ALFONSO NAVALÓN GRANDE
A veces te das cuenta que la vida se va acabando y llevas muchos años sin ver a viejos amigos de los años dorados. Esta Navidad el primero que me felicitó fue Julio Pérez Vito, la mayor gloria de los banderilleros vivos. Pienso que hace más de 20 años que no nos vemos, que no he vuelto por Sevilla ni él sale de allí. De pronto, cuando surge alguna falsa figura del tercio de banderillas, como Ferrera, me indigna la ignorancia de los públicos y de los críticos y recuerdo a las gentes cómo hacía la suerte Julio Vito. Explico su parsimonia para ir a la cara del toro, su forma de clavar cuadrando en la cara y aquel salero de salir andando despacito, sin despeinarse, sin volverse a mirar al toro que iba por su camino dominado, y lo comparo con estos tirititeros de las carreras, los brincos y las salidas alocadas perseguidos por el toro y saltando al callejón. Me indigna que lo que más aplaude la gente sea ese salto al callejón, señal clara que ha sido desbordado por el toro. Julio jamás saltaba al callejón porque, al salir del par, dejaba a los toros clavados en su terreno y él salía de la suerte, sin mirarlo con esa chulería antigua del ¡ahí queda eso!.
A veces te das cuenta que la vida se va acabando y llevas muchos años sin ver a viejos amigos de los años dorados. Esta Navidad el primero que me felicitó fue Julio Pérez Vito, la mayor gloria de los banderilleros vivos. Pienso que hace más de 20 años que no nos vemos, que no he vuelto por Sevilla ni él sale de allí. De pronto, cuando surge alguna falsa figura del tercio de banderillas, como Ferrera, me indigna la ignorancia de los públicos y de los críticos y recuerdo a las gentes cómo hacía la suerte Julio Vito. Explico su parsimonia para ir a la cara del toro, su forma de clavar cuadrando en la cara y aquel salero de salir andando despacito, sin despeinarse, sin volverse a mirar al toro que iba por su camino dominado, y lo comparo con estos tirititeros de las carreras, los brincos y las salidas alocadas perseguidos por el toro y saltando al callejón. Me indigna que lo que más aplaude la gente sea ese salto al callejón, señal clara que ha sido desbordado por el toro. Julio jamás saltaba al callejón porque, al salir del par, dejaba a los toros clavados en su terreno y él salía de la suerte, sin mirarlo con esa chulería antigua del ¡ahí queda eso!.
Julio Vito tiene una hija que maneja el ordenador y el viejo torero se emociona leyendo las crónicas que de tarde en tarde dedico a su maestría. Y me llama en conversaciones interminables recreándose en el mundo de los recuerdos. “¿Tú estás bien, mi “arma”?”Man disho” que tienes una mujer “mu” guapa que te quiere “musho”! “Yo estoy superior, Julio, ni colesterol, ni diabetes, ni nada de lo que tiene la gente de mi edad.” “Pues eso es lo que “hase farta”, que vivamos muchos años, disfrutando de haber “sio” figuras en lo nuestro…!”
A veces me acongoja el recuerdo de los grandes amigos que seguramente ya no volveré a ver porque ya no salimos de nuestro territorio, como hacen los sementales viejos cuando se le pasa el celo del poder.
RESENTEMIENTO
En esta mañana de febrero al cruzar el puente del río Tormes sentí la angustia de localizar a Pepe Tonetti, al que perdí la pista hace muchos años. La última vez que lo encontré en Madrid con su vitalista apariencia de atleta, llevaba ya varios años retirado. Me contó que vivía en la libertad del campo, rodeado de todos sus recuerdos del circo, que lo tenía delante de la casa con su “rulot” como si todo estuviera a punto para actuar esa misma tarde. Recuerdo, de niño, cuando mi padre me llevaba a la feria de Salamanca, por la tarde a los toros y por la noche al circo, donde Pepe y su hermano Lolo nos tenían con la boca abierta y la risa a borbotones. Después cuando empecé a recorrer mundo en todas las corridas de las grandes ferias lo veía en la puerta de arrastre, encaramado en un taburete junto a los mulilleros. Iba a los toros vestido ya de payaso hasta que llegaba la hora de la función y salía disparado para empezar su actuación de la tarde. A veces sólo le daba tiempo de ver el primer toro, luego me llamaba al hotel para que le contara la corrida. “Porque de los demás no me fío” y a veces me iba a cenar con él en su camerino rodante. Hasta que un día descubrí que también era torero y que su verdadera vocación era la de haber sido cómico en los ruedos como los del Empastre o El Bombero Torero.
Fue una tarde en la finca de Baltasar Ibán, cuando Paco Camino y servidor, después de varios años de distanciamiento, hicimos las paces recordando aquellos años de Salamanca cuando él era novillerito puntero y yo toreaba en casi todos los tentaderos. Pepe me pidió la muleta en una vaca que le gustó y se puso a imitar a todas las figuras del momento, sobre todo a El Cordobés, por afinidad de estilos: “Manolo y yo somos los mejores payasos de la historia” y se retorcía gesticulando con aquella risa contagiosa.
