"¡Hombre! ¡Eso es muy propio de «el Gallo»! Porque las cosas no son cómo son, sino como a nosotros nos gusta que sean..."
Como decía un profesor de tu Escuela —te lo
he oído decir más de una vez y más de dos—, Rafael «se podrían escribir libros
enteros»
Yo no sé si todo lo que se le achaca es
verdad; pero, en fin de cuentas, tanto monta. Porque, si de una persona X se
cuenta una cosa que es cierta, pero que no va bien con su carácter, los que lo
escuchan se encogerán de hombros y pensarán, del que lo refiere, que no conoce
a X. En cambio, si otro dice un sucedido referente a la misma persona, que no
ha sucedido en realidad, pero que bien pudo suceder, los oyentes pensarán para
sus adentros: «Este sí que conoce al señor X.». Luego entonces cabría preguntar: ¿Dónde acaba
la verdad y donde empieza la mentira? Pero, en fin, esto son quisicosas que nos
desvían de nuestro intento.
Yo pienso que «el Gallo» pasará a la Historia
como un gran artista y un miedoso en grande; con una desigualdad que en él era
enteramente igual a lo largo de todas las temporadas y de todas las tardes. Creo
que en ninguna de las corridas por él toreadas, por mal que estuviese, faltaría
la dedadita de miel de su arte puro, y a la viceversa, en sus mejores tardes,
una espantailla, o al menos un conato, no dejaría de haber, para regocijo de
los parroquianos. Siempre que se habla de estas cosas, sale a relucir el toro que
le echaron al corral, aquí en Madrid, en un día que no recuerdo, de la primera
quincena de mayo de 1912 (¡Ayer fue la víspera!) siendo así que con los toros
«Peluquero» (de Bañuelos) y «Jerezano» (de Aleas) había conseguido dos triunfos
tremendos el 2 y el 15 del susodicho mes.
¡El miedo al toro! Para explicar lo que es,
decía Rafael en cierta ocasión: «Supóngase usted que tiene en brazos un niño de
pocos meses y oye decir que hay fuego…, pues usted sale corriendo, después de apretar
al crío contra su pecho. Si entra en la casa un ladrón y, encañonándole, le pide al
chico, usted se lo mete debajo de la chaqueta y trata defenderse, pidiendo,
socorro de paso. Pero si oye decir: ¡que viene un toro! entonces lo primero que
hace es arrojar al suelo a la criatura, para poder correr con más desembarazo».
Me acuerdo de lo desastroso que estuvo una
vez en Irún...… Le metieron
preso, vestido de luces y todo. Por cierto que le fué a visitar «Machaquito» y
le dijo «Pero Rafael …. ¿Cómo te ves así? Y él le contestó: «
figúrate cuál será mi estado de ánimo sin tener a mano la petaca». Creo que, a
raíz de aquella tarde tan sonada, fué cuando contestó a un periodista que le preguntaba
qué era lo que menos le gustaba de las corridas y él contestó muy serio: « ¡La fruta! ».
También tiene mucha miga lo que le dijo a un aficionao modernista, el cual le
preguntaba: «¿Verdad Rafael que lo mismo coge el toro chico que el grande?» «Así
es –contestó el Calvo-. Pero no es igual que te atropelle un camión que el
carrito de los helaos.
¿Te acuerdas cuando vino a Colmenar a torear
en aquel festival que organizaron Cabello y «Curro»: «el Cochero», coincidiendo
con las maniobras del año 1923? Creo que es la única vez que pisó nuestra
Plaza. Hizo un largo viaje ex profeso entre dos fechas en que toreaba por el
Sur. En el automóvil de unos amigos, venía con él la mar de gente. Alguien le
dijo: «¿Por qué no habéis buscado otro coche?»
—Ya le habemos
buscao y le habernos encontrao...
Viene un poco detrás, con dos individuos al cuidao de un jamón.
En fin, relatar sucedidos de Rafael sería el
cuento de nunca acabar, sobre ser casi todos muy conocidos. No sucede así con
el que te voy a contar, según me lo refirió a mí en cierta ocasión su cuñado
Ignacio, que fué testigo presencial del lance, que yo titularía «El Gallo» se
mete a picador», y que es como sigue: Por aquella época, Rafael no andaba muy
sobrado de contratas. Había toreado en Barcelona y por uno de esos caprichos
que le asaltan de cuando en cuando, decidió quedarse allí unos pocos días como
turista, licenciando a su gente hasta la próxima corrida, que era por allá
abajo. En el interin, velay que José torea en la que llaman los revisteros la
Ciudad Condal y bien fuera para sustituir a algún compañero lesionado, o porque
conviniera reforzar un cartel endeble con el agrego de dos toros, o por la
causa que fuese, el caso es que, de pronto, contratan al «Gallo» para dos días
después y —cosa rara en él — se le ocurre la medida de buen gobierno de pedir a
su hermano que le preste la cuadrilla, en lo cual «Joselito» consintió de buena
gana... ¡Por menos de nada sería él quien le apuntase la idea! Y gracias a ello
tuve yo noticias, como antes te dije, del suceso, pues me lo contó el propio
Sánchez Megías, que salió aquel día con Rafael, a pesar de ir por entonces con
José, por la causa referida.
