El Desjarrete de Acho comparte con sus lectores, la Tauromaquía de Antonio Ordoñez, que el semanario gráfico de los toros, El Ruedo, publicó en varias entregas allá por el año1963, tras su primera retirada en la Plaza de Toros de Acho, en la que gozó de mucho cartel.
"Presentada por Antonio Abad Ojuel: "Don Antonio"
Fiel a sus compromisos, EL RUEDO cumple la promesa que hizo a sus lectores de presentar la Tauromaquia, en sus más caracterizados intérpretes. Porque —tratándose de toros— el dejarse llevar insensiblemente de las emociones, de las preferencias, es algo tan inevitable, como estéticamete necesario. Sucede al escribir de toros, como con el toreo mismo; quien lo hace de manera perfecta, pero fría, no cala en la esencia misma de este arte, misterioso que es palpitación, relámpago, grito, gesto, olé.
AYER Y HOY
Vaya por delante una afirmación. No creemos que los hombres hayan sido distintos en el pasado de los que hoy alientan sobre la faz de la tierra. No creemos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Al leer los tratados básicos —en los que instintivamente piensa el aficionaido al que se habla dogmáticamente de Tauromaquia— las encontramos ciertas en sus principios, pero superadas en muchos de sus aspectos.
Y lo mismo nos sucede con los toreros de antaño —que ponemos sobre nuestras cabezas—, pero que no pueden suscitar vivencias, emociones y afición en las generaciones que hoy se alejan de las plazas. Hace poco tiempo —por los días de la retirada de Antonio Ordoñez, en Lima— se celebró una Conferencia de Prensa entre los periodistas (peruanos y los toreros que participaban en la Feria del Señor de los Milagros de 1962). Una de las preguntas de los reporteros fue si los toreros actuales podrían con los toros de antaño; la respuesta fue unánime y afirmativa; en opinión de los espadas entrevistados, hoy existen en la torería andante toreros que hubieran sido figuras extraordinarias en las más gloriosas épocas del torero. Y yo comparto esta opinión. Sin distingos. Sin limitaciones.
TAUROMAQUIA
Por eso presento e inicio esta Tauromaquia de Antonio Ordóñez, que él no habria escrito ni dictado. Sencillamente, la fue dejando explicada sobre el libro abierto de los ruedos. Gracias a la magia oportunísima de los fotógrafos modernos —esos que tanto admiraba el «Guerra», según la vieja anécdota, de entre el montón enorme de momentos bellos que forman el archivo documental del torero, surgían las fotos que la vista iba ligando como se ligan los pases en las faenas. Instantáneas de distintas fechas, con diversos toros, en los ruedos más heterogéneos, podían ser encadenadas en una secuencia adímirable que hiciese parecer momentos distintos de una misma suerte. Era como una película cinematográfica que tomase movimiento solo con que la vista pasase de una a otra fotografía impulsada por la teoría de la continuidad del lance, dominada por el deseo de prolongar con más documentos gráficos la plástica de cada momento.
Esto no se puede conseguir más que en los casos en que el torero es muy fiel a sí mismo, a su intuición del arte, a su sentimiento del toreo. Es decir, cuando nos encontramos —como en el caso de Antonio Ordóñez— con un torero de arrolladora personalidad, de excepcional lucidez para sentir, interpretar y esclarecer las normas clásicas, centenarias, de un arte inmutable en su esencia e incopiable en sus figuras más gloriosamente representativas.
¿Qué es el toreo para Antonio Ordóñez? A lo largo de su vida —y preguntado muchas veces sobre este tema—, el diestro ha contestado unas veces en serio y otras en broma muchas cosas distintas y hasta contradictorias. Pero en todas las respuestas hay dos constantes que se repiten: el sentimiento espiritual del torero —estética— y el dominio absoluto sobre el toro —técnica.
