Tauromaquia para postmodernistas.por Rafael Cabrera
Don Antonio Bienvenida, cargando la suerte.
Ortodoxia, pureza, ética y estética del toreo
Curro Puya, “Gitanillo de Triana”, cargando la suerte
en una verónica
Emilio Muñoz cargando la suerte en un soberbio
derechazo
“En un meditado estudio,
titulado Elementos técnicos del arte de torear (en Tauromaquias vividas.
Aula de Tauromaquia 8. Madrid, CEU Ediciones, 2011) abordábamos el
complejo asunto de cargar la suerte. Para ello, y con objeto de no centrarnos en
nuestro propio parecer, traíamos a colación las palabras que diferentes
tauromaquias y maestros han vertido sobre el tema. Así pues, no son ideas
nuestras, sino de quienes -desde la práctica y la teoría- se han vestido de
luces y han alcanzado el grado de Maestro. Critiquen pues, quienes de ustedes no
estén de acuerdo con los asertos vertidos, a Paco Camino, Antonio Ordóñez,
Rafael Ortega, Domingo Ortega, Marcial Lalanda, o Antoñete (cuyas palabras
presiden este blog, por cierto), entre otros muchos a los que podríamos citar.
No es pues una elucubración más de un aficionado más o menos práctico, sino las
opiniones de quienes han alcanzado la maestría en el arte de torear, de forma
indiscutible.
El estudio es mucho más
amplio de lo que ahora les reproducimos, pero permítanme resumirles los
siguientes párrafos:
Rafael Ortega. Imagen de su tauromaquia
Rafael Ortega, uno de los
diestros que más cosas interesantes ha dicho en los últimos tiempos, es claro al
respecto: “Todo toreo es bonito y bueno, lo mismo toreando de frente con los
pies juntos que haciéndolo con el compás abierto. Sin embargo, en mi concepto
lo más puro es dar medio pecho, con el compás abierto lo justo -ni mucho ni
poco- para cargar la suerte apoyando el peso sobre la pierna contraria”
(José Luis RAMÓN, Todas las suertes por sus maestros, Espasa, Madrid,
1998, pág. 261). (…)
Pero el concepto sigue
vigente en la tauromaquia actual, e incluso ha sido la base para el toreo de
figuras como Paco Camino, que ha llegado a afirmar que “Hay una secuencia muy
clara: cuanto más lejos se cogiese al toro, y cuanto más lejos se le dejase,
mejor que mejor. La ausencia de verticalidad implica que el torero, al ejecutar
un natural, se encuentre vencido (incluso podríamos decir que un poquito echado
hacia adelante) en la dirección en la que está embistiendo el toro. Es decir, su
figura está levemente inclinada hacia el lado y sobre la pierna en la que se
está cargando todo el peso de la suerte” (José Luis RAMÓN, Todas las
suertes por sus maestros, Espasa, Madrid, 1998, pág. 256). (…)
Joselito el Gallo, cargando la suerte a la verónica
al toro de Santa Coloma al que le cortó la primera oreja de la historia de la
Maestranza
Cargar la suerte
Pero sigamos con otro de los
aspectos verdaderamente importantes a la hora de valorar el mérito de un lance,
o de subrayar ese componente ético que debiera estar presente en el mismo.
Cargar la suerte. Cargar, no sólo supone adelantar la pierna correspondiente a
la mano con la que se cita al toro –o moverla hacia el camino que ha de seguir
éste-, obligándole así, al haber ganado terreno el diestro, a realizar una
trayectoria todavía más forzada de lo que su embestida natural le obligaría,
sino también a apoyar el peso del cuerpo sobre la misma. El notable escritor y
crítico, Pepe Alameda, afirmaba al respecto de diestros que el viera
cargar ortodoxamente la suerte: “Con el pie del cite adelantado se colocaba el
portugués Manolo dos Santos y también en sus principios Paco Camino, que ligaba
extraordinariamente el toreo en redondo, sobre todo con la izquierda, y Manuel
Benítez «El Cordobés», y varios toreros mexicanos, muy notoriamente Manuel
Capetillo y Manolo Martínez” (El hilo del toreo, Espasa, Madrid, 1989,
págs. 127 y ss.). (…)
Vayamos por partes. En primer
lugar, al adelantar la pierna de la mano del cite, se le gana terreno al toro.
La pierna pasa a ocupar un espacio por el que habría de transitar la res
momentos después, y por ello, el diestro se obliga a sí mismo a forzar –de nuevo
y todavía más- el recorrido que ha de llevar el toro durante el lance,
desviándolo aún más de esa embestida recta, paralela, o con un amplio radio de
curvatura, que seguiría si no fuera sometido a los vuelos de capote o muleta.
