“He perdido la cuenta de la última vez que estuve en un tentadero. Me invitan y ya ni voy. Los ganaderos, como El Piyayo de la copla, me dan mucha pena y me causan un respeto imponente. Pena por verlos tentar buscando el toro bobón y noblote que exige el mercado. Respeto porque siguen ahí, encariñados con un oficio que ya no es el suyo, aprobando con nota las vacas que sus padres habían desechado. Cuando ya han logrado ese toro 'comercial' que no molesta, les toca ser mamporreros para que se hagan ricos cuatro advenedizos sin escrúpulos. Destrozan sus ganaderías para darle gusto a las figuras y cuando les viene la mala racha de un semental que no liga, los dejan tirados en la cuneta del desprecio. Ahí está el ejemplo sangrante de Íñigo Sepúlveda, que de estar en la cima del máximo cartel lo han condenado al olvido sin dejarlo asomar a ninguna feria de mediano rango. Hace muy pocos años, cuando Chopera se hartó del genio de Santa Coloma, pagó una fortuna para formar una nueva ganadería con vacas y sementales de Sepúlveda. Y luego las quemó para irse al monodescaste de los Domecq.
Han desaparecido las ganaderías con personalidad, con las viejas tradiciones de familia, para irse todos como borregos al toro monótono de los aburridos cien pases sin molestar al torero. Porque ahora los destinos del toreo están en manos de tipejos como Martín Arranz, un 'mindungui' resentido incapaz de ser torero que ahora impone su ley poniéndolos a todos de rodillas y llevando el espectáculo a una degeneración insoportable para cualquier aficionado medio exigente. Además, llevándose una 'embuelza' de millones que no soñó ganar ninguno de los grandes toreros de hace 20 años. Por eso, me da tanta pena ir a los tentaderos que siempre fueron la fuente de sabiduría y donde por mucho que supieras, en cada placita aprendías una cosa nueva.
No se torea en el campo. Pena de ver una vaca tras otra manseando en el caballo y luego dejándose pegar cientos de pases siguiendo la muleta como un perro. Para colmo ya no se torea en el campo. Los picadores hacen lo mismo que en la plaza. Agarran la vara muy atrás. Ya no saben 'echar el palo' y reunirse. Le tapan la salida como a los toros y luego recargan el castigo aunque la vaca no empuje. Ya no se ponen en suerte con uno o dos capotazos, como era norma. Como nos enseñaron los viejos maestros a quienes teníamos afición a torear en el campo. En las tientas se toreaba para el ganadero, en la plaza, para ganar dinero. No tenía nada que ver una cosa con la otra. Ahora se torea en el campo lo mismo que en las plazas. Y las vacas que antes ¡servían! para poner a prueba el dominio de los toreros, ahora sólo son motivo de diversión para sudar y 'ponerse a punto' repitiendo en series interminables los mismos derechazos que cuando se visten de luces.
Los toreros van a repetir lo que ya saben, casi nunca para aprender algo nuevo, para quitar defectos, para ganar sitio. En los derechazos todos colocan la mano izquierda engarrotada en la cadera, todos adelantan el pico y todos agarran el palillo por la parte de atrás, jamás por el centro. Ya no hay escuelas ni estilos. La misma técnica usa el valenciano que el andaluz o el aragonés que el castellano. Y hasta los colombianos y mejicanos han perdido el sello personal que los distinguía.
Al poner los toros de uniforme también los toreros se han contagiado de la monotonía y ahí tenemos a la mayoría de las figuras que para cuajar una faena necesitan sobrepasar el tiempo del aviso. Los avisos El Guerra decidió retirarse el día que le tocaron el primer aviso de su vida en Madrid. Estaba en la plenitud de su poderío, pero pasó tanta vergüenza que decidió no volver a vestirse de luces en cuanto terminara esa temporada.
Ahora Ponce, proclamado como el mejor torero de esta época por estos aduladores que ejercen de críticos, ha escuchado muchos más avisos que orejas ha cortado. Antes el aviso era la señal que el toro estaba pudiendo al torero. Ahora significa que el torero no se aburre de seguir dando pases. Los toros bravos tenían la faena justa. De ahí en adelante o se iban arriba y desbordaban al torero o se venían abajo quedándose a la defensiva, y ya era dificilísimo entrar a matar. Ahora a los toreros y a los toros parece que se les da cuerda y cada paso ya no necesitan asentarse en el remate del anterior. Cada pase es una retahíla y no depende del anterior ni del que le sigue, lo que se llama ¡ligar! Antes se remataba con el pase de pecho, porque ahí se acababa el resuello del toro y del torero. Ahora se dan dos seguidos. Se vuelve a rematar después de rematar. ¿Cabe mayor absurdo? El pase se llama 'obligado de pecho' o 'forzado' porque era el final de una parte y el principio de otra. Ahora se dan en serie.
A los ganaderos nos han prohibido criar el toro 'de lidia', para torearlo. Nos obligan a criar un toro para darle pases. Ahora casi todos los toros admiten docenas de pases. Pero casi ninguno sirve para torearlo. Al toro bravo que embiste con entrega, cuando se lo torea en curva, adelantando la pierna y metiendo la cadera, a los treinta pases pide la muerte.”
Alfonso Navalón Grande
Las faenas que vemos son vulgares,mecánicas y rutinarias y una figura del toreo no puede hacer faenas así. Sí carecen de arte y personalidad de nada les sirve amontonar pases en faenas interminables que no dejan huella.
ResponderEliminarDesde Surco.