"En las tardes que sentía el toreo tomaba a los toros, los encelaba, les cargaba la suerte y peleaba tan bravamente con ellos que, a la larga, ganaba la pelea a todos, incluso a matadores con leyenda de toreros largos como de aquí a Lima. Y esto en tal medida que, por no encontrar competidor, acabó por no hallar acicate que espoleara su afición y se fue del toreo dejando en los aficionados una añoranza... como de Lima a aquí."
EL TOREO POR BAJO
HEMOS llegado al tercio final, el que, por evolución del sentido del toreo, es fundamento y compendio del mismo. La faena de muleta. Por ella se mide en la actualidad la valía real de un torero. Cuando he visto a Antonio a lo largo de muchas temporadas, hacer faena a más toros que sus compañeros, me ha asaltado muchas veces una pregunta que, lo confieso, peca de ingenuidad:
—Pero, si parece tan sencillo como él dice ¿por qué no lo hacen todos?
Y la respuesta no puede ser más simple. Porque no tienen la dimensión torera de Antonio. Dicho en otras palabras; porque no saben. A veces estuve tentado a creer que el secreto estaba en la depuración y elegancia del estilo torero del diestro; pero toreros depurados y estilistas los hemos conocido y los conocemos en la actualidad; especialistas de un lance o de un pase determinado, que practican con tan rara perfección que se hallan a un paso del amaneramiento, y que, precisamente en esta exquisitez, tienen su mayor limitación. Lo que Antonio Ordóñez ha hecho —en las tardes que sentía el toreo— ha sido tomar los toros en tal terreno, encelarlos, cargarles la suerte y pelear tan bravamente con ellos que, a la larga, ha ganado la pelea a todos, incluso a matadores con leyenda de toreros largos como de aquí a Lima. Y esto en tal medida que, por no encontrar competidor, acabó por no hallar acicate que espoleara su afición y se fue del toreo dejando en los aficionados una añoranza... como de Lima a aquí.
Para estos aficionados —y para aquellos otros que opinan que el presente, sin el pasado, es agua en charco— traemos este pase de Antonio Ordóñez en una faena por bajo, cómo se deben tomar los toros broncos o huidos, fluencia en el río caudaloso, ancho y hondo del toreo eterno que representó hace cincuenta años Joselito.
A un toro áspero, de sentido defensivo, no se le puede torear má s que de este modo, tomándolo muy cerca, flexionadas las piernas para que la del lado que torea recoja al toro, echando la muleta abajo para hacerle humillar, pero templando mucho y con dureza para obligar al toro a doblarse. Sacar despues la muleta por debajo de la cara y avanzar en flexión la pierna contraria —momento qne recoge la foto— como metiéndose en el toro, como avanzando a buscar el centro del arco que forma el dominado animal. Y cuando éste se rehace y vuelve en busca de la muleta —cuya vista nunca ha acabado de perder, por arte del diestro—, erguir la figura y ligar el siguiente pase con el mismo dominio, con la misma poderosa gracia, con la misma invencible casta. Esa sí que es la emoción del toreo» que no es bonito —porque en toreo lo bonito es casi sinónimo de malo—, sino hermoso, plásticamente bello, dinámicamente esplendido.
Hay más vida en la inmovilidad de esta foto que en cientos de faenas que hemos visto orejeadas a favor de la casualidad. Y , por encima de todo, lo que de ella se desprende es el dominio. Después de verla se comprende mejor aquella definición, que siempre tengo cierta, de que el toreo es el arte de dominar los toros.
