EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

sábado, noviembre 13, 2021

Recordando con Julio Pérez "Vito", lo que fue la suerte de banderillas.

Julio Pérez "Vito" le comentaba a Germán Urrutia Campos,  quien fuera encerrador de la Plaza de Acho, aficionado de gran bagaje y nuestro amigo personal, que: "Salir marchoso es y será la piedra angular de la Suerte de Banderillas".   ¡¡¡¡¡¡¡Ahí queda eso¡¡¡¡¡¡¡¡          

Julio Pérez  "El Vito", asomándose al balcón
        

Alfonso Navalón
A media mañana sonó una voz en el teléfono que se hacía familiar a pesar de los veinte años que llevamos sin vernos. Estuve dejándolo hablar hasta que soltó el: «¡Mi arma! ¿Pero ya no te acuerdas de tu amigo ‘Vito’?». Y de pronto saltaron un montón de recuerdos, de los muchos días que vivimos en entrañable armonía nuestra pasión por el toreo. Los que me siguen saben de sobra la profunda admiración que siento hacia este personaje singular, al que pongo siempre como ejemplo del más completo banderillero que he conocido. En la distancia, Julio ‘El Vito’ va recogiendo las crónicas que le mandan sus amigos o las que le pasaba un pariente que maneja Internet. El hombre ya no pudo aguantarse más y me llamó para contar lo feliz que se sentía con este reconocimiento, cuando los aficionados de ahora no saben lo que significó en la historia del segundo tercio. «¡Mi arma! ¡Guardo tus crónicas de ahora con más cariño que las que me hacía Corrochano en el ‘Abc’!». 

En mi larga historia de aficionado práctico no he disfrutado con nadie haciendo tentaderos como con este andaluz que derrocha gracejo y talento en sus chispeantes charlas. Para Julio es un vicio hablar de toros. No se parece a José Tomás ni a los toreros de ahora que se quitan el traje de luces y se convierten en ciudadanos anodinos, la gente que nos conoce dirá que estuve también muchos inviernos andaluces tentando al lado de Pepe Luis Vázquez y que no voy a comparar a un genio del toreo con un simple banderillero. Ya lo sé, pero Pepe Luis es más tímido y más reservado. Pepe Luis da muchas largas cambiadas porque no quiere complicarse la vida. A Pepe Luis hay que oírle después de las doce de la noche, cuando ya tiene encima media docena de güisquis. Como aquella madrugada en El Toruño’ de los Guardiola, cuando andaba escribiendo ‘Los Toros del Sol’ y Don Salvador me reservó una sorpresa emocionante: «Usted habrá toreado cientos de vacas, pero seguramente no se habrá puesto delante de un cinqueño». Así que tragué paquete y afronté la prueba. Era un toro que no se podía lidiar porque tenía un bulto en el costado. Y allí estaba Julio ‘Vito’ con el capote pronto por si pasaba alguna ‘esaborisión’, y Pepe Luis con su discreción de siempre. Esa noche nos dieron las tantas hablando de toros. Los hijos de Pepe Luis (todavía unos niños) dormían en los divanes mientras el maestro de San Bernardo, sabiéndose entre los cabales, derrochaba sabiduría. Domingo Ortega siendo también seco en palabras, era más abierto cuando sabía que tenía auditorio digno de su sabiduría. 

Una noche después de tentar en su finca de Segovia nos quedamos de sobremesa con Antonio Bienvenida, el escultor Sebastián Miranda y Luis ‘El Estudiante’. Faltó Cañabate, que por entonces ya estaba muy malito, mientras el trepa de Zabala rezaba para que le dejara cuanto antes la tribuna de las hipocresías del ‘Abc’. Fue una de esas noches inolvidables donde el viejo filósofo de toros sentó cátedra de lo que debe ser un buen torero. El toreo por dentro. Pero lo del ‘Vito’ era distinto a todo. Conocía el toreo por dentro y desde abajo, había sido figura de los novilleros, matador a la sombra de su padrino Carlos Arruza, luego el mejor banderillero de esta época y después también maestro en el arte de escoger en el campo la corrida que mejor le iba a cada torero, a cada plaza y a cada empresario. Entre Domingo Ortega y ‘El Vito’ hay la misma diferencia que entre una conferencia de Don Miguel de Unamuno y la vida del Lazarillo de Tormes. Por mucha gloria que alcance Unamuno, las aventuras de Lázaro quedarán para siempre en el alma del pueblo. Una hora me tuvo al teléfono. Un torrente de recuerdos. Entre lo mucho que habla Julio y lo poco que me gusta estar callado, había que recuperar el tiempo perdido. 