El primer movimiento queda patente en la contestación que Antonio da a una pregunta de Guillermo Sureda:
«Te diré que, a mi juicio, el toreo no es un oficio. En la Plaza, ante el toro, dos y dos casi nunca son cuatro. A veces son cinco y a veces solamente son tres. Yo no toreo como pienso, sino como siento. Para mí, torear es algo así como la necesidad de exteriorizar un sentimiento interior. Pienso que el toreo es un arte, un gran arte. Y el arte es algo que va de dentro a fuera y no al revés. Dicen que soy algo irregular y es debido a esa manera que tengo yo de entender el toreo. Yo creo que el torero, para ser bueno, tiene que sentirse en el momento que se realiza. A veces sentimos el toreo y entonces la faena es grande y luminosa y honda, y otras veces, aunque el toro no sea malo, no estoy en vena, no siento nada, y es entonces cuando no estoy lo bien que quisiera estar siempre.»
Pero Antonio, como todas las cumbres, tiene dos vertientes. Lo hemos contemplado desde la ladera del arte. Escuchémosle en la versión artesana —y realista— de su concepción torera, para entenderla completa. Esta respuesta me la dio a mí en una mañana del último mayo, cuando, vuelto herido de Tijuana, esperaba su curación con el deseo de hacer el paseíllo en la Plaza de las Ventas. Le conocí esa tarde. Y no hablábamos de toreó, sino de lo más antitorero que uno puede imaginarse. Tratábamos de los vetos de unos toreros a otros, desagradable y espinoso tema que estaba muy dé actualidad en la antesala de San Isidro de antaño, como recordarán los aficionados. Y le dije:
—Su postura en el toreo puede encauzar los rumbos de éste de manera decisiva.
—Los rumbos del toreo —me respondió - no están en manos de ningún torero, porque el toreo es uno y eterno. ¡El toreo! ¡Pero si torear es la cosa más fácil del mundo!
—¿He oído bien? —fue la interrogante respuesta.
—Lo más fácil. Total, todo es citar al toro, aguantar, templarlo, llevarlo donde quieres y dejarlo en situación de poder citarlo de nuevo.
O sea —deduje entonces y repito ahora—, dominar al toro, poder más que él, engañarlo para poderlo desengañar, ejercer poder técnico e inteligente sobre él. Y cuando esto, en un torero artista es ya puro reflejo, no aprendido instintivo, puede dar suelta al sentimiento del toreo. Y hacer la gran creación, sin que en la ágil y desganada belleza del cuadro se advierta el ingenio de la mezcla de colores ni el trazo artesano de la pincelada más allá de lo que él artista quiere.
Sentir un arte. Y por medio de este sentimiento dominar al toro. Ya dijo alguien que quien manda en el toro, manda en el toreo.
Por eso —y por las imperfecciones humanas— estábamos aquella tarde allí hablando del antipático tema de los vetos entre compañeros de profesión.
PERSONALIDAD Y ESTILO
No podemos seguir adelante en esta presentación de la tauromaquia de Antonio Ordóñez sin referirnos a su personalidad, a su estilo. Mas para ello habrá que aclarar conceptos taurinos que -por falta de una verdadera critica- se entremezclan en turbia confusión.
Antonio Ordóñez es un torero fundamentalmente clásico. Y, sin embargo posee una fuerte originalidad. No hay paradoja entre estas afirmaciones porque originalidad no es necesariamente invención -hallazgo de algo nuevo- sino visión distinta, interpretación nueva de lo ya conocido. Las reglas del arte taurino son centenarias y, más o menos, todos los toreros actúan de acuerdo con ellas. Lo original es practicarlas en forma tal, con tanta espontaneidad espiritual, que el resultado sea absolutamente creador, diferenciado,distinto.