ASÍ,de rodillas, sigue la faena por bajo. Mejor dicho, con una rodilla apenas ingrávidamente apoyada en tierra. Tiene muchos detractores este tipo de toreo, porque dicen que no se templa y no se manda con él. Estos se refieren a los lances con las dos rodillas, que ni son ni han sido toreo nunca. Pero hay veces en que apoyarse en las piernas flexionadas es necesario, no solo para matizar y enriquecer una faena, sino para hacerla más eficaz y artística. Para hacerla, también más emocionante, no con esa emoción sin clase que es el susto a palo seco, sino con la renuncia del diestro a la ventaja de estar de pie para aumentar el riesgo y aumentar también el arte que emplea para vencerlo. He aquí un lance perfecto, que viene a demostrar al gentío, que se agolpa en los tendidos, que la muleta no solamente tiene una misión ornamental y decorativa, sino que —por encima de esto— es instrumento de eficacia antes que de lucimiento. Cuando eficacia- y belleza se reúnen es que hemos llegado a ver una de las cimas de la tauromaquia
INVITAMOS a estudiar con detenimiento esta serie de pases por bajo y detenernos en una observación tan elemental como difícil. Y es que —en todos ellos— el toro siempre tiene ante sus ojos la muleta desplegada como una bandera. ¿Por habilidad del fotógrafo? Evidentemente, no. No puede ser habilidad, ni casualidad, el que en todas las posiciones, desde todos los ángulos de encuadre, se registre este impecable acoplamiento del toro al engaño, esa holgura de movimientos qué indica a las claras el dominio, ese desahogo de terrenos —en que «el toro sería libre de ir y venir si no lo atenazase férreamente el poder torero del brazo que sostiene la muleta— en que está, más que en el tremendismo, el mayor peligro. Porque el toro «puede ver» si por falta de temple deja de perseguir el engaño. ¿Y por qué de rodillas?, vuelven a preguntar esos aficionados que en cuanto ven al torero en esa actitud creen que les escamotea el arte de verdad. Pues torea de rodillas, simplemente, porque en esa postura humilla más al toro bronco y huido; porque así puede dominar sin encorvarse, en una postura de magistral serenidad, más plástica, más bella. Pero ya vamos a complacer a los que tienen ideas fijas. Y podremos ver cómo, sin descomponer la línea, con temple, el torero se levanta al mismo ritmo que torea.
SIGUE el castigo por bajo. El toro —que ha empezado arrancando muy descompuesto —es un mar de áspera bravura, pero la pierna en él ángulo recto y la muleta son los diques que la técnica pone a ese oleaje. El castigo, sin embargo, no se puede prolongar. Antaño, sí. Cuentan los viejos aficionados—y no hay motivo serio que nos permita dudarlo—que la dureza del toro de ayer obligaba a darle leña desde que salía del chiquero. Pero con el toro disminuido de hoy, bastan tres o cuatro pases que lo doblen bien para que se entregue, jadeantes los ijares, la lengua fuera, el morro desbordante de espuma.
Y como castigar por castigar no tiene sentido, el torero busca, siempre ligando los pases, sin descomponerse, mandando, la línea vertical. El toro ha quedado mermado en su poderío y habrá ganado en igualdad la embestida; habrá aprendido —como se dice ahora— a embestir, por el milagro de una muleta bien templada.
VAMOS hacia el remate de la serie. Paso adelante con la pierna contraría —avanza ahora la izquierda, porque se torea por el lado derecho del toro— a fin de ganarle terreno, de doblarlo por última vez. El animal queda en tal forzada postura, que se ve forzado a levantar las patas traseras y girar sobre las manos para recobrar su posición normal. Un alarde de dominio del matador.
Pero al que vamos a poner reparos. Y es que, hasta ahora, la faena por bajo emocionante, dominadora, eficaz, torera— ha sido derechista. Yo no voy a negar la valía del toreo con la derecha — ¡líbreme Dios!—, pero creo que las suertes de muleta tienen su función lógica en la mano izquierda. El toreo con la derecha puede ser muy bello y hasta necesario aunque «Paquiro» diga de él que es indicio de miedo, y el viejo Domínguez le llame «toreo de Mary Juye»—, pero no se puede basar en él una faena importante.
¡Esa izquierda, Antonio! ¡A ver esa izquierda!
UNA vuelta airosa, un cambio de mano y un remate sensacional... con la izquierda. ¿Es así?
