¿Qué es torear para Antonio Ordóñez? : ESTÉTICA (el sentimiento espiritual del torero) y TÉCNICA (el dominio absoluto sobre el toro).Torero de arrolladora personalidad, de excepcional lucidez para sentir, interpretar y esclarecer las normas clásicas, centenarias, de un arte inmutable en su esencia.
LA LARGA CAMBIADA
¿Que se ha hecho del toreo a una mano? Alguien llegó a decir que si en la época moderna surgiese un torero que practicase las suertes variadas y bellas del antiguo toreo de capa, no hubiera hallado ni toro ni público que las comprendiese. Aquí está Antonio Ordóñez para desmentir la rotunda afirmación. Antonio, juvenil, cuadrado en la rectitud del toro, con el capote ante sí, cogido a una mano para dar una larga. ¿Natural? ¿Cambiada? Lo explicaré, porque a los espectadores de hoy hay que explicarles muchas cosas, y Ordóñez es buen profesor. Si el espada —cuando el toro se arranque— sigue cuadrado, mueve el brazo derecho en su viaje natural y da salida al toro por los adentros, la larga es natural, porque el cuerpo del torero no se mueve y se cita con el capote en la mano derecha para torear por el lado derecho del toro.
Si, por el contrario, el cuerpo gira y el brazo que torea es el opuesto al del lado por el que pasa el toro, la larga es cambiada. Veamos a Antonio. Ha citado de frente —como en la foto anterior—, pero con el capote en la izquierda. Al entrar el toro en jurisdicción ha girado y con el brazo izquierdo cambia los terrenos y, sin perder el suyo, señala la salida al toro por el lado derecho, por los adentros» por el costado derecho de la res. Esta es la larga cambiada. Una bellísima suerte para correr los toros cuando están muy levantados. ¡Labor de subalternos!, dicen algunos toreros de hoy. ¿De subalternos? Que se lo pregunten al «Guerra», que fue el fenómeno de su tiempo. Sin ir tan lejos: que lo pregunten a quienes vieron y vivieron el momento de la foto.
Tal vez este otro lance no necesita tanta explicación, porque la larga cambiada afarolada de rodillas es suerte que se practica con frecuencia y está en uso. Pero definiremos. Larga: porque el capote es corrido en toda su extensión y a una mano. Cambiada: puesto que el capote en la mano derecha lleva y da salida al toro por el lado izquierdo. Afarolada: porque el camino no se consigue con un giro del cuerpo —como en la foto anterior—, sino pasando el brazo por encima de la cabeza. De rodillas: a la vista salta. Aunque esto de torear de rodillas, si tiene mucho mérito cuando la suerte sale limpia y bella, quita muchas posibilidades estéticas al toreo..., aunque Marcial Lalanda, solía decir que si se ponía de rodillas siempre que le entraban unas ganas locas de huir, para no hacerlo. Volviendo a la larga de rodillas: la hemos visto como un gran barullo infinitas veces. La hemos visto con esta rara precisión geométrica —templando el vuelo del borde del capote— muy pocas. A casi nadie.
AL COSTADO POR DETRÁS
Citar al toro con un brazo cruzado por la espalda y el otro extendido, mostrando el capote por detrás del cuerpo, es gallarda manera de citar. Pero un gran capeador da más belleza a la suerte si el primer lance —en el quite— lo engendra como verónica o farol para poner el capote a la espalda. Antonio Ordóñez, en la foto, inicia el lance como verónica; casa al fin de la misma la mano Izquierda suelta el capote —que sigue su vuelo natural— y pasa por la espalda a recogerlo nuevamente por la esclavina y ligar el nuevo lance, éste ya al costado por detrás.
Esta suerte tiene en el rondeño una peculiar y exacta interpretación, dentro ya del toreo de perfil. Torea con los pies juntos y sobre las puntas de los mismo, atiende más a la belleza del momento que al dominio del toro en la suerte; y sin embargo, véase cómo el toro va toreado, siguiendo la onda del vuelo del capote hasta la terminación de la suerte; con lo que Antonio habrá conseguido el milagro de dar este arriesgado lance, apenas con base de sustentación y sin tener necesidad de enmendarse para buscar mejor terreno en el capotazo siguiente.