Y asi llegaremos al hecho de que Antonio Ordóñez —que no se ha tomado la molestia de crear ningún lance nuevo para darle su nombre, tal vez porque la mayoría de las veces esos lances son artimañas estéticas para hurtar el toreo- es, sin embargo, un torero inconfundible en la varia gama de su toreo, recogida en millares de excelentes fotografías; en sus actitudes; en su forma de recoger al toro; en su garbo para salirse de él. Ha tomado de las suertes los elementos básicos y los ha interpretado a su modo para hacerlas más acabadas y perfectas. Parece que para él se hizo aquella frase de «El Galio», cuando le preguntaban por lo que, para él, era clásico:
—Lo clásico es lo bien hecho, lo bien «ejecutao», lo bien «arrematao». Otras muchas cosas hubiera dicho Rafael «el Gallo» si hubiera estado en plena vigencia mental durante los años grandes de Ordóñez. Por ejemplo hubiera dicho que es el primer torero de la historia en que las dos grandes trayectorias del toreo —la que simbolizan los colosos Juan y José— se funden en un solo torero.
Porque «El Gallo» no lo dijo, me atrevo a decirlo yo. ¿Recuerdan los aficionados aquel modo de tomar un toro negro de Pablo Romero, de salida, en el tercio, un día de San Isidro? Era un toro grandé, bien armado y abanto, con prisa por huir; pero Antonio Ordóñez no tenia ganas de correr y decidió que no se fuera. Le metió, recogido, el capote en la cara, y, girando sobre la pierna doblada en ángulo recto, lentamente, sin que el animal dejase de ver el engaño lo dobló como si fuese un fleje de acero. Metía los corazones en un puño verle allí sujetando al toro, que tiraba carnadas y cabeceaba, descompuesto con la fuerza de su vigor intacto; la gente estaba atónita, como si estuviese cubriendo la verdad del toreo; y el torero, sin ceder un paso, sin perder su puesto, sin descomponer su linea; fue el toro el primero que se rindió, al quedar clavado en el tercio, jadeante los ijares. Yo no recuerdo una ovación más grande, más sincera, más distinta que aquella, en la Plaza de las Ventas. Aquello era «Joselito» puro —según lo describieron sus críticos—, en alarde de dominio en una de sus decantadas faenas por bajo. Luego vinieron las verónicas de Antonio, citando de frente, parando con destreza, templando con armonía. Unicas. Inconfundibles. Belmonte depurado, modernizado, sin más desventaja que la mayor gallardía en la figura del rondeño. No me he equívocado; en la verónica de Antonio Ordóñez no faltaba más que aquella emoción que daba Belmonte al toreo cuando, desde el fondo de su figurilla desmembrada, parecía luchar no contra el toro y el público, sino contra todas fuerzas de la naturaleza, de la estética,del vigor, desatadas contra él.
SÍNTESIS DE TOREO
La llamada Edad de Oro -y a palabras de Corrochano me remito- no fue la de competencia de dos toreros, sino de dos toreos. La Edad contemporánea viene definida por la fusión de dos toreos -que durante decenios se influyen y aproximan- en un torero excepcional: que realiza una Tauromaquia también de excepción.
Yo estoy convencido de que Antonio Ordóñez —que ha hecho en el toreo muchas cosas hermosas— no ha dado de sí todo lo que podía, porque no encontró real competencia en su carrera. Lo que él dice a propósito de las tardes en que no sentía el toreo, no es más que expresión de esta falta de competidores. ¡Ya hubiera sentido el aguijón del arte si veía que alguien le iba a ganar la pelea! Como lo sintió cuando en el círculo familiar se organizó una competencia en los ruedos de fines comerciales. El sentido del toreo se impuso en Antonio por encima de todos los otros vínculos sentimentales, familiares, económicos, y después de dejar constancia cruenta en el redondel de que la competencia se había hechó real, pero era imposible, todo acabo con clara falta de armonía taurina. El torero —el artista— no había podido resistir la llamada del arte y se vio forzado a romper, seguramente contra su voluntad, todas las trabas concertadas, todas las posibles limitaciones previamente impuestas a su libertad de creación torera.