Después de haber estado con su primero ni fú,
ni fá, o más bien fú, en cuarto lugar le tocó un pavo, castaño oscuro, con su buen velamen, con edad, tamaño y
ecetra. En el ecetra, puede entrar el hecho de haber sido fogueado, sin tomar
una sola vara... Claro está que yo sé de la ganadería que era el toro, pero no
te lo digo porque eres mal guardador de secretos, o sea que te vas del seguro fácilmente,
y como lo mismo da que fuera de Juan que de Pedro... pues continúo. El
susodicho animal, después del tuesten
se había acuartelao en la mismísima puerta
del toril. El gentío se relamia de satisfacción, pensando en el mitin que iba a dar el Calvarota, pues ya es sabido que, cuando
cualquier torero está fatal, el público se incomoda, a
menos que sea «el Gallo», en cuyo caso se ríe y acaba por pasar por carros y
carretas.
La cuestión es que el diestro, muy
jacarandoso y, al parecer, más animado que de costumbre, se fué a buscar al
toro con la muleta plegada en la mano izquierda. De cuando en cuando se paraba,
para citarle de muy lejos, como si le fuese a dar el pase cambiado. En el
momento en que se convencía de que el castaño no hacía por él, daba dos o tres pasos más y repetía de nuevo la
citación. Pero...¡Que si quieres, que te prenda los alfileres! El público se
reía, como diciendo: «Rafael no sabe ni por donde le da el aire... ¡Miá que
querer hacer florituras con un manso perdió!» Mientras tanto el diestro seguía
dando pasos adelante para provocar la arrancada, cada vez más en corto, y como
«pobre porfiado saca limosna», al fin el toro se le arrancó descompuesto y «el
Gallo» largó una especie de pase cambiado, muy deslucido y fuera de cacho, con
el detalle de que, al pasar, el toro se pinchó, casualmente, en los alrededores del codillo, con el estoque, que estaba sostenido en esta
posición: tumbado, o séase
horizontal, como dice la gente fina. El público no acabó de comprender lo que
había pasado; el bicho se fué de estampía a otro lugar de la barrera y allá se
dirigió Rafael para repetir la bonita suerte. Pero cuando, de nuevo, el toro se
pinchó con el estoque, estalló la protesta del respetable, que se convirtió en
bronca espantosa al ver que la ocurrencia tenía lugar por tercera vez... Me decía
Ignacio que se creyó en el caso de advertirle: «Rafael, te van a matar... ¿Por
qué haces eso?» Él le contestó: «Cállate ahora; ya te lo explicaré luego.»
El toro , harto ya de tanta pinchadura; en
vez de acularse en las tablas, empezó a huir. «El. Gallo» corría muy a gusto
detrás de él, para que no se parara. Con el ejercicio, cada vez sangraba más el
castaño, hasta que de pronto, se paró en el tercio. Entonces Rafael le dió
tres o cuatro pases de tanteo y en cuanto se convenció de que el toro ya no tenía ná dentro —"ni siquiera sangre— se lió a torearle por las buenas,
haciendo mil florituras, hasta volver loco al público. Pases del Celeste Imperio,
naturales, ayudados, molinetes (que por cierto él daba de una forma especial y
con la gracia del mundo) y luego rodillazos, tocaduras de pitón, el estoque en
la testuz parando al toro, ecetra... ¡El disloque! Matando estuvo la cosa
regular, pero no se puso demasiado pesado y, lo que parecía que iba camino del
desastre, acabó en un gran triunfo, con ovación y petición de oreja, que, al fin,
no fué concedida.
—¿Te das ahora cuenta —le dijo a Sánchez Megías—
de porqué hice aquéllo? Porque yo necesito que me piquen bien los toros y como
a este no le habían partido un pelo, he tenido yo que hacer de picador para
poderle torear a mi gusto.
De «el Gallo» se cuenta y no se acaba. Lances
así como este se refieren a millares. Ya te dije antes que se podían escribir
libros enteros, y no me explico yo como no haya quien se lance al ruedo de las
librerías solamente para contarnos chascarrillos, sucedidos y chistes de todo
género, referentes a este torero, aunque para mí tengo que a Rafael, como a
Quevedo, les achacan cosas que nunca pasaron... ¡Qué más da! El caso es que la gente
no solamente lo crea, sino que además diga:
¡Hombre! ¡Eso es muy propio de «el Gallo!
Porque las cosas no son cómo son, sino como a nosotros nos gusta que sean...
LUIS FERNÁNDEZ SALCEDO
Fuente: Semanario gráfico de los toros El Ruedo. Año XII - Madrid 10 de noviembre de 1955, N° 594.
Las genialidades del Gallo que fueron su patrimonio y trascienden en el tiempo.Que diferencia con los pegapases de ahora.
ResponderEliminarLos cuentos son unos de los bálsamos para el aficionado.Vale.
Docurdó.