"Replica el barbero (...) Aquí el que quiera parné tiene que contar conmigo. ¿No creéis que me merezco yo las dos orejas y el rabo, más que el mamaracho de Fulanito, que probablemente se los va a cortar gracias a estas manitas que hacen milagros?
PANORAMA DEL TOREO HASTA 1979
Por : Antonio Díaz - Cañabate
EL AFEITADO DE LOS TOROS
No dudo en afirmar que el hecho de haberse llegado a cortarle los pitones al toro y de que haya cundido esta mutilación fundamental en nuestra fiesta, es el acontecimiento más importante que ha saltado a los ruedos desde el siglo XVIII; es decir, desde que la fiesta de los toros inició su época clásica de mayor esplendor y emoción en la forma en que todavía la conocimos los hoy ya viejos aficionados a ella. Asimismo no dudo de que la entrada y generalización de la trampa ha herido de muerte a la fiesta, pues sus efectos resultan muy difícilmente reversibles. En todo caso, la trampa ha transformado radicalmente nuestras corridas, pues la emoción que las sustentaba iba intrínsecamente unida al peligro. Al disminuir sustancialmente el peligro, ¿ en que se transforma?
Repito lo que siempre he dicho: en los espectáculos públicos que alguna vez han atraído y aficionado a las masas, cuando en ellos se ha introducido la trampa, o mueren o pasa a llevar una vida lánguida y mortecina. A principios de siglo, en Madrid había diecisiete frontones donde se jugaba a pelota, casi siempre llenos de gente y de entusiasmo. Porque se jugaba y claro está, también la gente se jugaba el dinero con la emoción que produce el riesgo de perder o ganar. Como en tantas otras actividades, se introdujo el tongo por diversos intereses creados, hasta llegar a verdaderos abusos con el dinero del público. Lógicamente éste se fue dando cuenta, y hoy ya en Madrid solamente queda un frontón, en el que preferentemente suelen jugar señoritas raquetistas.... Otro tanto está pasando con el boxeo y es la amenaza que pende sobre el mismo fútbol, según indican los expertos.
Los Toros. T. V.-6.
Últimamente he estado haciendo algunas indagaciones en las hemerotecas, sin resultados demasiado precisos en temas tan turbios, y la primera vez que se habla de mutilación de pitones es en una corrida de despedida de Marcial Lalanda en Valencia, en 1942. La organiza Cristobal Becerra, torero en sus mocedades y luego apoderado, quien por cierto y por otra parte me honró personalmente con su amistad de persona excelente. la verdad es que aquella noche el bueno de Marcial duerme en la cárcel por decisión del gobernador civil, uno de aquellos de armas tomar todavía recién terminada la guerra.
Existe ya un precedente en el cortijo de Los Merinales vecino a Sevilla, en el hueco donde se corregían los pitones defectuosos de los astados que allá se encerraban: un pitón torcido, un pitón más largo que otro, un pitón excesivamente veleto. Hablamos todavía de corregir, no de cortar. Pero el paso era fácil de dar, hacia lo menos arriesgado del toreo en la nueva sensibilidad de los años cuarenta. Se intenta y se lleva a cabo con éxito, hasta constituirse en auténtica plaga de la que solamente se ven libres unos cuantos ganaderos de prestigio, que se niegan al juego.
El afeitado comienza siendo promoción y exigencia de los apoderados, que han pasado ya al primer plano en la organización de la fiesta, desde su puesto anterior simplemente subsidiario del maestro. Lógicamente quienes más influencia ejercen en él son los apoderados que mayor número de corridas contratan y que apoderan a los primeros espadas del momento. Es, entre otros, el gran momento de Camará. Entre otras razones, el riesgo de las cogidas disminuye las posibilidades de torear sin solución de continuidad. En definitiva, hay que ganar dinero.
Cuando ya el afeitado de los toros es un hecho generalizado entre los toreros de postín - no tanto para los desvalidos-, el público lo conoce y la trampa ya ha aguado la fiesta. Son los años cincuenta y el periódico ABC de Madrid promueve una campaña meritoria por la integridad del toro de lidia y la pureza del toreo. Su inspirador es ese torero fino, muy elegante y de buen gusto, que se llama Antonio Bienvenida, portaestandarte de una larga tradición torera familiar. Su impulsor y redactor, el valiente periodista Luis de Armiñán. La campaña obtiene sus frutos de concienciación del público en favor del toro limpio. En todo caso hubiera resultado mucho más definitiva si Bienvenida afronta decididamente la corrida inaugural de la campaña de Madrid, con toros de Conde de la Corte, uno de los pocos ganaderos con prestigio que se había negado terminantemente a cortar los pitones de sus toros. Hubiera sido el amo de la torería, pero le faltó decisión.
