Julio Pérez "Vito" le comentaba a Germán Urrutia Campos, quien fuera encerrador de la Plaza de Acho, aficionado de gran bagaje y nuestro amigo personal, que: "Salir marchoso es y será la piedra angular de la Suerte de Banderillas". ¡¡¡¡¡¡¡Ahí queda eso¡¡¡¡¡¡¡¡
Julio Pérez "El Vito", asomándose al balcón |
Alfonso Navalón
A media mañana sonó una voz en el teléfono que se hacía familiar a pesar de los veinte años que llevamos sin vernos. Estuve dejándolo hablar hasta que soltó el: «¡Mi arma! ¿Pero ya no te acuerdas de tu amigo ‘Vito’?». Y de pronto saltaron un montón de recuerdos, de los muchos días que vivimos en entrañable armonía nuestra pasión por el toreo. Los que me siguen saben de sobra la profunda admiración que siento hacia este personaje singular, al que pongo siempre como ejemplo del más completo banderillero que he conocido. En la distancia, Julio ‘El Vito’ va recogiendo las crónicas que le mandan sus amigos o las que le pasaba un pariente que maneja Internet. El hombre ya no pudo aguantarse más y me llamó para contar lo feliz que se sentía con este reconocimiento, cuando los aficionados de ahora no saben lo que significó en la historia del segundo tercio. «¡Mi arma! ¡Guardo tus crónicas de ahora con más cariño que las que me hacía Corrochano en el ‘Abc’!».
En mi larga historia de aficionado práctico no he disfrutado con nadie haciendo tentaderos como con este andaluz que derrocha gracejo y talento en sus chispeantes charlas. Para Julio es un vicio hablar de toros. No se parece a José Tomás ni a los toreros de ahora que se quitan el traje de luces y se convierten en ciudadanos anodinos, la gente que nos conoce dirá que estuve también muchos inviernos andaluces tentando al lado de Pepe Luis Vázquez y que no voy a comparar a un genio del toreo con un simple banderillero. Ya lo sé, pero Pepe Luis es más tímido y más reservado. Pepe Luis da muchas largas cambiadas porque no quiere complicarse la vida. A Pepe Luis hay que oírle después de las doce de la noche, cuando ya tiene encima media docena de güisquis. Como aquella madrugada en ‘El Toruño’ de los Guardiola, cuando andaba escribiendo ‘Los Toros del Sol’ y Don Salvador me reservó una sorpresa emocionante: «Usted habrá toreado cientos de vacas, pero seguramente no se habrá puesto delante de un cinqueño». Así que tragué paquete y afronté la prueba. Era un toro que no se podía lidiar porque tenía un bulto en el costado. Y allí estaba Julio ‘Vito’ con el capote pronto por si pasaba alguna ‘esaborisión’, y Pepe Luis con su discreción de siempre. Esa noche nos dieron las tantas hablando de toros. Los hijos de Pepe Luis (todavía unos niños) dormían en los divanes mientras el maestro de San Bernardo, sabiéndose entre los cabales, derrochaba sabiduría. Domingo Ortega siendo también seco en palabras, era más abierto cuando sabía que tenía auditorio digno de su sabiduría.
Una noche después de tentar en su finca de Segovia nos quedamos de sobremesa con Antonio Bienvenida, el escultor Sebastián Miranda y Luis ‘El Estudiante’. Faltó Cañabate, que por entonces ya estaba muy malito, mientras el trepa de Zabala rezaba para que le dejara cuanto antes la tribuna de las hipocresías del ‘Abc’. Fue una de esas noches inolvidables donde el viejo filósofo de toros sentó cátedra de lo que debe ser un buen torero. El toreo por dentro. Pero lo del ‘Vito’ era distinto a todo. Conocía el toreo por dentro y desde abajo, había sido figura de los novilleros, matador a la sombra de su padrino Carlos Arruza, luego el mejor banderillero de esta época y después también maestro en el arte de escoger en el campo la corrida que mejor le iba a cada torero, a cada plaza y a cada empresario. Entre Domingo Ortega y ‘El Vito’ hay la misma diferencia que entre una conferencia de Don Miguel de Unamuno y la vida del Lazarillo de Tormes. Por mucha gloria que alcance Unamuno, las aventuras de Lázaro quedarán para siempre en el alma del pueblo. Una hora me tuvo al teléfono. Un torrente de recuerdos. Entre lo mucho que habla Julio y lo poco que me gusta estar callado, había que recuperar el tiempo perdido.
