"Hemos vuelto —cosa con Ordóñez necesaria siempre— al concepto de lo clásico. Un torero lo es cuando ejecuta la suerte con tan perfecta pureza, que puede ser erigido en canon del bien torear (...). En resumen: a quien me pregunte ¿qué es el pase natural?, yo le contestaría: «Natural es esto.» Y le enseñaría los documentos gráficos de la Tauromaquia de Antonio Ordóñez."
EL NATURAL A
PIES JUNTOS
ANTES de glosar las fotografías que siguen he pensado varias veces si no
debiera haber seguido con el tema del pase de pecho, que remata y completa el
natural con la misma armonía esencial que los ríos desembocan en el mar. Pero
entonces me desplazaba de otro punto de vista que me interesa subrayar: y es el
de la variedad del toreo de Ordóñez. Seguimos, pues, en la suerte.
Se dice
generalmente que el pase natural admite tantas versiones como toreros lo
realicen. La afirmación es exacta, pero corta. Cuando un torero es largo y
dominador de las suertes puede dar a éstas una variedad armoniosa, unas veces
por razones técnicas —las distintas condiciones de las reses imponen distintos recursos
en un mismo concepto del toreo— y otras por puro goce estético.
Tal es el caso
que aquí glosamos: hemos visto la ejecución del pase natural más puramente
clásico; es el que fija la norma, sólida en sus fundamentos, a que debe
atenerse el aficionado; pero aunque el pase es uno, Antonio le ha dado
interpretaciones varias. Por ejemplo, aquí lo tenemos en una versión distinta:
la de citar según todas las reglas de «Pepe-Hillo»; pero como éste no habla nada
de los pies, el diestro los pone juntos.
Si el lance
—como en este caso— sale bien rematado es de un garbo especial. Pero obliga a
determinadas concesiones; por ejemplo, Antonio se ha visto obligado a tomar el
palillo de la muleta por el extremo y no por el centro; no como alivio, sino
por una razón técnica: la de ampliar el vuelo de la muleta en la misma medida
que queda restringido el mando del brazo, a fin de que el pase no resulte
ahogado y se pueda llevar al toro a jurisdicción en que vuelva o se le ligue al
pase siguiente, sin necesidad de enmendarse.
En algunos
escritores de los años treintas se halla el consejo de que al citar al natural
se tengan los pies cuadrados y todo quede encomendado al sabio correr de la
mano y a la flexibilidad de la cintura. Idea tal vez recogida del estilo de
Cayetano Sauz —que si no escribió tauromaquia, la practicó con detalles muy
personales e innovadores-, del que un cronista de la época, en crónica de la
corrida del 2 de junio de 1872, recordada por don Gregorio Corrochano, dice que
el torero madrileño «sólo en la Plaza y para mayor lucimiento en los medios,
sin abandonar la muleta de la mano izquierda, girando los talones de las
zapatillas, pegados el uno al otro los dos pies y con el cuerpo erguido y
flexible, dio seis naturales y dos de pecho «ideales». La descripción parece
estar en un todo acomodada al lance que Antonio realiza.
PERO entonces surge la dificultad para alargar el pase y para su remate. O
se gira a izquierdas con los pies juntos al torear en redondo —a ritmo de
chotis, que para eso era Cayetano madrileño— o los pies juntos no ofrecen
plinto suficiente para el lance sin enmienda; por eso, cuando Antonio ha
alargado el pase mandando mucho para ligar con el de pecho, ha tenido que
entreabrir el cerrado compás, acompañar un poco con el pie izquierdo el ritmo de
la muleta y hacer que el brazo, suelto y templado, amplíe el viaje con el
cuerpo mecido suavemente, sin que nada forzado o violento se advierta en la
suerte. Ese es el secreto del temple en el toreo de Antonio; haber logrado que
todas las reacciones instintivas del toro hayan estado medidas, supeditadas a
la voluntad del torero. Esto es intuición, pero es también técnica; es saber citar
con los pies juntos y separarlos con gracia para que no haya solución de
continuidad en plástica de la suerte y el temple produzca una armoniosa
sucesión de movimiento.
Esta es la
norma. ¿Matemática? No, ni mucho menos. El toreo no es ni podrá ser nunca
geometría. Es visión de arte; y no tiene más matemática que la que pudieron
tener los libros que Leonardo da Vinci dedicó a sus discípulos, dándoles normas
de composición en pintura.
EL NATURAL DE
PERFIL
POR propia confesión de Antonio Ordóñez sabemos que es uno de los toreros
en los que el sentimiento más influye en el modo de estar en la plaza; no me
refiero con esto a esto a esas alternativas entre seguridad y desconfianza que
determinan el triunfo o el deslucimiento en los toreros, sino a la influencia del
factor psicológico en el modo de interpretar el toreo. Si profundizásemos en este
atractivo tema hallaríamos elementos para escribir un sabroso ensayo sobre el “sentimiento
de la tauromaquia”.