Si, ya al citar con la muleta por delante, se obligaba al toro a describir una
curva para evitar con ello el cuerpo del espada, ahora, al adelantar la pierna
sobre el terreno del toro, se le obliga todavía más a recorrer una curva más
pronunciada en torno al lidiador.
El momento en el que debiera
adelantarse la pierna se discute en varias de las tauromaquias consultadas, o
más que discutido, se apuntan diferentes momentos. Hay quien afirma que la
pierna debiera adelantarse en el momento de realizar el cite, y, sin embargo,
otros afirman que la pierna debiera adelantarse en el momento en que el toro
resulte embarcado. ¡Qué duda cabe que, siendo el momento del embarque posterior
al del cite, mayor mérito tiene adelantar la pierna y cargar la suerte cuando se
embarca definitivamente al toro en el engaño! Al adelantar la pierna, en ese
momento y no antes, el espada tiene menos tiempo y probablemente menos recursos
para conseguir desviar la trayectoria del animal, mientras que, por el
contrario, dispone de unos instantes preciosos para poder corregir y modificar
la trayectoria del toro, mediante el movimiento de la muleta o del capote, si se
cargó la suerte al provocar esa misma embestida.
Pero, como decíamos, cargar
la suerte no estriba tan sólo en adelantar la pierna de la mano del cite sobre
el terreno que ha de ocupar el toro a continuación, sino que también consiste en
afianzar el peso del cuerpo del espada sobre esa misma pierna. Al apoyar el peso
del cuerpo sobre ese pie, el espada queda, hasta cierto punto, inmovilizado y
clavado en ese terreno donde residen las virtudes máximas del toreo. Se
disminuye con ello la posibilidad de que pueda, fruto del temor, de las dudas, o
incluso de una embestida destemplada o descompuesta del animal, rectificar el
terreno “echando la pata atrás”, como suele decirse en el argot taurino.
Marcial, cargando la suerte en una gaonera
Así que, no sólo se gana
terreno y con ello queda clara la posición dominante del valor, la inteligencia
y la técnica del matador, sino que también existe menor capacidad para la
rectificación, la retirada o la huida, y se obliga al astado a seguir una
trayectoria mucho más forzada, y por ende mucho más toreada, en torno al cuerpo
del espada. Ello obliga, en definitiva, a mandar mucho más sobre la embestida de
su oponente, de ahí que el mérito y el valor que suponemos al diestro que lo
ejecuta sea superior al de aquel de hurtar la pierna, esconderla o retrasarla,
cuando llega el toro a su jurisdicción.
Y, sin embargo, es vicio
corriente el que hoy retrase el matador esa pierna que debería adelantar y
cargar, cediendo así su terreno al toro, cediendo así parte de la ética del
lance, y permitiendo que el toro siga un recorrido mucho menos obligado y
forzado que de otra manera, con el único objeto de ligar. Al retirar esa pierna
el lidiador, es verdad que al toro se le obliga mucho menos, que va más cómodo y
no tan forzado, porque sigue una trayectoria más rectilínea o en todo caso con
un radio de curvatura superior, pero no lo es menos que en un arte como el de la
tauromaquia, en el que un hombre se enfrenta a una fiera en arriesgada pero
valerosa lid, el retroceder, como sucedería en cualquier batalla, es un hecho
vergonzoso que sólo debería quedar relegado a casos de verdadero apuro, cuando
el toro se venza o se ciña al espada en demasía. No obstante, parece práctica
habitual en los tiempos que corren que, con objeto de ligar mejor los muletazos,
el espada pierda ese terreno. Esto es, que no sólo no adelante la pierna ganando
el mismo y cargando sobre ella la suerte y el cuerpo, sino que la retrase en
práctica constante para ir cediendo terreno al toro y conseguir ligar así una
serie de derechazos o naturales. Todo ello lo aplaude el público, es cierto,
pero no es menos verdad que la ética y el riesgo que asume el lidiador es
notablemente inferior al que se produce cuando se carga la suerte, adelantando
la pierna de la mano del cite. Por otro lado, dado que el espada reconsidera su
posición constantemente, casi nunca suele estar bien colocado en el siguiente
lance y, una de dos, o bien cita absolutamente descolocado, o le deja la muleta
en la cara, sin terminar de rematar el pase, para hacerlo girar en su derredor,
sin pasarse nunca los pitones por la faja, cual de si de un eje de peonza se
tratara.
Por el contrario, cuando se
carga la suerte, el toro ha de describir todavía una curva más pronunciada que
la que, de por sí, trazaría cuando la muleta le embarcase por delante del cuerpo
del lidiador, al haberse producido el cite en las circunstancias más ortodoxas.