Y el toro hecho un ovillo y siempre con la cara frente a la muleta que ahora —sin trampa ni cartón—torea a su caída natural.
El ciclón que el toro era al empezar la faena templa ahora sus acometidas. Que —como dicen los clásicos— eltoro no se quebranta tanto porque pase, sino porque pasa obligado a pasar como quiere elmaestro y hasta donde quiere, que es el punto en que se marca el remate.
Lo demás, eso de que el toro vaya a su aire y el torero le acompañe, son retozos del animal que va suelto. Lo que realmente tiene fuerza y castiga es llevarlo toreado, es decir, mandado. Es no dejarle que huya, ni se vuelva por el lado contrario, ni enhebre la muleta, sino embarcarle en la franela, tirar de él y obligarle a seguir y volverse en el sitio donde el matador —como aquí Antonio Ordóñez— quiere que siga y vuelva.
CINCO o seis pases han bastado para este principio de faena. Tras el remate no queda ya más que irse. No por enmienda, sino para buscar terreno propicio al cite y dejar que el jadeo del animal se serene un poco. Por muy duro que el toro sea, siempre hay que cuidarle; mejor dicho, cuidar la lidia para que no se desluzca y aplebeye.
Con Antonio Ordóñez no hay cuidado. Ha salido de la dureza de estos pases iniciarles —los más difíciles, porque son los que acoplan toro y torero y marcan rumbo a la faena— con la ropa intacta, con el gesto holgado, sin despeinarse, sin una mancha. En el garbo con que el matador se va del toro, en la sandunga con que le anda, en el aspecto dócil del animal que sigue claramente dominado a la muleta, está resumido ese acoplamiento de bravura y arte que hace posible la espléndida y milagrosa realidad del toreo.
El tendido estalla en júbilo. Antonio va a citar para una nueva y ligada serie, adentrado ya en la verdad de la faena. La muleta —compañía y arma, torera hasta en el adorno—siempre ante los ojos del toro, mientras una gran ovación estalla en la Plaza.
OTRA de las formas clásicas de tomar los toros al principio de la faena es por medio de ayudados; es decir, pases en que los dos brazos torean conjuntamente. En la faena por bajo —que hemos visto hacer a Antonio Ordóñez únicamente sobre la mano derecha—se usaba antaño el ayudado; era la consecuencia lógica de ir al toro como se debe ir, con la muleta en la izquierda y la espada en la derecha; con el mayor poderío y menor extensión que impone el doble juego de los brazos, se doblaba con más fuerza al toro o se le recogía mejor si tenía tendencia a huir. Pero este estilo — emocionante y bello— ha sido postergado, y hoy se torea por bajo a una mano, con lo que si se gana en plástica se pierde en eficacia.
Claro es que la eficacia —con los toros que hoy se lidian— está en riesgo de ser demasía en cuanto se pegue duro unas cuantas veces. Seguramente por eso Antonio Ordóñez no incorporó a su toreo, como norma general, el ayudado por bajo. Pero sí, como un bello preludio de faena, el ayudado por alto, en el que logra una plástica admirable.
MÁS el diestro no se conforma con esto. No se trata de dar un pase por el que digan: «¡Es Belmonte resucitado!», sino de torear, es decir, de marcar al toro una trayectoria pensada y obligarle a seguirla y a volverse para ligarle el siguiente pase. Es lo contrario del «parón», que muchos llaman despectivamente «poste». El ayudado, tal como lo Interpreta Antonio Ordóñez, marca con claridad la trayectoria curva de la embestida de la res, que sigue el viaje empapada en trapo. Obsérvese la actitud general del diestro: el cite se ha hecho de frente, adelantando la pierna contraria, en este caso la izquierda. Cuando el toro embiste, se gira, cargando la suerte sobre la pierna derecha, mientras los brazos, al unirse con di esfuerzo, realizan uno y otro inversa función, pues mientras el izquierdo torea como en el pase de pecho, el derecho marcha en su suerte natural; si la muleta estuviese en la mano derecha, el viaje del toro se podría prolongar mucho más, alejando el peligro; al estar en la izquierda, este brazo —que cruza torero por delante del pecho— acorta y ciñe la suerte, con la que esta resulta, cuando está bien rematada, mucho más emocionante, mucho más eficaz y mucho más arriesgada.
