EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

domingo, diciembre 22, 2019

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO 2020

EL DESJARRETE DE ACHO desea que en esta NAVIDAD la unión reine en el corazón de sus seguidores y amigos; y que la paz alegre sus corazones.
Al empezar el nuevo año, EL DESJARRETE DE ACHO desea que el 2020 sea para todos próspero; para ganaderos honestos, toreros valientes, empresarios responsables y sufridos aficionados que aman al TORO y la FIESTA, pedimos la mayor suma de venturas.
Por una vez el toro salta a la arena anunciando felicidad para todos, y por muy seria que tenga la cara, sin malas intenciones para nadie.
POCHO PACCINI BUSTOS. Lima, 22 de diciembre de 2019

sábado, diciembre 14, 2019

Anécdotas de Curro Cúchares y "El Buñolero", contadas por Ignacio Zuloaga

Ignacio Zuloaga, «Curro Cúchares» y «EI Buñolero»
El Buñolero, portando El Desjarrete
Antonio Diaz Cañabate 
Ignacio Zuloaga, alias «EI Pintor»,  no fué torero profesional por muy poquito. Hubiera sido, si se llega a decidir por la espada y la muleta y no por el pincel y la paleta, un rival de Luis Mazzantini, su paisano, como él, fuerte de corpachón, aventajada altura y atlética Naturaleza. Hubiera sido, estoy seguro, como Mazzantini, gran estoqueador. Y hubiera superado al arrogante don Luis con el capote y con la muleta, que manipulaba con evidente arte. De esto puedo dar fe porque vi torear a Zuloaga repetidas veces. Zuloaga murió a los setenta y cinco años, pero conservó su vigor físico hasta el úItimo día de su vida. De manera que cuando le vi torear, ya en su senectud, pude apreciar sus buenas maneras, su buen aire, aire de torero antiguo, las manos altas, las piernas separadas, flexible el juego de la cintura, que revelaban sus posibilidades en el arte que abandonó por el de la pintura. ¡Pero si Zuloaga renunció a la torería jamás se desatendió de la fiesta y siempre mantuvo contacto con toreros y siempre aprovechó la ocasión de dar un capotazo. Hablaba de toros como lo que era, como un buen aficionado. Narraba sus recuerdos taurinos con delectación. Zuloaga conoció y en parte retrató a lo más selecto de la sociedad de su tiempo. Jamás se vanagloriaba de sus amistades de alcurnia y, en cambio, envaneciese de su trato y cameredería con los toreros. Había que insistirle mucho para que nos hablara de sus andanzas por el mundo y respondía inmediatamente cuando se le demandaba algo relacionado con sus estancias en el planeta de los toros, que conocía al dedillo. 
En el cartel Ignacio Zuloaga, que se anunciaba como "El Pintor"
Mi orgullo es haber sido amigo de Ignacio Zuloaga, es haber convivido en su intimidad, que franqueaba a poca gente. En una de nuestras muchas conversaciones salió el nombre del “Buñolero”.
—¡Qué tipo «El Buñolero¡— decía Zuloaga— Fui muy amigo suyo. ¡La de copas que nos hemos tomado juntos! ¡Lo que me divertí con él cuando le hice su retrato el 1901¡ Tenía entonces «El Buñolero» ochenta y dos años. Aún abría el toril de la Plaza de Madrid y aún lo estuvo abriendo dos o tres años más.¡ Qué cara la suya¡ ¡Y que traje de luces el que se ponía para las corridas¡ Un traje con más años que él, de un oro de una tonalidad que daba gloria pintarlo. Para en una taberna de una calle que ya no me  acuerdo cual era, muy cerca de la Puerta del Sol. Allí iba a buscarlo para que viniera a posarme. Le tenía que arrancar a viva fuerza.
—¿Para qué quiere usted retratarme si soy una estantigua? Pinte a una mujer bonita. O si quiere a un torero. Ahí tiene usted al «Algabeño» o a Antonio Fuentes, que tienen buena planta.
—No, señor. Usted tiene mejor planta que ellos.
Y se echaba a reír y decía :  
—Usted está chalao.
Todos los días era preciso convencerle para que si viniera al estudio.  
¡Y qué trabajo luego para que se vistiera de torero¡ Ahora, eso si, en cuanto se vestía se estaba muy quieto. Y ponía una cara muy seria, muy rara.
—No. No. Así no. Natural. Póngase natural.
—¿Pero cómo me voy a poner natural aquí metio en esta habitación vestido de torero? ¿ No comprende que parezco una máscara que se ha escapao del carnaval?
Carlos Albarrán "El Buñolero" por Ignacio Zuloaga
Para evitar que me pusiera aquella cara tan forzada le daba conversación y le preguntaba por los toreros antiguos.
—¿Qué tal era «Cuchares?
—¿«Cuchares»? Muy güen torero. Y un sinvergüenza muy honrao.
—¡Hombre, a ver, explique eso¡
—Pues nada, lo que le digo. Un martingalero que se las sabía todas con los toros. Ningún toro le engañó y él los engañaba a casi todos. ¿Qué salia uno con guasa? El señor Curro lo veía en seguida y a lo primero iba a ver si podía con él trasteándolo con arreglo al arte.¿Que el toro decía que no, que a él le había abierto yo la puerta del toril para que nadie se metiera con él? Pues entonces «Cuchares» tiraba de martingalas , le hacía un lio al toro y otro al público y en cuanto estaban más descuidaos el público y el toro, ¡ allá que te iba el señor Curro y le largaba un mandoble que terminaba con el bicho con una habilidad que le dejaba a usted con la boca abierta.  
