EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

viernes, enero 07, 2022

LA MAYOR PESADUMBRE DE MIURA

"Cuando por primera vez en la historia de los Miuras, Juan Belmonte cogió el cuerno a un toro de la trágica divisa". 

Belmonte cogiendo el cuerno del Miura, por el pitón, por la pala y por la mazorca
  
Miuras para Belmonte, Gallito y Gaona

Corría el mes de abril de 1914. Sevilla ardía en fiestas, conmemorando su clásica y renombrada feria primaveral, y la bella capital andaluza, de San Telmo a la Alameda, de Triana a la Macarena, esa alegre pandereta en la que un hervidero de gente forastera se mueve dificultosamente bajo el toldo azul purísimo de su cielo sevillano y entre aromosos efluvios de albahaca y de jazmines. 

Es precisamente el día 21 cuando, a la caída de la tarde, un venerable anciano —tez morena, curtida por los vientos marismeños, largas y nevadas patillas, traje campero y clásico sombrero de ala ancha— pasea inquieto, nervioso, pero todavía con aire gallardo y majestuosa altivez, por su despacho de la plaza de la Encarnación. 

Hace tiempo que don Eduardo Miura no asiste a las corridas; mas su tradición ganadera, su conciencia y escrupulosidad, su afición ilimitada a la cría de reses bravas permanecen intactas, exhibiéndose a plena luz, cual airosos blasones —de íntimo orgullo, manifiesto desinterés y elevado señorío— que caracterizan y enaltecen, aún más si cabe, su persona y su divisa. 

Don Eduardo no acude ya a ninguna Plaza, pero conoce todas las reses tde la temida vacada de que es propietario, siguiendo con creciente interés las faenas camperas, y estando, al propio tiempo, exactamente informado del resultado y pelea de los toros en las arenas de los circos. 

Aquel 21 de abril, a que nos venimos refiriendo, don Eduardo mostraba una impaciencia extraordinaria por saber lo ocurrido en el ruedo de la Maestranza. ¡Menuda expectación había aquella tarde! Una buena moza de Miura para Gaona, Gallito y Belmonte. El interés y la pasión se desbordaban por la Plaza y fuera de ella, pues el trianero, herido por un veragüeño el día 15 en Murcia, y habiendo perdido por tal causa las dos corridas del 18 y 20 de la citada, feria sevillana, se pre- sentaba ante sus paisanos nada menos que con la miurada. 

La noble ancianidad del hidalgo andaluz —garbosa y recia— va y viene de un extremo a otro, consultando varias veces el reloj de la estancia. 

—Son las seis y la fiesta debe de andar por el último toro—dice para sus adentros. 

Y en tan agobiante espera acuden a la mente del veterano ganadero multitud de recuerdos, gloriosos unos, trágicos otros, que dieron fama a sus toros. 

Como en visión cinematográfica desfilan por la mente desasosegada de don Eduardo fechas, personas y hechos que compendian la historia de la vacada. Y aparece su padre, don Juan, fundador de aquélla en 1842 con doscientas veinte vacas de Gil Herrera, a las que en 1849 adiciona otras tantas de Albareda, y ciento sesenta y ocho becerros de igual procedencia. Viene luego nueva adquisición, en 1850, de machos y hembras de Cabrera, y en 1854, de dos senientales de Arias de Saavedra, oriundos de Vistahermosa, de cuya cruza surge el tipo de toro agalgueñado, ágil, flexible, duro, bravo y «de sentido». Recuerda el fallecimiento de don Juan y el paso de la ganadería a su hermano don Antonio, que la posee desde 1863 hasta 1893, y de aquí en adelante su disfrute como único dueño. 

Con tristeza medita el viejo ganadero sobre amargos recuerdos que dieron máxima celebridad a la divisa, mas también se enorgullece de seguir criando toros con seriedad y trapío, fortaleza y romana, bravura y ligerera, aptos tan sólo para diestros que sepan lidiarlos. 

—El auténtico toro no se deja hacer caricias en los pitones—masculla por lo bajo ante el hecho cierto de que ningún torero se haya atrevido a coger los cuernos a sus toros. 

Hundido en estos rápidos pensamientos, y quizá con un extraño presentimiento, el patriarcal ganadero se asoma al balconcillo de la habitación. Por la calle, grupos de personas discurren comentando acaloradamente la corrida, y por sus gestos comprende don Eduardo que algo anormal ha ocurrido. 

Y los segundos que el tic-tac del reloj va marcando le parecen meses. 

—¿Da «usté» su permiso?—balbucea, respetuosa y tímidamente Antonio, el mayoral. 

Don Eduardo clava su mirada anhelante en el vaquero, como esperando una contrariedad. 

—¿Qué ha pasado? 
 
—Una «esaborisión», señor. ¡Lo que nunca ha sucedido con nuestros toros! Yo estoy «abochornao». 

—¿Pero qué nueva tragedía ha ocurrido? —gritó, impaciente, don Eduardo? 

—Pues «na», señor. ¡Belmonte ha cogido al toro berrendo el cuerno derecho por el pitón, por la pala y por la mazorca! 

—¡No es verdad! ¡Completamente Imposible! ¡A mis toros nadie les ha cogido los cuernos! ¿Estás seguro de haberlo visto? —Tan cierto como que en estos momentos todavía alumbra el sol. Los señoritos don Antonio y don José lo han presenciado como yo. 

—¿Un torero cogiendo el cuerno a un toro mío?... 

Fuente:Semanario gráfico de los toros El Ruedo. Año III. Madrid, 26 de diciembre de 1946. N° 131.  

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