EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

jueves, agosto 02, 2012

Tertulia 10º La falsificación del toreo

Escrito por ELCHOFRE   
viernes, 07 de enero de 2011
Ocurre en el toreo como en casi todas las actividades humanas, principalmente las artísticas. Unos fundamentan sus éxitos en una labor sincera, honrada y veraz, otros, por el contra­rio viven del engaño.
Hay pintores cuyo principal crítico o cen­sor es su propia conciencia. Sus cuadros tienen que estar encajados, perfectos en dibujo, tono, color, volumen, realismo...; si no logran ese grado máximo en excelencia, los borran, los rompen y jamás los enseñan. Los otros sólo buscan el efectismo, el triunfo fácil basado en la sorpresa y engaño de las mayorías, son mercenarios, carecen de vocación pura, repre­sentan la negación del arte.
Siempre he sentido admiración por la per­sona capaz para dedicarse a la profesión de torero. Es innegable que están superdotados, su corazón y equilibrado sistema nervioso son maravillosos, y poseen pleno dominio de su inteligencia y voluntad. Esto, y no otra cosa, es el valor.
Niego rotundamente que haya ni un solo torero que no advierta la gravedad y riesgo que entraña su trabajo. No existe el torero incons­ciente.
Todos saben, y a medida  que más corri­das torean lo saben mejor, que la más pequeña equivocación puede ser fatal. De aquí el méri­to que representan los toreros que llevan to­readas centenares de corridas y habiendo su­frido más de una vez la cornada, siguen saliendo a los ruedos.
Sin embargo y acaso como medio, natural y humano, de disminuir ese grave riesgo sin aminorar el éxito, los trucos, las ventajas y los camelos se prodigan demasiado.
Desde luego el torero siempre tiene venta­ja o superioridad respecto del toro, de lo con­trario sería imposible torear. Es decir, que tal ventaja en su justo significado, no sólo es líci­ta si no necesaria.
Al toro se le puede torear por varías cir­cunstancias que, siempre y de manera necesa­ria, se dan en esta clase de fieras.
Se le puede torear por su bravura, es fiero por naturaleza y acomete por valentía; es el más esforzado y arrogante animal de toda la creación. No se asusta de nada y sólo deja de pelear, siempre cara a cara, cuando la muerte le hace doblar.
Como dato anecdótico: Una mañana, en la estación de Barcelona, un toro, que había escapado del cajón al romperse éste cuando lo desembarcaban, se arrancó y atacó frente a frente a la locomotora del tren expreso que en aquellos momentos entraba en agujas.
Puede torearse al toro porque siempre, de manera indefectible y fatal, acomete a los ob­jetos que se mueven. Entre una cosa o perso­na quieta y otra en movimiento, necesaria­mente, persigue y quiere alcanzar aquello que, por instinto, presiente que se le escapa.
Además, la constitución de su organismo y sistema óptico, es otro de los factores que de manera decisiva hacen posible el toreo.
Pero ocurre que del uso abusivo de estos principios básicos, sale eso que deja de ser ven­taja o superioridad, natural y admirable, para convertirse en «truco», «camelo» y «engaño» intolerables.
Más de cuatro cosas, que parecen de mu­cho mérito, se les pueden hacer a los toros, porque llegan al último tercio completamente agotados y malheridos por los picadores —hay veces que están en lento período agónico desde que salen del caballo— que como son bra­vos no dejan de embestir, aunque tarden en la arrancada, lo hagan sin energía y a fuerza de obligarles.
Por esto, el toreo cruzado, o citando desde el pitón contrario, que tanta importancia y va­lor tiene para hacer embestir al toro tardo y reservón pero que conserva fuerza y vitalidad, casi siempre es un puro camelo, pues el toro es ya una pobrecita babosa que no puede tirar ni de su rabo.
El toreo citando muy de cerca, pero de­jando la muleta situada frente a la cara del animal, generalmente es truculento, pues fija la atención del toro en el trapo que tiene de­lante, no se da cuenta de que el hombre, pasito a pasito, se le va acercando hasta colocarse en una zona en la cual el bicho ya no lo ve; y así es como pueden darle con el codo en la cepa del cuerno para hacerle arrancarse y demás cosas tan aparentes.
Hay veces que también parece que el tore­ro está muy cerca del toro, porque lo que hace es quedarse detrás de la oreja del toro y alar­gando el brazo pone el engaño en el hocico del enemigo. En estas condiciones no sólo deja de estar cerca, sino que está tan retirado como si se hubiera quedado en el hotel.
El toreo con las manos demasiado bajas, producto de las modernas escuelas, es siempre una aran ventaja para el lidiador; ya que los toros bravos de buena casta, cuando embisten lo nacen humillando mucho, con la cara muy baja —cosa lógica, pues pretenden alcanzar con el pitón— y, naturalmente, en esas circunstancias si se ponen las manos y por tanto, el engaño muy bajos, resulta que durante todo el viaje, el toro sólo puede ver el trapo rojo o la arena, de esta manera pasa por delante del torero, sin darse la menor cuenta de lo que tiene encima. Dicho sea todo, en honor a la verdad, que el torero tiene que «aguantar el tiro» estándose muy quieto, y que cuando intenta enmendarse es cuando muchas veces viene la cogida.
Ocurre con frecuencia que a ciertos toros de sentido, que se defienden mucho y no quie­ren pasar no hay más remedio que torearlos a favor de la querencia —sitio en que se creen más seguros estos toros casi siempre cobar­des— esto es labor de gran lidiador y de mu­cha valía, porque es darle ventaja al toro difí­cil. Pero también se abusa mucho del toreo a favor de la querencia con toros que son claros boyantes y embisten, derecho, en este caso, muy corriente, no se debe admitir, pues es un alivio que, por lo menos, resta mérito a la faena.
No digamos nada del toreo con ayuda de peones, con un toro claro, y de modo y mane­ra que no se pueda descubrir la influencia que está ejerciendo, en cada pase, la colocación, aparentemente casual de los peones. Colocados éstos a derecha e izquierda del matador y muy distantes del torero, para que el público, aten­to al espada, no los advierta; resulta que son ellos los que le están dando todos los pases al toro. Esto será necesario cuando el toro sea pe­ligroso, y en esas circunstancias debe hacerse; pero cuando el toro es pastueño, de embestida franca, el maestro que no se queda solo en el ruedo y se lo lleva al platillo para torearlo él, lleva mucho en su contra y la faena carecerá de toda importancia.
Los pases en el estribo y esos «aterrado­res» pases con las dos rodillas en tierra, casi siempre son truculentos. Sobre todo, que de rodillas lo único que se hace bien es rezar. El toreo de calidad se hace en pie y mirando al toro.
Fuente autorizada por  http//:www.elchofre.com

1 comentario:

  1. El toro,con con sus dificultades y peligros,da la medida de cada torero y debería salir en plenitud para todos.Cuando salen toros que toman embebidos los engaños,aran la arena en sus largas embestidas.La nobleza del toro debería hacer aflorar filigranas,suertes ejecutadas con gusto,armonía,ligazón y arte.
    Pero lo que vemos con frecuencia es,el toreo superficial,deslavazado y ventajista,que disgusta al aficionado.Lamentablemente para la fiesta,hay un sector del público con talante triunfalista a el que lo trae absolutamente sin cuidado la ilusión de la lidia y arte del toreo clásico.
    Por ello hay un mínimo de exigencia.
     
    Desde Surco.

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