"Hay tres libros que lo son todo: «El Quijote», en lo novelesco; «La Celestina», en lo dramático, y «El buen amor», en lo satírico. Nadie que, persiga la gloria de la pluma puede alegar ignorancia. Todos hablarán de estos; Pero no todos los han leído. Les pasa igual que al Reglamento taurino."
Cuantío descubro a Hita, siete siglos abrazada a un monte, pienso que Juan Ruiz no tuvo más remedio que ser como fue viviendo como vivió en este pueblo que, teniendo tanta llanura para extenderse, prefirió la intimidad difícil de unas faldas.
Hita sigue ahí, con su airosa iglesia por medio, igual que entonces, rezando, y me figuro que pecando también. Sigue ahí con las mismas casas terrizas, abiertas en la entraña del cotorro, en el sitio exacto de la falda, donde el calor de la solanera es más duradero. Porque Hita podía haber elegido la cresta, como muchos pueblos medievales que se sienten águilas, o haberse quedado abajo, como los pueblos huertanos que tenían un castillo arriba para hacerse fuertes cuando llegaba el moro.
Por eso cuando en aquella babel de gentes una linda mejicana perdía los tacones entre los guijarros de las calles (senderos de cabras que buscan el cielo) pensaba en la natural tendencia del Arcipreste a «buscar ajuntamiento con hembra placentera», porque los días de Hita (con ese silencio y esa llanura sin fin al fondo) deben de ser interminables, y la voluntad del clérigo poeta, flaca por ser huma na, debió de tener muchas horas tontas para enfocilgarse en mundanos menesteres.
Así se explica que Juan Ruiz, Arcipreste solitario entre «villanas lujuriosas como cabras», se pasara su vida luchando entre dos sayas: las de cura, sagradas, que llevaba puestas, y las otras. Así se explica que su obra sea todo un compendio del pecado carnal y un arrebato místico de pesadumbre.
Pensando en este difícil equilibrio del Arcipreste me acuerdo de nuestros toreros. Estos hombres valientes que se «comen los santos» antes de la corrida, para luego pasarse la noche mirando unos ojos verdes o negros, ¡qué más da! Porque el torero y el Arcipreste son criaturas buenas que piden permiso a Dios para pecar y arrepentirse luego.
También pisando esa paz de Hita pensé en la literatura y en la Fiesta. Y veréis por qué. Hay en nuestras letras tres libros que lo son todo: «El Quijote», en lo novelesco; «La Celestina», en lo dramático, y «El buen amor», en lo satírico. Nadie que, persiga la gloria de la pluma puede alegar ignorancia. Todos hablarán de estos; tres monumentos literarios. Pero no todos los han leído.
A «El buen amor» y a sus dos hermanos gloriosos les pasa igual que al Reglamento taurino.
LO QUE CONTESCIO A UN CRONISTA METIDO A BANDERILLERO
No es Hita sitio para gente remilgada. Cada rincón de nuestro incomparable mapa turístico tiene su encanto especial, y no se puede ir a este lugar agreste y dormido buscando el refinamiento de Una civilizacl6n que rompería todo el sentido de contraste que encierra. Así, no se puede encontrar allí ni el camarero de pechera planchada ni las combinaciones de licores en cristal tallado. Ni, por supuesto, la carta variada de un restaurante. A Hita debe irse a comer jamón y chorizo, amén de un vino tintorro tan espeso que también podía mascarse. Mis amigos quedaron un poco sorprendidos ante este primitivismo, pero menos mal que aprendieron en seguida ese bonita lección de la vida, del amor y de los gitanos: «Las cosas buenas precisan malos principios.» Y un rato después estábamos todos comiendo cordero asado a «uñate», porque en Hita no se conciben el tenedor ni la servilleta. Llegaron después los mozos del lugar vestidos de antruejo, con un rosario de cencerros en la cintura, y nuestros ilustres amigos entraron en el clima de la Fiesta de la Endrina. Miguel Herrero pronunció discursos, repartiendo nombramientos caballerescos entre los presentes, donde había embajadores de las Indias españolas, nobles de Castilla, periodistas y «cámaras» del cine, y esas mozas garridas que nunca faltan en estos casos.
Rafael Peralta, que venía a alancear toros, como lo hicieran el Cid y aquel galante conde de Villamediana, sintió la importancia del momento, y le estorbaban ya la chaqueta y el nudo de la corbata. « !Arfonzo de mi arma! Tú te va a vézti de medievá ahora mizmo y va a zalí de zobresaliente comigo.» Y el cronista, creyendo que había en el chiquero unos eralitos cómodos como los del día anterior en Medina, se fue con el rejoneador a ponerse el jubón y las calzas verdes para pasear por las calles de Hita y bailar la jota castellana entre el humo de los asados y el optimismo disparatado del vino dulzón y negro.