Lo conocí un invierno a principios de los sesenta cuando yo acababa de entrar en ‘El Ruedo’ y paramos a comer en el Parador de Bailén con Luis Miguel, Jaime Ostos y Luis Segura. Lo más curioso de aquella reunión fueron las ocurrencias de Lucía Bosé (todavía bellísima) traduciendo al idioma casero los tecnicismos de Luis Miguel. Su conclusión fue gloriosa: «O sea, que según Luis Miguel, el secreto del toreo está en la altura y la distancia que debe llevar la muleta durante la faena». Eso es lo que nos había querido explicar su marido en media hora de pontificar. De pronto, nos quedamos sorprendidos ante dos hombrones que estaban pegando carreras y saltando los setos del jardín. Eran ‘El Vito’ y Luis González que entonces iban de ‘pareja-espectáculo’ en la cuadrilla de Ostos. Iban a torear un festival en Andújar y aquella tarde Luis Miguel dijo que me fijara en un muchachote fornido de Zaragoza: «Ése acabará cuajando en un gran banderillero». Y no se equivocó. Aquel mañico era Pepito Gracia, hijo del conserje de la plaza de Zaragoza y padre de ‘El Tato’, el inesperado nuevo ‘manager’ de El Juli, que de pronto ha olvidado todo el cariño que siempre me ha tenido su familia y de la sorprendente memoria de su padre que se sabía algunas de mis crónicas y las soltaba de golpe en las muchas noches de juerga que pasamos juntos. Aquellos tentaderos No puedo reflejar en esta crónica la historia de esa hora telefónica anotando cuando íbamos a los tentaderos de Urquijo en el Cortijo de ‘Juan Gómez’. Allí se tentaba después de la feria de Sevilla cuando ya el sol achicharra. Empezábamos al amanecer y tentábamos diez vacas hasta que empezaba a calentar. Luego volvíamos a las siete hasta que se hacía de noche. Entonces probamos aquel semental ‘Dominó’, un prototipo de Murube que salió extraordinario. Se lo compró Litri en un millón de los de entonces (cuando las corridas valían sesenta mil duros) y fue un desastre de semental porque no ligó con ninguna vaca. Otro día fui a tentar a lo de Joaquín Buendía, cuando aquellos santacoloma salían rabiosos de casta y los toreros decían que tenían ojos de locos cuando los miraban. Mi sorpresa es que al empezar en la placita de la ‘Hacienda Bucare’ se presentó de improviso ‘El Vito’: «Mi arma, m’enterao de cazualidá que venías a lo de Buendía en la Venta de Antequera y m’a fartao tiempo pa’vení. No te vayas a equivocá que ezto no lo conoces, que aquí una vaca te pué rajá encuantito te encantilles...». «¡Julio!, si yo estuve ya en los de Isaías y Tulio Vázquez, en lo de Albaserrada y en los gracilianos de Arranz. Pero Julio seguía en sus trece: «Y que no te vayas a equivocar, que aquí te puede pasar de todo cuando más descuidado estés». No pasó nada. Las vacas salieron muy picantes pero manejables si se les tapaba bien la cara con la muleta. Mi amigo ‘Vito’ no respiró tranquilo hasta que no le dimos puerta a la última. Entonces comprendí el gran respeto que les tenían los toreros a los torillos terciaditos de Santa Coloma. Y por qué las figuras de ahora no han descansado hasta quitarlos de todos los carteles. Prefieren los borregos de Domecq porque ¡Dios te libre de un Santa Coloma listo! Amigo leal, Julio defendió siempre mi amistad. Cuando el taurinismo empezó a odiarme por ‘derrotista’ siempre sacaba la cara por mí. Una noche en los premios de ‘Río Grande’ en Sevilla un grupo de cronistas andaluces empezaron a despotricar contra mí. Julio pegó un puñetazo en la mesa y los cortó en seco: «A los buenos toreros le hacen falta muchos críticos como Navalón, que sabe de esto y no cuenta mentiras como todos ustedes». Y desde entonces, cuando está él delante nadie se atreve a soltar una guasa contra mi persona. Algo parecido ocurrió años después con Antonio Ordóñez, también en los premios de ‘Río Grande’ cortó en seco a los difamadores y se extrañaron que siendo enemigos de muchos años sin hablarnos, el rondeño se pusiera de mi parte: «Entre todos vosotros no le llegáis a la suela del zapato». Seguimos otro par de años sin hablarnos hasta que un día hicimos las paces en la feria de Albacete, cuando Danielico Ruiz era solo el corralero de los Choperitas. Dios te guarde Julio ’Vito’, flor de los banderilleros, rumbo y señorío de los toreros viejos, de los pocos que vivieron enamorados del traje de luces como la ilusión suprema de su vida. Y que sirva de ejemplo cómo un crítico maldito y un grandioso torero pueden ser amigos hasta la muerte.
Fuente: http://www.alfonsonavalon.com/paginas/ultimas%20cronicas/29.htm
Para visualizar el video pinchar sobre los enlaces:
No hay comentarios:
Publicar un comentario