Homenajeando al Maestro
Antonio Ordóñez, Curro Romero, Rafael de Paula y Antoñete.
Me los robaron para venderlos por veinte mil duros.
Alfonso Navalón
Nunca he sido partidario de convertir mi casa en un museo taurino. Cuando me hice ganadero tenia en la finca unos cencerros que resumían la historia de las divisas más destacadas, colocados en lo alto de una estantería tenia los cencerros de Miura, Pablo Romero, Conde de la Corte, Urquijo y Graciliano Pérez Tabernero, más el de Manuel Arranz como fundador de mi ganadería.
Los toreros me ofrecieron muchas cosas (aparte de millones por ponerlos bien), pero ese mundillo me atraía muy poco y no quise llenar mi casa con vitrinas de trajes de luces de tardes de gloria. Sencillamente porque muy pocas veces la categoría artística no tiene nada que ver con la presencia humana de muchos ídolos de multitudes que en traje de paisano son como para echarse a correr.
Mi historia de hoy se resume en cuatro capotes que pasaron a la historia del toreo con letras de oro... Uno era el de la reaparición de Antonio Ordóñez en Málaga, cuando ya no era ni la sombra de lo que fue antes de los años sesenta. Me lo ofreció delante de todos sus acérrimos partidarios que se llevaron un gran disgusto, considerando que los hacia de menos regalándoselo a un crítico provinciano recién llegado al mundillo taurino. Son los mismos que se escandalizaron cuando en el Hotel Astoria de Valencia me dijo Ordóñez en las fallas de 1963, cuando sólo había publicado cuatro crónicas en "El Ruedo": "tú serás la nueva grán figura de los críticos". Estaban delante José Maria Jardón, Pedro Balaña, Diodoro Canorea y el viejo Pablo Chopera con Barceló empresario de Benidorm y Alicante. El viejo Chopera cortó a Ordóñez "me parece que te estas pasando. Navalón sabe mucho pero tiene todavía más peligro. No nos conviene".
El otro capote era de Curro Romero en una tarde gloriosa de feria de Sevilla en la Maestranza donde al cabo de muchos años confesó que fue el día que mejor había toreado de capa en toda su vida. Cómo seria que le tocaron la música. Habíamos tenido un disgustillo por una mala interpretación de su mujer Conchita Márquez Piquer y Curro para congraciarse me regalo aquel capote histórico.
El otro pertenecía a Rafael de Paula y con el, ejecutó aquel quite por verónicas en un toro de Julio robles, el año que se presentó a confirmar su alternativa en Madrid, después de trece años rodando por las plazas de Andalucia sin alcanzar más gloria que los cantes de los flamencos. Aquella noche lo fuimos a ver al Hotel Wellington con toda la plana mayor de los ejecutivos de Rumasa, que me habian contratado para dar ocho conferencias en Andalucia. Eran adoradores incondicionales del gitanito rubio, con Ruiz Mateos al frente en pleno poderío social y económico antes de que el actual marido de Isabel Preysler arremetiera con la expropiación. Aquella corte iba a llevarnos a cenar al restoran más caro de Madrid y se quedaron de piedra cuando le dije a Rafael que habia sido una pena dar unos lances tan bonitos cambiando tanto el terreno en vez de ligarlos seguidos como lo había visto otras veces. Cuando trataban de increparme por mi osadía, Paula los aparco "Tiene toa la razón el de Salamanca. Otras veces he toreado mucho mejor con el capote. Lo que pasa es que en Madrid no me habian visto y le ha parecido mucho más de lo que ha sido".
El capote de Antoñete era el de la famosa media verónica que repitieron tantas veces en Televisión, y tampoco se le hizo justicia porque otras mucho mas perfectas y mas lentas. Pero fue una tarde de gloria y la gente estaba loca con el viejo del mechón. Antonio tenia entregada la plaza y cuando remato la media, los tendidos se pusieron en pie con una ovación delirante.
Luego tuve más capotes. Cada vez que los toreros venían a torear a mi casa me dejaban un capote y una muleta. Tuve capotes de Capea, Manzanares, Roberto Domínguez, El Yiyo, Julio Robles y dos muletas de Andrés Vázquez. Me quede con la gana de conservar algo de Rafael Ortega que ha sido el que mejor he visto torear en toda mi vida y con algún recuerdo de Manolo Vázquez que cuajo una vaca mía magistralmente. Pero no hubo ocasión. De todos estos capotes el que mas use toreando fue el de Antonio Ordóñez, pero tuve que acomodarlo a mis medidas porque era como una manta. Fue Tito el mozo de espadas de Andrés Vázquez quien le cortó más de una cuarta de los bajos para poderlo manejar a mi antojo. Ahora que recuerdo toreé muchos festivales con un capote de Antonio Bienvenida que no tenía ninguna historia especial. Simplemente me lo regalo al terminar un tentadero en Huelva en la plaza de Tomás Prieto de la Cal. Una plaza que tenia un dolmen debajo del palco de invitados y donde nos tomo el pelo Miguel Litri que se quedó asando sardinas mientras nosotros pasábamos las de Caín con aquellas vacas jaboneras que se colaban por donde menos esperábamos. En uno de los atragantones de la lidia, Bienvenida me comentaba desesperado:" Con estas vacas se me ha olvidado torear ¡Ninguna va por donde la mando!Cuando acabó el tentadero el Litri viejo se reía de nosotros "Ahora os enterareis porque me quede asando sardinas"…
Desaparecieron
Cuando mi separación, mi difunta esposa se quedó con todo y los tres hijos se vinieron conmigo, por todo lo cual el juez me condenó por "abandono de familia" ¿Quién entiende eso si los hijos se vinieron conmigo? El caso es que la pobre señora sentía un apego especial por lo ajeno y aparte de muebles antiguos y obras de arte por valor de cincuenta millones, se quedó también con los capotes históricos, vendiéndolos por cien mil pesetas, cantidad ridícula porque todos estaban dedicados y firmados por aquellas grandes figuras. Un abogado de Madrid, amigo mío me contaba que el año siguiente pago un anticuario doscientas mil pesetas por el de Curro Romero.
Como estaba escrito que no conservaría nada de mi historia de crítico y torero aficionado, un dia vino un torero a uno de los últimos tentaderos y al dia siguiente recordé que habia dejado los trastes de torear y los zahones en un burladero, habian desaparecido porque alguno de mis invitados tuvo el acuerdo de virlármelos. Le tenia especial cariño a los zahones, hechos con todo el capricho por el maestro guarnicionero de Puebla del Río (el mismo que trabaja para los Peralta). Tenia grabados en los bordes el hierro de las ganaderías de los amigos y encima de la bragueta el mío con una leyenda que decía "Escribir y Torear". También me robaron unas polainas repujadas que eran un primor de artesanía, a juego con unos botines de piel de becerro con la puntera puenteada en relieve.
Ahora, como hace dos años que no toreo, ya no me hacen falta pero me queda la tristeza de haber perdido aquellas joyas del arte de torear.
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