Salía un toro noble y bravo y entonces «Cúchares» le toreaba honradamente, en lo que cabe, porque nunca dejaba a un lao las pinturerías y los adornos. Era muy adornista, pero con gracia, porque tenía el salero a carros. ¡Y que vista la suya¡ Apenas le cogieron los toros. A mi me hizo mucha perrerías. No he visto en tantísimos toreros antiguos más tranquilo en el ruedo. Andaba con los toros como si estuviese jugando con sus chiquillos en el patio de su casa. Nunca le vi aperreado ni descompuesto. Les hablaba mucho a los toros, como si talmente fueran personas. A mí me tenia mucho aprecio. En cuanto llegaba al patio de caballos preguntaba por mí. Me llamaba el Carlitos. «¿Donde está el Carlitos? Estará por ahí temblando de miedo.» Y en cuanto me veía me preguntaba: «¿Y el pulso, Carlitos, cómo anda? Te va a temblar la mano cuando descorras el cerrojo.»
«El que tendrá miedo será usted, señor Curro. Yo veo los toros de lejos»
« Pues hoy los vas a ver de cerca, porque te voy a ceder uno para que recuerdes tus buenos tiempos. ¿ A que no lo matas? ». « No, señor, no lo mato porque cuando  me percaté de que no servía pa torero me agarré al cerrojo.» Algunas tardes cuando tenía que descabellar a un toro, me chillaba.
—¡Carlitos, dame la espá de descabellar¡ ¡Anda, deprisa, que si no este marrajo
me va a dar que hacer¡
Y yo le llevaba la espá. Pero él, en lugar de venir a cogerla, no se  separaba de la cara del toro.
—¡Ven acá, Carlitos, que no te va a pasar na, que estoy yo aquí pa hacerte el quite si se fija en tus hechuras¡
Y yo iba con la espá. Y cuando me veía a su lao obligaba al toro a arrancarse  y yo tiraba la espá y salía de naja, como usted supondrá. Y «Cúchares» se reía a más y mejor y el público también.
—¡Trae la espá, Carlitos, que éste ya no se mueve¡
Una tarde que me hizo esta faena dos veces seguidas, a la segunda le dije que le diera la espá unn tío suyo. Y me metí entre barreras. El señor Curro marró el primer descabello, y el segundo y el tercero. A la quinta vez se viene para mi y me dice:
—¿Lo ves, Carlitos? Le has contagiado tu miedo a la espá y por tu culpa me van a dar un aviso.
—Se lo tiene usted muy merecido. Haberle matao de una estocá que es su obligación.
—Hombre, muy bien, me has dao una lección¡ Pero ahora vas a ver tú cómo mata Francisco Arjona Guillén.
Y pide la espá de matar. Y cuadra al toro. El volapié que le atizó aún lo tengo clavao en mi memoria. Es uno de los mejores que he visto en los años que tengo. Cómo sería que le pegaron una ovación de las grandes. Y le tiraron lo menos cuarenta cigarros puros, y cuando terminó de dar la vuelta al ruedo, los reunió y me los regaló.
—Tómalos, Carlitos, tuyos son, que si no hubiera sido por ti en lugar de estos cigarros me hubieran tirado naranjazos pa poner un puesto de frutas.
Cuando se le daba bien una corrida me mandaba a buscar para que cenara con e1l y con la cuadrilla.
—Buena mano has tenido hoy, Carlitos.
—Mi mano siempre es la misma, la de usted es la que varia.
—La mía tampoco. El que varia es el toro. Yo siempre me pongo a son con el toro. Al son que me baila le bailo yo.
El señor Curro era muy orgulloso y presumido, pero yo tenía confianza con él y no me mordía la lengua.
Y me acuerdo que le dije:
— Pues algunas tardes se baila usted un zapateado de canela en rama.
— Qué Carlitos este¡¿ Qué desvergonzao es¡
¡Pobre señor Curro y cómo fue a morir del vómito, allá en La Habana, a donde no debió de ir en jamás porque dinero suficiente había ganado pa retirarse de los toros conun buen pasar. Pero le perdió lo fachendoso que era. Hombre más espléndido no lo he conocido. Ni más caritativo tampoco. Y no podía tener una onza en su bolsillo sin que le entraran ganas de gastárselas en lo que fuera.
Y yo —seguía contando Zuloaga— mientras charlaba le iba pintando tan embelesado en la pintura como en la charla.
   Y por qué no fue usted torero Carlos?
   Por lo que decía el señor Curro, por el maldito miedo que no me dejó, 
—¿Toreó usted mucho?
—¡Quiá, no, señor! Salí en Madrid en unos cuantos novillos de los embolaos a poner banderillas y cada vez se me daba peor, y a poco de cumplir los veinticuatro años, agarrao otra vez a mi oficio de buñolero, un amigo mío, que lo era del empresario de Madrid, al dejar la plaza de torilero el “Ramoncillo”, me dijo que si quería ganarme un jornal abriendo el cerrojo los días de corrida y pegando carteles y repartiéndolos por las tabernas y dije que sí, y aquí me tiene usted con ochenta y dos años a las espaldas sin haber dejao ni tan siquiera una corrida por enfermedad. Tan solono abrí la puerta los días que me duraron dos percances que tuve, dos caricias que me hicieron los toros. Uno saltó la barrera por el lao donde yo estaba y allá que te va «el Buñolero»por el aire al caer me fracturé la clavícula izquierda. Y otro, ¡valiente galán!, ¡condenao animal!; oiga usted, se había echao. Iban a darle la puntilla y va y se me ocurre quitrle las banderiilas. Al primer tirón s levanta y me tira una corná que mire usted la cicatriz, aquí junto a la ceja, que de poco me deja tuerto.
—¿ Y al abrir la puerta no tuvo usted ningún accidente?
—No, señor. Y cuenta que habré abierto la puerta  a más de veinte mil toros.
—Veinte mil toros, Carlitos?
—En pocos me equivoco.
—¡Qué hermosura¡ ¡Cuantos le envidio a usted el haber visto tantísimas corridas y a aquellos toreros de antes¡ Y, además, pensar que usted pudo conocer a Goya. ¿qué año nació usted?
—El 1819.
—¡Ya lo creo¡ Goya murió en 1828.
—¿Goya dice usted? No le he oído de mentar, y me extraña porque he conocido o he oído hablar de todos los toreros desde que la torería existe.
—No. No fue torero. Fue pintor como yo. Mucho mejor que yo, pero toreo o quiso torear y en eso le gané. Como yo no ha toreado ningún pintor en el mundo.
¡Gran don Ignacio¡ ¡Inovidable don Ignacio, torero frustrado y pintor genial, que según él afirmaba, muy convencido, equivocó su arte¡.