LO QUE CONTESCIO EN LA PLACA CON DOS TOROS DE LUENGAS LIBRAS
Pero héteme aquí que a la plaza, picuda y empedrada, salieron dos toros hermosos en demasía y los ángeles del cielo mandaron copiosa lluvia sobre la menguada concurrencia. Y el cronista, «desque» hubo hecho marchosamente el paseíllo tras los fraternos lanceros, consideró que el agua caída era aviso de la Providencia para moderar vanidades mundanas, y recordando la frase del hermano Rafael «El Gallo»: «Las pitas se las lleva el viento y los revolcones las costillas de uno», decidió acomodar sus actos a los usos caballerescos. Y así que hubo salido el toro que le correspondía parar los pies, consideró prudente pedir, permiso al caballero. Cosa que no debe hacer un villano de a pie si no es a través del escudero que sirve los rejones. Pero estando el escudero harto luengo del cronista, y como pasare más tiempo del debido, cruzóse un banderillero menos respetuoso a los usos caballerescos y paró el toro. Salieron después los hermanos Angel y Rafael Peralta a clavar hierros con plumas y guirnaldas, entre gran regocijo del público, y cuando el cronista pudo cumplir con los trámites ya estaba el toro muerto y los caballeros recibiendo el halago pasajero de las serviles mesadas.
Así pasó la lidia del toro siguiente, todavía más metido en libras, y cuando, herido de muerte por los certeros lanceros, el cronista andaba confiado a su lado, un campechano capitán de la Guardia Civil, reparando en su poca efectividad, díjole cosas sobre la prudencia, Y el cronista volvióse al capitán y díjole: «¡Vuesa mercé se aplaca, porque en la Edad Medía no había Guardia Civil...!»
LO QUE CONTESCIO AL ARCIPRESTE E AL CRONISTA, QUE NO «RECIVIA» EL SOVRE
Podía cantar muchas cosas de esta corrida, donde los toros se arrastraron con un tractor muy poco medieval. Podía contarles mucho, pero no quiero convertir esto en otro mamotreto interminable, aunque no fuera de la cuaterna vía.
Sin embargo, pensando que Juan Ruiz acabó con sus hábitos en la cárcel por culpa de la pluma y que el cronista compareció también ante un Juzgado por la misma causa, es lógico meditar en la analogía que guardan la vida y la obra del Arcipreste con este picaresco mundo del toro.
A fuerza de arrimarse Sanchos a la apetitosa sardina de la Fiesta, le han dado tantos pellizcos a su pureza como aquellos clérigos de Talavera que decían tan poco de su dignidad eclesiástica porque el pueblo decía mucho, de sus mancebas.
Entonces el arzobispo Gil de Albornoz ncomendó a Juan Ruiz La tarea de investigar sobre un escandaloso asunto, y el animoso Arcipreste escribió una sátira cruel contra los de Talavera, sacando a relucir sus trapos sucios. Pero ocurrió que los clérigos de Talavera eran muchos y poderosos. Se unieron contra su juez y cambiaron las tornas, entrando en la cárcel el Arcipreste en vez de los inculpados.
Acontece también en los toros qué algunos quieren arreglar caminos que andan torcidos, sin. reparar en que todos están a gusto en el macho, y se meten a redentores de lo que no puede redimirse. Y estos críticos se llevan unas ovaciones de los aficionados viejos y unos berrinches de parte de los otros, que son muchísimos más.
Se me olvidaba decir que Angel Peralta clavó un rejón de frente y Rafael colocó otro hierro de la misma forma, y como la gente aplaudiera largamente, Rafael vino hacia el cronista, diciendo: «¡A ver si «largas tela» de lo que hemos hecho!» Pero conste también que todo aquello nada tuvo que ver con el alanceamiento de toros, que fue una improvisación apresurada, y los rejoneadores tuvieron que salir a repetir una más de sus actuaciones porque nadie los había aleccionado previamente.
Y aquí termina la crónica de Hita, dada al pueblo a las doce horas del día de San Pedro de 1964.
Alfonso NAVALÓN GRANDE.
Fuente: El Ruedo. Nº 1045.Madrid, 30 de junio de 1964. Año XXI
Fuente: El Ruedo. Nº 1045.Madrid, 30 de junio de 1964. Año XXI
Felicitaciones por el artículo y el recuerdo a la cultura no solo taurina del Maestro Navalón.
ResponderEliminarM.D.S.