Algo de esto
quiero percibir en el modo de tomar Ordóñez a un toro regordio y que parece embestir
al paso; toro funcionario que no embiste por bravura, sino por cumplir y deber
impuesto. Toro de los que aburren a un torero con casta. Toro, con tan poca fuerza
inicial en la arrancada, que hay que hacerle parecer bravo a fuerza de temple, a
estos toros no se les puede parar, porque esto sólo lo admiten los toros muy
bravos, cuando se torea en son de cante grande. Con estos toros que no tienen
celo no hay cantar como dice Alberto Polo, el torero se siente guitarrista y el
toreo es de acompañamiento; nada de marcar una trayectoria al toro y obligar a emprenderla;
lo único posible es mover al ritmo preciso la muleta ante el trote del astado.
Sin obstáculos en su camino. Y el torero, que ante ese toro nada siente pero es
innatamente elegante, se coloca de perfil.
SIN esfuerzo ni enmienda, el toro llega al centro del pase, que no tiene
el mérito con que hemos visto engendrar el de frente, pero donde el temple
juega un papel más decisivo; es la muñeca del torero la que tiene que obrar el
milagro de poner alegría en la sosera de la res.
El toreo, sin
obligar, se hace rectilíneo porque el toro no da para más. Y la muleta, llevada
con mano suave, con movimiento lento y continuo —técnica de guitarrista grande
para que el toro no desafine— hace que la res se alegre en mitad del viaje,
humille y se embarque en la largura del pase perfilado.
¡Es un toreo
de menos mérito!, oigo decir a muchos. Y yo mismo creo que es así; pero lo
impone la necesidad con muchos toros de hoy. En este mismo pase el torero se verá
obligado a elevar la muleta en el remate y hacerlo a media altura para que el
toro, al final, no quede sin huelgo.
VEMOS claramente cómo esta prevista rectificación se realiza. La lentitud
de la muleta —que esperaba la embestida para ampliarla en toda la longitud
pendular de su vuelo— ha permitido muchos pases largos a toros que en el fondo
eran malos trotones. Este toreo es menos arriesgado; pero tiene su
complicación, porque el matador no sólo tiene que hacer el espléndido toreo que
vemos, sino hacer también al toro.
Observemos un
detalle, en el que podemos ver lo que es la «muñeca» en un torero. Comparemos
esta foto con la anterior. En ambas ha llegado el brazo a extenderse hasta su
máxima dimensión; pero mientras en la primera de las imágenes el vuelo de la
muleta se inclina de izquierda a derecha y encela al toro para la embestida, en
la segunda la muleta —como si ella sola torease, como si estuviese animada—
pendolea de derecha a izquierda y se aproxima al final del largo pase. El brazo
no podía dar más de sí. El aparente milagro lo ha hecho el juego de muñeca; una
cosa que parece tan fácil y que es el máximo secreto del poderío en el toreo.
Y cerramos ya
la serie de fotografías del natural de perfil con la del último pase natural
que ha dado Antonio Ordóñez vestido con traje de luces. AI menos, por ahora, ya
que tantos escépticos hay -yo confieso que en este tema no tengo opinión
personal— sobre su firmeza de la decisión de retirada. Pertenece este natural,
como digo, a la última faena del torero en Lima. También se engendró de perfil,
pero tiene más mérito torero que el de mero acompañamiento; en el remate se
adivina la porfía entre el toro —con tendencia a la huida— y la muleta que le marca,
implacable, un camino. La posición de la cabeza del toro, medio girada en
sentido contrario al que le marca el lance, indica sus propósitos de fuga; pero
la lentitud atractiva de la muleta en su terso despliegue —de nuevo hay que
hablar de temple y muñeca, de mando y dominio— no le deja ir; le obliga a un
quebrantador esfuerzo que lo entregue maduro para la muerte. Plástica belleza
en el dominio. Olvidemos que se citó de perfil. Aunque al olvidarlo sé que
abrimos la puerta a los malos imitadores.
Plaza de Acho, 1962 |
EL NATURAL
«AYUDADO»
ANTES de pasar adelante diré que si a este estilo de citar y dar el pase
natural le llamo «ayudado», no es porque la nomenclatura me parezca apropiada,
ni esté conforme con ella; la utilizo, simplemente, porque no conozco otra,
aunque habrá que pensar en buscarla más exacta. Pero como no es de este lugar
discutir si este es «ayudado» o lo es el que se da con auxilio de la espada y
la mano derecha - la crítica no se ha puesto de acuerdo y ya inicialmente dije
mi opinión— seguiré con un distinto pase natural de Antonio.