Y al desviarlo todavía más de su trayectoria natural, ¿no tendrá más mérito el
lance llevado a cabo? ¿No será aún más valeroso y técnico el pase? Y, sin
embargo, cuántas veces se aplaude precisamente lo contrario, ¡vivir para ver!
Y como al principio de este
epígrafe citábamos a Pepe Alameda, no nos resistimos ahora,
tampoco, a traerlo a colación para que, en parte, se desdiga y ahonde en el
concepto de la suerte cargada, mencionando la corrida de los siete toros de
Martínez toreada por Joselito en Madrid, en 1914: “Cuál no sería mi
asombro al ver de pronto que Gallito citaba con la muleta en la izquierda
y, en vez de mandar al toro hacia afuera, lo hacía venir por su línea natural,
sin «expulsarlo»; reunido hacia su pierna izquierda, que permanecía fija sobre
su punto de apoyo inicial. Luego, José llevaba la muleta atrás, para
marcar el viaje en redondo. Y, una vez consumado el pase, sin quitar la muleta
de la cara y sin mover de su sitio aquella pierna izquierda -la pierna «eje»-,
volvía a tirar del toro y repetía la suerte, logrando el toreo en
redondo”(José ALAMEDA, op. cit., pág. 179). Con ello, no hace sino recalcar dos
cosas: primero la importancia de la cargazón del peso del cuerpo sobre la pierna
de entrada, fija en su terreno, inmóvil; y segundo que para ligar no es
necesario atrasar la pierna cargada, sino que “la pierna eje” permanece en su
lugar, afianzada sobre el terreno conseguido, para, al generar el lance
siguiente volver a volcar el peso del cuerpo, como lo hizo en la primera
ocasión, sobre la misma. (…)
Otros mucho más ortodoxos,
como Rafael Ortega, han sido explícitos en sus comentarios: “Hay que colocarse a
la distancia adecuada, y desde ahí traerle enganchado, citando con la voz y con
la muleta, echar la pierna delante para cargar la suerte, muy despacio y
prendido para, finalmente, rematar el pase detrás. No hay que llevarse la muleta
al costado, porque entonces lo que le pegas es medio pase” (José Luis RAMÓN,
Todas las suertes por sus maestros, Espasa, Madrid, 1998, pág. 261). (…)
El cargar la suerte pese a
que muchos se lo atribuyen directamente a Juan Belmonte, también es un concepto
que pasa más allá de los dos siglos de vida. Se encuentra perfectamente
detallado en la tauromaquia de José Delgado publicada en 1796, y desde entonces
se ha repetido de manera habitual en la mayor parte de las tauromaquias
escritas. Es verdad que, una cosa es mencionarlo en un texto escrito, y otra,
como siempre, llevarlo a la práctica. Probablemente con Juan Belmonte se
pusiese, no ya de moda, sino en práctica habitual con aquellos toros que por
aquel entonces lo permitían, y que tanto Domingo Ortega, como Rafael Ortega, o
Marcial Lalanda, por citar tres de las más importantes tauromaquias
contemporáneas, lo subrayan como componente imprescindible del lance,
imponiéndolo como requisito imprescindible en el buen toreo. Otro de los
defensores de la cargazón, entendiéndola en su doble acepción, de adelantar la
pierna y volcar sobre ella el peso del cuerpo, ha sido el madrileño Antonio
Chenel, Antoñete: “El natural, uno de los pases más puros y
fundamentales, es un perfecto resumen de mi manera de entender el toreo: en él
hay que avanzar la pierna contraria, dar el pecho al toro, adelantar la muleta
y, finalmente, llevarle atrás lo más despacio posible”, y añade más adelante
“No haría falta decir que al echar la pierna adelante te obligas a cargar el
peso del cuerpo en el muslo izquierdo, produciéndose en este momento un cambio
ya que antes, en el cite, todo el peso se había cargado sobre la derecha.
Lógicamente, tienes que meter los riñones” (José Luis RAMÓN, Todas las
suertes por sus maestros, Espasa, Madrid, 1998, pág. 252). (…)
Tauromaquia contemporánea:
Domingo Ortega
Y así, fruto de una
conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid, el 29 de marzo de 1950, surgirá
El Arte del Toreo de Domingo Ortega (Madrid, Revista de Occidente,
1950; aunque para la ocasión hemos utilizado la edición de Valencia,
Diputación Provincial de Valencia, 1985). (…)
Una buena parte de la culpa
de no ver torear se encuentra, y es su opinión aunque yo la comparta en buena
medida, en que “los aficionados… no han sido consecuentes en sus convicciones,
probablemente porque han sido partidarios de las personalidades de los toreros,
pero nunca, o casi nunca, conscientes de las buenas normas de practicar el arte”
(pág. 13).
