Pepé Luis Vazquez: "Me hice torero entre el Guadalquivir y el Ebro"
El Sócrates de San Bernardo rememora su carrera al cumplir hoy los 90 años.
Luis Nieto | Actualizado 21.12.2011
La víspera de su cumpleaños nos abre las puertas de su casa en Nervión y nos descubre su corazón templado como el Guadalquivir a cuya vera, en el albero dorado de la Maestranza, hizo hervir el arte a borbotones. Con el marchamo más importante para la grey taurina, es "torero de toreros". Basta decir su nombre, Pepe Luis, a secas, para saber que estamos ante el genio Pepe Luis Vázquez Garcés (Sevilla, 21-12-1921), el único coetáneo que ponía nervioso al imperturbable Manolete. Aquel por cuya cabeza privilegiada para adivinar las reacciones del toro fue bautizado como el Sócrates de San Bernardo. Ese mismo niño rubito que no levantaba ni dos palmos del suelo, cuando con un babi colegial gana su primeros honorarios toreando de salón ante un corrillo de obreros de la Pirotécnica Militar que le rodean. El niño cita y empapa en el capote a un imaginario toro con una gracia impresionante. Y uno de esos espectadores espontáneos se le acerca, le da una perra gorda, todo un capital, y masculla:
-Serás uno de los toreros más grandes. A punto de soplar las velas, ¿cómo lleva los 90 años?
-Estoy bien.
-¿Qué recuerdos más vivos tiene del toreo?
-Ahora recuerdo más los comienzos y sobre todo mis vivencias en México. No sé por qué. La verdad es que cuajé varios toros en El Toreo y en La México y también en otras plazas de los estados.
-¿Qué faena le llenó más?
-En Valladolid, en España. Fue una tarde con ocho toros en la que toreamos Luis Miguel Dominguín, Manolo González, Litri y yo. Cuando terminé parecía que estaba en una nube. Vamos, como si no hubiera toro ni público. Lo más logrado fue con la muleta y la espada. Toreé muy despacio. Mis compañeros me aplaudieron cuando llegaba a las tablas y entonces me di cuenta de lo que había hecho.
-¿A quiénes destacaría de los toreros de su época?
-En primer lugar a Manolete. Era mucho Manolete. Además de su toreo era extraordinario con la espada y tenía mucha regularidad. Toreé con él muchas corridas. Admiro a Joselito, Belmonte y Chicuelo. Hasta en el campo te impresionaban por cómo se movían y se colocaban. Chicuelo con el capote era una maravilla. Y otros como Martín Vázquez y Curro Romero, que son toreros muy sevillanos; aunque, como siempre le he dicho, no creo en escuelas taurinas. O se torea bien o no se torea bien. Ésa es la verdad.
-Hemos perdido recientemente a Diego Puerta, ¿qué recuerdos tiene de él?
-El recuerdo más vivo que tengo de Diego Puerta es cuando quería ser torero y lo llevé a lo de Miura, a un tentadero. Aquel día lo cogió una becerra y lo hirió. Me lo llevé a Carmona para que le hicieran la primera cura. Puerta ha sido un torero muy valiente.
-¿Qué supuso para usted ser torero?
-El toreo lo fue todo. Podía haber trabajado en el matadero de capataz, como mi padre. Pero me tiraba el ser torero y precisamente el ambiente del matadero fue decisivo. Allí nos medíamos con animales de media sangre.
-El torero, ¿nace o se hace?
-Ambas cosas son decisivas. Desde luego hay que tener temple si uno quiere destacar como torero. Hay que torear despacio. Y para eso hay que conocer muy bien al toro.
-Me dijo Eduardo Miura que usted adivinaba las condiciones del toro nada más pisar el ruedo...
-Al salir el toro ya veía por dónde podía ir la cosa.
-¿Hasta qué punto influyeron sus experiencias en el matadero?
-En el matadero, con los becerros retintos, comenzaba uno a correr hacia atrás y acababan embistiendo cuatro o seis veces. Y ahí aprendía uno mucho.
-¿Qué diferencias hay en el espectáculo de su época a nuestros días?
