EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

domingo, abril 21, 2019

Tauromaquia de Santiago Martín “El Viti”


A quienes viven su afición al toreo con la cara vuelta al ayer, presentamos esta selección de fotografías taurinas de Santiago Martín «El Viti» para que, quien sepa ver, vea, y quien desee comparar, compare.

El toreo del castellano —dentro de la escuela que abriera Domingo Ortega, pues sigue las normas de personalidad, dominio y armoniosa elegancia que la caracterizaron— alcanzó una hondura que raramente se ha alcanzado en el mundo de los toros.

Torero en profundidad, tampoco concedió anchura a su repertorio, que, como todos los toreros intensos quedó limitado a las suertes clásicas, que ejecutaba de manera tan perfecta como emocionante. Quien salió admirado una gran tarde de «El Viti» no hablará más que de sus verónicas, sus pases en redondo, la verdad de sus naturales, la gracia inesperada del afarolado ligado al de pecho. 

«El Viti» tuvo, pues, ese privilegio de los elegidos de llegar al corazón de los inteligentes con la misma intensidad que los más populares. Y esto solo lo consigue el arte de verdad, el más puro y el más clásico. Cuando éste se ejecutaba con valor frente a un toro de respeto, la emoción llegaba a las gargantas y nadie nos hablaba de monotonías, de rutinas, de los cien pases. Esta dialéctica que únicamente se puede emplear con los toreros no artistas, desprovistos de la llama creadora de la inspiración. Pero cuando cada pase —en intensidad, en hondura— era una auténtica invención artística no se parecia en nada, aunque estuviera ejecutado dentro de las más tradicionales y archisabidas reglas.

Este fue el secreto del toreo, del que «El Viti» fue uno de los más geniales representantes. Porque fue, diagámoslo claro, un auténtico torero de época.
         La elegancia en la verónica de "El Viti"
Con la emocionante pureza de lo clásico
Toreando a la verónica en profundidad
Ante el tercio final, a solas con la verdad.
Tercer momento: quebranto del toro 
Una idea destacada sobre todas: dominio
Suavidad en el pase en redondo de derecha
El trasteo por bajo para abrir faena
Inicia la trinchera: escuela castellana 
En el centro de la suerte, elegancia
Alargar el pase es secreto, llamado temple 
El vuelo de la muleta indica el fin de la serie
Con la derecha por alto. Y con mando
En la cumbre de la maestría y del toreo 
¿Es así como se cita ai pase natural? Sí, así es. 
El brazo extendido en un alarde mandón
Ayudando con la espada, ¿Qué viene Ahora?
El afarolado. Momento muy personal
Ligar es lo primero: sigue el de pecho
El viaje terminará cuando todo pase
En la Plaza de Quito, año 1972
Sometiendo a un fiero Miura 
Rematando el pase como debe ser, tras de la cadera
Firmeza de plantas y mando en el natural
No podia faltar en la Plaza de Acho, año 1963
Este es el estilo del magno estoqueador
Pocos han matado como lo hizo  "El Viti"
En la Plaza de Acho, año 1963
El culmen, la suprema suerte
Fuente: Fotos extraidas mayormente del semanario gráfico de los toros El Ruedo. Madrid, 02 de enero de 1964. Nº 1019, Año XXI.

viernes, abril 12, 2019

LA TAUROMAQUIA DE ANTONIO ORDÓÑEZ : (Capítulo VI)

"El pase de pecho de Antonio Ordoñez es preparado. ¿Cuál es su preparación? Un alarde torero sustantivo, espléndido. Nada más y nada menos que un extraordinario pase natural."

EL PASE DE PECHO
Y he aquí que nos encontramos inmersos en el corazón, en la médula del toreo de muleta. Hemos llegado al pase de pecho. Este, sustantivamente, tiene vida y definición propias; pero clásicamente no es sino el remate lógico del pase natural. Escribo remate lógico y no obligado o forzado, porque nunca he estado de acuerdo con el concepto de que el pase de pecho, para que tenga belleza, haya de ser impuesto por el toro, obligado por él. Que el pase de pecho sea obligado o forzado le añade gran gallardía, pero no es condición esencial del mismo. El pase de pecho, aunque autores muy prestigiosos opinen lo contrario, debe ser preparado por el diestro. Lo otro es un concepto anticuado que arranca de la idea que del toreo, en su época, tenía «Paquiro».
         
