Ignacio Zuloaga, «Curro Cúchares» y «EI Buñolero»
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El Buñolero, portando El Desjarrete |
Antonio Diaz Cañabate
Ignacio Zuloaga, alias «EI Pintor», no fué torero profesional por muy poquito. Hubiera sido, si se llega a decidir por la espada y la muleta y no por el pincel y la paleta, un rival de Luis Mazzantini, su paisano, como él, fuerte de corpachón, aventajada altura y atlética Naturaleza. Hubiera sido, estoy seguro, como Mazzantini, gran estoqueador. Y hubiera superado al arrogante don Luis con el capote y con la muleta, que manipulaba con evidente arte. De esto puedo dar fe porque vi torear a Zuloaga repetidas veces. Zuloaga murió a los setenta y cinco años, pero conservó su vigor físico hasta el úItimo día de su vida. De manera que cuando le vi torear, ya en su senectud, pude apreciar sus buenas maneras, su buen aire, aire de torero antiguo, las manos altas, las piernas separadas, flexible el juego de la cintura, que revelaban sus posibilidades en el arte que abandonó por el de la pintura. ¡Pero si Zuloaga renunció a la torería jamás se desatendió de la fiesta y siempre mantuvo contacto con toreros y siempre aprovechó la ocasión de dar un capotazo. Hablaba de toros como lo que era, como un buen aficionado. Narraba sus recuerdos taurinos con delectación. Zuloaga conoció y en parte retrató a lo más selecto de la sociedad de su tiempo. Jamás se vanagloriaba de sus amistades de alcurnia y, en cambio, envaneciese de su trato y cameredería con los toreros. Había que insistirle mucho para que nos hablara de sus andanzas por el mundo y respondía inmediatamente cuando se le demandaba algo relacionado con sus estancias en el planeta de los toros, que conocía al dedillo.
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En el cartel Ignacio Zuloaga, que se anunciaba como "El Pintor" |
Mi orgullo es haber sido amigo de Ignacio Zuloaga, es haber convivido en su intimidad, que franqueaba a poca gente. En una de nuestras muchas conversaciones salió el nombre del “Buñolero”.
—¡Qué tipo «El Buñolero¡— decía Zuloaga— Fui muy amigo suyo. ¡La de copas que nos hemos tomado juntos! ¡Lo que me divertí con él cuando le hice su retrato el 1901¡ Tenía entonces «El Buñolero» ochenta y dos años. Aún abría el toril de la Plaza de Madrid y aún lo estuvo abriendo dos o tres años más.¡ Qué cara la suya¡ ¡Y que traje de luces el que se ponía para las corridas¡ Un traje con más años que él, de un oro de una tonalidad que daba gloria pintarlo. Para en una taberna de una calle que ya no me acuerdo cual era, muy cerca de la Puerta del Sol. Allí iba a buscarlo para que viniera a posarme. Le tenía que arrancar a viva fuerza.
—¿Para qué quiere usted retratarme si soy una estantigua? Pinte a una mujer bonita. O si quiere a un torero. Ahí tiene usted al «Algabeño» o a Antonio Fuentes, que tienen buena planta.
—No, señor. Usted tiene mejor planta que ellos.
Y se echaba a reír y decía :
—Usted está chalao.
Todos los días era preciso convencerle para que si viniera al estudio.
¡Y qué trabajo luego para que se vistiera de torero¡ Ahora, eso si, en cuanto se vestía se estaba muy quieto. Y ponía una cara muy seria, muy rara.
—No. No. Así no. Natural. Póngase natural.
—¿Pero cómo me voy a poner natural aquí metio en esta habitación vestido de torero? ¿ No comprende que parezco una máscara que se ha escapao del carnaval?
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Carlos Albarrán "El Buñolero" por Ignacio Zuloaga |
Para evitar que me pusiera aquella cara tan forzada le daba conversación y le preguntaba por los toreros antiguos.