Esto es casta. Esto es sangre guerrera. Pero el artista —sensibilidad a flor de piel— se adormece en ramalazos de indolencia cuando en el ruedo no tiene más oponente que el toro. Sabe que lo domina y —contamos con su propia confesión— se deja llevar por la desgana; a veces no le interesa la pelea, y pasa por el ruedo como de puntillas; en ocasiones busca el mayor peligro al buscar la mayor perfección, para después aliviarse ayudándose con el estoque en lances clásicos, en que la muleta, como engaño, debe ir a su caída natural; o perfilándose —con el mal llamado estilo nuevo— al engendrar las suertes, que él sabe iniciar, en las tardes gloriosas, dando el pecho.
Esto se le nota más en la suerte suprema. Antonio —que ha sabido matar y ha matado toros muy bien, muy clásicamente, y ha practicado a veces con perfección la suerte de recibir— ¡pasará a la anécdota y pequeña historia como el inventor del «rincón de Ordóñez» para dar estocadas bajas de efecto rápido. Esto será injusto — y el torero dirá alguna vez que el auténtico descubridor del «rincón» es el critico que por primera vez lo descubrió—, pero buscó este alivio tantas veces que será muy difícil de removerlo de los escritos del futuro; así se escribe la historia, que a veces, al decir la verdad, engaña; pero la verdad es que nos encontramos ante un torero de tan rara perfección plástica, de tan recio dominio, tan esencialmente torero —no podemos acabar estas líneas sin aludir a su estirpe rondeña—,tan verdadero y completo en su arte que bien podemos considerarlo como la síntesis vital y actualísima de cuanto las escuelas clásicas aportaron a la evolución histórica del toreo.
Pero dejemos esto —que es pura especulación— para ver al diestro en la arena. Tiempo tendremos de recreamos en la suerte, aprender lecciones y sacar consecuencias sobre el toreo actual en su mejor interpretaciónpara los días —presentimos de primavera— en que vuelva a sonar el clarín.
I.- EL TOREO DE CAPA
LA VERÓNICA
He aquí la verónica de Antonio Ordóñez. La más representativa de las suertes de capa. La preferida por él. El dinamismo de la foto nos indica los elementos fundamentales, los principios de una Tauromaquía que, como la de Ordóñez, con razón ha sido calificada como exquisitamente clásica.
El cuerpo, en leve giro, aún casi conserva la posición inicial de los pies al hacer el cite. Este, como el pie izquierdo muestra con claridad, se ha hecho de frente, dando el pecho, un poco sesgado el cuerpo, como se deben tomar los toros. Las piernas, separadas un corto paso y adelantada un poco la del lado por donde se torea; es decir, saliendo al encuentro del toro: que en esto ciframos el valor y mérito del inimitable lance.
Cuando el toro ha entrado en jurisdicción y mete la cabeza en el capote —que citó enfrentado a la cara de la res—, el pie derecho gira levemente para ampliar el viaje, la mano izquierda baja y se pliega ceñida en dirección a la cadera contraria, mientras la derecha —que en este caso es la del lado por donde se torea— corre y templa a lo largo de la suerte con prodigiosa y suave exactitud.
Resultado de ese temple es el capote terso, la figura natural, el desahogo para cargar la suerte un poco hacia adentro, adelantar en el remate la pierna izquierda y poder ligar la verónica con el mismo lance por el lado contrario, que en ligar está el supremo saber.
La verónica está ahí. La de Antonio Ordóñez. El lance tiene todo lo que hemos dicho y mucho más. Tiene gracia. Pero esto es una Tauromaquia y no un tratado del elogio sin tasa. Por eso dejamos que la emoción estética de cada cual se manifieste libre y espontánea en su admiración por esta suerte.
COMO RECOGER A LOS TOROS
1. —El arte de recoger los toros está adulterado por mil corruptelas de los peones. Estos, en pureza, deben correr los toros por derecho en los medios y traerlos toreados a una mano hasta el tercio, donde los recoge y tantea el matador. Es el momento en que vemos a Antonio. En teoría, esta debe ser la ocasión en que se empieza a torear al toro a dos manos.