Este dice: «El de pecho es aquel que es preciso dar en seguida del pase regular, cuando el toro se presenta en suerte y el diestro no juzga oportuno armarse a la muerte. Digo que es entonces preciso dar el pase de pecho, porque salirse de la suerte y buscar otra vez proporción para el pase regular es deslucido, pues da idea de miedo o de poca destreza. El cambiar la muleta a la mano de la espada, para que estando en el terreno de afuera, se le pueda dar el pase regular, aun cuando no está mal visto, no es tan airoso; por lo tanto aconsejo que siempre que después del pase regular quede el toro en suerte para el de pecho, se le haga.»

El concepto de Montes es claro. Se da el pase regular —el que llamamos natural— y se espera ver la reacción del toro. Si éste es huido, se marchará y el torero seguirá la lidia como su inspiración le dicte, hasta hallar momento propicio a la estocada; pero si el toro es celoso y se revuelve —es decir, «si se presenta en suerte»—, se le vaciará con el pase de pecho si no se le quiere recibir todavía. Para Montes —que escribe en tiempos en que solamente se conocen y estudian como tiempos de las suertes los de citar y cargar— la iniciativa en el remate del natural queda al arbitrio del toro; esto es fácil de comprender si tenemos en cuenta que «Paquiro» escribía pensando, no en ligar las suertes, sino en hallar momento lucido para ejecutar la de recibir, y que el «parar, mandar y templar», que hoy tenemos por trinidad creadora del mundo del toreo, hizo su aparición en la técnica de los ruedos allá por los años dieces de este siglo. Consecuencia: en tiempos de Montes el pase no se da más que cuando el toro, pegajoso, lo exije; por consiguiente, siempre es forzado.

Pero desde el momento en que aparecen los conceptos de temple y mando, con su resultante de dominio sobre el toro, la idea de suerte obligada y forzada desaparece prácticamente; y no porque la disminución del toro haga a éste tan macilento que no presente problemas, sino porque el toro —dominado por el toreo moderno a lo largo de todo un lance— no debe hacer movimiento extraño que imponga la necesidad de una suerte forzada.

Ya oigo a mis amigos lectores replicarme que el toro es el único que no ha estudiado las Tauromaquias —aunque hoy muchos toreros tampoco lo hacen— y que, por tanto, no se atiene a reglas y plantea a cada instante problemas que no se resuelven por pura matemática, sino con inspiración y técnica toreras. Y otros más documentados, o con mejor memoria, me hablarán de aquella tarde sevillana en que Juan Belmonte, acosado por un toro que se le quedó en el centro de un natural, se lo echó por delante en un magno pase de pecho cuando la fiera pensaba ya hacer presa en el cuerpo del torero.

De verdad que daría algo bueno por haber visto tan magnífico momento, aunque doy gracias a Dios que me hizo más joven que aquellos que lo admiraron. Estos son los momentos en que la geometría se rompe para que aflore a su superficie lo que tiene de lucha viva; son los que definen a un torero excepcional; los segundos en que el toro no reacciona según se espera de su instinto y el torero no tiene más dilema que dar el paso atrás o dejarse llevar del soplo de la inspiración para resolver en un momento el problema planteado. Si lo hace sin perder terreno, con eficacia, con gracia, con belleza, estamos ante el torero por esencia. Pero precisamente esos momentos inspirados, esos momentos «forzados» son los que no caben en las dimensiones de una Tauromaquia; son pura gracia angélica. Y si no se enfadan los muchos amigos belmontistas que tengo, diré que el magno pase de pecho de Juan tuvo su origen en un fallo del temple de su muñeca prodigiosa en el centro del natural originario.

En el toreo de hoy — el toreo de Antonio Ordóñez que comentamos— el pase de pecho no puede esperar a que el toro lo fuerce y, por consiguiente, es preparado. Pero no esa preparación de cambiarse de mano la muleta, citar echándola atrás, andar de espaldas, dar palos con el estoque o patadas—mejor diríamos, coces— en el hocico del toro y porfiar feamente un rato que se hace interminable para sacar un telonazo que no es ni un tercio de pase. Eso lo hacen los farsantes del toreo; los escandalosos y libertinos del anti-toreo. Y Antonio, para suerte de su generación, ha sido un torero esencial. Insisto. El pase de pecho de Antonio Ordoñez es preparado. ¿Cuál es su preparación? Un alarde torero sustantivo, espléndido. Nada más y nada menos que un extraordinario pase natural.