Lo conocí un invierno a principios de los sesenta cuando yo acababa de entrar en ‘El  Ruedo’ y paramos a comer en el Parador de Bailén con Luis Miguel, Jaime Ostos y Luis Segura. Lo más curioso de aquella reunión fueron las ocurrencias de Lucía Bosé (todavía bellísima) traduciendo al idioma casero los tecnicismos de Luis Miguel. Su conclusión fue gloriosa: «O sea, que según Luis Miguel, el secreto del toreo está en la altura y la distancia que debe llevar la muleta durante la faena». Eso es lo que nos había querido explicar su marido en media hora de pontificar. De pronto, nos quedamos sorprendidos ante dos hombrones que estaban pegando carreras y saltando los setos del jardín. Eran ‘El Vito’ y Luis González que entonces iban de ‘pareja-espectáculo’ en la cuadrilla de Ostos. Iban a torear un festival en Andújar y aquella tarde Luis Miguel dijo que me fijara en un muchachote fornido de Zaragoza: «Ése acabará cuajando en un gran banderillero». Y no se equivocó. Aquel mañico era Pepito Gracia, hijo del conserje de la plaza de Zaragoza y padre de ‘El Tato’, el inesperado nuevo ‘manager’ de El Juli, que de pronto ha olvidado todo el cariño que siempre me ha tenido su familia y de la sorprendente memoria de su padre que se sabía algunas de mis crónicas y las soltaba de golpe en las muchas noches de juerga que pasamos juntos. Aquellos tentaderos No puedo reflejar en esta crónica la historia de esa hora telefónica anotando cuando íbamos a los tentaderos de Urquijo en el Cortijo de ‘Juan Gómez’. Allí se tentaba después de la feria de Sevilla cuando ya el sol achicharra. Empezábamos al amanecer y tentábamos diez vacas hasta que empezaba a calentar. Luego volvíamos a las siete hasta que se hacía de noche. Entonces probamos aquel semental ‘Dominó’, un prototipo de Murube que salió extraordinario. Se lo compró Litri en un millón de los de entonces (cuando las corridas valían sesenta mil duros) y fue un desastre de semental porque no ligó con ninguna vaca. Otro día fui a tentar a lo de Joaquín Buendía, cuando aquellos santacoloma salían rabiosos de casta y los toreros decían que tenían ojos de locos cuando los miraban. Mi sorpresa es que al empezar en la placita de la ‘Hacienda Bucare’ se presentó de improviso ‘El Vito’: «Mi arma, m’enterao de cazualidá que venías a lo de Buendía en la Venta de Antequera y m’a fartao tiempo pa’vení. No te vayas a equivocá que ezto no lo conoces, que aquí una vaca te pué rajá encuantito te encantilles...». «¡Julio!, si yo estuve ya en los de Isaías y Tulio Vázquez, en lo de Albaserrada y en los gracilianos de Arranz. Pero Julio seguía en sus trece: «Y que no te vayas a equivocar, que aquí te puede pasar de todo cuando más descuidado estés». No pasó nada. Las vacas salieron muy picantes pero manejables si se les tapaba bien la cara con la muleta. Mi amigo ‘Vito’ no respiró tranquilo hasta que no le dimos puerta a la última. Entonces comprendí el gran respeto que les tenían los toreros a los torillos terciaditos de Santa Coloma. Y por qué las figuras de ahora no han descansado hasta quitarlos de todos los carteles. Prefieren los borregos de Domecq porque ¡Dios te libre de un Santa Coloma listo! Amigo leal, Julio defendió siempre mi amistad. Cuando el taurinismo empezó a odiarme por ‘derrotista’ siempre sacaba la cara por mí. Una noche en los premios de ‘Río Grande’ en Sevilla un grupo de cronistas andaluces empezaron a despotricar contra mí. Julio pegó un puñetazo en la mesa y los cortó en seco: «A los buenos toreros le hacen falta muchos críticos como Navalón, que sabe de esto y no cuenta mentiras como todos ustedes». Y desde entonces, cuando está él delante nadie se atreve a soltar una guasa contra mi persona. Algo parecido ocurrió años después con Antonio Ordóñez, también en los premios de ‘Río Grande’ cortó en seco a los difamadores y se extrañaron que siendo enemigos de muchos años sin hablarnos, el rondeño se pusiera de mi parte: «Entre todos vosotros no le llegáis a la suela del zapato». Seguimos otro par de años sin hablarnos hasta que un día hicimos las paces en la feria de Albacete, cuando Danielico Ruiz era solo el corralero de los Choperitas. Dios te guarde Julio ’Vito’, flor de los banderilleros, rumbo y señorío de los toreros viejos, de los pocos que vivieron enamorados del traje de luces como la ilusión suprema de su vida. Y que sirva de ejemplo cómo un crítico maldito y un grandioso torero pueden ser amigos hasta la muerte.