Aquí aparece
un torero diferente en la estética y en la técnica. Si comparamos este cite con
los anteriores, nos parecerá casi de un torero de distinta época. La finalidad
que el diestro persigne es torear en redondo en un solo pase, alargar hasta el
máximo el viaje y completar, sin enmienda, casi un círculo completo. De ahí que
la pimía contraria - la derecha- esté casi cruzada con la ha de marcar la
salida del pase y que el diestro pise el terreno del toro en su zona más peligrosa;
la del pitón contrario.
El pase
resultante podrá ser admirable; pero en este cite el natural pierde gran parte
de la «naturalidad» que debe tener la figura. Esta se inclina —para tener ganado
un tiempo en el momento de cargar la suerte— y pierde mucha gallardía porque
solo se descubre a medias; pero se asegura, con esa forma de citar y con la
ayuda de la espada que, cuando el toro tome el engaño, el diestro toreará con
gran alivio.
EFECTIVAMENTE,
el primer tiempo del pase se desarrolla en línea recta. La suerte, en esta
iniciación, se hace más larga, pero menos prieta y ceñida. La muleta con el vuelo
ampliado por el estoque que se apoya en
ella puede llevar toreado al toro, pero más despegado que cuando —como hemos
visto— el torero la lleva sola y a su calda natural.
También es
verdad que la estética del pase es excelente y que ahí acaban las ventajas del
lidiador. Porque Antonio —una vez que el toro está embarcado en el muletazo—
yergue la figura, suelta el brazo y descubre el cuerpo. Y aquí, en el
descubrirse, hemos venido a hallar otra de las características del toreo
clásico. Descubrirse es dar al toro a elegir entre el torero y el engaño. En
pocos momentos de la lidia tiene el torero que hacerlo; una de ellas es en el
pase natural; otra, en la suerte de matar; por eso se practican tan pocas veces
con pureza. El pase, iniciado con alivios que no me aplaudo, gana calidad en su
despliegue.
SI nos dieran a elegir el momento más torero, más emocionante en este
estilo de hacer de Antonio el natural, elegiríamos el remate. En él la mano va
bajando, con lo que la inicial línea recta del pase se convierte paulatinamente
en curva y el toro viene al costado izquierdo del diestro, para quedar en la
distancia precisa para el nuevo pase. Ordóñez —como veremos—, haciendo honor a
su sangre rondeña, no fue muy partidario del toreo circular que interpretó sin
monotonía, con una peculiar elegancia y en contadas ocasiones; prefirió el
clásico arte en que el toro va y vuelve, corre, acosa, amaga, quiere enganchar
y no engancha, quiere coger y no coge; pero siempre pasa ante el pecho o las
piernas del diestro, riesgo en que consiste el máximo misterio y la más
meritoria hazaña del toreo.
Con los pies
bien asentados en la arena, el cuerpo descubierto —en confiada serenidad—, el
brazo bien jugado, este momento resulta lección gráfica de lo que es mandar.
EL círculo casi se ha cerrado completamente. El torero ha sido eje de la
suerte, en la que el toro ha girado sin que Antonio haya debido andarle en el
centro del pase. Torea con los pies fijos en la arena, y, sin embargo, toda la
suerte tiene esa vida interna que se llama expresión, movimiento. Es un torero
palpitante, de carne, y sin embargo, el brazo va suelto como si no tuviera
cuerpo; todo el momento es flexible, espontáneo, natural. El brazo izquierdo se repliega bajo y hacia
adentro en su airoso y regular juego; el espacio
entre toro y torero se reduce cada vez más. Se presiente un remate ligado,
definitivo, clásico.
Hemos vuelto
—cosa con Ordóñez necesaria siempre— al concepto de lo clásico. Un torero lo es
cuando ejecuta la suerte con tan perfecta pureza, que puede ser erigido en
canon del bien torear. A lo largo de todas estas variedades y estilos del pase
natural —surgidos espontáneamente, ya que Antonio, como todos los toreros
grandes, improvisa la faena conforme el conocimiento y la inspiración le
dicten— habremos visto la suerte fundamental del toreo de muleta en distintos
grados de pureza, pero con una constante de plasticidad en la corrección de
línea, en la apostura, en la soltura del brazo, en el reposo y aplomo de toda
la figura. En resumen: a quien me pregunte ¿qué es el pase natural?, yo le
contestaría: «Natural es esto.» Y le enseñaría los documentos gráficos de la
Tauromaquia de Antonio Ordóñez.
Fuente: Semanario gráfico de los toros, El Ruedo. Madrid, 03 – marzo – 1963. Año XX. Nº 976
CONTINUARÁ
EN LA PRÓXIMA ENTRADA: El pase de pecho y el pase con la derecha...
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