Y al remate del pase natural tenemos que volver para ver esta preparación. El brazo izquierdo, todo el garbo torero, ha llegado a extenderse cuanto da de sí; pero la muñeca sabe impulsar al palillo de la muleta para que ésta se despliegue armoniosa y con cadencia y llegue al final del pase llevando al toro muy toreado, prendido en el vuelillo más lejano al cuerpo del torero que así aumenta la dimensión de la suerte y las posibilidades de llevar al toro a terreno en que se le pueda ligar. Es entonces cuando, sin romper la cadencia, sin hacer más que un giro de la muñeca hacia adentro —¡cuántos secretos toreros encierra el simple juego de la muñeca!—, aquel velillo lejano se dobla sobre sí mismo, recorta al toro sin dejarse perder de vista y le incita, burlón, a volver para perseguirlo... Todo tan fácil, tan sencillo, tan gracioso. Y tan difícil, tan monumental, tan artístico.
AQUI lo tenemos. El vuelillo burlón marca la nueva trayectoria. Estamos en lo más esencial, lo más peligroso, la cumbre del toreo de muleta. Para ligar el pase natural al de pecho, para dar los dos como una sola secuencia, como un solo lance; hace falta mucho valor y mucha serenidad para descubrirse ante los toros en los momentos en que estos pesan más, tienen más sentido adquirido a lo largo de la lidia. Y esto, no se puede adquirir más que con plena confianza en la labor torera que uno mismo realiza. La pierna izquierda—sobre la que se cargó la suerte en el pase natural— sigue siendo el eje de este nuevo giro de la faena; la pierna derecha, entre tanto, se dispone a dar el paso adelante para seguir la norma clásica de que la pierna que se adelanta sea siempre la del lado por el cual se torea al toro; en este caso, el lado derecho. Por lo cual, al darse con la mano izquierda, el pase de pecho queda clasificado entre los cambiados.
HE dicho antes que la preparación del pase de pecho de Antonio Ordóñez es un pase natural. Tengo que rectificar; por regla general, esta preparación consiste en una serie de naturales en redondo. El diestro nunca ha hecho series excesivamente largas, porque al toro hay que darle siempre el castigo que necesita y ninguno más; y el pase natural es el que más corrige los defectos del toro, el que más le enseña a embestir, el que mejor aprovecha la impulsividad natural del animal; pero es también el que más le destronca y entrega. Antonio supo calibrar exactamente el número de pases que en cada serie admitían sus enemigos; supo en qué momento preciso, en qué instante había alcanzado el punto de toreo y tensión que aconsejaba el pase de pecho para dar una pausa torera a la faena y dar, sobre todo, un alivio al toro. Esta idea es sustancial hasta para el estilo de pase de pecho de Antonio.
EN estas dos fotos últimas, la muleta ha vuelto ya de su viaje inicial y, paulatinamente, siempre dejándose ver —este es el principio esencial para el manejo de la muleta, aunque hay que tener gran serenidad para practicarlo —, ha hecho que el toro vuelva girando del viaje que le marcó el pase natural. El torero no ha perdido terreno ni ha tenido que mover los pies del lugar en que siempre ha mandado. En este preciso momento, cuando el toro casi ha vuelto por completo, nuevamente el cuerpo torero se mece hacia adelante, la pierna derecha avanza un paso y la muleta —que volvió a media altura— es humillada para humillar de nuevo al toro en el nuevo embarque. Todo ha sido tan suave, tan milimétrico, tan preciso, de temple tan cuidado y continuo, que una cosa tan trepidante, como es la embestida de una fiera, queda empapada en movimientos llenos de armonía.    
YA avanzó el paso la pierna que torea y —sin que el toro se haya detenido en la embestida, sin pausa, ligadamente, reposadamente— el vuelo de la muleta le incita a seguir en la majeza del pase de pecho. Esto es lo que quería decir al afirmar que el pase de pecho de Antonio Ordóñez es preparado; al toro no le ha quedado más papel que el de verse toreado, obedecer, seguir; nada hay forzado, porque en todo momento el torero manda en el toro con absoluta espontaneidad, jugosamente, con un dominio artístico que hacen de estos momentos la cumbre del arte de lidiar. La muleta inicia su viaje torero arrastrando por el suelo y así va embarcado el toro en un viaje lineal que lo hará despegarse del torero y quedar, jadeante, emplazado para una nueva serie, un nuevo asalto entre inteligencia y vigor, un nuevo juego de burla y dominio en que todo volverá a ser apretado, macizo, intenso.
CONVIENE Insistir en el sentido lineal del pase de pecho de Ordóñez. En el toreo de hoy el pase de pecho —el gran pase de pecho, no la serie en cadena, torbellino de trapazos por alto que, con impudicia, llaman pases de pecho los antitoreros— se da como final como una serie de naturales. Por eso no es curvilínea su trayectoria y la mano de la muleta no va a buscar el hombro contrario —como hacia Juan Belmonte en la faena del Montepío, pues, según me han contado, esta faena no fue más que a base de naturales ligados al de pecho—, sino que la muleta se despliega en bandera y deja ancho campo ante la vista del toro. La consecuencia es lógica; la concepción del toreo es distinto y el toro de hoy no necesita el mismo castigo que el de hace cincuenta años. Ligarle pases en curva, naturales y de pecho, a un burel de hogaño, dejaba sin faena que ver a la media docena de muletas.
ESTA es la razón fundamental por la que el pase de pecho de la Tauromaquia de Antonio Ordóñez es rectilíneo. El toro necesita descanso y se le da. Por ello, cuando el brazo que torea ya no da más de sí, cuando el toro ha pasado más allá del cuerpo del diestro, prendido en la muleta, ésta se eleva por encima de los cuernos —dejando chasqueado al toro que vuelve los ojos atrás cuanto puede, por no perderla— y desciende pausada para barrer los costillares, para salir airoso por la penca del rabo. Es una suerte tan garbosa, tan clásica, tan gallarda, que por eso no dudo ni en proclamarla como la médula del toreo ni en traer a Antonio Ordóñez -sin desmérito para otros lidiadores que la realizan a la perfección- como maestro de la misma. Este Antonio Ordóñez que eleva al mismo tiempo los dos brazos en el remate, como en un aleteo del garbo torero que, por lo visto, se respira en el aire de su Ronda natal.