LA CHICUELINA
Ya hemos dicho que Antonio Ordóñez ha sido — ¿es? — un torero con personalidad definida. Una de las manifestaciones de esta personalidad fue el haber sabido interpretar todas las suertes clásicas y no haber incorporado a su toreo ningún lance extraño, ninguna —o casi ninguna— «ina». Le vemos, sin embargo, en la chicuelina, la graciosa y sevillanísima variante de la navarra. El diestro ha citado como para la verónica, con el capote un tanto ceñido; deja que el vuelo del engaño haga pasar al toro mientras, pausadamente, con los dos pies pisando fuerte, gira en sentido contrario, para
repetir la suerte. Lance de adorno, tangencial —como el molinete—, pero que cuando se da así, cuando el toro pasa —y no cuando pasa el torero— tiene una positiva elegancia.
EL GALLEO A LA MARIPOSA
Antonio Ordóñez es torero tan clásico como variado; intenso, pero largo. Escapa a esa regla inexacta —que algunos toman por axioma— de que la intensidad acorta el toreo. Y Antonio, que da la verónica como ningún contemporáneo suyo la ha dado, no elude cuanto en el tercio inicial sea eficaz o, simplemente, bello. A veces, no con la frecuencia que hubiéramos querido, ampliaba su repertorio habitual con la esencia de suertes que fueron y ya no son; por ejemplo, los galleos. ¿Qué son los galleos?, oigo preguntar a los nuevos aficionados. Pues... eran. Eran suertes que se ejecutaban andando con el capote delante del toro —sin que éste pasara— y adornándose en su ejecución. El más moderno de ellos fue el de la mariposa, actualizado y perfeccionado por Marcial Lalanda, y que Antonio Ordóñez ejecuta en este momento de la lidia. Es la más bella de cuantas suertes se pueden ejecutar al toro por la cara; con el capote a la espalda, aleteante como las alas de mariposa, la cabeza del toro pendulea en una alternativa embestida, que el torero elude andando con gracia hacia atrás, y rematando con una alegría, una airosa vueltecilla, un desplante; eso que no es «na» y que arma un terremoto en el tendido.
LOS REMATES
Hemos hablado hasta ahora, casi exclusivamente, del clasicismo de Antonio Ordónez. Vamos a hablar ahora de su sevillanía. Para mí es -sobre todo- la gracia necesaria para irse de la cara del toro de forma bella. Como hace Antonio en esta serie de remates, que presentamos en su Tauromaquia. Remates que no son de adorno, de puro adorno. ¿Hay quién dude de la eficacia de ese capote, diestramente llevado a una mano, ayudado con una flexión de rodilla -siempre en ángulo recto, geometría del buen toreo, para fijar la serie inicial de verónicas?
Pero ese mismo capote —que dibuja a una mano un recorte de hierro para calmarlos nervios de un torito picante— es flor desmayada que levemente adorna una serie de lances, cuando el toro no necesita quebranto.En el momento anterior, el recorte —con su efectividad— era un magnífico exponente del toreo defensivo. Sí, he escrito defensivo, no medroso; son cosas totalmente distintas. Toreo defensivo, porque tiende directamente a quebrantar al toro, a quitarle agresividad. En este lance, la figura erguida, el brazo flamenco, el pliegue reposado del capote nos dicen solamente una cosa: belleza...
Y preludian el giro gitano, el paso garboso, la gracia sevillanísima con que Dios premia a aquellos buenos toreos que saben hacer toreo, según su sentir y dentro de las regias. Saber estar en el toro necesita un valor incomparable. Saber irse del toro... En eso no hay Tauromaquia que encuentre regla precisa, porque la inspiración no tiene norma fija, no se ajusta a moldes, es una llamarada que vive un leve segundo en la imaginación y se realiza si la imaginación cuenta con reflejos rápidos, instintivos, muy hondos, muy raciales.