Y es que, en su opinión, “Los
aficionados tienen mucha culpa por no haber seguido fieles a las normas
clásicas: Parar, Templar y Mandar. A mi modo de ver, estos términos debieron
completarse de esta forma: Parar, templar, Cargar, y mandar; pues
posiblemente, si la palabra cargar hubiese ido unida a las otras tres desde el
momento en que nacieron como normas, no se hubiese desviado tanto el toreo”
(pág. 15). Véase como Domingo Ortega, por caminos diferentes, llega a postular
los elementos del toreo tal y como se hiciese antes en tantas ocasiones,
desconociendo, eso sí, que el cargar la suerte estaba ya postulado casi desde
sus mismos inicios, desde la tauromaquia de Pepe-Hillo. “Sin
cargar la suerte, no se puede mandar, y, por lo tanto, en este
término iban incluidos los dos”, añadirá a continuación en detalle muy
apreciable. Y explicará su significado en las siguientes palabras: “Cargar la
suerte no es abrir el compás, porque con el compás abierto el torero alarga,
pero no se profundiza; la profundidad la toma el torero cuando la pierna avanza
hacia el frente, no hacia el costado” (pág. 15). Cargar la suerte, por tanto, es
adelantar la pierna de la mano del cite ganando terreno al toro, poniendo sobre
ella el peso del cuerpo de manera que impida retroceder, que el mérito del lance
sea mayor porque hay que desviar aun más la trayectoria del toro. En estos
tiempos que tan frecuente es el toreo de perfil, con el compás muy abierto en
ocasiones, y donde la pierna de la mano del cite se separa hacia atrás para
alargar el pase, pero en definitiva retrocediendo, ¡cómo resuenan las palabras
de Domingo Ortega en la conciencia del buen aficionado! (…)
De un Ortega a otro,
Rafael, el tesoro de la Isla
Años más tarde, y fruto de la
meditada actividad de otro diestro singular, Rafael Ortega, uno de los más
grandes lidiadores y estoqueadores del siglo XX, vería la luz otra obra
imprescindible en el panorama de las tauromaquias contemporáneas. Se trata de
El Toreo Puro, una sentida y espontánea charla en torno a la autenticidad
y las bases del arte de la tauromaquia (utilizo la edición de Valencia,
Diputación Provincial de Valencia, 1986)… Se trata, por tanto, de una
obra nacida y concebida en las dos últimas décadas del siglo XX, y por ello con
el telón de fondo de la más palpitante actualidad del toreo, algunos de cuyos
diestros siguen placeándose por los cosos de este mundo. (…)
Su concepto del toreo, en
buena medida, está ligado al del maestro de Borox: “Citar, parar y mandar. Se le
echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el
cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted
lo manda, lo lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de
Belmonte se dice: parar, templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega
añadió: parar, templar, cargar y mandar, que es lo que da mayor pureza al
toreo. Pero para mí es importante algo previo, citar, o sea, echarle el trapo
para adelante al toro. Llamarlo con la muleta quieta no es citar. También es
malo llamarlo con la zapatilla. El torero que lo da no es buen torero porque eso
es robar el pase, es la muleta la que tiene que adelantarse y citar. Así que lo
que yo veo, para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar,
templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte” (págs. 39-40). (…)
Y sin embargo vean que
claramente explica la importancia de un lance como la gaonera: “Por el
contrario, sí “he sentido” el echarme el capote a la espalda, que ahora no lo
hace nadie [escribe en 1986, cuando el lance era excepcional]; ese es un toreo
también muy puro, porque yo me echaba el capote a la espalda,
citaba, echaba la pierna para adelante y
cargaba la suerte, así que era un toreo de más
exposición, pues tiraba del toro con medio capote como si estuviese
toreando con la muleta [pero con el toro vivito y coleando]” (pág. 43).
Y dentro de su concepción
artística de los lances no podía faltar la descripción de la verónica: “La
verónica pura, la que rompe y domina al toro, es la que se da con
las manos bajas, cargando la suerte y ganándole
terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a
dominarlo con el capote, como digo, se te impone, y el torero va a la deriva…
Así que a los toros yo procuraba ligarles la verónica honda, con
el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que
el toro humillara” (págs. 43-44). (…)
“Como ya he dicho antes, el
torero tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que
se va a la oreja del toro, para castigarlo, no torea” (pág. 47). Y añade: “El
pase debe darse,cuanto más largo mejor, pero con cite y con
remate, y quedándose uno colocado para ligar el siguiente.