EL PASE CON LA DERECHA
CON la nomenclatura de este pase, sigo la doctrina de gran número de maestros de la crítica que se niegan a llamarle natural. Pienso lo mismo. No es ni puede ser natural lo que carece de naturalidad; no es natural que los elementos de torear y matar se lleven en una sola mano; porque si el toro se presenta a la muerte cuando el torero lleva la muleta en la mano de la espada, no puede estoquear sin antes hacer un trasiego de trastos nada torero. Se me dirá que esta es una razón sin valor en una época en que los matadores torean con espada de palo y no pueden matar sin un laborioso trasiego de estoques lejos del toro. Pero yo sigo en mis trece ¿te conceder a la muerte su valor de suerte suprema —digan lo que digan quienes tiemblan ante la idea de tirarse como Dios manda—, y si bien reconozco que en el toreo de hoy la faena ha logrado supremacía estimativa y jerárquica sobre la estocada,esto no autoriza para suponer que la suerte de matar no haya de reivindicarse como rúbrica pura e indefectible, sin la que no hay premio de trofeos. Y de verdad, la norma es que no hay muerte gallarda y bella si el torero no va armado como debe ir y hace el viaje y la cruz cuando el toro, maduro por la faena, cierra las manos y la pide. Cosa imposible —como decimos— si muleta y palo se llevan a una mano. Sin embargo, como son cosas de otro lugar, pasaremos a ver cómo toreaba con la derecha Antonio Ordóñez. Y no descubrimos nada nuevo si decimos que lo hacía muy bien y con mucha frecuencia. Tal vez demasiada.

Yo no estoy convencido de que muchos toros a los que Antonio toreó espléndidamente con la derecha no se hubieran toreado también, y con más mérito, con la izquierda. Ved la foto, la colocación del torero y el viaje del toro; cada pase con la derecha, nos hurta un pase de pecho con la izquierda; sitúen con la imaginación la muleta en la izquierda del diestro y en la derecha pongan el estoque. La afirmación es cierta, y lo mismo notaremos cuando veamos los pases por alto con la derecha o las trincheras por bajo, que son escamoteos de posibles pases al natural. Por lo demás, la técnica del pase es idéntica a la del dado con la izquierda, aunque realizada con la mano opuesta, salvo en un detalle. La manera que Antonio Ordóñez tiene de sujetar la muleta en este pase. 

