El filósofo alemán Dilthey escribió que
el hombre es el único animal que tiene memoria y por lo tanto historia; quizás
por eso nos pasamos la vida recordando: grandes hombres, inventos, sucesos,
efemérides, tragedias... Si se fijan, raro es el día que no está dedicado a
recordar algo; tanto es así que de tanto conmemorar, muchas veces lo celebrado
deja de tener importancia pues la rutina, aunque sea para la diversión y los
homenajes, termina por quitar importancia a todo.
También en nuestro mundo taurino nos pasamos las temporadas recordando aniversarios de nacimientos, alternativas, retiradas, cogidas, muertes... pero hay que estar prevenidos pues no todos esos recuerdos son merecedores de grandes fastos y memorias por muy respetables que hayan sido sus protagonistas. En la Tauromaquia y en el arte el general ni son todos los que están ni están todos los que son en el calendario de las celebraciones.
También en nuestro mundo taurino nos pasamos las temporadas recordando aniversarios de nacimientos, alternativas, retiradas, cogidas, muertes... pero hay que estar prevenidos pues no todos esos recuerdos son merecedores de grandes fastos y memorias por muy respetables que hayan sido sus protagonistas. En la Tauromaquia y en el arte el general ni son todos los que están ni están todos los que son en el calendario de las celebraciones.
La propaganda interesada, las modas del
márketin televisivo, el reclamo de las sagas familiares taurinas, los voceros
de las seudofiguras que llenan las plazas y las revistas del colorín... nos
quieren muchas veces hacer ver la grandeza de los mediocres mientras que a
menudo se deja en el olvido silencioso la verdadera importancia del mérito para
otros.
Pero a pesar de estas opiniones, esta
vez no me puedo resistir a rendir un humilde homenaje desde estas páginas a dos
verdaderos maestros del arte de torear y de la cultura española. Son dos recuerdos
luctuosos, uno muy reciente. Todavía puedo recordar los gritos de ¡torero,
torero! cuando el pasado 24 de octubre asomaban hacia la Puerta Grande de su
plaza de Las Ventas los restos mortales de Antonio Chenel, Antoñete. Uno
más de los “grandes maestros” y... uno menos ya, para contar en la lista de los
considerados referentes imprescindibles en el mundo de la fiesta taurina.
Los aficionados, sobre todo de Madrid,
le considerábamos un torero de culto. Su porte, su heterodoxa humanidad que le
hacía tan cercano, su controvertida personalidad, su manera de vivir siempre en
toreríaderrochando clasicismo y sabiduría...constituían una lección de lo que
de verdad es ser un maestro de la tauromaquia y de la vida a pesar de
sus luces y sus sombras. Y todo ello desde la más absoluta sencillez; siempre
en su sitio dentro y fuera de la plaza, enseñando con sus palabras breves y
precisas sus profundos conocimientos de la lidia y de la pequeña y gran
historia de la Tauromaquia a través de sus vivencias, derrochando, como sin
querer, su magisterio cada vez que hablaba de toros y toreros, de anécdotas
antiguas, de grandes tardes y fracasos sonoros, de tertulias, amigos,
juergas... es decir, de la vida de un gran maestro que nos debe servir de
ejemplo para reconocer de verdad a una gran figura.
El otro recuerdo es mucho más lejano.
Estos días estamos conmemorando el quincuagésimo aniversario de la muerte de Juan
Belmonte. Punto y aparte en la historia del toreo y por extensión, de la
cultura española. Intentar en unas breves líneas abarcar la revolución que
supuso el toreo de brazos controlando el temple y la hondura en cada pase que
aportó el maestro sevillano, es una temeridad por mi parte, cuando tantos
críticos y grandes aficionados han escrito ríos de tinta sobre ello. Belmonte
es y será siempre el referente clave de la Tauromaquia moderna por ser el
heredero de la estirpe clásica de los grandes maestros. Él mismo definía su
toreo como “un sentimiento que había estado siempre ahí” y “que simplemente
se limitaba a ejecutar como podía y sentía”. Ni más ni menos. Pureza y
verdad.
Y ahí sigue, para los que
lo quieran seguir, su genial innovación revolucionaria recogida desde los más
puros orígenes del arte de torear; más que nuevo su toreo fue recuperar los
cánones de siempre. Por eso Belmonte está y estará siempre presente y no hace
falta acudir a ninguna fecha concreta para celebrar su magisterio. Como lo
estará siempre Joselito el Gallo, alter ego de Belmonte, del que
en septiembre celebraremos el centenario de su alternativa en la feria de San
Miguel sevillana. Estos sí son recuerdos a grandes figuras, merecidos y
obligados si queremos mantener en pie la legitimidad y la verdad de la Fiesta.
Ejemplos así son imprescindibles para que no se borren sus esencias y
constituyan la memoria histórica de la Tauromaquia, hilo vital que proyecta el
pasado al porvenir. Pero, ¿hay futuro?
Hoy son otros tiempos. Muchos nos acusan
a algunos aficionados de estar siempre mirando atrás; con una perversa
nostalgia apoyada en que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que nos impide
valorar a las figuras actuales. No señores, no; qué más quisiera yo que poder
decir que vivimos unos momentos gloriosos de toros y toreros; que hoy se
respeta la pureza de la lidia y la bravura y la casta de los toros; que
asistimos a un momento floreciente de afición y crítica... pero lo cierto es
que no es así. El toreo superficial,
forzado, sin hondura, estético pero no auténtico, está disfrazando de “figuras”
a toreros que en otras épocas no habrían llegado a competir con los verdaderos
maestros. Ésa es la cuestión, les falta magisterio. Hoy se llama “maestro” a
cualquiera que se viste de luces y, al calor del triunfalismo imperante de orejas
e indultitis –que no olvidemos pretende enmascarar con orejas y trofeos la
crisis actual– quieren hacernos creer que pasarán a la historia. La palabra se
ha vaciado de contenido.
Lo cierto es que quedan muy pocos
referentes de verdad. Se nos van retirando de los ruedos, se nos van olvidando,
se nos van muriendo...y sin esas referencias a los auténticos maestros no habrá
posible continuidad ¿Quiénes enseñarán el camino a los que empiezan? Vivimos
un mal presente... y sin Maestros tendremos un mal futuro.
Yolanda Fernández Fernández-Cuesta
Fuente: La Voz de la Afición. Boletín de la Asociación El Toro de Madrid. Nº 40, Mayo de 2012.
El toreo clásico es lo que muchos toreros de hoy no entienden,no sienten,no lo llevan a cabo y lo que abunda es la mediocridad que conduce al anonimato y nada tiene que ver con el toreo grande.
ResponderEliminarAunado a la ausencia del toro la fiesta carece de lo más fundamental,la emoción.
L.R.