Ordóñez lo hace «echando línea» hasta en este esfuerzo de la brega, en que el toro es un huracán difícil de templar. La pierna del lado por donde torea, en ángulo recto; el pie casi hundido en la arena; conciencia de que se ha citado en buen terreno, y no habrá que enmendarse. El compás abierto, pero solo hasta el extremo, en que una flexión de las piernas hará recobrar su normal estabilidad a la figura. El pie izquierdo, aún indica que se citó de verdad.
Lo importante es el ritmo del capote —siempre de frente a la cara del toro— para que el animal no huya, para que quiera coger y no coja, para, que intente enganchar y no enganche. Técnica de verónica, con el capote girando sobre la pierna que torea.
Buen ejemplo para los toreros que, al intentar recoger un toro, echan el percal al suelo, con lo que el animal no lo ve y sigue su carrera. «¡Era abanto!», dicen después. Abanto..., porque no le dejaron ver el engaño. Porque se hizo, tal vez, que deliberadamente no lo viera.
2. —Todo lo contrario que hace Antonio. El lance anterior viene ligado con otro por el lado izquierdo. Siempre todo el vuelo desplegado frente a la cara del toro. Siempre sus vuelos girando alrededor de la pierna que torea. Siempre el torero dueño de la situación y del toro.
Estos lances iniciales han servido al matador para conocer el estilo y ritmo de la embestida. Son más, y más violentos, si el toro es duro y de mucho poder, porque habrá que empezar a pegarle fuerte, pero sin exceso; queda toda la lidia por delante.
Pero si el toro es bueno —Antonio con esta técnica los hace buenos a casi todos— ha llegado el momento de estirarse.
VARIEDAD EN LA VERÓNICA
3.-Hemos iniciado esta Tauromaquia con la presentación de la verónica prototipo de Antonio. Pero éste, dentro de las normas clásicas del arte, domina diversos matices del toreo de capa, tan variados como bellos.
Lo vemos en una verónica con los pies unidos. No soy partidario a ultranza del toreo a pies Juntos. Pero lo aplaudo cuando se la ejecuta con quietud y—sobre todo— cuando se cita y se consuma la suerte con los pies Juntos, que no es igual que juntarlos cuando, ha pasado la cabeza del toro. El lance es de gran belleza. Lo difícil está en ligar con el siguiente sin enmendarse; que eso es la esencia del toreo: ligar.
También el cite, aunque Antonio lo ha hecho con los pies Juntos, ha tenido que ser de perfil. Por eso digo que no me gusta este estilo de toreo más que en algún momento de adorno. Porque es de perfil, porque —por falta de base de sustentación— necesita casi siempre enmienda.
4. —Vuelve el lance por el lado izquierdo. Un poco más espatarrado —un poco más gitano—y jugándose la femoral del lado izquierdo. Vean el capote enroscado sobre la pierna que torea. Y el aplomo de los pies sobre el suelo. Y el mando del brazo izquierdo obligando a seguir la embestida a un toro que se queda corto; la cara del animal debía estar a la altura de la pierna izquierda en el centro del capotillo. Y Antonio lo esperar ahí con el vuelo lento del templado engaño.
5. -Un poco más acentuado en esta verónica su modo de cargar la suerte. Antonio lleva al toro prendido en el centro del capote y se recrea en el lance obligando al toro a describir un semicírculo a su alrededor. Es decir, «cambiando los terrenos al toro», como decían los clásicos. El engaño llega a su máximo vuelo, momento en que Antonio adelanta la pierna izquierda y saca el percal por debajo del belfo del toro para quedar nuevamente en suerte y repetir el lance por el otro lado.
6.-La verónica es exquisita. Las manos bajas, muy bajas, sin caer en el vicio la «huelga de brazos caídos», ese modo vicioso de torear, ya pasado de moda, en que los diestros llevaban las manos a la altura de las rodillas. Recreado Antonio en la suerte, su lance es precioso; casi preciosista. Las manos bajas hacen que el embroque resulte más prieto y más espectacular, porque cuando se baja la cara a los toros se manda con más facilidad en ellos.