ESTE modo de llevar la muleta —de tomarla diríamos mejor— difiere fundamentalmente del estilo de cogerla en el natural; en este pase, el palillo se toma por el centro para que sea mayor su mérito, «ya que recoge el vuelo del engaño y sitúa la mano que torea en plano superior» pero enfrentado con el centro de la cara del toro, que de este modo va muy toreado. Para lograr análogo efecto en el pase con la derecha, Antonio toma el palillo de la muleta casi por el extremo opuesto al cuerpo, por el más lejano, con lo cual la muleta toma forma de rombo sostenido por la mano muy cerca de su vértice superior. Esta es una técnica constante en Ordóñez y lo podemos comprobar en distintas versiones de su pase con la derecha, llamamos la atención sobre este extremo, porque —en mi Interpretación— es una renuncia del torero a la ventaja que le da la mayor dimensión del engaño; de esta forma torea con la muleta de dimensiones poco mayores a la del pase natural, y la suerte con la derecha sale más ceñida y más garbosa; de plástica no vamos a hablar, basta con mirar la fotografía.
TRANQUILIDAD, mando, garbo, dominio... Todo eso se desprende del muletazo. Siento defraudar a quienes esperasen que por ser pase con la derecha pusiese reparos a la suerte; a mi no me molesta el toreo con la derecha, cuando es eficaz y bello y funcionalmente necesario; lo que me molesta es que lo que debe ser un recurso—hay toros que no pasan, puntean o se vencen por el pitón Izquierdo y es forzoso torearles por el otro lado— se haya transformado en monótona escuela de rutinarios pases con la derecha y en redondo; lo punible es que lo que empezó «no mal visto, pero menos lucido», se convierta en base fija, pilar inconmovible del toreo actual. Y origen de la deficiente muerte de muchos toros, por lo que luego diré. El brazo que ha arrastrado la muleta por el suelo en el centro del pase, se levanta suavemente en el remate, que puede ser el clásico para quedar en situación de citar de nuevo invitando al nuevo pase con la derecha; o puede ser también cualquiera de las muchas gitanerías que a Antonio se le han ocurrido para romper rutinas con la gracia de lo inesperado; con la poesía de la inspiración torera.
ASI, por ejemplo, en este remate con que el diestro se va del toro en busca de terreno donde seguir la faena, siempre a un palmo de la montera que dejó en el brindis al público, como compromiso ante éste de obsequiarle con una hazaña torera. Este modo de irse del toro es también lidia, es también brega, aunque muchos espectadores crean que esto solo debe quedar para los subalternos. Basta ver cómo el toro sigue toreado hasta ese momento y cómo la muleta —por la lógica que impone el brazo torero— dejará al toro preciso, exacto en suerte, sin ayuda del más leve capotazo, sin necesidad de enmienda, en el terreno propicio. Este es otro de los méritos de la muleta de Antonio Ordóñez en las tardes garbosas; que ha sido inspirada y fastuosa en su despliegue, pero ha sabido conservar el orden, la sobriedad, la eficacia del toreo puro. Esta y no otra es la base de la jerarquía que el rondeño ha tenido en el toreo de hoy. Habrá tenido cientos de imitadores que tratarían de copiarle lo bonito; y no sabían que por debajo de la pura estética, de las hechuras toreras, corría un caudal de lidia sabia, de brega eficaz.
Y en el caso de Antonio, también, un sentimiento confesado, una personalidad. En el desarrollo de la obra artística taurina se descubre que la más alta interpretación estética se produce cuando por su intermedio se manifiesta una gran personalidad, un desarrollo tan poderoso del arte como el que representa el torero, no es posible sino cuando la personalidad del artista está dotada de una energía extraordinaria y de una inteligencia que sabe interpretar los sentimientos y emociones de sus contemporáneos. No es obra solamente del talento para el toreo, sino del sentimiento del mismo. Un sentimiento de afirmación vital que produce un arte optimista, alegre, toda soltura, que sirve para evadirse con gracia de lo que es hostil: El Toro.
A eso se debe que la luz chispeante que se desprende del inesperado remate exalte al graderío, que no se adentra por las intimidades del sentimiento íntimo del toreo, pero que comprende que el pinturero momento es un muletazo de luz.

Fuente: Semanario gráfico de los toros, 
El Ruedo. Madrid, 10 – marzo – 1963. Nº 977. Año XX.
El Ruedo. Madrid, 17 – marzo – 1963. Nº 978. Año XX.

