple la embestida
del toro, el peso del cuerpo torero, que gira, pasa de la pierna derecha a la
pierna izquierda, sobre la cual se carga la suerte. Es en este momento, en el centro
del pase, cuando el pecho se pone paulatinamente de perfil, paralelo al viaje del
toro. Esto quiere decir que todo lo que sea citar de perfil es demérito de la
suerte, quede esta idea muy clara; demérito no quiere decir que el citar de
perfil para el natural sea cosa deleznable, sino que la suerte no es tan
gallarda, ni tan torera, ni tan clásica. En este pase, la muleta, llevada por
un brazo que torea suelto, espontáneo, natural, luce su brillante tersura.
Y llegamos al remate de un pase bien dado. Pero
antes queremos llamar la atención sobre otro detalle de autenticidad de este
natural; que está dado con los terrenos invertidos, dando al toro los adentros,
lo cual supone la renuncia del torero a toda licita ventaja. Ahora ya es el pie
izquierdo el que recibe el peso del cuerpo del diestro, mientras el derecho se va
levantando suavemente a fin de avanzar y quedar de nuevo en posición de torear
en el siguiente pase. Porque —como antes
he dicho— Antonio es torero de su tiempo y a veces liga los naturales, haciendo
toreo en redondo, hasta cuajar una serie que en cada lance gana perfección y angustia,
hasta lograr el clima propicio para que todos —toro, torero y público-
desahoguen, aquél su celo, estos su asfixia de placer, en el inmenso y
emocionante alivio del pase de pecho.
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 28 de febrero de 1963. Año
XX, Nº 975.
Continuará en la próxima entrega.....
Hace tiempo no sale un torero de leyenda,embrujo,fantasía,valor e inteligencia como lo fue Ordóñez.Un monarca del toreo.Que acierto el recordarlo.
ResponderEliminarM.D.S.