—¿Qué tal era «Cuchares?
—¿«Cuchares»? Muy güen torero. Y un sinvergüenza muy honrao.
—¡Hombre, a ver, explique eso¡
—Pues nada, lo que le digo. Un martingalero que se las sabía todas con los toros. Ningún toro le engañó y él los engañaba a casi todos. ¿Qué salia uno con guasa? El señor Curro lo veía en seguida y a lo primero iba a ver si podía con él trasteándolo con arreglo al arte.¿Que el toro decía que no, que a él le había abierto yo la puerta del toril para que nadie se metiera con él? Pues entonces «Cuchares» tiraba de martingalas , le hacía un lio al toro y otro al público y en cuanto estaban más descuidaos el público y el toro, ¡ allá que te iba el señor Curro y le largaba un mandoble que terminaba con el bicho con una habilidad que le dejaba a usted con la boca abierta.
Salía un toro noble y bravo y entonces «Cúchares» le toreaba honradamente, en lo que cabe, porque nunca dejaba a un lao las pinturerías y los adornos. Era muy adornista, pero con gracia, porque tenía el salero a carros. ¡Y que vista la suya¡ Apenas le cogieron los toros. A mi me hizo mucha perrerías. No he visto en tantísimos toreros antiguos más tranquilo en el ruedo. Andaba con los toros como si estuviese jugando con sus chiquillos en el patio de su casa. Nunca le vi aperreado ni descompuesto. Les hablaba mucho a los toros, como si talmente fueran personas. A mí me tenia mucho aprecio. En cuanto llegaba al patio de caballos preguntaba por mí. Me llamaba el Carlitos. «¿Donde está el Carlitos? Estará por ahí temblando de miedo.» Y en cuanto me veía me preguntaba: «¿Y el pulso, Carlitos, cómo anda? Te va a temblar la mano cuando descorras el cerrojo.»
«El que tendrá miedo será usted, señor Curro. Yo veo los toros de lejos»
« Pues hoy los vas a ver de cerca, porque te voy a ceder uno para que recuerdes tus buenos tiempos. ¿ A que no lo matas? ». « No, señor, no lo mato porque cuando me percaté de que no servía pa torero me agarré al cerrojo.» Algunas tardes cuando tenía que descabellar a un toro, me chillaba.
—¡Carlitos, dame la espá de descabellar¡ ¡Anda, deprisa, que si no este marrajo
me va a dar que hacer¡
Y yo le llevaba la espá. Pero él, en lugar de venir a cogerla, no se separaba de la cara del toro.
—¡Ven acá, Carlitos, que no te va a pasar na, que estoy yo aquí pa hacerte el quite si se fija en tus hechuras¡
Y yo iba con la espá. Y cuando me veía a su lao obligaba al toro a arrancarse y yo tiraba la espá y salía de naja, como usted supondrá. Y «Cúchares» se reía a más y mejor y el público también.
—¡Trae la espá, Carlitos, que éste ya no se mueve¡
Una tarde que me hizo esta faena dos veces seguidas, a la segunda le dije que le diera la espá unn tío suyo. Y me metí entre barreras. El señor Curro marró el primer descabello, y el segundo y el tercero. A la quinta vez se viene para mi y me dice:
—¿Lo ves, Carlitos? Le has contagiado tu miedo a la espá y por tu culpa me van a dar un aviso.
—Se lo tiene usted muy merecido. Haberle matao de una estocá que es su obligación.
—Hombre, muy bien, me has dao una lección¡ Pero ahora vas a ver tú cómo mata Francisco Arjona Guillén.
Y pide la espá de matar. Y cuadra al toro. El volapié que le atizó aún lo tengo clavao en mi memoria. Es uno de los mejores que he visto en los años que tengo. Cómo sería que le pegaron una ovación de las grandes. Y le tiraron lo menos cuarenta cigarros puros, y cuando terminó de dar la vuelta al ruedo, los reunió y me los regaló.