El Planeta de los Toros.
Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo ,15 de enero de 1959 Nº 760 AÑO XVI.

miércoles, diciembre 04, 2019

ACHO 2019 : EN PODER DE UNA GAVILLA DE TRUHANES


Acho 2019: la temporada más sucia


La Feria Taurina del Señor de los Milagros 2019 ha sido, sin duda alguna, la temporada más sucia. La planificación, organización y ejecución de las corridas de “toros” en Acho la conducen una gavilla de... Pongan ustedes el calificativo que quieran poner. Impresentables que se aprovechan de la buena voluntad de gran parte de la afición que, seguramente con mucho esfuerzo, pasan por taquilla y acuden a los festejos más caros del planeta taurino. Afición mayormente torerista de la que prácticamente se burlan y a la que se les falta al respeto con lo ofrecido en la plaza, con esos paupérrimos espectáculos. La lista de atropellos es larga. Entenderá el lector que la Fiesta, en esta parte del planeta taurino, está por las patas de los caballos en cuanto a la materia prima que es la que dota de EMOCIÓN, el TORO; así que hablar a detalle de lo sucedido en el ruedo de Acho en las 5 corridas del abono es hacerle perder el tiempo al lector.

La lista de las picarescas de la empresa, que rozan lo ilegal (algunas en contubernio con la Municipalidad del Rímac, comuna en cuya jurisdicción queda ubicada la Plaza de Acho) es larga. Desde elegir al títere que presidiría los festejos de toda la temporada y que acá denominamos “Juez de Plaza”, que es amiguete de la empresa (con la consecuente falta de objetividad, festinación de trámites en el reconocimiento del ganado y regalo de orejas al público festivalero) hasta cambiar el Reglamento Taurino cuando ya se había iniciado la venta de los abonos, algo que a todas luces constituye la aplicación retroactiva de una norma legal que en el ordenamiento Constitucional Peruano se encuentra proscrito (y que esperamos que la Contraloría General de la República, el INDECOPI y el Ministerio Público actúen ante las múltiples denuncias que sabemos que ya se están articulando por parte de los aficionados de buena voluntad). También, en la segunda corrida de abono, y presuntamente, ceder ante las exigencias poco toreras de Miguel Ángel Perera para que le cambien la ganadería previamente anunciada e imponer una jauría destartalada por cuyas venas corren sangres de dudosa procedencia, en un baile de corrales inescrupuloso. Y, para cerrar la lista, la presentación anovillada de los “toros” con pitones para la sospecha en diversos festejos del serial.