REIR SOBRE LA MUERTE
Una tarde estábamos en la feria de Burgos Y Tonetti no apareció en la puerta de arrastre. En Burgos podía estar más rato porque tenía el circo justo al lado de la plaza. Pepe estaba en Madrid en el entierro de su padre. Salió de madrugada con su hermano y volvió a tiempo de pintarse la cara y estar en la pista para hacer reír a ese público que lo adoraba. Hizo los chistes de siempre, sus carcajadas y sus piruetas eran más espectaculares que nunca y cuando acabó la función se derrumbó sobre un taburete y sus lágrimas de payaso, resbalando sobre los colorines del maquillaje, me llegaron al alma.
Era un hombre de grandes sentimientos solidarios, pendiente siempre de los malos tragos de los amigos. Un día me llamó para realizar una idea que llevaba mucho tiempo metida en la cabeza: “Vamos a fundar el club de los payasos para recoger a todos los viejecitos del oficio y tengan un lugar bonito para vivir sus recuerdos de artistas” Pero como no había dinero organizó un festival en la plaza de Vista Alegre. Las grandes figuras le respondieron, a pesar de que muchos estaban en América, y sólo un gilipollas se negó, alegando que si toreaba yo él no iba. Pepe estuvo grandioso en la respuesta: “Alfonso es mi amigo y va a torear; así que tú eres el que sobra en el cartel”.
Fue una mañanita soleada, antes de empezar la temporada en Las Ventas y la antigua plaza de Vista Alegre se llenó hasta los topes. En gran parte porque nuestra madrina era Lina Morgan que, aparte de un importante donativo, la noche anterior metió una cuña en su programa de televisión para hablar del festival de los payasos. Aquello fue un éxito en todo. Toneti salió vestido de corto, con un traje a medida que le hizo Luis Álvarez, un cotizado sastre de toreros de la época. Recuerdo que cuando le tocaba hacer su quite a Andrés Vázquez me invitó a salir y toreamos al alimón por chicuelinas, algo insólito en aquellos tiempos porque era una suerte olvidada hasta que varios años después la resucitó Esplá actuando con su hermano Tono.
EL SUICIDIO DE LOLO
Cuando llegó aquella crisis del circo, Tometi sobrevivió a fuerza de superarse y, como la gente lo adoraba, fue salvando trabajosamente aquel hundimiento de las taquillas. En cambio su hermano Lolo se hundió en una terrible depresión y una mañana, cuando Pepe se levantó para hacer sus ejercicios de gimnasia, se lo encontró ahorcado. La muerte del hermano lo sepultó en el desánimo. La noche que volvía de enterrar a su padre tuvo agallas para seguir en la pista. Ahora ya no pudo pensar en aquella vieja canción italiana: “Riddy pallayasi, ríe tú payaso que esa es tu misión/ que importa si adentro te llora el corazón…” Y colgó para siempre sus viejos zapatones de farsa.
Muchas veces he pensado en esta grandeza de espíritu de los payasos. De su capacidad para sobreponerse al dolor para hacer feliz al público. Una noche en Madrid, dando los coloquios en el Círculo de Bellas Artes, se me había caído el mundo encima y me sentía tan hundido que no era capaz de empezar. Estaba llorando en los lavabos y sentía las protestas de la gente por la demora. Me acordé de Tonetti, seguí su ejemplo y estuve hablando una hora más de lo que acostumbraba. Mantuve al público en vilo toda la noche, sentí esa soberbia de dominar a la masa y acabar rodeado de abrazos y ovaciones. Aquella tarde había simulado una faena “memorable” Curro Romero, cuando sólo era una ilusión de sus incondicionales. Tuve que enfrentarme a todos los que estaban convencidos de haber visto algo insuperable. Menos mal que las imágenes del vídeo me dieron la razón. Como sería la cosa que un grupo de incondicionales me llevaron de juerga por la noche de Madrid y cuando a media mañana caí en la cama es como si me hubieran curado todas las heridas del alma.
Os decía que esta mañana al cruzar el Tormes me propuso localizar a Pepe Tonetty para volvernos a ver, barruntando que ya le quedaría poca vida. Por la noche el telediario dio la noticia de su muerte. No sabía que tenía 84 años y que le había llegado la hora sin poderle dar el último abrazo. Me dio rabia el tono distante de la noticia y después el silencio de los periódicos, como si mi amigo del alma no fuera el último rey de los payasos. Bien mirado ya no hay sitio para estos seres entrañables y grandiosos. Ahora las payasadas las hacen los ministros en la televisión. Casi todos los días.
Fuente: http://www.elchofre,com/
Un derroche de genialidad literaria del Maestro Navalón.Un artículo con el que logra conmover al aficionado,su paso por el toreo cambió muchas cosas.Él último auténtico maestro de la crítica de conocimiento,honestidad y veracidad taurina.
ResponderEliminarDesde Surco.
P.D.Felicitaciones senor Paccini por el sentido homenaje y reconocimiento al Maestro.
E.A.V.