—Tómalos, Carlitos, tuyos son, que si no hubiera sido por ti en lugar de estos cigarros me hubieran tirado naranjazos pa poner un puesto de frutas.
Cuando se le daba bien una corrida me mandaba a buscar para que cenara con e1l y con la cuadrilla.
—Buena mano has tenido hoy, Carlitos.
—Mi mano siempre es la misma, la de usted es la que varia.
—La mía tampoco. El que varia es el toro. Yo siempre me pongo a son con el toro. Al son que me baila le bailo yo.
El señor Curro era muy orgulloso y presumido, pero yo tenía confianza con él y no me mordía la lengua.
Y me acuerdo que le dije:
— Pues algunas tardes se baila usted un zapateado de canela en rama.
— Qué Carlitos este¡¿ Qué desvergonzao es¡
¡Pobre señor Curro y cómo fue a morir del vómito, allá en La Habana, a donde no debió de ir en jamás porque dinero suficiente había ganado pa retirarse de los toros conun buen pasar. Pero le perdió lo fachendoso que era. Hombre más espléndido no lo he conocido. Ni más caritativo tampoco. Y no podía tener una onza en su bolsillo sin que le entraran ganas de gastárselas en lo que fuera.
Y yo —seguía contando Zuloaga— mientras charlaba le iba pintando tan embelesado en la pintura como en la charla.
— Y por qué no fue usted torero Carlos?
— Por lo que decía el señor Curro, por el maldito miedo que no me dejó,
—¿Toreó usted mucho?
—¡Quiá, no, señor! Salí en Madrid en unos cuantos novillos de los embolaos a poner banderillas y cada vez se me daba peor, y a poco de cumplir los veinticuatro años, agarrao otra vez a mi oficio de buñolero, un amigo mío, que lo era del empresario de Madrid, al dejar la plaza de torilero el “Ramoncillo”, me dijo que si quería ganarme un jornal abriendo el cerrojo los días de corrida y pegando carteles y repartiéndolos por las tabernas y dije que sí, y aquí me tiene usted con ochenta y dos años a las espaldas sin haber dejao ni tan siquiera una corrida por enfermedad. Tan solono abrí la puerta los días que me duraron dos percances que tuve, dos caricias que me hicieron los toros. Uno saltó la barrera por el lao donde yo estaba y allá que te va «el Buñolero»por el aire al caer me fracturé la clavícula izquierda. Y otro, ¡valiente galán!, ¡condenao animal!; oiga usted, se había echao. Iban a darle la puntilla y va y se me ocurre quitrle las banderiilas. Al primer tirón s levanta y me tira una corná que mire usted la cicatriz, aquí junto a la ceja, que de poco me deja tuerto.
—¿ Y al abrir la puerta no tuvo usted ningún accidente?
—No, señor. Y cuenta que habré abierto la puerta a más de veinte mil toros.
—Veinte mil toros, Carlitos?
—En pocos me equivoco.
—¡Qué hermosura¡ ¡Cuantos le envidio a usted el haber visto tantísimas corridas y a aquellos toreros de antes¡ Y, además, pensar que usted pudo conocer a Goya. ¿qué año nació usted?
—El 1819.
—¡Ya lo creo¡ Goya murió en 1828.
—¿Goya dice usted? No le he oído de mentar, y me extraña porque he conocido o he oído hablar de todos los toreros desde que la torería existe.
—No. No fue torero. Fue pintor como yo. Mucho mejor que yo, pero toreo o quiso torear y en eso le gané. Como yo no ha toreado ningún pintor en el mundo.
¡Gran don Ignacio¡ ¡Inovidable don Ignacio, torero frustrado y pintor genial, que según él afirmaba, muy convencido, equivocó su arte¡.
El Planeta de los Toros.
Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo ,15 de enero de 1959 Nº 760 AÑO XVI.