-El toro tenía movilidad. Eso hacía que el toreo fuera diferente, con más emoción. Ahora los toreros parecen todos iguales. En cuanto al público ahora hay menos aficionados. Es un público más de ferias.
-Las figuras de hoy no quieren matar corridas duras, como la de Miura, para ganar cartel y prestigio.
-Yo toreé bastantes de Miura. Ya en la Maestranza debuté siendo un niño, a puerta cerrada, lidiando un miura y un becerro de Guadalest. Ese mismo año debuté con traje de luces en Algeciras.
-¿Qué tiene de especial el toro de Miura?
-Es un toro que te indica el camino que tienes que seguir. Si le haces las cosas muy bien se pueden hacer buenas faenas; de lo contrario, te lleva por la calle de la amargura.
-¿Cuándo nace su famoso cartucho de pescao?
-En un festejo sin caballos, con novillos de Esteban González. Me contaba mi abuelo que El Espartero salía a todos los toros con la mano izquierda. Le daba cuatro o seis lambreazos y entraba a matar. Entonces, yo plegué la muleta y la abrí cuando entraba el novillo y dibujé el natural. Así, le pegué varios naturales y el de pecho. Me retiré y eché las dos rodillas en la arena. La que se lió allí, Dios mío...
-¿Cómo fue el debut con picadores en la Maestranza?
-Tenía 15 años. Ya se habían dado ese verano los festejos sin picadores. Y le dije a Manolo Belmonte, que llevaba la empresa, que me pusieran en la de sin picadores y en la siguiente con caballos. Y a Belmonte le entró una risita -el maestro lo rememora con un ji,ji,ji-, como diciendo: "Éste niño está loco". Se dio muy bien la de sin picadores y para el domingo siguiente, en el que me anunciaron con caballos, se había acabado el papel el jueves. Ese año toreé en Sevilla seis novilladas y otras seis en Zaragoza. Me hice torero entre el Guadalquivir y el Ebro. Se me dio tan bien allí que le regalé un capote de paseo grana y oro a La Pilarica.
-La alternativa.
-El traje era celeste. Fue aquí, en Sevilla. Me dio la alternativa Pepe Bienvenida. Y el otro torero era Gitanillo. Di una vuelta al ruedo en el primer toro.
-Y en la segunda, una de Pablo Romero.
-Toreé en San Sebastián con Marcial y con Domingo Ortega. Salió únicamente un toro bueno, que le tocó a Ortega. Lo vi de salida. Ortega no lo toreó con el capote. Cuando yo iba a mi quite me dijo "A lidiar, a lidiar". Yo dije: "¿A lidiar, de qué?". A torear. Entonces hice el quite que me pertecenecía. Le pegué unas verónicas y una media. Lo hice todo a dos por hora. Y se formó allí una... Después Domingo Ortega estuvo bien con él y le cortó las dos orejas. Al ir al burladero de matadores, me dijo Marcial: "Pronto lo viste, chaval, pronto lo viste".
-¿Cuál fue su mejor actuación en Sevilla?
-En la Maestranza he tenido muchas faenas buenas. Es muy difícil quedarse con una. Recuerdo una tarde en la que cuajé dos toros muy buenos. Y don Gregorio Corrochano tituló su crónica: "Pepe Luis torea mano a mano con Pepe Luis".
-Por aquel entonces no existía la tradición de la Puerta del Príncipe...
-No. El público era quien se echaba al ruedo para sacarte a hombros. Yo tengo el récord de distancia.
-¿A qué se refiere?
-En llevarme a hombros desde la plaza de toros hasta San Bernardo. En una corrida en la que corté una pata -máximo trofeo entonces- la gente se echó a la plaza y me trajeron por el Paseo de Colón, la calle San Fernando, luego por el Puente de San Bernardo, la calle Ancha y la calle Campamento, donde yo vivía entonces.
-En 1941 y 1942 encabezó el escalafón. Al año siguiente un toro le dio una cornada terrible en la cara y apunto estuvo de perder un ojo ¿Cómo le influyó?
-Lo empecé a ver de otra manera. Pero no por la cogida. Lo que pasa es que ese año comenzó a apoderarme Marcial Lalanda y pensamos que había que torear menos corridas y a mayor dinero.