El colmo de las fechorías de esta gavilla y que, seguramente en ninguna plaza de toros de primera se permitiría, fue haber anunciado a una ganadería de dudosa existencia. Bajo el nombre de San Pablo, en la presentación de los carteles fue anunciada para la tercera corrida del abono (del 17 de noviembre). Al parecer sería ganado barato, cuya procedencia es un auténtico dilema. Una total falta de respeto y burla al aficionado pagante, que es el sostén de la Fiesta. Tenemos conocimiento por buenas fuentes de que ante las denuncias documentadas que han sido presentadas por los aficionados, las autoridades del Estado peruano ya están actuando al respecto.

La empresa gestora, Casa Toreros, ya cuenta con una sanción impuesta por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (INDECOPI), por haber engañado a la afición limeña haciendo pasar ganado de "La Ventana del Puerto por "Puerto de San Lorenzo".

La parte positiva de toda esta pesadilla es que buena parte de la afición está despertando del letargo y se hace escuchar en sus protestas por los abusos. También empiezan a surgir voces independientes en las redes sociales que denuncian la fiesta circo.
Si los aficionados no exigimos el respeto al TORO, que al fin y al cabo es el respeto a la Fiesta y al aficionado, la situación de Acho todavía puede ser peor y sería permitir que la gavilla acabe con la gallina de los huevos de oro. 

No está de más recordar lo sostenido repetidas veces por nuestro entrañable amigo “Toni” Hernández: "El empresario taurino es el máximo responsable de los fraudes que se puedan cometer en su plaza. Él es el que contrata a los toreros destoreadores con sus condiciones; él es el dueño de los toros que se lidian; y él es el que vende ese producto".

Pocho Paccini Bustos.


miércoles, octubre 23, 2019

La tauromaquia de Domingo Ortega: Primer Momento

TRES MOMENTOS DE DOMINGO ORTEGA
(Boceto para una Tauromaquia de la Edad de Oro)
"Domingo Ortega de Borox, Toledo. Llegó a los toros por los años treinta. De él se han escrito, por lo menos, dos tauromaquias que recordemos, y firmadas por nombres ilustres. Pero falta la que él escribió sobre su sentimiento del toreo, su formación al margen de las escuelas, su personalidad intima en el toreo de una edad que para nosotros fue la de Oro del Toreo.

ZARAGOZA
En esos tiempos no conocía yo horas más que para ir a la Universidad por la mañana; a la fábrica, por la tarde; al periódico, por la noche. Los sábados, al salir en la madrugada de la redacción con el nuevo diario en el bolsillo, me iba a misa de Infantes para luego recalar en una churrería, donde desayunaba antes de acostarme. Mi madre sabia que no me debía despertar hasta hora y media antes de la corrida.

No he sido nunca hombre metódico, periodista de archivo. He vivido cada momento en su momento, y en el recuerdo de un hombre desmemoriado, como soy, sólo queda lo que quedó. Tengo bien presente que las ferías de aquellos años las toreaban Ignacio Sánchez Mejías, Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, «Niño de la Palma», Antonio Márquez, «Chicuelo», «Armillita», Francisco Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana», Joaquín Rodríguez «Cagancho», Vicente Barrera... Tomó la alternativa Manolo Bienvenida. La época está bien localizada. Aún se hablaba de Rafael «el Gallo» y de Juan Belmonte en tiempo presente, pero ya no toreaban.

Me sería imposible decir en qué corrida vi por primera vez a cada uno de estos famosos. Los recuerdo en muchos momentos de sus actuaciones —la cogida de Márquez aquel día que toreaba vestido de blanco y oro; la media faena sensacional de Lalanda a un toro de Pedrajas, después de otra media inicial bajo una bronca estrepitosa e insultante; aquel pase de pecho de Barrera a un novillo jabonero; la desastrada faena de Villalta, de morado y negro, ante un «colorao» de Miura; las salidas a uña de caballo de «Cagancho» en sus primeras corridas zaragozanas; el momento en que «Armillita» cogió la bota de vino que había caído en la cara del toro, la parsimonia con que la abrió, el trago que echo recreándose en la suerte y en el cariñena..., mientras seguían lloviendo en su alrededor botas de vino, sombreros de paja y abanicos femeninos—; pero de ninguno podría decir: «El primer día en que le vi torear...» Miento. Hay excepciones. Mejor dicho hay una excepción.Y se llama Domingo Ortega.

EL PALETO DE BOROX
Vestía el debutante un traje gris y plata. Traía fama hecha por las plazas de gran parte de España; creo que principalmente de Barcelona. Pero no me hagan mucho caso porque no me he parado a consultar los libros. Le llamaban el paleto de Borox, y escucho —como si fuese ahora— la conversación que a mi lado mantenían unos vecinos de tendido:
—¿Ese? Pero si ése es un novillero viejo que antes se ponía de apodo «Llaverito».
—¡Serás mostrenco! ¡Si dicen que acaba de empezar!...
—¿Empezar? ¡Y sabe más que un ratón con alforjas!
Muchas veces me ha preguntado a mí mismo por qué este recuerdo y esta conversación no se han borrado con el paso de los años. Respondo de su exactitud. Tal vez lo del «ratón con alforjas» —símil por mi antes nunca oído— fue el fijador dé este recuerdo casi fotográfico. Pero la verdad, de la buena, es que lo recuerdo porque me impresionó de manera diferente a los demás. 