El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta
y con la suerte cargada. La mayor parte de los toreros lo que
hacen es descargar: tú citas por un lado o por otro y, en vez de echar
para adelante la pierna contraria, lo que haces es echar la otra para atrás; y
eso no es cargar, es descargar. El toreo bueno es aquel en que cargas la
suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria; y la última parte del pase ha
de permitir que el toro te deje colocarte de nuevo sin modificar el terreno,
pues lo más clásico y lo más puro es que, en la faena, cuanto menos andes,
mejor” (pág. 47). (…)
Marcial Lalanda, dictando,
también era el más grande
Contemporánea a ésta, aunque
nacida de una más prolongada trayectoria vital, es otra tauromaquia escrita –más
bien dictada- por otro matador de toros universal: Marcial Lalanda del Pino.
Marcial se la dictó a nuestro buen amigo Andrés Amorós, que supo darle la forma
literaria adecuada. Conste que en el proceso previo, Marcial mantenía con
nosotros, cuando éramos jóvenes aficionados, largas charlas sobre el toreo,
donde pudimos escucharle muchas de las cosas que resumiría en su tauromaquia,
incluso invitándonos a ayudarle en la labor de redacción. (…) La
Tauromaquia de Marcial Lalanda vería la luz en 1987, en la
editorial Espasa Calpe (manejamos la de Madrid, Espasa Calpe,1988;
Colección La Tauromaquia nº 11).
Para Lalanda un concepto
básico de la tauromaquia en esa pequeña recta final del siglo XX, es el de
ligar. Pero, aclarará “No hay que confundir ligar los muletazos
con dejar el engaño, tapando la cara al toro. Ligar una suerte con otra supone
terminarla, de una a otra. Mucha gente lo confunde, pero no es lo mismo” (pág.
75). Y añade nuevos conceptos: “Cada lance tiene su distancia justa, para que el
toro tenga su acometida. A partir de ahí el torero ha de parar,
templar, mandar y cargar
la suerte. Incluso una serie de pases no debe
confundirse con esa noria en la que el toro no ve lo que embiste y el torero ha
citado y está situado en la pala del pitón. Debe
estar de frente o un poco oblicuo,
pero a la distancia precisa” (pág. 75). Comentarios muy interesantes para
evaluar el mérito de los espadas modernos, como el que añade a poco: “Con
frecuencia vemos ahora cómo el toro da un paso o dos, nada más, y se queda en la
misma tripa del torero, con el pitón a tres dedos de él, pero fijo en la muleta,
que tiene a treinta o cuarenta centímetros. Y es a la muleta a la que embiste,
claro. El toro acude al movimiento o al ruido” (pág. 76), en clara crítica a
arrimones absurdos. Y es que, a su juicio, “este toreo encimista es uno de los
grandes males de la forma actual de interpretar el toreo, sin duda, porque
desvirtúa la pureza de la Fiesta. Quizá ese ha sido uno de los secretos del
éxito de Antoñete, aparte de su gran calidad: muchos espectadores han
descubierto la emoción que supone llamar al toro de lejos,
darle su distancia, verle venir,
aguantarle, darle la salida adecuadamente. Para
muchos nuevos aficionados, resultaba, por desgracia, algo insólito” (pág. 76). E
insiste: “el encimismo suele ir unido al parón, a torear en la pala del pitón,
al toreo paralelo” (pág. 78). Y junto a ello defiende, junto a su gran amigo
Domingo Ortega, el cargar la suerte, “absolutamente fundamental”, nos dirá, y se
lamentará de lo contrario: “Hoy, por desgracia, lo habitual es lo contrario:
descargar la suerte, echar la pierna atrás” (pág. 76).
Mucho más se podría traer
a colación, pero con lo expuesto en ese trabajo Elementos técnicos del arte
de torear, creo que por el momento es más que suficiente. Muchas
gracias.”
Magistral lección de
tauromaquia. Muchas gracias a usted, Don Rafael.
Los maestros mencionados,dejaron una huella imperecedera en la historia del toreo.
El toreo puro es la base esencial de la fiesta.
Es la distancia,el terreno,la colocación,el mando,temple,el ritmo del pase;el desplante,el dominio,el remate con fantasía.Un conjunto armónico,engarzado,rayano en la perfección,desde el primer muletazo hasta la suerte suprema,hecha en los medios,ligando,según los cánones de la tauromaquia.Una lástima,que al público actual la teoría de los cánones de la tauromaquia lo tiene sin cuidado.
E.A.V.