Antonio Díaz Cañabate


Fuente: ABC (Madrid) 05 de mayo de 1962. pagina 56.

martes, noviembre 02, 2021

Cuando el picador mexicano, SIXTO VÁZQUEZ, revivió la bella Suerte de Varas.

Sixto Vázquez, picando de largo a “Canastillo

La tarde del 31 de julio de 1955, Las Ventas vivió un acontecimiento inédito: tras su actuación frente al novillo “Canastillo” de Domingo Ortega, el picador mexicano Sixto Vásquez fue invitado por el público a acompañar a su matador en la vuelta al ruedo. 

Todo había comenzado días antes de esa fecha, cuenta Octavio Lara, «con una discusión entre subalternos mexicanos y españoles, que, si en España se podían o no picar los toros de largo, pues alegaban los piqueros peninsulares que allá por el peso y el volumen del toro, éstos no se podían picar de largo. Esta polémica se expandió rápidamente en los mentideros taurinos, así, el día de la novillada y en la prueba de caballos para la pica en los patios de la plaza de Las Ventas, todo el mundo, incluyendo a la prensa, ya sabía que ese día el picador azteca picaría un toro de largo, algo que, en España, hacía mucho tiempo no se veía. Ese día al abrirse la puerta de cuadrillas e iniciarse el paseíllo, la gente del tendido recibió al picador Sixto Vásquez con frases como “manito, estás loco, acá en España no se puede picar el toro de largo”, “acá en el tendido te esperamos manito”, todo haciendo alusión a lo que intentaría hacer el picador mexicano».

Zabala, relataba así lo que sucedió en el ruedo de las Ventas: «Hacía mucho tiempo que en España no se veía en todo su esplendor la suerte de varas, es decir ejecutar la suerte tal y como mandan los cánones, de largo, sin ventajas para el hombre de la puya, toreando a caballo en cite gallardo y lleno de verdad y hermosura, con la vara en alto, invitando al toro a una reunión sin mentiras, sin engaños, con la nobleza que siempre debiera existir en la más bellas de las fiestas, la Fiesta Brava». Dicha actuación le valió al picador mexicano Sixto Vásquez torear ese año 1955 más de 40 tardes en España, viendo su nombre en los carteles al mismo tamaño que el de los matadores.  

Vimos picar, surgir la suerte de varas

En el semanario gráfico de los toros, El Ruedo, Barico, señalaba lo siguiente de tan importante acontecimiento: «Si el espada mejicano Jaime Bravo no hubiera tenido la feliz ocurrencia de presentar en Madrid al Picador, también azteca, Sixto Vázquez, la novillada que se celebró en el ruedo de las Ventas el pasado domingo no hubiera merecido comentario alguno y bien servida estaba con una escueta referencia. 

Ni novillos ni matadores habían hecho méritos para ser recordados, hasta que apareció en el albero madrileño el cuarto astado, un bicho negro entrepelao, que fué saludado por Jaime Bravo con un farol, una Verónica y media, cuando ya los técnicos que habían instalado en el tendido ocho una magnífica cámara cinematográfica habían desmontado aquel artilugio, sin  un metro de cinta útil, convencidos de que allí no tenía nada que hacer. Y fue justamente entonces cuando se vió lo que raramente, por no decir casi nunca, se ve en los ruedos españoles: picar bien a un cosumado jinete que sabe torear a caballo, vimos  a un auténtico picador hacer la suerte a la perfección.

