El ganadero tiene algunos puntos de referencia, a veces por cosas que nota él mismo en el campo; otras, por informaciones de los vaqueros que observan a los toros desde que nacen; pero ninguna de esas referencias son, ni siquiera, puntos de partida para predecir la bravura, porque el toro bravo, durante los cuatro años que dura su permanencia en el campo, no da ninguna prueba exacta respecto a la mayor o menor cantidad de bravura que puede tener. Lo único que hace patente en el campo son sus querencias y preferencias que está dispuesto a defender en tanto y cuanto se le lleve la contraria, pero esto no nos da idea clara de su mundo interior, puesto que unas veces las defiende por su poderío, otras por debilidad o por antipatía hacia el ser que se le acerca. Es indudable que el toro de lidia tiene sus simpatías o antipatías por las cosas de su campo visual, y precisamente por esa mezcla de sangre que hay en él, la mayoría de las veces le pasa lo que al personaje de Shakespeare, ser o no ser es su problema. Por eso es tan difícil que nos encontremos con un toro que es y quiere ser bravo desde que sale a la plaza hasta el final. El toro de lidia falla mucho por la vista, y por eso muchas veces desorienta al aficionado e incluso al torero. No se trata del toro que es tuerto, pues esto está bien claro cuando lo es, sino cuando el toro ve de lejos más que de cerca, o viceversa, cuando ve por abajo más que por arriba, cuando ve de un lado más que del otro. Todos estos defectos le hacen embestir de distinta manera, unas veces por el centro del capote o de la muleta, otras por la parte de fuera, otras hacia el torero, unas veces con la cara por el suelo, otras con la cabeza totalmente en el aire. Estos defectos no tienen en realidad relación con la bravura, pero si un toro los tiene es muy difícil, casi imposible, ver si es realmente bravo. El primer signo de bravura, tal vez el más claro, lo da el toro en su galopar desde que se arranca la primera vez hasta que muere. El toro bravo, cuando se le llama la atención, debe acudir galopando, el trote es signo de mansedumbre, y al llegar al capote que no se apoye en las patas de atrás, todo su impulso debe ir hacia adelante. Cuando vean ustedes un toro que se arranca galopando y sigue galopando hasta el final, pueden estar ustedes casi seguros de que es un toro bravo. Hay quien afirma que "en el cuadro de la zoología el toro aparece como animal cobarde, animal mal dispuesto para la lucha, su defensa es huir siempre y cuando el medio se lo permita; acosado, cercado, se apresta al combate con las únicas armas de que dispone: las astas, y recurriendo a un mecanismo muscular fijo: el derrote". No podemos estar conformes con esto. ¿ Cómo se puede afirmar que el toro bravo es cobarde y que su defensa es huir siempre que el medio se lo permita? Sin hablar ya del toro, sino del becerro, cuando en el campo se hacen los tentaderos a acoso, que se los lleva a favor de su querencia, huye el becerro manso, pero cuando sale uno medianamente bravo, digo medianamente porque tampoco se le ve si lo es totalmente, a los cien metros del rodeo, y a veces antes, ha hecho frente y se ha montado encima del caballista que le va acosando, y. sin embargo, tiene todo el campo libre para huir. Esto, el becerro con dos años y a favor de querencia, porque al toro de cuatro años y en contra de su querencia no se le hace correr ni veinte metros. En cuanto al derrote, he aquí el gran problema. Derrotan desde la vaca lechera hasta los bueyes, pasando por los toros totalmente mansos, pero el toro bravo derrota poquísimo, casi me atrevo a decir que nada, porque en el toro de lidia el derrote es un signo de mansedumbre. Fíjense ustedes cuando van a una corrida, si sale un toro bravo, cómo apenas derrota. Lo que hace el toro bravo es empujar con ímpetu, lo cual es totalmente distinto a derrotar. En mi larga vida de torero vi pocos toros realmente bravos, casi podría contarlos con los dedos de una mano, y a esos toros jamás les vi derrotar, porque el derrote es un instinto de defensa, mientras que la bravura es todo lo contrario: acometividad.
Es curioso que a ninguno de los elementos que han intervenido durante siglo y medio en el planeta de los toros se les haya ocurrido ocuparse en serio de la bravura del toro. Las tauromaquias de Pepe Hillo y Montes tampoco hacen el análisis de la bravura, bastante hicieron con dar en su tiempo el esbozo de las reglas del arte de torear.