El recuerdo que tengo más destacado —en una tarde que no fue de gran triunfo— es de Domingo Ortega corriendo, muleta en mano, tras un toro huido. La carrerilla del diestro, como es fácil suponer, no resultaba airosa; pero cuando llegó a tablas el burel y esperó al matador, quienes presagiaban un desastre quedaron atónitos al ver al muletero ofrecer la tela, trastear con ello por bajo en cinco o seis pases sabios, bien ligados y eficaces y, sin dar respiro, dejar media estocada que dio torerísimo remate a lmal prestigiada aventura.

Como he dicho, no fue tarde de apoteosis, al modo que hoy se entiende; no recuerdo que hubiera orejas. Pero Domingo Ortega salió calificado —por uno de los públicos más duros de entoncescomo torero de suprema inteligencia. Y , por tanto, fuera de serie, porque esto se valoraba mucho más que ahora

AI referirme a estos recuerdos me he detenido porque este de Zaragoza es el primer momento de los tres en que encontraremos a Domingo Ortega de cerca, en el diseño da este boceto de su tauromaquia; porque ni siquiera ahora —en que se puede juzgar toda su vida torera en una sola panorámica— seria posible sintetizar  todo el toreo del borojeño en unfórmula unitaria, definitiva. Domingo —al hacer suya, en su toreo, la frase de su homónimo Ortega el filósofo, de que «la vides un quehacer de absoluta actualidad»— se actualiza él mismo actualiza su toreo, cada día, cada momento.

Sucede con el arte de Ortega lo que con él mismo. Existe en el torero una profunda transformación interior que informa y anima su fisonomía; desde el tosco toledano que se viste de torero y, con prodigiosa intuición, empieza sabiendo todo del toreo, hasta el último Domingo Ortega de aire intelectual y estilizada cabeza, como diseñada y tallada por un artista, va una distancia igual a la que experimenta su arte a lo largo de sus años activos— en una paulatina transformación, no de concepción, sino de estilo. 

LA INFLUENCIA BELMONTINA
Porque la concepción orteguiana del toreo - una concepción inteligente, por encima de artística - tiene en su fundamento la idea del dominio. Ya sé que en esto no hago un descubrimiento, pero no es el momento de inventar un nuevo Ortega. Pertenece a este grupo privilegiado de los toreros científicos, reflexivos, en cuyo arte ven los buenos aficionados la más perfecta expresión de belleza taurina: la que surge de la fácil sucesión de lances en los que el toro va atemperado a la voluntad del torero, que es quien vence las reacciones instintivas del toro y les impone una norma humana.
La verónica belmontina interpretada por un cuerpo mimbreño, erguido, llega a su máxima autenticidad con Ortega. La pierna contraria adelantada, ofrecido el pecho, mamos a media altura para medir y templar el lance. Perfección.
Es un intuitivo; apenas tiene maestros; no ha visto apenas a Belmonte y, sin embargo, su toreo inicial es belmontino. Esta idea es la que está en el ambiente, en la época, en el estilo de los días. Y si las ideas filosóficas de Sócrates hay que buscarlas en la «Apología» y otros diálogos de juventud de Platón —antes de que éste alcance su magisterio y su madurez de pensamiento y deje de estar influido por el maestro—, nada tiene de extraño de que si el canon supremo de belleza taurina de la época se halla en Belmonte, sea Domingo Ortega un seguidor instintivo de esa regla de oro que consiste en echar la pierna por delante y dar el pecho para cargar la suerte, suma y compendio de lo más puro del toreo belmontino.

Un día, de julio de 1934, coinciden Juan y Domingo en la lidia de una corrida de postín en Valencia. Son toros de Concha y Sierra; todo ha sido dispuesto para el trianero —sol en su ocaso — tenga un triunfo; Pagés — después de haber inventado la frase anti-taurina de los «charlots»— ha montado para Juan las temporadas de su poderoso y armónico canto de cisne, y no lo hizo para verle fracasar; pero el recién llegado venia con tal poderío que aquella tarde el famoso «terremoto» se ve anulado y Domingo Ortega confisca todas las ovaciones detendido, en el que se escucha profética una voz femenina gritaesta afirmación inesperada: «¡El verdadero Belmonte es Ortega!».
Es la primera época del borojeño, aunque autodidacta la influencia del trianero en su toreo es evidente.
Y esto era cierto, porque además el diestro castellano —como afirmaba el banderillero mejicano «Pedrote» en una entrevista que recordaba Juan Leal— «toreaba como nadie el toro grande y fuerte cuando salía; y si no salía, no gustaba tanto porque se tenía la impresión de que no tenía adversario». Efectivamente, Ortega se plantea esencialmente un problema de eficacia más que de sorpresa o emoción para los espectadores; pero como es artista intuitivo, nato, no puede prescindir ni de su genio inventivo ni del hecho de que, al no dejar entre él y el toro más que el espacio exacto, preciso, mínimo, su toreo resulte, emocionante.