Lo ocurrido merece que echemos las campanas a vuelo. ¿Ustedes han visto picar irreprochablemente un toro  alguna Vez? ¿ Sospechaban, después de ver tanta calamidad en el primer tercio, que puede ser artístico el hecho de picar reses bravas? Sí, amigos, sí. Ahí está Sixto Vázquez, que picó al novillo «Canastillo», de Domingo Ortega, para demostrarlo. Sixto Vázquez, que merece, como en sus tiempos de subalterno consiguió «Guerrita», que su nombre se anuncie en los carteles en letras del mismo tamaño que las empleadas para dar los nombres de los espadas. 

Arte brillante este menester de picar cuando se realiza como lo hizo Sixto Vázquez. No es cosa fácil, aunque lo parezca a los no aficionados. La primera condición precisa para picar como él es saber montar muy bien a caballo. La segunda, tener el valor suficiente para prescindir de los «monos», y la tercera, conocer a fondo todos los secretos de la profesión.  ¡Poca cosa!.

Sixto Vázquez, picando de largo a "Canastillo" de Domingo Ortega                           

El picador que pretenda parecerse a Sixto Vázquez en este arte se coloca frente al astado, y, sin ayuda de nadie, hace que el caballo avance en derechura hacia su enemigo. Si estima que el burel va a tardar en arrancarse, procura alegrarlo levantando la vara, paralela al suelo, para que el bicho le vea, y hasta empinándose repetidamente sobre los estribos para que el astado responda a lo que al parecer, es una provocación; pero si, a pesar de todo esto, el toro no se arranca, hay que procurar que lo haga toreando a caballo, en un gallardo juego de avance y retroceso que no puede ser puro capricho del jinete, sino medida justa y perfecta que lleve rápidamente a la consecución del fin propuesto: la arrancada del toro. Una vez conseguida, no es licito, o, por lo menos, no debería serlo, esperar a que la fiera meta la cabeza en el peto, para entonces, impunemente, clavar la garrocha a mansalva. Sixto Vázquez hace cosa muy distinta: clava la puya cuando el burel está en su jurisdicción, antes de que llegue a cornear el peto, y detiene, en lo posible, la acometida. Luego, sin rectificar ni taparle al bicho la salida, pone a prueba la potencia de su brazo en pugna con la fuerza bruta de su enemigo, para terminar la suerte tirando de las bridas hacia su izquierda, mientras empuja con la puya hacía su derecha al toro. Así lo hizo, por tres veces, en el novillo «Canastillo» el magnífico jinete, el gran picador Sixto Vázquez.

La suerte de varas, hundida por la mediocridad de la inmensa mayoría de quieres la practican, ha sido reivindicada por ese picador mejicano que trajo a Madrid Jaime Bravo.

Tres varas, tres ovaciones; dos saludos castoreño en mano, otra ovación —con gran parte del público en pie— al retirarse, y, una vez arrastrado el novillo, una vuelta al ruedo.

¿Quién dijo que no interesa ya la suerte de varas? Cuando es un arte, interesa, emociona y entu siasma.

Al lado de lo que hizo el picador Vázquez, el resto de lo ocurrido en la novillada del domingo o tuvo poca importancia o careció de ella en absoluto.

El simpático y valiente novillero mejicano dio una vuelta al ruedo, a pesar de la opinión en contra de parte del público, y otra acompañando al picador Sixto Vázquez. Una y una suman dos; en este caso, una y una, igual a cero. Misterios de la Fiesta.