En la segunda década de nuestro siglo se acercan al planeta de los toros hombres de inteligencia y cultura excepcionales, que le dedican, si no obras fundamentales para el toreo, sí algún ensayo donde podemos ver su criterio sobre el arte de torear. Por ejemplo, Ramón Pérez de Ayala, partidario de Belmonte, en su libro Política y Toros, y José Bergamín, partidario de Gallito, en El Arte de Birlibirloque, hacen cada uno un análisis de estos dos toreros, y es curioso que estando los dos de acuerdo sobre las condiciones que reúne cada uno de ellos, lo que al uno le parecen virtudes al otro le parecen defectos; luego en lo que no están de acuerdo es en su concepción del toreo, porque como ni siquiera hacen mención del toro, el fondo y la razón del arte de torear se les escapan. Yo, que estoy un poco de acuerdo en algunas cosas con cada uno de ellos, no lo estoy totalmente con ninguno, porque hay una diferencia fundamental en cómo ven las cosas del arte un práctico y un teórico. Y si ese arte es el del toreo, la diferencia es gigantesca; porque en pintura, por ejemplo, el artista crea el cuadro para después, y cuando lo expone ese cuadro está terminado tal como él lo ha pensado. En la exposición el pintor es un espectador más de su obra; puede emocionarse con ella o ver los defectos que tenga, como cualquier otra persona dotada de sensibilidad para la pintura. En cambio, en el arte de torear el problema es muy distinto, el torero puede hacer con el toro todo menos verse a sí mismo. Al pintor se le admira, no cuando está haciendo el cuadro, sino cuando lo ha terminado; en cambio, el torero nos emociona y nos sobrecoge, no cuando ha terminado la faena, sino cuando la está realizando ante el toro. Después no nos queda más realidad que aquello que la imaginación del espectador ha podido retener. Por eso en materia de toros son tan difíciles las discusiones, porque al discutir sobre una faena, ésta pertenece ya al pasado. En cambio, en pintura el cuadro está ahí, para contemplarlo y discutirlo, día a día, lo mismo el teórico que el que lo pinté. Esta es la razón de que en otras artes los teóricos puedan a veces dar ideas positivas a los muchachos que se dedican a ellas; en cambio, en toreo nada hay hecho por los teóricos que haya contribuido al mejoramiento del arte. Yo ya he explicado a ustedes que, cuando di los primeros pasos en el toreo, fue un profesional quien me dijo cómo había que andar con los toros. En los teóricos no he podido aprender nada positivo, porque de este tener que entendérselas con el toro a solas no sabe más que el torero. Por eso no ha sido posible el progreso en el arte de torear, porque los pocos toreros que realmente han sabido lo que es el toreo no se lo han dicho a nadie: unos, porque no han querido; otros, porque no han sabido explicarlo. Comoquiera que sea, la realidad es que no hay un tratado de tauromaquia donde los muchachos puedan aprender lo más elemental : por ejemplo, cómo tienen que coger las herramientas de torear para entendérselas con los toros. La mayoría coge el capote como cogen las lavanderas las sábanas para sacudirlas; por eso los toros, el noventa por ciento de las veces, los empujan hacia la barrera. El capote, para poder torear bien, hay que cogerlo sobre la palma de la mano: con los nudillos se podrá boxear con el toro; ahora, torear bien, de ninguna manera. Y con la muleta pasa aproximadamente lo mismo. Para torear, lo que se dice torear, no se puede presentar la muleta al toro en el mismo plano de la recta con el cuerpo del torero, dándole a elegir al toro entre el cuerpo y la muleta. No, para poder hacer bien el arte de torear con la muleta, ésta tiene que avanzar delante del cuerpo del torero, casi tapándole, y cuando el toro venga, bien por su impulso o bien por el enganche, desviarle avanzando la pierna contraria por delante de él al mismo tiempo que se le templa. Lo que no sea esto es dejar pasar al toro, o cambiarle, pero ninguna de las dos cosas es torear. Señores, bien entendido que digo todo esto por si un día pueden darle un consejo a un muchacho que quiera ser torero; pero el mejor consejo que pueden darle es que se dedique a otra profesión. Hasta antes de nuestra guerra, de los hombres que quisieron ser toreros ¡a cuántos mataron los toros!, ¡a cuántos les dieron cornadas que los dejaron imposibilitados! Pues si al toro de lidia hacen que salga con su edad y su peso reglamentario, y con los pitones limpios, hoy, gracias a los hombres de ciencia y a los cirujanos, será más difícil que mueran los muchachos, pero las cornadas grandes se las darán, eso es indiscutible. Y tienen ustedes que pensar que el hombre y la mujer van a los toros por el peligro que el toro tiene. Nadie desea, naturalmente, que le den una cornada al torero, pero en el fondo van con emoción porque saben que se la pueden dar. Si llegase un día que este peligro y, por lo tanto, esta emoción desapareciesen totalmente, todos ustedes se desentenderían de la fiesta de toros. Pero, volviendo a la bravura del toro, es indudable que el ganadero, el torero, los aficionados, todo el mundo desea que los toros salgan más bravos, pero por ley de birlibirloque, o lo