EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

jueves, septiembre 29, 2011

miércoles, septiembre 28, 2011

La Tauromaquia por Ignacio Sánchez Mejías (Cap-II).


              



El público:
Va al sol o a la sombra. El sol es la localidad barata e incómoda que casi siempre está a la izquierda de Presidencia y la frecuenta el pueblo. La sombra es la localidad cara, confortable y presumida, a la derecha, y la frecuenta la aristocracia, los militares, el clero y las mujeres. Las mujeres en todos los espectáculos de la vida tienden a acomodarse a la sombra, entre el clero y la aristocracia, frente al pueblo. Si alguna vez se subleva contra la tradición, salta del ruedo por encima de la barrera entregándose sola a la lidia. La tauromaquia está presente desde el pasado. Así, cuando la civilización romana agonizaba por falta de virilidad y sobra de sentimiento caritativo, por apego o egoismo de la vida y miedo a la muerte, sale de los chiqueros del centro de Europa el toro negro de los bárbaros o el toro sanguinario de los germanos. La lida es el único arte que conoce reglas para la evolución y para la revolución.

La bravura:
El toro bravo tiene un sitio para nacer, lo mismo que el petróleo tiene un sitio donde brotar. La fiereza al toro se la "yerba" que nace del suelo, y ésto es cierto hasta el extremo que cuando una ganadería entera cambia de lugar, aun dentro de la misma España, pocas generaciones después pierde en bravura lo que gana en masedumbre. Sus toros, a poco, no embestirán ni acometerán por nada ni por nadie: ya se les encierre o se les deje en libertad, ya se les obligue o se les consienta, ya se les moleste o se les acaricie. Insisto en ésto porque es de vital importancia. Lo sabemos nosotros pero la mayoría de los extranjeros lo ignoran. Al toro bravo se le cambia de pasto y a los veinte años nace manso. Por el contrario, si al toro manso se le lleva a los terrenos del toro bravo, a los veinte años es una fiera que tiene instinto de matar. El toro bravo de Andalucía se lleva a los terrenos de Inglaterra o Norteamérica y a los veinte años se deja acariciar por el hombre. El toro inglés o nortemaericano se lleva a Andalucía y en veinte generaciones embiste como si fuera un miura y si retornara a su país de origen pasearía su furia en medio de los gritos de una civilización indefensa. Desamparada porque había olvidado la ciencia de la Tauromaquia, la ciencia de la lidia del toro que es la ciencia de la vida.

Don Quijote y Sancho:
Don Quijote de la Mancha cuando salta el toro a la arena echa sobre él a su amigo "Rocinante", el caballo de los toros. ¡Don quijote, todos los toreros rezan por ti para que Dios te libre de una cornada! Nadie teme por "Rocinante". Don Quijote sabe lidiar y librar el caballo, que es lo mismo que nadar y guardar la ropa. Ni para guardar la ropa le sirve Sancho. Sancho Panza no cuida de la ropa, ni de la suya ni de la de Don Quijote, porque la ropa no se come y a él solo le interesa la comida. Sancho, mas que la perturbación de Don Quijote, es su asesino. Sí, eso es lo que quiere sin darse cuenta: matarlo, suprimirlo. Al primero que tiene que lidiar Don Quijote es a Sancho: su rémora, su ancla. Sancho es la amargura del triunfo de Don Quijote, el hacha que poda todas sus alegrías, todas sus ilusiones. Don Quijote tiene el cuerpo lleno de heridas, de cornadas que le han dado los toros. Los toros, no lo olvidemos, dan cornadas, hieren y matan. El toro es la Muerte. Por mucho que se sepa de toreo hay momentos en que no se puede evitar la cogida, falla la regla o se equivoca el lidiador y entonces llega, sanguinaria, la cornada. A Don Quijote lo cogieron algunos toros y entre ellos hubo uno que estuvo a punto de matarlo: el terible toro del Norte. Pero Don Quijote no se deja matar fácilmente. Para eso tiene su arte, su tauromaquia. Él sabe que cuando los toros son fuertes, son poderosos, lo mejor es cambiarlos de terreno. Cambiar los terrenos en el toreo, llevar al toro de un sitio a otro, es renovar la lidia, abrir nuevos horizontes a la vida, que es arte de torear. En el argot taurino, un tercio no es un tercio, sino un medio. Cuando se dice cambiar al toro de un tercio a otro, lo que se quiere en realidad decir es cambiarlo de un medio a otro medio. Hablamos de una circunferencia que es el ruedo de la plaza de toros. Don quijote fue el primero en descubrir que el mundo tenía forma del ruedo, que el mundo era redondo por los cuatro costados. Y como sabía torear, cuando vio que el toro le comía el terreno, lo cambió de tercio o medio, mas claramante, lo pasó de la mitad vieja del mundo a la otra mitad: lo trajo al Nuevo Mundo. Y eso sólo lo puede hacer quien sea capaz de torear a todos los toros en todos los terrenos. Don Quijote lo hizo y en el esfuerzo se abrieron sus heridas y se derramó casi toda su sangre. La sangre de Don Quijote regando a mas de medio mundo ha hecho brotar su arte, su arte de ser, de ser siempre, de ser y estar, de estar eternamente, por los siglos de los siglos, dormido y despierto, sin vacilaciones, dormido y despierto, a toda hora y en todo lugar.
Hay toros que no quieren lidiar, que no quieren que se les toree y embisten a la fiesta. Entre la muchedumbre humana en un sentido figurado, es lo que se dice picar alto o también poner una pica en Flandes. Una embestida furiosa y mal intencionada a la fiesta, fue la de Roma en tiempos de Felipe II. El Papa, no sé si Pío V o un Sixto V, tiró un "hachazo" al toreo y fueron Fray Luis de León y los teólogos salmantinos quienes salieron en defensa de nuestra tauromaquia. Ellos sabían que las normas de torear las dan los ángeles y las de embestir las dicta el demonio. Cuando alguien torea a la perfección se dice que torea como los ángeles, y cuando un toro embiste con mala intención se dice que es de la misma piel del demonio. Fernando El Gallo, viejo torero y suegro mío, decía, explicando el movimiento de la muleta a la hora de matar, que al que no hace la cruz se lo lleva el demonio, porque el toro es el demonio.
Cuenta el Marqués de San Juan de Piedras Albas, en su reciente libro sobre "Santa Teresa y los toros", que, encontrándose la santa en Medina del Campo, ocupada en los preparativos de una de sus fundaciones, se le ocurrió poner en cultivo un huerto propiedad de la fundación. En su pobreza de medios no sabía con qué labrar la tierra, y se le ocurrió pedir a un hacendado rico del pueblo un par de bueyes para el trabajo de la tierra. El hacendado, hombre incrédulo y de mala condición atendió con hipocresía el deseo de Santa Teresa, diciéndole que estaba conforme en regalarle dos bueyes con la única condición de ser ella misma quien fuera a recogerlos y quien los unciera al yugo del arado. Teresa de Jesús no puso inconveniente en aceptar y fue a la hacienda acompañada de un servidor del hacendado, al que su jefe había advertido que le diera un toro bravo que se hallaba entre los bueyes mansos. La santa llamó al toro por su nombre "Berrendo", y puso su mano sobre la testuz de la fiera. Ante el asombro de todos los criados presentes, lo unció dulcemente al yugo como si se tratara de un corderillo. En este milagro, verdadero milagro atestiguado, Santa Teresa de Jesús no hizo mas que dar un buen pase de muleta. Un pase de muleta no al toro que embiste sino al dueño del toro, al demonio. Porque el toro es el demonio y para librarse de él hace falta hacer la cruz con la muleta y el estoque, obligándolo a humillar la cabeza y hundirle la espada en el morrillo, matarlo. Matar al toro es matar a la muerte y al demonio. Hay toros bravos y toros mansos. Eso lo sabemos nosotros, pero la mayoría de los extranjeros lo ignoran. Se cree que al toro se le obliga a embestir contra su voluntad, otros piensan que es un toro que robamos a la agricultura, porque su gusto sería trabajar y no embestir. Ésto es falso y hay que acabar con este prejuicio. El toro bravo es una fiera como el león y el tigre, a quienes, por otra parte, acomete y vence cuando a ellos se enfrenta. El toro de casta del sur de España ha vencido en muchas peleas públicas al león y al tigre. No sirve para el trabajo porque acomete y mata al hombre, embiste por naturaleza, lleva la furia en la sangre, en la sangre elaborada como ya se dijo, por la hierba de las marismas del Guadalquivir y, mas allá, de las dehesas salmantinas o de las vertientes del Guadarrama.