Pepe Luis, genio y figura. En tiempo de Navidad, junto a un portal de Belén, nos despedimos del maestro bajo el astifino Gaspacho, "el toro volador", conocido así porque saltó varias veces al callejón de Las Ventas el 17 de mayo de 1951, de Castillo de Higares, al que inmortalizó el maestro en una faena soberbia en la que combinó en grandes dosis inteligencia y belleza, paradigma de su toreo.
-Serás uno de los toreros más grandes. A punto de soplar las velas, ¿cómo lleva los 90 años?
-Estoy bien.
-¿Qué recuerdos más vivos tiene del toreo?
-Ahora recuerdo más los comienzos y sobre todo mis vivencias en México. No sé por qué. La verdad es que cuajé varios toros en El Toreo y en La México y también en otras plazas de los estados.
-¿Qué faena le llenó más?
-En Valladolid, en España. Fue una tarde con ocho toros en la que toreamos Luis Miguel Dominguín, Manolo González, Litri y yo. Cuando terminé parecía que estaba en una nube. Vamos, como si no hubiera toro ni público. Lo más logrado fue con la muleta y la espada. Toreé muy despacio. Mis compañeros me aplaudieron cuando llegaba a las tablas y entonces me di cuenta de lo que había hecho.
-¿A quiénes destacaría de los toreros de su época?
-En primer lugar a Manolete. Era mucho Manolete. Además de su toreo era extraordinario con la espada y tenía mucha regularidad. Toreé con él muchas corridas. Admiro a Joselito, Belmonte y Chicuelo. Hasta en el campo te impresionaban por cómo se movían y se colocaban. Chicuelo con el capote era una maravilla. Y otros como Martín Vázquez y Curro Romero, que son toreros muy sevillanos; aunque, como siempre le he dicho, no creo en escuelas taurinas. O se torea bien o no se torea bien. Ésa es la verdad.
-Hemos perdido recientemente a Diego Puerta, ¿qué recuerdos tiene de él?
-El recuerdo más vivo que tengo de Diego Puerta es cuando quería ser torero y lo llevé a lo de Miura, a un tentadero. Aquel día lo cogió una becerra y lo hirió. Me lo llevé a Carmona para que le hicieran la primera cura. Puerta ha sido un torero muy valiente.
-¿Qué supuso para usted ser torero?
-El toreo lo fue todo. Podía haber trabajado en el matadero de capataz, como mi padre. Pero me tiraba el ser torero y precisamente el ambiente del matadero fue decisivo. Allí nos medíamos con animales de media sangre.
-El torero, ¿nace o se hace?
-Ambas cosas son decisivas. Desde luego hay que tener temple si uno quiere destacar como torero. Hay que torear despacio. Y para eso hay que conocer muy bien al toro.
-Me dijo Eduardo Miura que usted adivinaba las condiciones del toro nada más pisar el ruedo...
-Al salir el toro ya veía por dónde podía ir la cosa.
-¿Hasta qué punto influyeron sus experiencias en el matadero?
-En el matadero, con los becerros retintos, comenzaba uno a correr hacia atrás y acababan embistiendo cuatro o seis veces. Y ahí aprendía uno mucho.
-¿Qué diferencias hay en el espectáculo de su época a nuestros días?
-El toro tenía movilidad. Eso hacía que el toreo fuera diferente, con más emoción. Ahora los toreros parecen todos iguales. En cuanto al público ahora hay menos aficionados. Es un público más de ferias.
-Las figuras de hoy no quieren matar corridas duras, como la de Miura, para ganar cartel y prestigio.
-Yo toreé bastantes de Miura. Ya en la Maestranza debuté siendo un niño, a puerta cerrada, lidiando un miura y un becerro de Guadalest. Ese mismo año debuté con traje de luces en Algeciras.
-¿Qué tiene de especial el toro de Miura?
-Es un toro que te indica el camino que tienes que seguir. Si le haces las cosas muy bien se pueden hacer buenas faenas; de lo contrario, te lleva por la calle de la amargura.
-¿Cuándo nace su famoso cartucho de pescao?