que es lo mismo, dejando las cosas al vaivén de un sistema tradicional sin eficacia. La purificación de una raza no puede estar a merced del capricho o del instinto de un señor, por fino que lo tenga. La selección de todo animal reclama un sistema que haga posible el control de todas sus manifestaciones en relación con el fin para el que ha sido criado. El toro bravo se cría para ser lidiado, con cuatro años, en una plaza de toros, y solamente en ella y con esa edad manifiesta su realidad. Es, por lo tanto, en la plaza donde debemos marcarle la meta que debe alcanzar para ser considerado como bravo, y solamente el que la alcance debe, después de serle perdonada la vida, ser empleado como reproductor. Hay que tener en cuenta que hoy el público, en general, está desentendido del elemento toro, y no sabemos si al imponerse el sistema de selección en la plaza, podría interesarse por la causa fundamental de las corridas de toros, esto es: el toro y su bravura. Para saber si el toro llega a esta meta ideal de la bravura, que el semental debe alcanzar, es necesario controlar sus embestidas al caballo, los sitios, la distancia y la forma en que lo hace, es decir, todo movimiento, bueno o malo, que el toro tenga. Esta es la razón de los dos círculos concéntricos que figuran ya en los ruedos y de los que voy a hablarles a ustedes ahora. Yo había observado al hacer los tentaderos en las diferentes ganaderías, que ninguno de los muchachos que iban recomendados tenía idea de donde debía dejar colocada a la vaca para darle los puyazos, y muchos de los toreros tampoco lo sabían. Como en estas condiciones es muy difícil saber si una vaca es brava o no, se me ocurrió marcar en el suelo de la plaza dos rayas en vez de una para que ellos viesen claramente donde tenían que colocar a la vaca. Cuando vi que daba buen resultado, empecé a pensar que esto mismo debía hacerse en las plazas de toros, porque de los hombres que nos hemos vestido de torero pocos han sido los que han sabido poner al toro en su sitio, con pocos lances, a la hora de picar. Cuando se implantó la raya que existía antes sola en el ruedo, fue para impedir que el picador saliese al centro del ruedo para picar, porque cuando no existía el peto el picador buscaba su defensa alejándose lo más posible de la barrera, que era donde más fácilmente podían matarle el caballo. Con la aparición del peto la utilidad de esa raya única desaparece, porque el picador, defendido por el peto, lo que no quiere es alejarse de la barrera, donde se apoya, ofreciendo de esta forma mayor resistencia al toro. Pero esa no es la suerte de picar, y menos cuando un hombre es buen caballista. (De los que yo he visto, ninguno que haya sido buen caballista ha querido estar pegado a la barrera para picar el toro.) Por lo tanto, era importante para el noventa por ciento de los picadores marcarles el sitio donde tienen que ir con el caballo en la plaza, y así mismo marcarle a la mayoría de los peones, e incluso a muchos matadores, donde tienen que dejar el toro colocado para que entre al caballo. Pero esa, con ser importante, no es la razón fundamental, la causa fundamental es poder ver la bravura del toro. Porque metiendo el toro con el capote debajo del caballo no se le ve arrancarse; en cambio, dejándole a una distancia mínima de dos metros sc ve claramente si el toro se arranca y cómo lo hace. Ahora, en mi opinión, en el ruedo de Madrid las rayas están trazadas excesivamente lejos de la barrera, he medido la distancia yo mismo, y en algunos sitios llega a ser de diez metros; en cambio, en la de Jerez de la Frontera, que es la mejor que yo he visto hasta ahora, están a seis. Para mí la perfección, después de mucho estudiar el asunto, sería marcar la primera raya a cinco metros y medio de la barrera en todas las plazas de España, tenga el ruedo el diámetro que tenga. Pero en el trazado de las rayas yo no he intervenido directamente. Ahora bien, no olvidemos que lo importante, lo fundamental de esta teoría, y para lo que ha sido pensada, es para poder perdonarle la vida al toro que lo merezca y dedicándole a semental, mejorar el porcentaje general de bravura del toro de lidia español. Teniendo un poco de costumbre es muy fácil distinguir al toro bravo del que no lo es. Cuando
se duda es porque el toro no es bravo. La bravura es instinto de ataque y no instinto de defensa. El toro bravo, como ya he dicho antes, cuando se llama su atención debe acudir galopando, y al llegar al capote no apoyarse en las patas de atrás, sino que todo su impulso debe ir hacia adelante. El toro que embiste apoyado en las patas traseras es que embiste con reservas. En la suerte de varas no es suficiente que se arranque varias veces de lejos y con alegría, sino que debe derribar, y si no puede con el caballo, debe apoyarse totalmente sobre las patas delanteras y la cabeza, levantando al aire las patas de atrás y empinando el rabo. El público se equivoca muchas veces porque cree que el toro está empujando con los riñones, cuando lo que realmente hace es afianzarse en las patas traseras y hacer fuerza desde este apoyo, mirando con un ojo al caballo y con el otro lo que pasa en el ruedo. |