Continua en la próxima entrega: Intermedio para nuevos aficionados....

jueves, abril 11, 2019

LA CRÍTICA A LA INTEMPERIE


LA CRÍTICA A LA INTEMPERIE
Ahora que el periodismo es sólo el edulcorado sinónimo con que se emboza el lenocinio, y sus perpetradores los engolados golfantes que no salen de casa sin un título sobre el que poder erigir su mediocridad, es cuando más echo de menos a esos narradores residuales para los que las reuniones de sociedad son sólo el proscenio de una mentira sin Literatura.

Ahora que tanto se nos aturde con premios, conferencias, tertulias, asambleas, concilios, congresos, corporaciones y hermandades, más necesaria se me hace la cansada prosa del descreído, del proscrito, del bendito maldito que se mea en las puertas de las academias.

Vivimos instalados en un bucle fecal donde los abrazos suenan a palmatoria y cada mano abierta sobre una espalda esconde la ausencia por donde repta la sombra de un cuchillo. Plácemes y parabienes son sólo la impedida expresión de una doblez por donde el individuo invierte el escaso rédito de una dignidad ulcerada. Esos conciliábulos sociales en los que el petardeo más veleidoso y superficial se achampaña para sonreír ante la castrada cámara de un becario, son el más evidente trasunto de la cochambre que cuelga de un tendedero.

Y en esto es perito el Toro.

Me sumerjo entonces en las hemerotecas al calor de una prosa encendida, al arrimo de un estilete lúcido, al amparo de una literatura oxigenada. Y allí emerge, inevitablemente, el nicotinado esbozo de Joaquín Vidal.

Si la experiencia ha terminado por confirmarme la miserable condición del ser humano, llevarla al ámbito taurino es elevar esa miserabilidad a la enésima potencia. El Toro vive asfixiado por unos alrededores donde hieden los siete pecados capitales, donde la bondad es la desprotegida excepción sobre la que trepa el orgiástico y bastardeado indecoro de la más baja canalla, donde hasta el olor a podrido lograría disimular la putrefacta atmósfera en que se dirime esta enfangada mentira.

Para poner de relieve esta evidencia, Joaquín Vidal nos ofrecía el sagaz prisma de un observador al que la narración se le acodaba en el tintero. Tras su feroz aspecto de registrador de la propiedad, la pluma se le deslizaba con la acrobática limpieza de quien pasa a limpio un milagro. Sus ojos, atrincherados tras el ópalo vitral de unas gafas de pasta alcanzaban a ver hasta el tuétano de las intrahistorias de alpargatazo y coñac, de clavelón y zurrapa, de gloria y bosta.

En él el costumbrismo era sólo la pátina sobre la que desplegaba un dominio de la sintaxis que coqueteaba con la poesía más bohemia. A sus detractores, fundamentalmente tarados de prosa y agudeza así como ahítos de podredumbre y envidia, se les abrían las carnes viendo con cuánto ingenio, desembarazo y sagacidad Vidal pasaba revista a la plana mayor del tenderete. Es entonces cuando le acusan de ignorante y profano. Cargan contra él su acrimonia y su enojo. Y no sólo los cagatintas lampantes al estilo Arévalo, Menguado y demás postulantes. También promotores de Dios sabe qué, eructaban contra él su gangoseado acento.

Pero él nunca puso precio de salida a su artículo. Vivía su afición desde la higiene de un tendido que le suministraba su periódico y que no se preocupó jamás de pordiosear. Nunca se mezcló con la marranalla que enturbia el zigzagueo de la tinta, limitándose a erigir su pose de profesor de reválida para dar fe de lo que es en esencia una tarde de toros. A él le debemos la más perfecta semblanza de los Toros en su final de siglo. Ese espejo que su talento ponía enfrente del negocio para hacer patentes las taras de un colectivo que ha terminado llevándonos al espigón en el que hoy hacemos equilibrio.

Le recuerdo al raso, espectral y categórico, levantar acta de un festejo anegado y gris donde lo más torero era su imagen inquisitorial y zumbona parapetándose de una cólera de nubes entre un chubasquero inveterado y un paraguas redentor.
Tras una impresión como esa, lo único que deseaba al día siguiente era llevarme su crónica a la boca como un pan lustroso y vivífico.
                                                                                                              
Fuente: http://lacharpadelazabache.com/2011/11/27/la-critica-a-la-intemperie/comment-page-1/#comment-11774