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Raúl Sánchez, el arte del valor |
Es un lugar común, cuando de toreros hablamos, la distinción que se hace entre el valor consciente y el inconsciente. Pero la verdad es que solo hay un valor : el consciente. El otro, el inconsciente, es eso: inconsciencia y, por consiguiente, nada que se pueda comparar con el valor real.
Un hombre que no sospecha cuáles pueden ser las consecuencias de su arrojo no pasa de ser un temerario. Puede un torero llevar la angustia a las graderías a costa de repetir alardes temerarios y ser rechazado por ese público que, en un momento de arrebato colectivo, ha premiado con ovaciones tales demostraciones de falso valor. A ningún aficionado (que no es lo mismo que público de aluvión) del planeta taurino, le agrada ver a un profesional del toreo a merced de un toro con casta y bravura. El valor solo es verdadero y real cuando el hombre tiene conciencia del peligro que corre. Entendemos que solo los toreros que conocen y dominan las técnicas de su profesión pueden ser valientes, y cuanto mayor sea la suma de ese conocimiento y dominio, estos tendrán como correlato una mayor “dimensión de valor”. Conocimientos técnicos y de lo que significaría la ocurrencia de un percance gravísimo.
Siempre se ha dicho que la sangre que pierde un torero, a consecuencia de una cornada importante, es la sangre “más valiente”,y la que queda en las venas del lidiador la menos valiente. Pongamos que ello es así, pues lo han afirmado muchos toreros que sufrieron percances muy graves, y demos por cierto también que únicamente tienen verdadero valor los toreros conscientes, para situarnos convenientemente y conocer así cuáles son los toreros en verdad valientes. Sin duda son aquellos que tienen un gran conocimiento y dominio de su profesión y que incluso siguen toreando después de haber sufrido uno o varios percances graves. Bueno seria para todos que se pudiera llegar a la cúspide de la valentía sin haber pasado por la dolorosa experiencia del percance importante; pero, que sepamos, este caso no se ha dado en la historia del toreo, profesión en la que el riesgo es consustancial.
Si reparamos en lo que hasta aquí llevamos dicho, y seguramente lo han podido comprobar en las plazas de toros, coincidirán con nosotros en afirmar que, efectivamente, el verdadero valor no puede estar en hacerle al toro las cosas alocadamente, sin ton ni son, sin saber qué es lo que se quiere conseguir, ni conocer cómo se hace lo que se intenta, y en tener la capacidad de recuperación suficiente para sustituir, sin dificultad aparente, esa sangre “más valiente”que los toreros pierden en todos los percances graves, y no temblar demasiado cuando se vuelvan a poner nuevamente frente al de los rizos.
A manera de conclusión, se puede afirmar entonces que a mayor conocimiento y dominio, menor peligro. Y a menor peligro, más valor consciente.
Tales premisas, hacen necesario que se plantee la cuestión de si ante el encaste “mayoritario” (impuesto por exigencia de las actuales figuras y sus apoderados en casi todos los ruedos del planeta taurino), se disminuye el peligro gracias al conocimiento y al dominio.
Pues, la respuesta es un rotundo NO, dado que es imposible someter y dominar técnicamente a ejemplares domesticados, obedientes, colaboradores, que prácticamente ya salen picados al ruedo, a juzgar por la escasa fuerza y poder a través de la cual evidencian su invalidez. Ahí donde se compone la figura, acompañando en lugar de templar y ligar las embestidas, difícilmente podremos estar hablando de aminorar el peligro en base al valor consiente. Ahí simplemente podemos hablar de faenas monótonas y preconcebidas desde el hotel, practicadas hasta el cansancio por el TIRINENE de turno; eso sí ante colaboradores oponentes con los cuales han desterrado de los ruedos la indispensable emoción y la exigencia del valor consciente, al punto de dar la impresión que eso que hacen repetidamente en los ruedos (un día sí y otro también) lo puede llegar hacer cualquiera de los aburridos mortales que acuden a una plaza de toros, en las que campea el taurineo de la fiesta circo.
Pocho Paccini Bustos