7. -Ya he dicho que lo esencial, en el toreo, es ligar. Por eso damos seis verónicas de Antonio Ordóñez. La serie de Saludo debe de constar de un número de lances mayor que el de las Gracias y menor que el de las Musas. Entre tres y nueve. Seis hemos elegido en el repertorio de Antonio Ordóñez para captar con ojos de aficionado las variantes del estilo que, en esta foto, se ha puesto más de perfil, aunque el pie izquierdo trate de engañar al ojo aficionado.
8.-Elogio y vituperio de un lance admirable. Elogio en el modo de llevar templado al toro, de bajar las manos, de crear un momento estético de espléndida belleza en el despliegue armonioso del capote. Vituperio, porque Antonio torea con la ventaja de cubrirse los pies y quedar atrincherado tras el engaño, lo cual elimina gran parte del riesgo. Los toreros saben bien lo que significa que el toro les vea los pies y quedar descubiertos. En este magno lance, el riesgo se elimina. Pero el resultado— verónica de Antonio Ordóñez— es incomparable. Una de las más ilustres en el toreo de todos los tiempos. Y la más ilustre de nuestra época actual, sin duda alguna.
LA MEDIA VERÓNICA
Remate lógico —el más frecuente— de la anterior serie de lances es la media verónica. Una variedad del recorte que con Juan Belmonte ha tenido consagración de lance fundamental y es practicado con definida personalidad por toreros de excepción. Porque—es opinión mía— en la manera de rematar las suertes es donde se ve más que en otro momento la personalidad del torero. Antonio Ordóñez, que ha citado al toro de frente —su pie derecho, bien asentado, lo indica—, en mitad de la verónica recoge el vuelo del capote sobre la cadera. El toro quedará fijo después de doblarse, al seguir el camino que le muestra el engaño, en un escorzo de gran poderío.
En esta foto, Antonio nos explica—como en una cátedra de Tauromaquia —la práctica de la media verónica. Nos explica, incluso, por qué se la llama así. La suerte se ha iniciado como en la verónica, la mano derecha ha ido en busca de la cadera contraria; la mano que torea —en este caso la izquierda—ha corrido la mitad de su viaje y vuelve a recogerse también sobre la cadera; el vuelo del capote se abre como una corola y el toro, tras un giro quebrantador, queda quieto, sometido al dominio del maestro.
A veces este bello recorte no se ejecuta con el brío poderoso que destronca a un toro con fuerza, sino con una cierta languidez, un cierto desmayo, que añade estética y quita poder al movimiento de capote; tal es la concepción de este remate en media verónica de Antonio por el lado izquierdo: el matador lleva al toro tan embebido en los vuelos del capote que, al dejar caer este en una mano, queda gallarda la figura torera erguida en el semicírculo que limitan los cuernos y el rabo del toro; pocas sensaciones plásticas superiores a ésta en el toreo grande.
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 31 de enero de 1963. Año XX, Nº 971.
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 31 de enero de 1963. Año XX, Nº 971.
CONTINUARÁ
EN LA PRÓXIMA ENTRADA…..
Sigue vivo en la memoria de los aficionados el recuerdo de su toreo clásico,más la nostalgia de una época y toros que ya no se ven.
ResponderEliminarD.C.
Dr. Paccini. Excelente Crónica. Cuánta falta nos hace este toreo clásico puro. Cuántos recuerdos de los años 60's. Al leer el texto pasaron por mi mente muchos momentos inolvidables vividos gracias a esta grandiosa fiesta; fue como una película. Ordoñez Maestro de Maestros.
ResponderEliminarDr. Paccini. Excelente Crónica. Cuánta falta nos hace este toreo clásico puro. Cuántos recuerdos de los años 60's. Al leer el texto pasaron por mi mente muchos momentos inolvidables vividos gracias a esta grandiosa fiesta; fue como una película. Ordoñez Maestro de Maestros.
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