PERO hasta a la eficacia hay que poner un límite, ya que —como he dicho— son raros los toros que hoy aguantan mucho castigo sin aplomarse y quedar sin faena; por eso sigue Antonio Ordóñez esta bella serie de ayudados, pero con más suavidad, con menos dureza; la muleta ya no obliga al toro a seguir una trayectoria curva, impuesta, con imperio de temple y mando, sino que acompaña al viaje alegre y natural del toro para desahogarlo, para dejarle ver horizonte y probar su celo y bravura. Que en esto está el mérito de una gran faena; en alternar las suertes de tanteo, castigo y adorno en tal forma que —ofreciendo al espectador una obra sin fisura, ligada, continua y bella— se obtenga la máxima seguridad para el lidiador, no sólo en lo que se refiere al riesgo de ser cogido, sino a la posibilidad de continuar la perfección de su faena; por eso, la muleta, a la que antes hemos visto baja y ceñida, elevada apenas para barrer con su vuelo los lomos de la res, vuela más alegre aquí para animar al toro a que corra y ver si tiene pies y celo bastantes para el momento fundamental de la faena, que ya no admite espera.
EL toro -buena casta y bien templada por la muleta torera ha vuelto. Y Antonio ha rematado su serie con un último pase de largura extraordinaria en todo el cual el animal ha ido prendido del engaño, se eleva en el momento final del espléndido remate, y los ojos del toro se vuelven atrás para buscar esa llama roja que le burla cuando él la creyó presa segura. La muleta, que una vez pasada la cabeza vuelve a descender para recobrar su posición natural saldrá limpiamente por la penca del rabo. Y cuando el toro se vuelva, codicioso, jadeante, tomándose un respiro para seguir la desigual pelea, encontrará al torero —menos fuerte, pero más rápido, más ágil, más inteligente— con la muleta en la izquierda para citar al toreo fundamental. He aquí la mejor demostración de que la faena debe ser un todo armónico sin parches ni enmiendas, sin movimientos inútiles ni cambios de mano caprichosos. En buena teoría, la muleta no debe moverse más que en función del toreo que realiza. Por eso es tan clásico este pase ayudado; no solamente por su emocionante plástica, sino porque, lógicamente, sin forzar nada, torero y toro quedan emplazados —cuando éste gira para buscar enemigo— para el pase natural.
ANTES de entrar en la glosa del natural —básico en el toreo, fundamental en toda faena de muleta digna de este nombre—, quiero detenerme ante otra versión que Antonio da del pase ayudado por alto, porque es totalmente diferente a las anteriores y tiene variedad de matices muy toreros. No me refiero con esto a que el diestro esté descalzo — necesidad impuesta, sin duda, por el estado resbalad izo del albero—, sino que torea, aunque de perfil, con los pies juntos y metidos en la montera.
Ya he dicho en algún momento anterior que, como norma general, no soy partidario del toreo a pies juntos pero lo acepto y aplaudo cuando toda la suerte, desde el cite al remate, se hace con absoluta inmovilidad de pies; así no se manda, indudablemente, por falta de base de sustentación, pero se da muestra de gallardía; y en este caso concreto, se adereza el gesto gallardo con los granitos de sal que tiene ese gitano poner los pies en la montera, en demostración de inmo bilidad absoluta. La muleta se eleva en un pase de telón. Deja libre paso al toro de pies ligeros; no es momento de dominio sino de adorno, plena, graciosamente conseguido, acreedor de innúmeros «olés» flamencos.
Fuente:
Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 14 de febrero de 1963. Año XX, Nº 973.
Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 21 de febrero de 1963. Año XX, Nº 974.
Continuará en las próximas entradas....