Al comenzar 1969, las cosas no han cambiado radicalmente, ni mucho menos. En la última Feria de San Isidro el diestro Miguelín había protagonizado el incidente más espectacular de la temporada, con su desplante poco elegante hacia el Cordobés de saltar de mero espectador a enfrentarse con el torete minusválido sobre el que Manuel Benítez se encumbra. Los hechos han vuelto a desenmascarar ante el aficionado al toro pequeño, sin casta y sin peligro. Hay que cumplir el Reglamento, porque la fiesta es una irrisión. A las puertas de una nueva temporada lo denuncio en mi artículo "Continúa el afeitado de los toros" en "Los domingos de ABC" que tuvo cierta resonancia. En 1968 la Dirección General de Seguridad había multado a veinticuatro ganaderías españolas "por manipulación fraudulenta en las defensas de las reses de lidia". Entonces yo decía que el serrucho seguía funcionando. Y, si bien las cosas se han ido subsanando un tanto, la escena que aquí reflejo sigue de actualidad.
Al caserío de una cortijada llega un automóvil. Descienden de él tres hombres con aire de personas importantes, que penetran en una fresca estancia, donde les recibe el dueño de la finca, ganadero de reses bravas, acompañado del mayoral y de un vaquero. Media la mañana de un día de agosto. Se chancea, se bebe un vinillo helado para aplacar el calor y el ganadero propone:
- Cuando queráis. Los caballos están listos.
Y a poco los seis montan a caballo. En lo alto de un cerrillo están agrupados hasta catorce toros. Hacia ellos se dirigen los caballistas y los toros los acogen con absoluta indiferencia. Todos los caballistas contemplan a los toros con ojos de mercader que examina una mercancía. Los toros ignoran que son toros comerciales. El silencio persiste. Al fin el ganadero pregunta:
-¿Qué os parece el veintisiete?
De los tres personajes que llegaron en el automóvil uno de ellos es el apoderado de un famoso torero y otro el experto, cargo éste novísimo en la torería, especie de oráculo definidor de las posibilidades comerciales de un animal, que tiene que representar el papel de toro sin que en ningún momento asome la oreja de su fiereza. El experto responde a la pregunta del ganadero:
-No me gusta. Es largo de cuello.
La selección sigue su tiempo, porque se discuten los menores detalles. Al cabo se eligen seis.
-Los seis dijes - concluye el ganadero. Y el apoderado dice tajante:
- Hay que arreglar por lo menos a cuatro. (Débil resistencia).
-Tú verás -arguye el apoderado-. Si no quieres, te puedes quedar con los seis dijes y los metes en un estuche...
-¿Cuándo quiere usted que hagamos la faena? - pregunta el tercer personaje importante, nada menos que el hombre que afeita los pitones. Sin él, ¿qué sería de tanto torero famoso?
Se acuerda que la faena se realice la mañana del día en que se embarque la corrida.
El barbero está dispuesto. La barbería también. ¡Tremenda barbería, potro de tortura más bien, imaginado por un verdugo refinado! Allí entra el toro engañado por un juego de puertas.
Queda amarrado fuertemente.
He presenciado varias veces el tan dramático como impotente forcejeo del toro. Pocos espectáculos he visto tan deprimentes. Se puede objetar -y es uno de los puntos de vista esgrimidos por los enemigos de la fiesta- la crueldad que se ejerce con los toros durante su lidia. Pero ésta es muy relativa y casi nula, si la idea se lleva a cabo conforme al Reglamento. Es indudable que el torero y el toro luchan noblemente. La victoria del hombre sobre el animal se debe a la inteligencia de aquél. Precisamente en esta pugna -no tan desequilibrada como aseguran sus detractores- se encuentra la singularidad de la fiesta, y con la singularidad su belleza. La belleza de que el peligro sea vencido no por medios arteros, sino cara a cara, buscando dentro de la gallardía arrequives artísticos. En este juego del arte con el albur es donde se halla el ser y naturaleza de la fiesta de los toros.