Esto lo podemos comprobar en sus verónicas de la primera época, recogidas en las fotos que ilustran nuestras páginas. Más adelante tendremos tiempo de comprobar cómo su estilo se depura, se suaviza y —en abuso de la redundancia— se estiliza. Pero los elementos técnicos y dramáticos de la verónica están ahí. Belmonte puro. El Belmonte de su gran época; por eso pudo decir «aquello» la voz femenina de Valencia.
La airosa media verónica de Domingo Ortega tiene vuelo y gracia. No pasará a la historia como torero «bonito»; pero cuando el arte del toledano está en trance de inspiración se le desborda la influencia mozárabe en tierras de Castilla.

Después evolucionará. Su estilo se fijará de manera definitiva. Su toreo se asentará cada vez más en el dominio. Su facilidad pasmosa, inaprendida, inexplicable —al menos él no nos la explicará, ni sabemos que él mismo se la explica-hará que en etapas sucesivas de su vida se le hayan dedicado adjetivos que no se han usado antes. Se le llama ya torero «domador». Y mientras ciertos espectadores extranjeros, que ya empiezan a afluir a la Fiesta, empiezan a preguntarse al verle si los toros que se lidian están ensayados para acoplarse a las evoluciones del capote y la muleta, otros —como la señora inglesa de la muy narrada anécdota de una tarde del Pilar en Zaragoza— le dirán:
   Eso que usted hace es muy fácil. Lo puede hacer mucha gente.
   A lo que Ortega contestará: 
   Eso mismo pienso yo cuando oigo hablar a Churchill.

La anécdota, tal como se nos relata, tiene todos los caracteres de lo apócrifo  posiblemente lo será—, pero responde a un estado de opinión. Si no es verdadtiene su enjundia. El toreo de Ortega no tiene dificultad para el espectador; es diáfano. Y parece no tenerla para el torero; es puro juego. La primera de todas laconsecuencias de tal idea es esta de que Domingo Ortega —torero catalogado como dominador, científico, pensador— nunca ha sido calificado de torero valiente. Sencillamente, el valor —base inmutable de todo toreo— pasa en él inadvertido porque cada uno de sus movimientos al torear tiene tal precisión en el diestro que el riesgo parece eliminado. Esta es una constante en los toreros científicos. Y que nos hará detener unos instantes en este interesante tema.
Con los pies juntos y con dominio bastante para que el capotillo, recogido en la estoica media verónica, alargue el viaje del toro, que parece estirarse como la goma. Los que le ven hacer eso le dirán que el toreo de Domingo Ortega es «fácil».
LAS SUERTES «HECHAS» 
En efecto, habremos de volver de nuevo —y nunca serán demasiadas veces—sobre la idea del valor en el toreo. En su esencia, valor es una disposición espiritual que existe o deja de existir en nuestra naturaleza. Y que en su ejercicio y desarrollo tiene tres formas aplica- bles al toreo: valor de acometividad o impulso; valor de defensa o prudencia; valor de presencia o serenidad; que no otra cosa es lo que «Paquiro» definió en su tauromaquia como «sangre fría».

En este último tipo de valor habremos de clasificar a Domingo. Lo contrario del impulsque — en su valoración popular desde el tendido — se confunde muchas veces con la temeridad. Por encima de lo puramente negativo de la defensa.

Ortega nunca fue temerario; pero siempre fue valeroso; estaba valiente —se arrimaba y aguantaba en las suertes, andaba a los toros, les venía venir— porque los dominaba; sobre todo con la muleta, «el largo tercio con el toro a solas», como dijo el poeta.

Y también con el capote. Es aleccionador el repaso de las viejas colecciones de fotografías para actualizar los recuerdos. Hay que mirar sus verónicas perfectas, con los pies firmemente asentados en tierra y el brazo prolongando la longitud del lance —pureza clásica de un capote ilustre en la época en que florecían los capeadores máximos de la historia del toreo— para ver qué tenía , la suerte «hecha».


La verónica por la izquierda, abierto el compás, cargando la suerte, demostrando que para ser evolucionista o revolucionario en toreo hay que saber antes guardar las normas clásicas. Lo otro es no saber torear. Y Domingo sabe.
Y la tenía hecha porque, en su intuición, la dominaba. A mayodominio, menos peligro: esto es evidente. Y a menos peligro, mávalor. La sensación que DomingOrtega, como ya hemos insinuado, llegó a dar —aunque no en sus primeros años de torero—, es que el riesgo no existía. 

Este es achaque común a los lidiadores poderosos; y se vuelve contra ellos muchas veces porque el público de toros—sobre todo el más popular— tiene deseo de asustarse de vez en cuando, no con la cogida, sino con la cercanía de la cogida; sin ella no se cierra completo el círculo de las emociones; y por ello a los toreros dominadores se les acusa de «fríos». Son más profesores que ídolos. Más admirados que populares. Y , sin embargo, corren los mismos riesgos y sufren las mismas cornadas.