Jaime Bravo, que no estuvo muy lucido con el capote, se dedicó con la muleta a practicar el «tancredismo». Con el estoque demostró que para matar no le hace falta muleta; para matar mal, claro. A su primer novillo le dio treinta y cuatro muletazos, unos con la derecha, otros con la izquierda; unos mirando al novillo y otros mirando a la andanada. De torear, muy poquita cosa. Fue volteado, se cayó en la cara del bicho y no hubo, por fortuna, percance que lamentar. Mató de dos pinchazos regularcejos y media en su sitio. Siguió toreando con los pies juntos al cuarto. Veinticinco muletazos. Algún que otro susto y tal cual pase efectista. Un pinchazo regular, y después de brindar la suerte al público, otra sangría leve entrando con el brazo suelto. Otro pinchazo echándose fuera y prescindiendo de la muleta, otro pinchacito. Descabella al cuarto intento, y en vista de que hay división de opiniones va en busca del picador Sixto Vázquez, y con él da la vuelta al ruedo. ¡Qué muchacho más listo!».

La vuelta al ruedo de Sixto Vázquez

Joaquín Vidal en “El Toreo es Grandeza” recordaba así al picador michocoano: «Primero había que verle cabalgar, dominando la montura con técnica de jinete consumado y evolucionando con torería. Citar después, un tanto terciado el caballo, que adelantaba exponiéndolo por los pechos. Cuando se arrancaba el toro, Sixto Vázquez se inclinaba adelante, se dejaba caer lateral, la vara en ristre, y adelantándola a la extensión natural del brazo, recibía la embestida hundiendo la puya en el morrillo. Pero, al tiempo volvía el cuello del caballo para librarlo del hachazo y con ese leve giro, más la fuerza de su brazo, empujaba al toro hacia fuera de la suerte y prácticamente lo dejaba en los vuelos del capote que el matador presentaba para el quite. Dicen que la suerte de varas no gusta al público. En efecto, no gusta la suerte que se hace mal, pero la de Sixto Vázquez – y la de algunos excelentes varilargueros que aún quedan –, sobre gustar, entusiasmaba; ponía al público de pie, y engrandecía el tercio, que adquiría una emoción y una belleza máximas. Concluida la lidia Sixto Vázquez hubo de dar la vuelta al ruedo, y dio otras vueltas al ruedo en premio a sus actuaciones, tanto en Las Ventas como en otras plazas.

Cuando se recuerda esta forma de picar y se pide que el caballo no tenga tanto peso, sea más liviano el peto y menos mortífera la puya – lo cual se ha hecho en los debates serios sobre el tercio de varas-, uno de los líderes laborales que tienen los picadores hace uso de su apocalíptica oratoria y protesta:

–¡Señores! Ni el toreo en general ni la suerte de picar en particular son una partida de ajedrez. Los puristas, que desconocen totalmente la fiesta en general y nuestro oficio en particular, pretenden que los picadores salgamos montados en un caballo de cartón, protegido con un papel de fumar y utilizando en vez de puya un mondadientes.

La oratoria del líder, con semejantes argumentos, es contundente: nadie le replica. Y así sigue la fiesta, decayendo un poco cada día, imparable hacia su propio holocausto por culpa del desafuero vil de unos cuantos desaprensivos (…) ».

Y el domingo 7 de agosto del citado 1955, en el Puerto de Santa María, después de otros tres puyazos soberbios y tras la muerte del toro, la gente obligó al Presidente a otorgarle al picador una oreja.

Cuarenta y cinco años después, merced a la gran actuación de otro picador mexicano en Las Ventas, Efrén Acosta, don Joaquín Vidal recordó así a Sixto Vázquez el 15 de octubre de 2000: «Picaba con otro estilo más hondo. Citando de frente, vara en alto, cuando el toro se arrancaba Sixto Vázquez sacaba medio cuerpo paralelo al cuello del caballo para recibirlo, y tiraba la vara al morillo en acción de detener, que es la regla la suerte. Efectivamente detenía; y con destreza de caballista consumado vaciaba la suerte por delante del caballo dejando al toro prácticamente en los vuelos del capote del espada, que entraba por la izquierda al quite». 

Semanas más tarde de su triunfo madrileño, Sixto Vázquez daría otra clamorosa vuelta al ruedo en la Maestranza de Sevilla».

Sixto Vázquez, picando magistralmente en Las Ventas


Fuentes: 

Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 04 de agosto de 1955. Año XII. N° 580.

Joaquín Vidal Vizcarro.  El Toreo es Grandeza. Ediciones Turner, Segunda Edición, Setiembre de 1994. pp.78. 

Revista- Libro Tierras Taurinas. Opus N°16. Septiembre de 2012. pp 106 y 107.