... continúa en Capítulo III y último...

FUENTE:  http://blancoyoro.blogspot.com/2011/09/la-tauromaquia-por-ignacio-sanchez_19.html

martes, septiembre 27, 2011

PEPE LUIS VÁZQUEZ GARCÉS (V)

EL SÓCRATES DE SAN BERNARDO


Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo. Año X. Madrid 17 de diciembre de 1953, n° 495.

Colaboración de Germán Urrutia Campos

domingo, septiembre 25, 2011

PEPE LUIS VÁZQUEZ GARCÉS (IV)


Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo. Año X-Madrid 10 de diciembre de 1953, n°495
Colaboracion de Germán Urrutia Campos.

sábado, septiembre 24, 2011

SIXTO VÁZQUEZ: LAS VENTAS 31 DE JULIO DE 1955

LAS VENTAS 31 DE JULIO DE 1955
"Y sin dejarlo llegar al peto colocó la vara en lo alto" Fotos Cifra Gráfica

Escrito por Barico 
Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo. Año XII. Madrid 4 de agosto de 1955. N°580


Así lo escribió Joaquín Vidal Vizcarro, en su libro El Toreo es Grandeza:
"Por la decada de los cincuenta llegó a España el matador mexicano Jaime Bravo, que traía de picador a su paisano Sixto Vázquez. Si poco conocido era el matador, el varilarguero era un desconocido absoluto y nadie reparó en él. Hasta que hizo la suerte de varas. La revelación fue en Las Ventas. Primero había que verle cabalgar, dominando la montura con técnica de jinete consumado y evolucionando con torería. Citar después, un tanto terciado el caballo, que adelantaba exponiéndolo por los pechos. Cuando se arrancaba el toro, Sixto Vázquez se inclinaba adelante, se dejaba caer lateral, la vara en ristre, y adelantándola a la extensión natural del brazo, recibía la embestida hundiendo la puya en el morrillo. Pero, al tiempo volvía el cuello del caballo para librarlo del hachazo y con ese leve giro, más la fuerza de su brazo, empujaba al toro hacia fuera de la suerte y prácticamente lo dejaba en los vuelos del capote que el matador presentaba para el quite.Dicen que la suerte de varas no gusta al público. En efecto, no gusta la suerte que se hace mal, pero la de Sixto Vázquez - y la de algunos excelentes varilargueros que aún quedan-, sobre gustar, entusiasmaba; ponía al público en pie, y engrandecía el tercio, que adquiría una emoción y una belleza máximas. Concluida la lidia, Sixto Vázquez hubo de dar la vuelta al ruedo, y dio otras vueltas al ruedo en premio a sus actuaciones , tanto en LasVentas como en otras plazas."