-En un festejo sin caballos, con novillos de Esteban González. Me contaba mi abuelo que El Espartero salía a todos los toros con la mano izquierda. Le daba cuatro o seis lambreazos y entraba a matar. Entonces, yo plegué la muleta y la abrí cuando entraba el novillo y dibujé el natural. Así, le pegué varios naturales y el de pecho. Me retiré y eché las dos rodillas en la arena. La que se lió allí, Dios mío...
-¿Cómo fue el debut con picadores en la Maestranza?
-Tenía 15 años. Ya se habían dado ese verano los festejos sin picadores. Y le dije a Manolo Belmonte, que llevaba la empresa, que me pusieran en la de sin picadores y en la siguiente con caballos. Y a Belmonte le entró una risita -el maestro lo rememora con un ji,ji,ji-, como diciendo: "Éste niño está loco". Se dio muy bien la de sin picadores y para el domingo siguiente, en el que me anunciaron con caballos, se había acabado el papel el jueves. Ese año toreé en Sevilla seis novilladas y otras seis en Zaragoza. Me hice torero entre el Guadalquivir y el Ebro. Se me dio tan bien allí que le regalé un capote de paseo grana y oro a La Pilarica.
-La alternativa.
-El traje era celeste. Fue aquí, en Sevilla. Me dio la alternativa Pepe Bienvenida. Y el otro torero era Gitanillo. Di una vuelta al ruedo en el primer toro.
-Y en la segunda, una de Pablo Romero.
-Toreé en San Sebastián con Marcial y con Domingo Ortega. Salió únicamente un toro bueno, que le tocó a Ortega. Lo vi de salida. Ortega no lo toreó con el capote. Cuando yo iba a mi quite me dijo "A lidiar, a lidiar". Yo dije: "¿A lidiar, de qué?". A torear. Entonces hice el quite que me pertecenecía. Le pegué unas verónicas y una media. Lo hice todo a dos por hora. Y se formó allí una... Después Domingo Ortega estuvo bien con él y le cortó las dos orejas. Al ir al burladero de matadores, me dijo Marcial: "Pronto lo viste, chaval, pronto lo viste".
-¿Cuál fue su mejor actuación en Sevilla?
-En la Maestranza he tenido muchas faenas buenas. Es muy difícil quedarse con una. Recuerdo una tarde en la que cuajé dos toros muy buenos. Y don Gregorio Corrochano tituló su crónica: "Pepe Luis torea mano a mano con Pepe Luis".
-Por aquel entonces no existía la tradición de la Puerta del Príncipe...
-No. El público era quien se echaba al ruedo para sacarte a hombros. Yo tengo el récord de distancia.
-¿A qué se refiere?
-En llevarme a hombros desde la plaza de toros hasta San Bernardo. En una corrida en la que corté una pata -máximo trofeo entonces- la gente se echó a la plaza y me trajeron por el Paseo de Colón, la calle San Fernando, luego por el Puente de San Bernardo, la calle Ancha y la calle Campamento, donde yo vivía entonces.
-En 1941 y 1942 encabezó el escalafón. Al año siguiente un toro le dio una cornada terrible en la cara y apunto estuvo de perder un ojo ¿Cómo le influyó?
-Lo empecé a ver de otra manera. Pero no por la cogida. Lo que pasa es que ese año comenzó a apoderarme Marcial Lalanda y pensamos que había que torear menos corridas y a mayor dinero.
Pepe Luis, genio y figura. En tiempo de Navidad, junto a un portal de Belén, nos despedimos del maestro bajo el astifino Gaspacho, "el toro volador", conocido así porque saltó varias veces al callejón de Las Ventas el 17 de mayo de 1951, de Castillo de Higares, al que inmortalizó el maestro en una faena soberbia en la que combinó en grandes dosis inteligencia y belleza, paradigma de su toreo.
LA GRACIA SEVILLANA HECHA UNA SINFONÍA
Hacía el toreo con tal derroche de arte,gracia,naturalidad por ello su vigencia en la memoria del aficionado.Ese que va desapareciendo de los tendidos.
ResponderEliminarDesde Surco.