Pero volvamos al potro del tormento. El toro no se resigna. Se estremece la barbería, pero es sólida, no la desbaratan los empellones de la furia enmaromada. Los ojos es lo único que tiene libre. La última vez que vi un afeitado me situé frente a los ojos del infeliz torturado. Estaban sanguinolentos. Terrible y patética su mirada, mezcla de ira y tristeza. De pronto los cerró. En aquel momento el barbero mutilaba con el serrucho su pitón derecho. ¿En los ojos de los toros pueden nacer lágrimas? Sin embargo, creo que aquel toro lloraba. Se oía a continuación un chirrido desagradable. Era la lima que actuaba para disimular la mutilación.
El mayoral masculla:
-¡En buena hora me iba a imponer un chisgaravis de ésos este desaguisado!
-¿Qué ibas a hacer? - replica el barbero- ¿Comértelos con patatas? Aquí el que quiera parné tiene que contar conmigo. ¿No creéis que me merezco yo las dos orejas y el rabo, más que el mamaracho de Fulanito, que probablemente se los va a cortar gracias a estas manitas que hacen milagros?
El toro torturado, el toro cercenado en lo más noble del poderío de sus astas, parece contestar con un mugido débil y desesperado, al que acompaña una sacudida violentísima de su cuerpo aprisionado, con tal ímpetu que los tablones de la barbería amenazan con convertirse en astillas.
Como la misma fiesta que este toro minusválido va a protagonizar a los pocos días, habiendo perdido por completo el sentido de la distancia en su embestidas; con la sangrante hipersensibilidad de sus mejores defensas, que ya son solamente un muñón herido por acicalado que esté. Quienes entienden de ganado bravo de lidia nos dicen que ya definitivamente el toro queda postrado tras esta operación. Por otro lado su peligrosidad, salvo algún accidente en cualquier caso posible, no es ya mayor que la de un cómodo viaje en automóvil.
Un toro con los pitones afeitados es menos que un boxeador con muñones por puños, o que un futbolista cojitranco.
La fiesta sigue porque en algunas corridas se siguen viendo toros de verdad y la verdad del toro mantiene la mentira del torito con apariencia de fiera. Durante los años setenta -todo hay que decirlo- se ha subsanado en buena parte la situación anterior, pero todavía continua sucediendo algo y aun algos de todo ello. Salvo honrosas excepciones que no ha dejado de haber en unas cuantas ganaderías intactas -fomentadas incluso en su casta de siempre por ganaderos con ética y por los organismos competentes, que valoran en cuanto se debe esta raza brava, única en el mundo-, el toro que se cría y salta comúnmente a los ruedos es el toro cómodo, sin dificultad, que ha ido dejando su casta lenta pero irreversiblemente por las dehesas. Manipulando de una u otra forma, para poderlo comercializar. Es el toro que lógicamente nuestros diestros prefieren, pues es muy difícil -casi imposible- retrotraerse de una situación admitida a la anterior. De lo fácil a lo difícil, del menor al mayor peligro.
Cuando en la lidia de un pobre animal fofo, lleno de grasa y carente de nervio, ante las pamemas aclamadas por un público sugestionado por los espejismos propagandísticos, me acordaba de la degradante y terrible escena de la mutilación de los cuernos, no podía menos de compararla con aquella fiesta fundamentalmente viril y gallarda, basada en un sabio peligro y en una emoción incontenible. Entonces y después no he podido menos de ser pesimista.
Por lo visto, las trampas son inevitables y ni la autoridad ni las multas las erradican por completo. Pero lo que más nos debe sublevar es que constituyan un privilegio de unos cuantos que mandan en la fiesta. Si ésta se tiene que transformar definitivamente en un toreo más edulcorado y sin peligro, por ejemplo a la portuguesa, que caigan los privilegios como las puntas todas de los toros "preparados" . Entonces muchos toreros modestos se podrán equipara con "los mejores", en vez de sentirse solos ante el peligro de los astifinos.
Fuente: Los Toros.Tratado Técnico e Histórico. Tomo V. José Maria de Cossio. Espasa - Calpe. Madrid, 1981. Tercera Edición. Pp 68-76.
(El resaltado y subrayado son nuestros)
Transcripción in extenso : Citlalli Pérez Flores
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