Otro ejemplo de cómo el dominio es la fuente de donde el valor la tenemos en la suerte de matar. Domingo Ortega, que ha pasado a la historia del toreo como muletero de excepción — y, según veremos, como un revolucionario de la técnica del toreo dmuleta—,no se ha acreditado como gran matador de toros; como maestro en el arte ha matado toros muy bien; pero era frecuente que, después de haber derrochadvalor en una faena, entrase a matar con decoro, no exento de precauciones y alivios. ¿Por ser la suerte suprema más difícil? Esose podría decir en los tiempos eque se mataba a los toros sin haberlos toreado apenas de muleta; en la prehistoria. Hoy, con las faenas que se hacen —con las faenas que Ortega realizaba ayer y le hemos visto cuajar hasta hace bien poco vestido de luces—, el riesgo y la dificultad estriba en todas las suertes, en cada lance, en cada embroque.


A pies juntos y citando de frente, como dicen las tauromaquias. Es una, variante del toreo de Domingo Ortega, en el que se presienten los seguidores. A destacar, el admirable temple con que el toro sigue los vuelos del huidizo capote.
El secreto no estaba en la mayor dificultad técnica de la suerte, sino en su menor dominio por el torero. Se cumplía en él esa diferencia sutil entre «toreros» y «matadores», que los maestros han resuelto siempre con el expediente de la habilidad.

EL TOREO DE CAPA
La característica esencial del torero científico —repetiremos como un critico moderno— es conservar en todo momento la iniciativa de la lidia, sujetar al toro en posición propicia después de cada lance, recibir su embestida sin enmendarse, mantener la pelea en la posición escogida. Lo que hace la cosa difícil esque el toro tiene sus intenciones propias y no se presta con docilidad a todo lo que se pretende hacer con él. Esta dificultad —para Ortega— quedó reducida a cero desde que se auto enseñó como maestro del toreo. 

La media verónica por el lado opuesto. El cite, hecho de frente, como indica la posición de los pies; los brazos a media altura, la tela caída en un revoloteo casi desmayado, y el resaltado es ese toro enroscado en busca del engaño.
Al contemplar la pureza clásica de los lances orteguianos que adornan estas páginas, se prende que el perfecto sincronismo logrado —el temple— ha de tener su clave en el mando del torero por medio de una extraordinaria maestría. Porque no se daba su triunfo en un toro de excepción —como sucede con los estilistas—, sino en animales de distinto genio, de diverso estilo, de muy varia condición. Porque dominaba a ley más toros que nadie en su época, gozó fama de torero extraordinariamente largo.

No se piense que si fue torero largo, por dominar muchos toros, lo hizo con un corto repertorio. Pero muchos de los lances de Domingo Ortega son móviles, dinámicos, andando al torear. Son difíciles de disecar en una clasificación- Pero tienen una gran base clásica. Por eso hoy vemos a Domingo Ortega como torero de tres dimensiones: largo, por su poderío; ancho, por su repertorio; profundo, por su emoción.
Un recorte con las manos bajas. Observen la posición de la mano izquierda, la que en este momento domina, y se adivinará, en un Juego lo que fue el pase de trinchera - un pase cambiado de simple recurso-, que Ortega hizo suerte fundamental.
Al hablar de la emoción qudespertó, nos hemos de referir siempre a la emoción estética, a la que excita el gusto depurado —cada vez más sobrio, elemental— por las esencias del arte. La otra emoción —esa que está tan cerca del miedo del espectador, del fruto angustioso, del susto irremediable— no la poseyó Ortega: ni era digna de él.