Ese irse de Antonio —llevándose el crujido de gozo del tendido, ese crujir que parece el de la corteza del pan caliente— no se ha ensayado, no se ha previsto. Para explicarlo habría que acudir al estudio de la veta de sangre gitana de su estirpe.
LA REVOLERA
Torero grande es aquel que sabe que el toreo, en esencia, es el dominio sobre el toro, pero lo practica como si fuese un arte puro, un alegre divertimiento, una incruenta creación estética. Es aquel en el cual, el arte, se crea por encima de un macizo poder que le sirve de base
Antonio está — ¿estuvo?— en ese difícil punto de equilibrio en que se cuidan todos y cada uno de los detalles de la lidia, pero nunca se despojan de sus más atrayentes fulgores: arte, salero, plasticidad. La demasiada atención a la lidia –falsa excusa tras la que se esconden toreros holgazanes o temerosos— no da derecho a terminar con el toreo de capa. Ni con su rica variedad. Muchos hay que, con el pretexto de que el tercio de varas es puramente puyazo y quite —aun hoy en que ni uno ni otro se practican—, se eximen de echar un capotazo, y no practican más que la verónica del saludo con mediocre monotonía. El capote de Antonio Ordóñez —incluso en el tercio de varas— sabe distinguir entre la plaza y el tentadero. Quede para éste la faena sobriamente aderezada. Y para la plaza, la alegría revoloteante del capote en espléndida y rica variedad de suertes. Como esa revolera —¿quién habrá que pueda describirla? — que hace pasar ante los ojos del toro salpicao, en alegre fuga, todos los colores del arco iris.
O este otro remate en revolera —de rodillas, por bajo— que une lo bello a lo eficaz, a lo útil. Todo en la plaza debe responder a una finalidad de dominio, de poder, de buena lidia. Tal vez un principiante, al ver esta foto de Antonio, trataría de imitar el lance. ¿Cuántas veces lo habremos visto? Pero lo que el principiante deberá saber es que el
ponerse de rodillas, el rematar por bajo, el adornarse con la corola florida de una revolera, el espada trata de bajar los humos a un toro que salió levantado y al que las varas no han bajado la cabeza para dejarla ahormada, en su sitio, maduro para una gran faena. Ese era el problema presentado al toreo. ¿Qué opinan los aficionados de la solución?.
EL PROVIDENCIAL QUITE
Y ya cierro este capítulo sobre el toreo de capa de Antonio Ordóñez, trayendo ante los aficionados un documento del momento en que no hay más dominio que el del corazón: es el momento del quite. Pero cuando lo hace, de verdad, un torero puede tener norma taurina, ser engendrado como una verónica; puede obedecer a la regla inmutable de que para llevar toreado al toro hay que mantener el engaño templadamente frente a su cara; puede seguir «echando línea», cuando aún no se han calmado los gritos de temor en el tendido. Quite torero de Antonio Ordóñez. No la serie de lances de relleno para tapar deficiencias, sino el lance en terreno comprometido, que resulta sereno, airoso, para que el toro se amarre al capote y no tenga tentación de volverse sobre su presa. Porque en id quite lo importante es salvar a un compañero. T para salvarlo hay que estar «allí». Y para estar allí hay que tener intuición del peligro, conocimiento de las suertes, dominio de los terrenos. Después se dirá del capote salvador que ha sido sabio, que ha sido providencial. Sabiduría y Providencia que se funden en un solo conocimiento: el solo Arte del Toreo. Y con este lance —en gallarda misión de hermandad— nos despedimos del capote de Antonio Ordóñez. El más ilustre que yo he conocido, aunque al escribir esto me punce en el alma el recuerdo de la verónica de Francisco Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana». Y, sin ninguna duda, el de más espontaneidad creadora, el de mayor aptitud artística del tiempo presente.
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 07 de febrero de 1963. Año XX, Nº 972.
CONTINUARÁ
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