La emoción de su toreo la hallaremos en la hermosa estampa de esos lances en las que se ha citado con el cuerpo ligeramente perfilado, con la pierna del lado que torea, levemente adelantada y los pies fijos en el suelo; porqué no es lo mismo adelantar la pierna que sacarla cuando el peligro ha pasado, ya que lo que en un caso es anticipación y mando, en el otro es ventaja y truco. Me atrevo a decir, y no creo que ello sea ninguna herejía, que Juan Belmonte y su nueva manera es- tética, que divide en dos el toreo, no fueron comprendidos en toda su plenitud hasta que se vieron interpretados en los ruedos por el borojeño. Es la primera vez en que luce el toreo belmontino al margen de la figura atormentada, dramática, de Juan. E s un verdadero descubrimiento.
Garbo en el recorte a una mano.  La media verónica necesita un remate garboso, y aquí nos maestra Domingo Ortega cómo se puede sumar el dominio a la delicadeza. Porqué Ortega no es critico de escuelas taurinas, sino poeta de una forma nueva de interpretarlas. No repite; crea formas peculiares.
En esto estribó un gran mérito, pero se agazapaba un gran peligro, que el mismo Belmonte introdujo en el toreo. El trianero —como tanto se ha dicho— era un genio, pero en su genialidad estaba su propia limitación; en su afán de dar profundidad a su arte, de hacer de él un arte «jondo», adentrado en el sentimiento, lo acortó en términos que hicieron desaparecer gran parte de la variedad de los lances del primer tercio. Este es un fenómeno que hoy se agrava cada vez más; Domingo Ortega, al incorporar la verónica y otras variedades de lances de capa a su repertorio, sigue —como hemos dicho— la inspiración belmontina, porque se siente heredero de una estética; pero después, cada vez más, se autonomiza y define; y no vuelve a la técnica de los capeadores pre belmontinos porque encuentra pueril tratar de conservar la variedad de lances de dominio y adorno con un tipo de toro que poco a poco disminuye, al que se pica con peto, con el que no hay que resolver problemas en el primer tercio; que para eso, y no para otra cosa, se capeaba antaño.
Un momento muy orteguiano, que veremos repetir en determinados momentos de ta lidia: el toreo rodilla en tierra, que en Domingo Ortega no es habitualmente —como en la foto— adorno,  sino una concepción taurina para dominar toros poco humillados
Ortega no lanceará por largas, no toreará a punta de capote. Con la muerte de Joselito «el Gallo> y la retirada de su hermano Rafael, el toreo de capacorre la suerte que marca para él la profunda verónica de Juan; el angustioso recorte de la media verónica, en que el cuerpo del torero se cobija en el ondulante costillar del toro bien doblado.

Lo mismo que Ortega. Si éste da más variedad a su modo de andar al toro, que no es propiamente repertorio, será para demostrar su genio inventivo, para introducir en su capeo esos adornos esencialmente mozárabes —dominio, técnica y gracia— que no pertenecen a la osamenta del arte y tal vez no sirvan más que para subrayar la facilidad artística del diestro, su orgullo de creador de nuevas formas estéticas o interpretativas, o demostración del ascendiente que ha logrado sobre el animal.
El quite. El momento nos refleja no solamente la tersa manera de ofrecerse el capote, sino todo un tratado de lidia; he aquí cómo el picador debe echar el caballo a su izquierda y dar salida al toro por delante y hacia afuera. Ortega estaba allí.
No sabré afirmar si su dominio con el capote es preludio o consecuencia del Domingo Ortega gran muletero. Porque ha habido muchos toreros que fueron muy buenos en el primer tercio y nunca han llegado a dominar la muleta con tan plena eficacia y belleza (y aquí traigo al recuerdo otra vez a «Gitanillo de Triana». Pero rara vez los grandes muleteros han dejado de conocer los secretos del capote; eso se aprende antes o después, ya que se maneja con las dos manos, con técnica similar a la de la muleta, y además aprovecha la salida del toro, en que éste aún conserva su virginidad para la lidia, cosa que ya no es posible en el momento.

Esto —¿antes capeador o muletero?— ya pertenece a la intimidad de la formación de Ortega como torero. Yo hubiese querido que él mismo nos hubiese dictado —en unas reposadas conversaciones— su propia tauromaquia; hubiera podido contestarnos a esta pregunta y a otras muchas. Pero esto exigía —como digo—reposo. Algo que ya no pertenece a este mundo.

Me consuelo al pensar que, en el fondo, el orden cronológico en la intuición  torera de Ortega no tiene importancia. Lo esencial es que nos podamos adentrar en lo que el maestro dejó como funda- mental en el toreo: su mera concepción del dominio del toro por medio de la muleta.
Cerramos esta serie de toreo con el capote de Domingo Ortega con un lance de su última época. Pies juntos, torso erguido, suavidad más que poder, mejor dicho, poderosa suavidad en ese capote elegante, y en el que se hallan las esencias de la nueva época. 
Pero esto pertenece ya al segundo momento de este boceto. Yo lo uno al recuerdo de una corrida que le vi en Logroño."

Por Antonio Abad Ojuel «Don Antonio» 

Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 19 de diciembre de 1963. Año XX, Nº 1017.

Pdta: Escrito lo que antecede, encontramos una feliz coincidencia. En el número 1.016 de El Ruedo, correspondiente al día 12 de diciembre de 1963, se publicaron dos verónicas de Belmonte, con el comentario correspondiente a la técnica empleada en cada una de ellas. Cotejando una de las fotos con alguna de las publicadas de Domingo Ortega, se puede comprobar una exactitud asombrosa en la posición de los pies, la altura de las manos, la presentación del cuerpo en el cite. Se trata de la época en que Domingo Ortega era la pureza belmontina. Remitámonos a las pruebas: 
Dos verónicas. Dos verónicas distintas. En una manos arriba. Hay que mandar, probablemente el toro se quedara corto; había que alargar el lance; nada mejor para ello que levantar las manos, sin que por ello se pierda el clasicismo de la figura. En la otra, las manos abajo, el torazo pasa muy cerca. Juan se permite hasta el lujo de torear —obsérvese— con el capote al revés. 
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 12 de diciembre de 1963. Año XX, Nº 1016.

Edición y transcripción : Pocho Paccini Bustos.